jueves, agosto 02, 2007

Operación 700: cómics originales, conclusiones y consejos.

Conclusiones a un juego de pujas y coleccionismo controlado. En primer lugar, y como habrán imaginado, debo confesar que el presupuesto inicial de los 700 euros se desbordó ligeramente en la fase final del regateo (no demasiado, en todo caso) y con el asunto de los gastos de envío. Pero vayamos al grano: si recuerdan, todo esto empezó, hace ya unos meses, con el asunto aquel del guionista vocacional que ofrecía un contrato de 2000 euros a un posible ilustrador de sus ideas. Me pareció una idea estupenda, aunque no sé donde habrá quedado la cosa; a muchos otros, les pareció un buen asunto para polemizar sobre lo utópico del proyecto, la cuantía de “la paga”, la candidez del artista-mecenas, etc.

Se me ocurrió que la idea que subyacía detrás de muchas de las críticas (“¿cuánto vale el arte comicográfico?”) era una buena excusa para contarles esta pequeña aventurilla inversora que había comenzado unos meses antes con motivo de la celebración post-doctoral. Los resultados del dispendio se los he mostrado aquí en cinco cómodas entregas, las conclusiones han de ser sencillas y cada uno tendrá las suyas. Me imagino que para muchos, gastarse 200 euros del ala en una tira de un “fulano” al que sólo conocemos unos cuantos friquis comiqueros (yo no me considero uno, que conste), roza la inconsciencia. Para otros muchos (algunos de los cuales han dejado su opinión en los comentarios – ¡gracias!), gastarse una suma estimable, parte de tus ahorros, en una tira del gran Walter Kelly, es una satisfacción, y quizás una buena inversión.

El coleccionismo puede ser un vicio caro, aunque no es la ansiedad por la acumulación viñetero-fetichista lo que ha movido mis pasos. Tampoco lo es la especulación. Pienso tener casi todas esas tiras y páginas bien a la vista, disfrutar de ellas en la medida de lo posible; unos cuelgan arte pictórico de sus paredes, servidor, piensa colgar este otro arte de las suyas (sin perder de vista que esta manifestación artística –frente al arte pictórico– no nació con una finalidad exhibicionista, ni con ansiedades contemplativas). Así, nos plantamos en el quid de la cuestión: ¿está el mercado del cómic infravalorado? Lo parece: un pujador anónimo se hace con una tira de, por ejemplo, Bud Fisher (para muchos el padre del formato), por poco más de 100 euros… Cierto es que Fisher creó en su vida muchas más tiras que los cuadros que pudo hacer cualquier pintor coetáneo y probablemente con menor esfuerzo; cierto es que el trabajo de Fisher estaba condicionado por su finalidad narrativa (dentro de una serie), por su finalidad mercantil (edición de prensa), por los factores consiguientes de su edición y las condiciones draconianas de los syndicates, cierto todo, pero también lo es que la pieza de Fisher (o la de McManus o la de Kelly) que he adquirido, es única y además de sus muchos valores socio-económicos, tiene unos logros estéticos y artísticos añadidos.

Conclusiones finales y consejos inversores:

Está claro que hay algunos autores, digamos clásicos, cuya cotización parece acorde a su influencia historiográfica (Eisner, Foster, Raymond); por supuesto, depende de la calidad y el tamaño de la pieza. En este sentido, no sorprende ver los precios que llegan a alcanzar algunas obras de clásicos entre los clásicos (hablo de McCay, claro), algunos de ellos aún vivitos y coleando (hablo de Crumb, claro).

Sea como fuere, sigue siendo más barato invertir en clásicos, menos conocidos, que en un autor mediocre de cómics de superhéroes. No sorprende observar que el campo del coleccionismo de originales se mueve en paralelo al negocio copado por los coleccionistas de cómic-books, cuyos lectores son a su vez (o eran, hasta no hace demasiado) los mayores inversores en la industria del cómic. Aún así, sigue siendo más sencillo y económico hacerse con un Gene Colan, un Buscema o un Sienkiewicz, que con un McFarlane; ver para creer.

Existen páginas de venta en las que podemos encontrar buenas opciones, sobre todo de autores jóvenes independientes y prometedores. El mercado, no obstante, se está despertando con rapidez y cada vez son más los que entran en el campo de “los cotizados nuevos talentos”. Por eso, es muy difícil encontrar cosas a buen precio (conste que estamos hablando de creación original por pocos cientos de euros) de Clowes, los canadienses de Drawn & Quarterly o clásicos del independiente como los Hernandez Bros. Precios desbordados para los que además son ilustradores habituales de publicaciones prestigiosas, como Tomine (cosa habitual en un dibujante de cómics, por otro lado). Entre los autores españoles y europeos, el mercado parece más restringido y regulado y resulta difícil encontrar “chollos”: menos puntos de venta, poco material subastado en Internet y poca oferta directa; hay excepciones muy golosas, desde luego. Un consejo al respecto, si es posible, antes de comprar o "googlear" material, intentad entrar directamente en la página del autor (muchos incluyen una sección de venta de originales, sin mediadores que encarezcan el producto).

Bueno, pues esto ha sido todo, amigos. Aquí concluye nuestra “Operación 700”, que esperamos haya sido de su interés. Hasta nuevas aventuras, seguiremos reseñando y charlando “de gratis”.

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martes, julio 31, 2007

Billy Avellanas, ojos de irrealidad

Últimamente, las actualizaciones veraniegas de este blog son menos fiables que una aplicación de Windows (esté o no sometida a los rigores estivales). Disculpen. Al menos, acabo de leer el Billy Avellanas de Tony Millionaire; le tenía ganas.

Arrancar una reseña con la información promocional de la contraportada es un recurso tan fácil, que uno puede arriesgar su escasa credibilidad en caso de abuso. Permítannos, sin embargo, hacer una excepción y repetir la letra impresa en este caso:

BILLY AVELLAS es un ser artificial dispuesto a dar con la cara oculta de la luna a la vez que descubre la suya propia. Para ello se embarcará en un viaje fantástico junto a Becky, la científica más inteligente de la granja Rimperton.

En la tradición del Pedro Melenas del doctor Hoffman, el Pinocho de Collodi, el Manostijeras de Tim Burton y otros tantos clásicos inolvidables, Billy Avellanas es una novela gráfica para adultos de edad indefinida con la que el multipremiado Tony Millionaire se acredita entre los grandes narradores de nuestro tiempo.

No tanto, la verdad, pero la cosa merece unos apuntes. Hacía tiempo que esperábamos a Millionaire por estos lares (como seguimos esperando a tantos otros, claro: Harkham, Catmull, Ralph, etc.). Es cierto que la figura del norteamericano no ha dejado de crecer entre los amantes del cómic y la crítica estadounidense, desde sus orígenes más o menos independientes hasta el momento actual en que su trazo inconfundible aparece en mil y una publicaciones norteamericanas. Sus obras se cotizan a lo grande, y el bostoniano consigue crear universos personales sorprendentes y llenos de magia.

De acuerdo también con los referentes autorales y narrativos mencionados: Billy Avellanas tiene puntos de conexión claros con la cuentística tradicional y moderna. Las referencias a Pinocho o Eduardo Manostijeras son obvias; como podrían serlo incluso a Frankenstein o, por qué no, a la tradición mítico-religiosa del Gollem o la misma creación del ser humano por Dios (Adán la tierra, Eva la carne). Como hemos señalado, especialmente clara nos resulta la semejanza entre Millionaire y Tim Burton. Ambos crean mundos a medio camino entre la tradición gótica y el cuento fantástico; ambos hurgan en el terreno desconocido de la psique humana (los miedos, los sueños, el deseo…), aludiendo, simbólicamente, con sus creaciones ficcionales a sentimientos, comportamientos y otros niveles de la existencia; ambos hacen discurrir las peripecias de sus personajes por un universo ficcional alucinado, que se rige por unas coordenadas propias, tejidas con hilos de la simbología cuentística y la fantasía onírica, un universo que no adquiere más sentido que el que determinan esas reglas internas propias de fantasía desbordada que dirigen y modelan sus tramas. Aquí está también la diferencia entre Burton (o Carroll o Perry) y Millionaire.

Mientras que aquellos, de un modo u otro, anclan sus trabajos a la realidad empírica y social (Eduardo Manostijeras es la anomalía de lo social; en Alicia todo es sueño dentro de un sueño; Peter Pan es el niño eterno que vive en un mundo de fantasía infantil). Billy Avellanas es un cuento de lo irreal, marciano, de principio a fin (¿se acuerdan de Jali?). Esa es su virtud y su defecto: la irrealidad lo preside todo sin excusas, de ahí que ni la línea onírica valga como excusa para sostener su trama. Y la trama de Billy Avellanas, en ocasiones, no se sostiene (en términos de equilibrio narrativo, nos referimos), todo parece desbordado. Millionaire termina por saturarnos con su cascada de sorpresas, detrás de cada viñeta, de cada secuencia, de cada página. De modo que, cuando uno termina de leer Billy Avellanas, se queda con la sensación de haber acabado un sprint demasiado largo. Si exceptuamos el emocionante y templado final, y algún otro instante de sosiego narrativo (bellísima la escena del naufragio con Billy y Becky, llevados por las olas, alejándose en el mar), todo es una vorágine en este cómic y se corre el riesgo de que el lector acabe fatigado, claro.

Pero sí, no cabe duda de que Millionaire es un artista con un universo personal, convincente y brillante en muchos casos, capaz de elaborar un lenguaje propio (más de lo que se puede decir de muchos autores, hoy en día). Parte de ese lenguaje personal descansa sobre la belleza de unas imágenes, un dibujo, que huele a clásico y a respeto por la tradición de la ilustración gráfica de los últimos 150 años. En el trazo elegante de Millionaire se puede rastrear a McCay y a Gray, pero también a Cruikshank, a E. H. Shepard, al mismo Töpffer y, sobre todo, a Tenniel. Volvemos a Wonderland, como ven, no podía ser de otro modo.
Por cierto, preciosa la edición de La Cúpula.

miércoles, julio 25, 2007

Piero, del arte fraterno o la fraternidad dibujada.

Ya hemos dejado claro en estas páginas, y en alguna otra, nuestra devoción por Baudoin y por la capacidad evocadora de su trazo evanescente. Hemos comentado también lo mucho que nos gusta el carácter onírico de sus personalísimas narraciones, a medio camino entre el relato soñado y la alegoría poética o la capacidad magnética de su iconografía simbólica.
En las páginas de Piero, la última de sus obras que ha editado Astiberri en España, encontramos esos y muchos otros ingredientes característicos del francés. Se trata en este caso de un relato autobiográfico, en el que Edmond Baudoin recrea sus años de infancia junto a su hermano Pierre, Piero para sus íntimos. Junto a él, el joven Momón (Edmond para sus lectores) descubrirá la pasión por el dibujo; ambos desvelarán de forma autodidacta, como en un juego, los secretos de la creación artística, el misterio infinito de la línea y la mancha, el mensaje escondido de las formas sugeridas. Momón y Piero, Piero y Momón, nos enseñan a mirar la realidad como sólo la ven unos ojos infantiles, el mundo alterado por la sorpresa; a través de su mirada se nos muestra el descubrimiento ingenuo de la naturaleza, de las relaciones humanas, de la propia sexualidad. Baudoin navega en las aguas profundas del recuerdo para despertar en cada uno de sus lectores la memoria de lo que fuimos.
La técnica narrativa de este cómic (tan típica en Baudoin, por otro lado), sincopada y dispersa, parece adaptarse a la naturaleza fragmentaria de los recuerdos que construyen su argumento. La sucesión de anécdotas y episodios de los protagonistas se acumula en las páginas de Piero, con la pasión artística de los protagonistas como punto de anclaje del conjunto. El resultado, no obstante, no llega a alcanzar la brillantez que observábamos, por ejemplo, en El viaje. La razón parece obvia, lo que en aquel era evocación onírica, en Piero es parte de un relato autobiográfico, que se supone sujeto a unas reglas cronológicas básicas y a cierta linealidad. Por ello, la ordenación del relato en esos brochazos de la memoria que acabamos de señalar, no termina de funcionar a la perfección, y la obra se resiente (en términos negativos) por la propia dispersión que tan bien funciona en otros trabajos del francés.

En todo caso, pese a las muchas reticencias que despierta su obra, para un servidor cualquier trabajo de Baudoin merece la inversión y es altamente recomendable (con sus defectos y virtudes por bandera). Y Piero no lo iba a ser menos (recomendable), claro.

viernes, julio 20, 2007

Operación 700 (V)

El acabose. Desde chaval me gustó el Pogo de Walt Kelly, no porque lo entendiera (hecho improbable, dado el cripticismo de su crítica sociopolítica de la Norteamérica coetánea filtrado por la jerga incomprensible de su inglés sureño -¿cómo harán o habrán hecho sus traductores al español? Les admiraré eternamente), así que me imagino que sería por el trazo preciso y el irresistible encanto de su línea caricaturesca. Aparte de por la indiscutible afinidad autógrafa de sus autores, los “funny animals” de Walt Kelly siempre me recordaron a los muñequitos de Walt Disney, aunque por lo poco que entendía de sus palabras englobadas (Pogo o la maravilla tipográfica hecha cómic) le suponía al asunto mucha más mala leche. Ya de mayor, con más conocimientos de la lengua británica, lo he podido refrendar y he disfrutado de Walt y su zarigüeya con conocimiento de causa. Aún así, para que negarlo, todavía se me escapan dobles sentidos y algún giro de jerga estadounidense, pero, que quieren que les diga, cada vez que me acerco a los humedales de Okefenokee, disfruto como un animalillo silvestre.

Por eso, siempre estuvo entre mis primeros objetivos la adquisición de una tirita de Pogo; sucede que los precios, sin ser escandalosos, me desbordaban el presupuesto de la operación. Hasta que encontré esta tira que les muestro aquí abajo seccionada (ya les he explicado las limitaciones de mi impresora). Unos 240 euros del ala (el record inversor de la operación) muy bien empleados, juzgo yo. Lo sé, no sale Pogo, recórcholis, pero están muchos de los demás (Churchy-la-Femme, Beauregard Dog, bunny…), así que no me quiten la ilusión ¡qué carajo! Además, se ven las marcas azulitas inconfundibles del borrador de Kelly y su firma “waltdisneyana” (tan “eisneriana”, también) y la fecha de la publicación (18 de noviembre de1969) y todo ello bien dispuesto en esos 18 x 48 cms de sus tiras originales. ¡Qué contento estoy!

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miércoles, julio 18, 2007

Días como estos, días de ritmo y rosas.


Me van a ustedes a perdonar estos días de ausencia, causada a partes iguales por los problemas internáuticos estivales, los Arcade Fire y otras an-danzas veraniegas. El hecho es que, como dijo aquel, I'm back, y, hablando de músicas del mundo, pues me he acordado de que aún no he comentado nada de Días como éstos, la obra de Scott Chantler y J. Torres, que ha publicado Dolmen.
Una de oportunismo inculpatorio: ya desde crío un servidor se dejó fascinar por el primer sonido Motown, por los diseños sonoros infalibles de ese tal Spector y por los grupos de doo-wop (para nosotros du-dua): "Call my baby lollipop, tell you why, his kiss is sweeter than an apple pie and when he does his shaky rockin' dance man, I haven't got a chance, I call him lollipop lollipop, oh lolli lolli lolli lollipop lollipop..... ". Por eso, y no sólo por eso, Chantler y Torres ya me tenían tocado el corazoncito de antemano, porque, como ya habrán leído ustedes, Días como estos habla precisamente del nacimiento de uno de aquellos grupos femeninos que a finales de los 50 y, sobre todo, en los años 60, consiguieron introducir sus gorgoritos vocales y sus melodías coloristas de menos de tres minutos en las listas de éxitos que se radiaban una y otra vez en los Estados Unidos (y desde allí al planeta entero). Las Ronettes, Las Chordettes, Las Supremes... nombres sonoros y colectivos para tríos y cuartetos de jóvenes chicas negras que cantaban como los ángeles y conseguían mover las caderas del más anquilosado de los viejos amantes de las ya viejas, por aquel entonces, Big Bands.
Tina y las Tiaras podía haber sido uno de aquellos grupos, al menos eso es lo que nos hacen creer (convincentemente) Chantler y Torres. El nacimiento, casi casual, de un grupo de éxito en un tiempo en el que el negocio de la música (la "música moderna") estaba tan abierto y era tan impredecible como la aún incipiente cultura popular. Días como estos es una crónica costumbrista y entretenida de los tejemanejes discográficos de aquellos años, de las reticencias sociales de las viejas generaciones ante la nueva música, de la urgencia musical del joven mercado, de la inocencia que adornaba a muchos de sus protagonistas, etc. La virtud de sus autores reside precisamente en eso, en su capacidad para crear un cuadro costumbrista al gusto de todos, partiendo de un campo tan especializado como podía ser el de la edición musical (toda una aventura fuera de las tierras niponas, donde, ya sabemos, hacen cómic hasta para cocineros).
Se trata de una lectura agradable, fluida, con un ritmo narrativo trepidante, que se apoya con firmeza en ese estilo de Chantler, asentado en el cartoon (tan cercano, a su vez, a nuestro admirado Bruce Timm). Un relato amable que se acerca en ocasiones el territorio de la alegría radiografiada y la comedia tópica con obvio final feliz, pero que evita el infantilismo gracias a su acertada descripción de personajes y al contrapunto que ejercen algunos de ellos sobre el tono naif global (ese padre hostil, machista, tan chapado a la antigua como debían de serlo el 80 % de los padres de aquellos años; o esa otra mujer, productora discográfica ambiciosa, divorciada y hostil con su ex-marido...). En el equilibrio y el pulso está la virtud de Días como estos, no lo duden. Se merece la oportunidad, tampoco lo duden (aunque estoy con 13 millones de naves en lo del desastroso epílogo final).
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Los incondicionales, tienen la posibilidad de adquirir el trabajo orginal de Chantler por algo más de 50 euros aquí. A mi me gusta la plancha que les he puesto ahí arriba. Mañana seguimos hablando de originales, por cierto.

martes, julio 10, 2007

World Trade Angels, tragedias pixeladas.

No nos arriesgamos demasiado si decimos que el 11-S y sus secuelas ha sido el acontecimiento histórico reciente que más ficción artística ha generado a su alrededor. Con obras revestidas en muchos casos de ropajes documentales, lo cierto es que la recreación del atentado terrorista más trascendente de las últimas décadas y el drama por él desencadenado, han sido fuente inspiradora para guionistas de cine, pintores, escultores, arquitectos y... dibujantes de cómics, desde luego.
Así, a bote pronto, recordamos el polémico y controvertido ejercicio de estilo de Spiegelman en Sin la sombra de las torres o el más reciente El informe 11-S, de Sid Jacobson y Ernie Colon; bueno, claro, y todas las utilizaciones directas e indirectas del suceso en las colecciones superheróicas, que darían para más de un monográfico. Y también está aquel extraño cómic que sacaron el novelista Fabrice Colin y el ilustrador Laurent Cilluffo, en 2006, World Trade Angels.
Debo confesar que el tomo en cuestión, editado por Sins Entido el año pasado, ha estado en el montón de lecturas-en-espera durante bastantes meses, sin más razón que la simple y pura pereza. Quizás por los años que le he dedicado a la investigación del lenguaje comicográfico, tengo debilidad por la experimentación en viñetas; por eso, en cuanto huelo algo raro, me lanzo de cabeza a por ello (a la tienda), aunque luego, como en este caso, me cueste dar el paso subsiguiente esencial, el del buceo entre sus páginas (ya se sabe, la rareza narrativa suele requerir después de un esfuerzo mayor por parte del lector). En este caso, la falta de motivación venía motivada por la aspereza visual de la propuesta en sí: un ejercicio de narración pictográfica frío y bastante maquinal. Es decir, un cómic en el que el estilo recrea las toscas imágenes pixeladas de un ordenador; como decía Álvaro Pons hace unos meses, un estilo más cercano al pixel-art que a cualquier recreación estética comicográfica que nos pueda resultar familiar.
La aridez visual consiguiente se completa con un uso también parco del color, que se reduce únicamente a un tono salmón en dos grados de intensidad, que Cilluffo emplea con una evidente intención simbólica. Sucede, no obstante, que en ocasiones ese mismo sincretismo de la propuesta conduce a la ambigüedad y por la misma razón el simbolismo se convierte en confusión. La iconicidad del dibujo le resta dinamismo al conjunto y "escamotea" información necesaria. El uso connotativo del color (tanto en las líneas de dibujo como en el coloreado de superficies planas o, incluso, en su aplicación sobre las herramientas narrativas -globos, márgenes de viñeta, etc.) discurre entre la mencionada evocación figurativa y el simple ejercicio estético sin más trascendencia que el efectismo visual, de nuevo, creando algunos equívocos interpretativos.
Por lo que respecta a la historia en sí, World Trade Angels circula en el camino conocido de obras precedentes al describir un acontecimiento reciente, con tanta vigencia emocional en cada uno de sus posibles lectores: nadie puede negar que la comunicación global del atentado hizo a todo el orbe víctima, en diverso grado, de sus efectos; fue, por así decirlo, el primer "atentado mundial" de la historia. Debido a esa cercanía, resulta imposible abordar un tema como el que nos ocupa desde variantes genéricas que se le supondrían afines, léanse los dramas sobre desastres (naturales o provocados) o el thriller. En este sentido, y considerando la amplia producción cultural generada alrededor del 11-S, no sorprenden las ya señaladas recreaciones documentales o las obras y trabajos que indagan en la introspección psicológica de los personajes implicados, víctimas y verdugos. Este es el ámbito de actuación de World Trade Angels: el de las secuelas personales y la imposibilidad de romper la inercia negativa que genera un "terremoto" afectivo como éste en las personas que lo sufren de primera mano.
El resultado podría ser analizado en unos términos similares a los que ya le hemos dedicado al apartado gráfico: la contención informativa y la sugestión simbólica terminan por lastrar el resultado final. Cierto es que la trama adquiere fuerza y consistencia con el paso de las páginas y que en algunos momentos su carga de emotividad sincera ensalza el resultado final, pero no lo es menos que en ciertos momentos la confusión de la propuesta perjudica sus buenos propósitos y tiene un indeseado efecto anticlimático. Por ello, las rupturas temporales o la introducción de esbozos, que tan bien funcionan en ciertas narraciones líricas o en otras propuestas experimentales comicográficas, no encajan del todo bien con la asepsia visual de Cilluffo, ni con la pretendida tragedia personal del protagonista, que sólo se comprendería desde la señalada introspección psicológica, a tenor de las claves que va desvelando la historia según avanza.
Es loable, en todo caso, la propuesta de estos dos autores y prometedora por cuanto abre un camino inexplorado, que ha de dar frutos más maduros; quizás la cosa funcionara mejor con otros argumentos de una sensibilidad menos compartida. Estaremos a la espera.

viernes, julio 06, 2007

Operación 700 (IV)

Comienza el presupuesto previsto a escasear y la "operación coleccionista-fan" se acerca a su fin (o da sus últimos estertores, que dicen los finos). El hecho es que, casi desde el comienzo, uno de los anhelos inconfesables que cobijaba un servidor era hacerse con alguna pieza de este dibujante.

Por eso, cada vez que su asistente y amigo, Zeke Zekley, sacaba a la luz subastadora una de sus tiras, nos poníamos a pujar como locos contenidos (es decir, dentro de nuestros márgenes y posibles). Dura fue la negociación, pero cuando finalmente triunfamos en nuestro empeño y conseguimos el dibujito que ahí abajo les muestro, tengo que confesar que alguna lágrima de emoción sincera rodó en hilillo agradecido. Pues sí, nuestra era una de las piezas míticas de la mítica Bringing Up Father (fechada el 12/14/40), por apenas 150 euritos. Y es que, en la cuatrilogía de fundadores ilustres, junto a Outcault, McCay y Dirks, se sienta el señor McManus, ¡que me lo niegue alguien si hay narices!

La tira se la ofrecemos partida en dos, de nuevo por rigores del escaneo.

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lunes, julio 02, 2007

Cómics Online: Cat Garza


Por motivos varios que no vienen a cuento pero que, esperamos, nos sirvan de disculpa (¿cómo se come esto?), hace días que no posteamos. Hace aún más tiempo que no nos metemos con esta seccioncita nuestra de cómics online, así que hemos decidido arreglarlo todo de golpe y presentarles a ustedes a uno de los pioneros y más prolíficos individuos en estos menesteres de los webcomics y similares; nada menos que a don Cayetano Garza Jr., Cat Garza para los amigos y fans, músico, dibujante y lo que le echen.

Cat Garza es uno de los primeros y más prolíficos autores-creyentes de las capacidades de Internet como vehículo (soporte) de la publicación comicográfica. Su obra creativa arranca hace casi 10 años, con la serie ya clásica The Magic Inkwell Comic Strip Theatre, que además de homenajear a algún clásico, nominaliza la página web de nuestro amigo (recientemente renovada, por cierto). Las aventuras de Dingbat the Cat, no han dejado de crecer y cambiar de imagen a lo largo de estos años, pero siempre con un alto interés y unos índices de calidad muy aceptables. Se trata de una serie con clara influencia disneyana, pero bastante menos políticamente correcta, cuyos seguidores en la web se cuentan por legión.

La labor creativa online de Garza se completa con algunas otras series paralelas, que responden a diferentes etapas artísticas y urgencias vitales del autor. Algunas de ellas, como Yakity Shmakity, Those Were the Salad Days o Whimville, comparten la afición de Garza a la psicodelia (que observamos en su música) con su uso extensivo de los "animales sabios" o animalicos antropomórficos. Toda una declaración de intenciones que nos sitúa a Garza cerca de sus influencias underground.

Lo dicho, investiguen y viajen por los meandros creativos de este dibujante atípico, que la aventura promete entretenimiento para unas cuantas tardes.

martes, junio 26, 2007

Blutch, las curvas del sueño.

Blutch es un niño travieso en busca de espectadores incautos que observen sus piruetas narrativas, sus juegos infantiles de papel, sus sueños proyectados. La voluptuosidad es uno de esos sueños (uno de los de niño grande) y funciona con las coordenadas alteradas de cualquier otro: las de la lógica-ilógica y el camino aleatorio por el mapa de lo conocido.
De pocos cómics se ha hablado más en los últimos tiempos que de éste de Blutch. Quizás, precisamente, porque casi todos nos reconocemos de un modo u otro (en alguno de sus momentos) en su extrañeza aparatosa de sueño azaroso. Detrás del absurdo, de la aparente exhibición narrativa impresionista de La voluptuosidad, existen pautas de comportamiento, anhelos y frustraciones perfectamente diseccionable. No se trata tanto de analizar una trama, con sus supuestas directrices diegéticas (personajes-escenario-acciones), sino de abordar las pasiones que en ella se simbolizan y desde ella se generan. Sería tan sencillo liquidar el efecto desconcertante de La voluptuosidad en un altar de adoración al surrealismo, que no nos vamos a tomar la molestia, siquiera. Hay que ser más ambicioso, penetrar con obstinación en el cripticismo simbólico de sus imágenes, en su agresiva sensualidad.
Aceptada la armazón onírica del relato como guía narrativa, no resulta tan impertinente recorrer las páginas de Blutch y rastrear, a través de ellas, en los bajos fondos de la corteza humana. Según leía La voluptuosidad, me acordaba de esa última obra casi maestra de Kubrick, que fue Eyes Wide Shut (a la que le sobraba algún subrayado o sobre-insistencia, para haber entrado en el olimpo de las obras póstumas). Me acordaba de Eyes Wide Shut, decía, porque, como en aquella, en La voluptuosidad se abordan las proyecciones poliédricas del deseo: los rayos torcidos de ese fractal que es el instinto sexual. El ser humano esconde, y pretende no reconocer, aquello que más anhela: la carne. Nadie en su sano juicio rompería su estatus social, ni las normas de la sociedad que lo ha "adoptado", en aras de una sinceridad no demandada. Ni siquiera un dibujante tan heterodoxo como Blutch.
Por eso, hasta La voluptuosidad se escuda en el artificio impresionista de su esqueleto narrativo (la historia de un sueño o la historia como sueño o las historias que se enlazan, como en un sueño), para hacernos probar la seta venenosa del deseo animal sin que nos intoxiquemos; una coartada. Ni el lector más desinhibido hubiera aceptado de otra manera ver reflejados sus infiernos interiores (o, en todo caso, no los hubiera admitido como propios): y es que, las bajas pasiones (hasta la ofensa) o el bestialismo simbólico necesitan esconderse detrás de una máscara (y hay muchas en La voluptuosidad) o bajo un saco cualquiera.

jueves, junio 21, 2007

Operación 700 (III)

Ya teníamos a una de las jóvenes promesas y a uno de los clásicos contemporáneos, claramente, estábamos obligados a intentarlo con algún histórico. Como el presupuesto tampoco daba para grandes derroches, había que afinar el dardo pujador e intentar tirar de criterio y conciencia de clase (humilde, ehem).

Comienza la búsqueda ("the quest") y ¡anda! ¡qué es eso! Sí, esto me lo puedo permitir sin descabalar el presupuesto, ni futuros intentos de ampliación coleccionista (esto es, sin agotar el presupuesto setecientoseuril). Pujamos y... ¡nuestro!

Dirán ustedes, "¿y esto qué es?". Pues, damas y caballeros, nada menos que una tira original de 1928 de Mutt & Jeff, la creación de Bud Fisher, ¿aún no? Pues sepan que, entre otras muchas virtudes, a este caballero se le atribuye la creación del formato de la tira cómica, en 1907. Claro, la paternidad se discute hoy en día desde bastantes frentes, pero, lo cierto es que el amigo Bud fue, si no el primero, sí, uno de los primeros; y, en todo caso, uno de los padres indiscutibles del cómic tal y como lo conocemos hoy día. Dicho lo cual, tener la posibilidad de adquirir uno de sus originales por algo más de 200 eurillos, al menda le supo a "boccato di cardinale".

Perdonen ustedes el tamaño cuasi-inapreciable de la imagen, pero es que el escaneo resulta complicado cuando se maneja una pieza de las dimensiones de la que nos ocupa, ¿sabían que el señor Fisher hacía sus tiras de Mutt & Jeff, nada menos que a una escala de (así a ojo, que no la tengo delante) unos 30 x 75 cms; imposible que quepa en mi pequeña y casera scanjet.

Lo dicho, feliz como una perdiz, seguí con el propósito de hacer de esta una pequeña aventura privada llena de sorpresas. El siguiente encuentro no lo fue menos (sorprendente).

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