Pasa el tiempo como un instante. Parece que fue ayer -o antesdeayer- cuando reafirmábamos el consolidado asentamiento (ehem) del cómic en instituciones, medios, superficies, academias y demás contextos necesarios para la justa evaluación de su medida artística. Y sigue la cosa a buen ritmo, siguen los premios y la certeza de que la reseña de un tebeo en El País, El Mundo, ABC o La Razón, no deriva del desvarío periodístico de ningún friqui camuflado de cronista. Medios afines, al fin.
Como si no hubieran pasado 12 meses de aquel quejido vicioso, sarna sin sarpullido, por no estar en posesión del don de la ubicuidad para poder leer los cientos y cientos de cómics que se publican cada año o por no poder invertir el dinero de la lotería que no hemos ganado en su adquisición y en la de una nave almacén que nos devuelva el espacio que nos van comiendo las viñetas. No se crean, no añoramos en absoluto los tiempos de vacas flacas editoriales, aquellos en los que conocíamos los tebeos de oídas y sabíamos como se veían gracias a alguna estampa enciclopédica patrocinada por Javieres Coma, Hijos de Urich o similares. Como perdices felices estamos de comprobar que las novedades foráneas se nos aparecen en los anaqueles al mes de su publicación original, de constatar que cada vez hay menos tesoros escondidos en el cofre de la historiografía comicográfica, de saludar iniciativas personales y grupales que antes parecían ideas lunáticas. Años de abundancia para el bolsillo pudiente (o ¡que vivan las bibliotecas públicas!) y el lector voraz.
Todo avanza, hasta las tendencias. Si en años anteriores (nos recordamos hablando de ello en algún número navideño del Culturas) observábamos desde el estupor alborozado el nacimiento de editoriales comiqueras, una tras otra, el hábito normalizado nos ha inmunizado ante sorpresas, aunque sigamos instalados en la alegría por el fenómeno natal. Siguen naciendo nuevas casas editoriales con fortuna e iniciativas ilusionantes: la lucha por el primer autor de Bizancio, la conquista de la Ámerica independiente de los chicos de Apa-Apa, el rescate de los niños del Elefante filial de Bang, la búsquedad aventurera desde el parto de Denbooks, el rechazo a las barreras genéricas de Nowevolution, el salto de la realidad virtual a la página impresa de Dreamers, etc. Unas que nacen, muchas que resisten y otras que mutan: sorprendió en su día la apuesta viñetera de Anagrama, pero resulta que en realidad sólo se estaba abriendo una puerta, por la que no deja de entrar gente: Espasa, Mondadori...
En uno de los eventos blogueros más imaginativos del año, ese cara a cara entre comiqueros que se han inventado los prolíficos chicos de Entrecómics, dos de las patas que sostienen la mesa bloguero-viñetera en español coincidían en su apreciaciones sobre la industria en nuestro país:
¿De verdad está tan mal la industria del cómic en España?
Pepo: La industria en España no estaba tan bien desde hace al menos veinte años. En determinados aspectos, está mejor que nunca...
Álvaro: Depende desde qué lado del mostrador se quiera ver. Desde luego, si sólo hacemos caso de los números que llegan desde los escasos estudios realizados, la cosa no parece ir mal. El número de novedades aumenta sin cesar, las ventas suben, el número de puntos de venta aumenta (aunque puede que existan variaciones a la baja en el año que viene, por primera vez en mucho tiempo), se ha abierto la distribución a cadenas generalistas… El panorama es ilusionante...
Dicho lo cual, al menda le surgen algunos interrogantes cuando echa la vista atrás hacia el 2008 y otea a continuación el 2009 al frente. La primera de todas ¿de verdad el mercado español da para tanto? ¿Podemos los lectores afines "sobrevivir" a la avalancha mensual de novedades? ¿Es honesto augurarle una vida eterna a las tirada de 500 ejemplares? Tenemos la sensación de que las editoriales lo están publicando absolutamente todo y eso incluye lo bueno y lo malo. También nos olemos que se está publicando para un lector adinerado, completista y amante de la edición lujosa, pero se está olvidando al lector adolescente, al que se recluye en el gueto superheroico y se le veta el acceso a una sacrosanta trinidad comiquera: los clásicos, los independientes y las "escuelas" nacionales. Pocas editoriales juegan en la liga del tebeo barato. Cada vez es menos fácil encontrar cómics (novedades) por debajo de los 20 euros; cada vez son más los tebeos que se parecen a una edición facsímil del Cantar de los Cantares (por decir algo). Cada vez somos menos capaces de estar al día o, siquiera, de poder seleccionar. Obviamente, esto pasa también con la música, la literatura, el cine, pero nos tememos que en todos esos casos el mercado está bastante más asentado que en el del cómic.
No nos malinterpreten, como decíamos antes, estamos encantados de tener que elegir, tan sólo nos planteamos una duda razonable con vistas a un 2009 que (Soria aparte) se presume catastrófico en términos macro-micro-bio económicos. ¿Seguirán todas las que están cuando hagamos nuestro repaso anual dentro de 364 días? Ojalá. El caso es que andamos con la mosca detrás de la oreja y como en el Tomate viñetero patrio no dejan de lanzar chismes acerca de tal y cual editorial al borde de la quiebra, pues como que uno se muestra especialmente susceptible ante la posibilidad de que se le cierre el grifo de los chorros de tinta, llevándose globos y onomatopeyas por delante.
Positivos, siempre positivos. Hay mucho margen para la mejora pero, en líneas generales, las cosas se han venido haciendo bien en los últimos años. Por tanto, confiemos en la sabiduría y, sobre todo, en la prudencia editorial y permitanme que, aquí y ahora, les agradezca publicamente a editores y mandamases valientes todos los buenos momentos que me han hecho pasar este año. Sinceramente, gracias.