martes, marzo 03, 2009

Flor Silvestre.

Plantada, mimada y germinada, nos dicen que esta semana florece esta mata silvestre que se prevé incontrolable y fecunda. Por de pronto, en los pétalos de la primera flor pre-primaverale se adivinan juegos de azares, existencias cruzadas, destinos trágicos y páginas llenas de color. Pinchen la imagen, huelan, esperen unos días y verán:

viernes, febrero 27, 2009

Ware y sus Acme, un camino.

Tenemos la sensación de que hay un grupo de lectores de cómics que esperan (esperamos) cada entrega de The Acme Novelty Library de Chris Ware con la misma expectación con la que los espectadores franceses de los 60 esperaban cada nueva película de Truffaut o Godard o con la que los fans de los Beatles y los Rolling aguardaban los hallazgos musicales de cada disco que editaban sus bandas favoritas a partir de 1965: con la expectación del que se cree testigo de un acontecimiento.
Así lo sentimos en el caso de este americano y su impresionante (quizá no en número) biblioteca de narrativa gráfica. Lo hemos mencionado antes, no fue una casualidad que comenzaramos nuestra andadura en este blog colgando la reseña que publicamos en el Culturas del Jimmy Corrigan, probablemente el cómic más influyente de los últimos tiempos. De ware nos fascinó entonces, y nos sigue asombrando, su capacidad para renovar el lenguaje comicográfico a partir de una inteligente reformulación de sus herramientas constituyentes: desde su uso de las didascalias como nexos sintácticos, hasta la organización de la página en microviñetas o en diagramas trasvasados desde la señalética, pasando por el empleo significativo de los recursos visuales (ornamentación, tipografías, recortables) de las publicaciones periódicas del S.XIX y los comienzos del XX (la propia concepción imprevisible, primorosa y cambiable de su The Acme Novelty Library responde a esa recuperación de modelos editoriales precedentes). Pero Ware es, al mismo tiempo que un experimentador de la técnica discursiva, un narrador experto; un autor capaz de captar los niveles más profundos del alma humana, con todas sus miserias, junto a esas pequeñas ilusiones cotidianas que funcionan como chispas de ignición de la existencia. Cada trabajo de Chris Ware, cuya publicación es cuidadosamente dosificada, resulta un prodigio de sensibilidad y todo un modelo técnico de organización discursiva, descubriendo caminos que parecían vedados al cómic.
Si ya la historia biográfica del número 18 de The Acme Novelty Library, sobre una chica inválida y desvalida en lucha constante con su inadaptación, alcanzaba una altura artística deslumbrante, la hazaña se repite en el volumen 19. En el, Ware recupera algunas de sus constantes, como los metarrelatos apoyados en flashbacks o ramificaciones diegéticas secundarias, el empleo de la pausa y de las transiciones momento a momento (sic. McCloud) como recurso temporal y de progresión dramática o el empleo constante de indicios y recurrencias, como factores de dosificación narrativa. Continúa el nuevo tomo de la biblioteca con las andanzas y desventuras de la familia Brown, hijo y padre, los nuevos protagonistas estrella de Ware, una vez clausurada la era Jimmy Corrigan. En este caso es el progenitor, W. K. Brown (el padre de Rusty), la guía y el punto de vista principal de una nueva serie de episodios biográficos que continúan la historia de los personajes interrumpida en el volumen 17, pero que permite una lectura autónoma. El volumen se divide en tres historias, dependientes en realidad del relato-marco principal (la vida del señor Brown): "The seeing Eye Dogs of Mars" (una apasionante historia de ciencia-ficción, obra del propio W. K. Brown, escritor-personaje), "Youth, and Middle Age" (episodio analéptico sobre los atormentados años de infancia y la tórrida y reprimida juventud del personaje principal) y "Syzygy" (un apéndice textual, una nueva historia escrita de ciencia-ficción de W. K. Brown).
Como en todos sus volúmenes, en este número 19 encontramos infinidad de detalles memorables y pequeños hallazgos visuales, como ese sumario de tres o cuatro páginas que nos pone en antecedentes de la misión espacial ficcional, o el de la visión subjetiva del personaje W. K. Brown después de que se le rompan los cristales de sus gafas, o los imborrables encuentros sexuales entre el propio Brown y su amante, una voluble y complicada joven, un hallazgo de personaje.
Cierto es que al lector poco familiarizado en Ware y sus mundos, un volumen del Acme, así de sopetón y sin margen de adaptación, puede resultarle cuanto menos fatigoso y más de uno pensará que algunos de los recursos, juegos y experimentos del americano son brindis narrativos al sol o frivolidades decadentistas. Nada más lejos de la realidad, casi nada en el universo Ware es gratuito y, una vez aceptadas y comprendidas sus reglas, todo parece encajar como un guante (o como una caja china dentro de otra). Tan bien como encaja cada nuevo volumen, más grande o más pequeño, más o menos lujoso, con mayor o menor número de páginas, dentro de la gran biblioteca que, paso a paso, Ware está construyendo con maestría para mayor gloria de la historia del cómic.
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(Actualización: 04 - febrero - 2009, 17:00)
A través de los comentarios nos enteramos de más detalles del volumen de Ware que verá una edición "española" gracias a Mondadori. Gracias a su vez a anotaciones.

martes, febrero 24, 2009

El deseo atrapado por la cola de Picasso.

En 1944, durante la ocupación alemana, un grupo de artistas e intelectuales se reunían clandestinamente en el apartamento de los Leiris para celebrar su libertad de pensamiento, un acto de transgresión gestual que los participantes bautizaron como fiestas. En ellas, opositores reconocidos al fascismo, como Camus, Sartre, Michaux, Cocteau, Braque, Queneau o Picasso llevaban a cabo "actos" de reivindicación artística, cuya naturaleza privada no esconde, analizados desde el presente, su calidad y valor simbólico. Más todavía si nos acercamos a ellos a la luz de la abundante documentación registrada en la época, que pervive aún.
En una de aquellas fiestas Picasso presentó su "Farsa teatral surrealista en seis actos": El deseo atrapado por la cola (Le désir attrapé par la queue). La obra, escrita por Picasso en 1941, se interpretó por vez primera un 19 de marzo de 1944 en casa de Michel Leiris. Éste seleccionó el plantel de intérpretes entre sus amigos, Albert Camus fue el director. Sobre la chimenea del apartamento presenció el acontecimiento un retrato de Max Jacob, amigo de Picasso recién fallecido en el campo de concentración de Drancy. Dos meses más tarde el fotógrafo Brassaï realizaría en el estudio de Picasso dos impresionantes "fotos de familia" de la mayoría de los asistentes a aquel acto de oposisión simbólica. En poco tiempo, la Ocupación llegaría a su fin con la derrota alemana. La Segunda Guerra Mundial concluyó y las multitudes ocuparon las calles parisinas y del resto de Europa. Otro fotógrafo mítico, Robert Doisnau captó las instantáneas de júbilo y los rostros alborozados de los aliviados y exultantes habitantes del viejo continente.


Estos y muchos otros documentos son los que conforman la exposición Picasso. El deseo atrapado por la cola, que se puede ver hasta el 17 de mayo de 2009 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es una buena ocasión para ponerles rostro fotográfico a muchos de los genios de la Vanguardia europea. O para recrearse en la contemplación de primeras ediciones de las obras de Camus, Sartre, Simone de Beauvoir o nuestro admirado Raymond Queneau. El mismo lingüista y escritor (miembro del grupo experimental OuLiPo) que entre obras tan memorables, absolutamente recomendables y olvidadas en nuestro país, como El diario íntimo de Sally Mara, Zazie en el metro o Flores azules, escribió en 1947 sus mucho más célebres y anecdóticos Ejercicios de estilo. Ya saben, las 99 variaciones de un mismo relato alterando matices y "accidentes" discursivos como el punto de vista, el género o la voz narrativa. La misma obra que recientemente recibió su correspondiente homenaje comicográfico por parte de Matt Madden en sus 99 ejercicios de estilo.
También indirectamente relacionadas con el cómic nos encontramos en la exposición con los dos conocidos aguafuertes (la tirada original se compuso de unas 800 copias, éstas dos pertenecen a aquella) que componen Sueño y mentira de Franco, en las que muchos han querido ver un acercamiento del genio malagueño al noble arte de la viñeta. En realidad, nos tememos, las intenciones del pintor tenían más que ver con la satira ilustrada (mediante viñetas, eso sí) y con su deseo de ridiculizar "el glorioso alzamiento nacional", que con la narración secuencial. Nada mejor que acercarse a la exposición para observar a unos centímetros las viñetas ridiculizantes (pre-Guernica) que Picasso le dedicó al dictador, convertido en fantoche de opereta y modelo del despropósito.
Para los que prefieran el paseo visual al físico, la página web del Círculo permite una visita virtual (les recomiendo que aprovechen la intención para degustar el inmenso arte de otro de los invitados al museo, el genial fotógrafo checo Josef Sudek).

miércoles, febrero 18, 2009

La laguna, de Lilli Carré. Más cuentos en las aguas oscuras.

Llevados por el buen sabor de boca que nos dejaron sus cuentos folclóricos sobre bosques, cazadores alienados y leñadores gigantes, nos hemos acercado a La laguna de Lilli Carré, en su edición inglesa (The Lagoon); la que publicó Fantagraphics el año pasado. Se trata de un ejercicio de impaciencia, claro, porque ya saben ustedes que sólo faltan unos días para que aparezca su versión española por gracia e imprenta de La Cúpula. La laguna mantiene algunas de las constantes de Tales of Woodsman Pete, como puedan ser cierto gusto por la fantasía mítica, un apego indisimulado por el folclore y sus matizaciones cuentísticas, y esa atmósfera oscura, que parece esconder secretos ancestrales camuflados detrás de un dibujo antiguo, matizado, como xilografiado en madera. Unos rasgos que desde ya podemos considerar marcas de estilo en una autora aún joven y prometedora.
Respecto a su trabajo precedente, La laguna aporta complejidad argumental y capacidad evocativa. Una niña crece y aprende de su abuelo esas historias eternas que le atan a uno a sus raíces, gracias al medio de comunicación más sugerente y efectivo entre una nieta y su abuelo: la narración oral. Así, entre cuentos e historias, los miembros de la familia protagonista viven los misterios cotidianos y asisten como testigos a esos fenómenos mágicos que alimentan las leyendas: como el de aquel animal mítico, mezcla de hombre, pez y anfibio, que algunas noches de verano emergía en su laguna para silbar melodías encantadas, reclamos y hechizos para los vecinos que pueblan los bosques, aldeas o casas de campo circundantes (como la de nuestros protagonistas). La belleza poética de lo narrado y la evocación sugerida por lo que se elide, convierten esta historia en un cuento moderno que, no obstante, suena como una cantinela centenaria, como aquellas viejas fábulas habitadas por seres mitológicos y construidas en bosques mágicos. Además, la narración se recrea en un gusto por el detalle simbólico que en algunos ejemplo roza la genialidad: como en el caso de ese monstruo que se esconde debajo de la cama para no asustar a los durmientes o el de la semejanza que se establece entre ese mismo monstruo y su silbido encantador con aquellas sirenas que encantaro a Ulises y sus argonautas.
Sucede que, en ocasiones, el recurso a la evocación como instrumento narrativo rector, llega a lastrar una historia o al menos su desarrollo completo, a causa de las ausencias narrativa que se intentan paliar con el mensaje sugerido. Sin llegar a esos extremos, en La laguna percibimos ciertas ausencias explicativas en algunas de las ramas del relato central (el rol real de los progenitores, la relación de los protagonistas con su entorno social, etc.). No se trata de grandes lagunas (teníamos que usar la palabra) si afrontamos la lectura desde el punto de vista de un hipotético lector-receptor de literatura oral transcrita o si, simplemente, pretendemos dejarnos llevar por el sugerente lirismo de lo narrado y el acabado preciosista e sus imágenes. Pero lo cierto es que, concluida nuestra lectura, nos la sensación de que el cuento es incompleto o, al menos, de que nos gustaría seguir "oyendo" más sucesos y eventos relativos a esta historia sobre la "criatura del lago".
En cierto sentido, lo que decimos suena más a halago que a crítica. Estamos convencidos de que a Lilli Carré le queda mucho recorrido dentro de su carrera comicográfica y lo estamos también de que su trabajo luciría aún más (y ya lo hace mucho) en una obra con mayor desarrollo narrativo, un cómic en el que todo su potencial y su personal vocabulario pueda expandirse de una forma compleja y detallada. Lean La laguna y nos cuentan.

jueves, febrero 12, 2009

Mazinger embarrado.

En el post de ahí abajo hablábamos de una exposición, ya claudicada, de artista joven fichada por galería hispana. Uno de los autores que más nos gustan dentro del catálogo de esa misma galería es Alfredo Omaña, quien además de un gran artista es un tipo fantástico.
Lleva años Omaña transitando entre un personal informalismo y los fundamentos matéricos del arte povera. Este artista multidisplinar ha agitado sus cinceles, azadas y negativos, entre camas de hierba, árboles alambrados, papeles de adobe cosidos de botones y sus cajas (escaparates en bruto para zapatos, flores de cristal roto o maniquíes de hilo que lucen como objetos ordinarios embellecidos por la idea). Hace diez años Eduardo Aguirre, con motivo de una exposición del artista, ya hablaba así de su obra:
Hay en él un expresionismo muy personal. Quienes visiten esta exposición podrán comprobar las dotes de mago que tiene para dotar de vida a los objetos. O mejor, para resucitarlos, pues lo que realmente hace es arrancarlos de la muerte, de su condición de cosas rotas o miserables. No se trata tanto de ironía surrealista o de una patada al concepto oficial de arte, como de una tracendentalización. Su visión de estos zapatos, botones o tapas de lata es casi franciscana. Hermano óxido, hermano adobe, hermana montaña. Un lirismo enmascarado bajo la rudeza expresionista, bajo la aparente tosquedad de la ausencia casi total de color.
Como decimos, hace mucho que fueron escritas estas palabras. La obra de Omaña ha crecido y también sus ámbitos creativos. En los úlltimos tiempos el artista castellano parece centrado en el soporte visual en dos dimensiones, en la utilización del papel fotográfico a modo de lienzo sobre el que seguir amplificando la significación de los objeto cotidianos y los materiales humildes. Pero ni Omaña es un fotógrafo propiamente dicho, ni las fotografías del artista funcionan como tales: no recogen un resultado final, sino un proceso constructivo. La foto es lo de menos, es mero soporte, un espacio momentáneamente ocupado por la obra, un papel emulsionado poblado por gigantes de hilo, momias con nariz de payaso y robots de barro, hijos todos del arte "franciscano" de Omaña.
De hecho, si traemos a este autor a colación es por una de esas fotografías, una que nos encanta, porque emparenta conceptos y sonidos que retumban con frecuencia en este blog: arte, infancia e icono. Y quién piense que Mazinger Z (tanto el de Go Nagai como la versión castiza de José Sanchís) no es esto último, un icono, una de dos, o no tiene corazón o tiene menos de 33 años.
Esto es un Mazinger con pies de barro...

lunes, febrero 09, 2009

Breves y urgentes.

Dos anuncios de corto recorrido:

Ya hemos hablado por aquí de la joven Aleksandra Kopff anteriormente, con motivo de su participación en una exposición colectiva en la salmantina sala de Benito Esteban. Ahora repite la ilustradora en el mismo lugar, pero lo hace con una exposición individual que se halla en su sprint final (termina el día 11). Apúrense si quieren echarle un vistazo o hacerse con alguno de esos inquietantes dibujos suyos, a medio camino entre el extrañamiento de Clowes y la atracción enfermiza hacia el lado oscuro de Shintaro Kago. Lo dicho, una aventura que no deberíamos perdernos si somos fieles de Paco Alcázar, Miguel Brieva, Dave Cooper y demás hijos de las mutaciones psicopáticas:

Hoy, cambiando de tercio, nos llega información acerca de otra cita, con base comiquero-mercantil, la mar de curiosa. La Academia C10, de Carlos Díez, nos informa que el viernes 13 (lagarto, lagarto) de Febrero, Eduardo Alpuente visitará su escuela para contar los entresijos de su trabajo a todo el que quiera escucharle. Considerando que el invitado es nada menos que representante internacional de dibujantes de cómic e ilustradores, la cosa adquiere visos interesantes para todos aquellos aficionados que tengan un portfolio a mano y sueños de conquista superheroica transatlántica. Eduardo Alpuente es representante de dibujantes españoles en editoriales como Marvel, DC, Humanoides o Clair de Lune, así que se le supone un discurso interesante y un buen paquete de consejos (y "tasaciones"), para todos aquellos que se personen en la charla, con o sin carpeta. Entrada libre con número limitado de plazas. Más información en la página de la academia.

miércoles, febrero 04, 2009

Clasicoficando vínculos: acontecimientos.

Llevamos unos días dándole vueltas a nuestra barra lateral, aunque sin llegar a tocarle un vínculo, todo sea dicho. Sucede que, junto a las secciones "consolidadas" ("Blogs de autor" y "Blogs by the author") cada vez son más los links referidos a archivos y obras clásicas que aparecen en ella, mezclados sin orden ni concierto con bitácoras amigas y algunas direcciones variopintas. Por eso, hemos decidido abrir una nueva sección: "Clasicoficados" (disculpen la acronimia jocosa).
Nos hemos decidido después de observar como en las últimas semanas no dejábamos de descubrir cuevas del tesoro en diferentes webs señeras. Cómo no mencionar esos dos proyectos sobre tebeos a los que, entre otras cosas, les debemos hasta el nombre por el que nos llaman.
Hablamos, claro, de la excelente página dedicada a "George Herriman, creator of Krazy Kat", puesta en marcha por Craig Yoe; a la que llegamos gracias a los hiperactivos chicos de Entrecomics. Una verdadera delicatessen en la que, amén de noticias dedicadas al insigne gato y sus colegas animales, podemos leer tiras clásicas de la serie, ver dibujos animados protagonizados por este gato lunático y descubrir escritos, rarezas y originales dedicados o no.
En nuestros vínculos pueden encontrar el enlace a otra dirección inevitable, ya comentada en ocasiones precedentes: The Comic Strip Library, donde encontrarán originales del señor Mc Cay, tanto de su serie estrella Little Nemo in Slumberland (serie completa), como de ese otro tesoro escondido que es Dream of the Rarebit Fiend.

La otra joya de la familia es la web Topfferiana, que de un tiro homenajea a dos clásicos fundadores y nos regala y descubre las increíbles planchas de Le Petit Lucien, el antecedente directo (casi anónimo) de Little Nemo in Slumberland (que, por otro lado, también fue obra casi olvidada durante mucho, mucho tiempo). Descubrimos Topfferiana gracias al Cárcelero y sus siempre bienvenidos hallazgos.
Terminamos con una web que adoramos desde hace años y que merece ser mucho más conocida en esta tierra nuestra: hablamos de Konkykru, la enorme página del artista Andy Bleck, a la que debemos entre otros favores el habernos descubierto hace muuucho tiempo (cuando la búsqueda de los precedentes comiqueros era más complicada) ilustraciones y páginas absolutamente reveladoras. Hace unos días, nos acordábamos del bueno de Andy con motivo de un post aparecido en La Cárcel..., en el que se hablaba de los primeros bocadillos comiqueros y de como la "teoría Yellow Kid" parecía totalmente refutada.
En nuestra vieja tesis -de la que les volveremos a hablar dentro de poco- hablábamos precisamente de ese tema y aportábamos una imagen encontrada en la primera época de Konkykru. Se trata quizás del documento más concluyente, irónico y acertado a la hora de demostrar que hubo loros parlanchines y globos cantores antes de Outcault (sin gramófono mediante). La página es de 1891 (ya ven cinco años antes del "The Yellow Kid and His New Phonograph"), apareció en la publicación Boy's Own Paper. El hallazgo, como nos comunicó el propio Andy en su día, pertenece a otro estudioso de postín, Doug Wheeler, quien amablemente nos envió un escaneo en mejor resolución del loro de James A. Shepherd. El propio Wheeler es uno de los primeros estudiosos estadounidenses que criticó con dureza (Comic Art #3, Summer 2003) a aquellos que aún insistían en la paternidad norteamericana del cómic, ninguneando con ello a gente como Töpffer, Caran D'Ache, Busch, etc.
No pierdan ojo, porque esta imagen es un acontecimiento (nos tememos, inédito por estos lares):
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Por cierto, una vez metidos en estas cosas del andamiaje y la reconstrucción de vínculos, ¿sabe alguien si en la vieja versión de blogger se pueden vincular en la barra lateral etiquetas de forma selectiva (que sólo aparezcan algunos tags elegidos, nos referimos).

miércoles, enero 28, 2009

Fueye, de Jorge González. Tangos en la niebla.

Leemos de noche mejor. Acabada la lectura -postergada más de la cuenta- de Fueye, de Jorge González, se nos vienen varias ideas un tanto deslavazadas a la cabeza. No nos apetece mucho entrar ahora en sesudas reflexiones de orden académico, avisamos.
Ganadora de un premio “novel", el de la Fnac y Sins Entido, Fueye concluyó el curso 2008 convertida en acontecimiento comiquero patrio, en tebeo reseñado, alabado y señalado en unas y otras listas compiladoras. Nos parece, además, que con justicia recibirá nuevas loas y galardones en este recién comenzado 2009. Básicamente, porque la obra de Jorge González rezuma vitalidad y modela la complexión nerviosa, imbricada y ramificada de las creaciones polisémicas. Como nos decía un antiguo profesor que ahora ocupa sillones elevados: la calidad de una obra depende de la riqueza latente en su red de asociaciones internas, la labor del lector es desenredar esa madeja. Fueye está lleno de nudos y de cabos enlazados: los de las historias que narra (la de tres generaciones emigradas y renacidas en Buenos Aires y la de un dibujante de cómics en busca de la inspiración detrás de su historia), los de la creación de la historia y los del recuerdo preñado de biografías (propias y ajenas).
Lo más curioso es que este tebeo que nace en una imprenta fecundada por un premio local, haya parido una obra tan ajena a lo hispano. No se trata tan sólo de la banda sonora que recorta viñetas al ritmo del bandoneón o de la (aún más) obvia deslocalización geográfica de lo narrado (paisanaje, acentos, paisajes urbanos), sino de algo más profundo: la naturaleza de Fueye es tan trasatlántica y arrabalera como el espíritu de su población (los gordos Vicentes, los Luises transexuados, la Nélida madre escondida o ese niño Horacio, niño-viejo sin sueños, desestructurado en su propio conformismo).
Fueye no pretende ser una obra perfecta, ni redonda, ni su orgullo reside en una “belleza ordenada” que no posee. El trabajo que nos ocupa presume, precisamente, de su imperfección, de sus vericuetos y pasajes abiertos (insinuados). No es una historia de emigrantes (solamente) y de fracasos existenciales (capítulo 1), sino (también) la historia autorreferencial de su creación (capítulo 2), plasmada en la descripción autobiográfica de los procesos artísticos e intelectuales que engendran una narración. Debido a esta dualidad, el conjunto se descoyunta en ese paisaje abierto que acabamos de mencionar, surcado de vías, calles y cables que se entrecruzan para crear una red de relaciones (la madeja, de nuevo). Argentinismo, elucubración bonaerense, mancha porteña desde el exilio: “Fuera de tu casa podés convertirte en quien quieras” o “Parte de mí, cuando viaja a Argentina, está “obligada” a matar recuerdos. Me defiendo”, dice su autor-personaje.
Tampoco nos pertenece el expresionismo de sus imágenes. Dejó de hacerlo el día que desterramos a Ricard Castells a vivir, con Aguirre, en su Dorado, hace ya muchos años. Estamos tajantes. Tampoco es para tanto, quizás, hasta la historia del cómic español sigue, en buena forma. Pero lo cierto es que González y sus formas esbozadas, bocetos que dibujan “la sombra en el viento, el olor a humedad, a adoquín y a cemento”, parece más cercanas al ideario estético de, por ejemplo, nuestros hermanos italianos (quién sabe si parientes de los mismos que empiezan esta aventura en un puerto de Génova el 19 de octubre de 1916): los Toppi, Mattotti, Bataglia, Gipi, Igort…o de autores hispanoamericanos como Breccia o Nine. En España, quizás debido a “la paciencia y rabia contenida mientras [vemos] en silencio [nuestros] armarios llenos de cadáveres, sepultados, generación tras generación”, no hemos estado en las últimas décadas para demasiados expresionismos. Hasta las reconstrucciones artísticas suelen ser ortodoxas, pulcras y asépticas; a no ser que quieran quedar expuestas al riesgo del insulto y el recalcitrante ninguneo revisionista (pobre Movida, pobres de sus miembros).
Fueye respira de la heterodoxia del otro lado: “Acá todo está por construir, y mucho más a pulmón. Los emprendimientos colectivos y respuestas creativas a los problemas a las crisis…”, le comenta uno de los personajes al Jorge González-personaje en el tramo final de la obra. Quizás por eso, sea tan disfrutable y haya sido elogiada en nuestro país: porque desde su espíritu complejo y contradictorio, un argentino que lleva quince años viviendo entre nosotros, ha sido capaz de desnudarnos su naturaleza de emigrante y, de paso, la nuestra propia, la de los gallegos que fuimos y somos.

miércoles, enero 21, 2009

Giuseppe Veneziano y los Superpop-men.

Hace tiempo que no hablamos de pintores y artistas del lienzo por aquí. Como ha sucedido en otras ocasiones, recuperamos el asunto gracias a Andrexmas y sus siempre interesantes hallazgos dentro del arte más contemporáneo, más pop y posmoderno.
En esta ocasión le toca el turno a Giuseppe Veneziano, un pintor italiano que, con ese nombre, no podía ser otra cosa más que artista. Veneziano cuenta con una larga trayectoria pictórica y numerosas exposiciones a sus espaldas. Su trabajo se caracteriza por un indisimulado afán provocador, que encuentra su inspiración en la relidad inmediata, en la noticia de actualidad y en la reformulación irónica (hasta la comedia, en ocasiones) del icono artístico.
De hecho, la obra de este artista juega con la recreación del elemento icónico (a veces tomado directamente de la tradición pictórica, pero también de la realidad político-social) y su posterior amplificación gracias a asociaciones imposibles, que confluyen en una nueva realidad artística de naturaleza pop. De este modo, el Papa Benedicto, Osama Bin Laden, La Venus del espejo o Lenin son susceptibles de reaparecer en los cuadros de Veneziano transformados en estrellas de rock, del cómic o de la televisión. La descontextualización del objeto artístico protagonista y la recurrencia a personajes y objetos colaterales marcadamente frívolos, nos acercan a una visión de la "irrealidad contemporánea" que, no obstante, resulta perfectamente verosímil en un tiempo en el que son las audiencias televisivas y la insistencia del papel couché quienes realmente marcan la relevancia del acontecimiento y la popularidad de los personajes, más allá de su relevancia real o aptitudes personales. Así, el Che o Mao saltan por encima del juicio de la historia y se convierten directamente en personajes, héroes de tebeo momentáneamente fuera de sus viñetas (la historia).
El estilo del italiano, con unos acrílicos muy esquemáticos y un predominio de colores planos muy vivos, encuentra semejanzas (no podía ser de otro modo) con el trabajo de artistas pop contemporáneos como Alex Katz, aunque en bastantes casos Veneziano parece recurrir a personajes de la ficción audiovisual (comicográfica, sobre todo) como elemento catalizador de su ruptura con la realidad.
De hecho, la principal razón por la que hemos invitado a don Giuseppe a esta casa tiene que ver con su serie "Declino del supereroe"; una colección de obras que, sin matizaciones ulteriores, nos recuerda también a esa otra descacharrante colección de personajes de otro italiano, Donald Soffritti; protagonista de uno de nuestros posts más antiguos y uno de los primeros links en los "Blogs by the author". El trabajo de Veneziano, frente a aquel, no juega en el campo de la pantomima humorística, sino en el del icono irónico, la parodia y la provocación, como ya hemos señalado.


En un cuadro (The Secret Love) Spiderman besa a una monja sobre un preciosista e irreal fondo malva; en el siguiente (Spiderman Supersex), el mismo personaje aparece en el lecho con la inefable Cicciolina en posición nada pudorosa; en otro lienzo (The Black Widow) el arácnido superheroico yace moribundo en los brazos de una Viuda Negra convertida en Madonna suplicante que alza sus ojos a un cielo azul inmaculado en busca de respuestas... Y así hasta completar una serie donde no faltan polémicas referencias desmitificadoras a los 4 Fantásticos, Batman, Wonder Woman o Daredevil. Desde luego, como poco hay que reconocer que la serie marca un itinerario diferente (y novedoso) a la hora de sacarles la vena humana a estos tipos con mallas, a veces, hay que reconocerlo, francamente antipáticos en su invulnerabilidad y perfección superheroica.

miércoles, enero 14, 2009

Lilli Carré. Bosques xilografiados y folclore leñador.

En los pasados Premios Harvey, entre los nominados a Autor Revelación, se encontraba una muy joven autora estadounidense (angelina, para más señas) llamada Lilli Carré. Finalmente, el premio se lo llevó Brian Fies, con la mentada Mom's Cancer, pero daba la impresión de que ésta no iba a ser la última aparición de Carré en alguna lista de nominaciones a éstos u otros premios.
De hecho, poco después, Lilli obtuvo el galardón a la mejor historia, por The Thing About Madeleine, en los también muy prestigiosos Premios Ignatz. Recordamos que en los comentarios de un blog amigo mencionábamos al respecto las escasas referencias que teníamos de la autora: en concreto, habíamos leído una historia corta suya en The Best American Comics 2006, la recopilación editada por Harvey Pekar y Anne Elizabeth Moore. Allí, encontramos la peculiar Adventures of Paul Bunyan & His Ox, Babe, una imaginativa reformulación comicográfica del gigantesco leñador creado por James MacGillivray y convertido a lo largo del S.XX en personaje mítico de la América rural. Resulta que esa misma historia, junto a algunas otras del mismo personaje y otras tantas del cazador Woodsman Pete forman parte de Tales of Woodsman Pete, la obra por la que Lilli Carré fue nominada los Harvey.
Este librito de 74 páginas fue publicado por Top Shelf en 2006, en una de esas preciosas y cuidadas mini-ediciones que caracterizan a la editorial norteamericana. Lilli Carré recorre los frondosos caminos de la floresta mitológica norteamericana de la mano de los dos personajes mencionados: el bondadoso, heroico e inseguro Paul Bunyan (un hombre capaz de talar bosques enteros a puntapies y formar lagos con sus lágrimas, pero incapaz de encontrar el amor) junto a su amigo Babe, el buey azul gigante, y Woodsman Pete, el cínico y ególatra cazador, que convierte cada uno de sus gestos en un símbolo de soledad antiheroica.
La figura caricaturesca y patética de Woodsman Pete refleja de forma clara el espíritu contradictorio de su naturaleza cazadora-depredadora y su empatía necesaria con en el entorno natural que habita (una nueva aportación quizás a la moderna polémica sobre la caza y su justificación ética). En uno de los episodios, Pete observa embelesado la armonía que preside los parajes que rodean su cabaña, disfruta de la inigualable belleza de un día soleado mientras "charla" amigablemente con su inseparable compañero Philippe (la piel de un oso muerto); en ese momento, el bueno de Pete se da cuenta de que no aguanta el trino de los pájaros, de que en realidad lo único que le hace feliz del entorno es su propia presencia dentro el mismo.

Los episodios de Paul Bunyan nos sitúan en una relación con la naturaleza totalmente diferente. La insatisfacción del personaje deviene de su diferencia, de su incapacidad para la interrelación con sus semejantes. Bunyan sufre su soledad al mismo tiempo que se reconoce parte del paisaje que le rodea, en una relación armónica inherente a su propia naturaleza: es un leñador antiguo, uno de esos hombres rudos y rocosos que formaban parte de los bosques antiguos; un habitante de la arboleda sencillo, honesto y solitario.
Lilli Carré recurre al absurdo y a la ironía en las aventuras de Woodsman Pete y a la reflexión nostálgica en el caso de su leñador mitológico, para crear un conjunto no carente de humor y fantasía. En el fondo se trata, como decíamos anteriormente, de reformular el folclorismo estadounidense desde una narrativa basada en la normalización del hecho extraodinario (¿realismo mágico norteamericano?), en el extrañamiento contextualizado. ¡Cuánto le debe la narración contemporánea a figuras como David Lynch o Daniel Clowes y Charles Burns (por centrarnos en el caso concreto del cómic)!. El dibujo de Lilli Carré remite, precisamente, al trazo oscuro e inquietante del autor de Agujero negro, filtrado por la sencillez conceptual de un David B, por ejemplo; pero, sobre todo, el trazo de esta autora transpira clasicismo, sus personajes, sus paisajes, sus escenas, nos recuerdan a los antiguos grabados xilografiados en madera. No podemos dejar de ver en sus dibujos las mismas vetas leñosas que conforman los árboles de los bosques que habitan Woodsman Pete y Paul Bunyan. Una opción estética la mar de apropiada, no cabe duda. Una autora prometedora, esta Lilli Carré, que habrá que seguir de cerca.