jueves, abril 02, 2009

Los carruajes de Bradherley. Los límites de la provocación.

Hace unos años, en un episodio de noctambulismo estival, tomamos una de esas resoluciones irreflexivas que sólo tienen sentido a partir de la media noche: encender la televisión y convertirse en estoico espectador de "lo que nos echen". Con la buena fortuna de que lo emitido resultó ser un film de ese polémico autor austriaco, un tal Haneke, por aquel entonces no demasiado conocido (no había, creemos, ni siquiera estrenado La pianista). La película era Funny Games, popular ahora por su innecesario (como casi siempre) remake americano, calcado por el mismo Haneke.
Recordamos que cuando terminó la película nos sentimos cabreados, repugnados y fascinados a partes iguales. En el análisis de sobremesa (sobresofá) achacamos el cabreo a la habilidad (casi perfidia) del director para jugar con las emociones del espectador, utilizándole como muñeco de pimpampúm sacudido por los trucos de guión en un cruel tiroteo catártico: imposible no odiar las cínicas interpelaciones de los personajes mirando a cámara o no empatizar hasta el dolor con los torturados habitantes del chalet.
La repugnancia, obviamente, tenía que ver con la gratuidad de la violencia psicológica (que no física) que la película descarga sobre el espectador, al mismo tiempo que sobre esa misma familia burguesa que se convierte en conejillo de indias de sus asaltantes; una violencia transformada en desafío ético a las expectativas preconcebidas de cualquier espectador cinematográfico, a priori seguro en su butaca o sofá de que lo que va a observar se mantendrá dentro de ciertos límites (no escritos) de control ético. Dicho lo cual, y aquí se vuelve a demostrar la genialidad de un director tan impredecible como Haneke, una vez acabado el film el aficionado debe asumir resignado el veredicto de culpabilidad que recae sobre él en ese mismo juicio moral al acaba de asistir: ¿aparte de quien ejerce el delito no es también culpable el que se deleita en su contemplación, aunque sólo sea por el placer morboso que produce el distanciamiento aliviador? ¿No es a ese espectador a quien se dirigen una y otra vez los personajes torturadores de la película, buscando su complicidad, al mismo tiempo que su implicación directa en el desmán? En Funny Games Haneke demuestra que es un gran narrador y un rupturista del relato tradicional, un malabarista de los entresijos de la historia. Por eso, no podemos sino mostrarle admiración, al margen de cómo sus películas afecten a nuestro aparato digestivo.
Viene todo esto a cuento de algunas sensaciones encontradas que nos han sobrevenido con la lectura de una obra de Hiroaki Samura (ya muy comentada y reseñada) que se editó en Espana el curso pasado: Los carruajes de Bradherley. La obra entró en nuestro mercado precedida por una merecida fama de cómic truculento y espinoso. Su lectura y sus intenciones guardan relación con las de Haneke en el filme que acabamos de comentar, aunque el dibujante japonés no llega a lograr la maestría del austriaco en la plasmación artística de dichos presupuestos temáticos, ni sus juegos narrativos alcanzan el refinamiento de los de éste.
Por supuesto, por respeto a sus posibles futuros lectores, no vamos a destripar el secreto que esconde el argumento de Los carruajes... y que funciona como catalizador de todos sus capítulos, pero es necesario comentar al menos el arranque de la historia; nos limitaremos a la nota de contraportada:
Convertirse en hija adoptiva de la familia Bradherley era el sueño de todas las niñas del orfanato. El deseo de triunfar en la Compañía de la Ópera Bradherley, era la esperanza que tenían las niñas, pero el destino que alcanzaron era una especie de fosa oscura sin fondo. Es el comienzo de una pesadilla de terror y de crueldad.
Hasta aquí podemos leer, que decían en el Un, dos, tres. Efectivamente, Sakamura plantea su historia como un descenso a los infiernos. Una mirada de soslayo a las cloacas del alma humana, a esas fosas sépticas que rezuman una mierda moral que, preferiríamos pensar, está más allá de la razón. Pero a las cuales no podemos evitar mirar de soslayo, aunque sólo sea para limpiar nuestra conciencia y ganar en salud con la observación impermeabilizada de las atrocidades ajenas (¿les suena?).
Surgen varias dudas razonables después de una lectura como Los carruajes de Bradherley. ¿Hasta dónde puede/debe llegar el arte en su indagación de las miserias humanas? O dicho de otro modo, ¿desde un punto de vista ético, existen barreras no traspasables dentro de los afanes de provocación de una obra de arte? ¿Debe el autor hacer un ejercicio de autocensura a la hora de abarcar ciertos temas sensibles o la reformulación artística de cualquier tema es ya en sí un elemento de control inherente a la naturaleza ficcional de narraciones como Los carruajes de Bradherley? No se trata de crear polémicas, el tema está ahí mismito; además, quien siga este blog sabe lo poco dados que somos a castraciones intelectuales o creativas.
Por lo demás, superado el impacto inicial con que Samura sacude al lector en el primer capítulo, Los carruajes... no deja de ser un cómic manga al uso, muy en la línea de ese nuevo género a medio camino entre el thriller y el terror-psicológico que desde hace unos años nos llega vía Sol Naciente y que tan bien han desarrollado en viñetas autores como Junji Ito o Naoki Urasawa (sobre todo en Monster); en este caso, con ambientación de época (finales del S.XIX, principios del S.XX), eso sí. Hiroki Samura recurre también a otro recurso muy habitual en los modos de narración del manga: la explotación a lo largo de varios capítulos de ese feliz "hallazgo" argumental que fundamenta el relato, mediante recursos narrativos como el constante cambio del punto de vista, el uso de flashbacks narrativos a partir un final anunciado (ya saben, crónicas de una muerte...), la revelación de pequeños detalles, si no trascendentes sí efectivos a la hora de avivar el guión, etc. Recursos de autor que demuestran un conocimiento de los mecanismos de la intriga y el suspense narrativo y que, al mismo tiempo, permiten estirar un relato alimentado por aquella chispa de ingenio argumental que mencionábamos.



Por supuesto, el dibujo de Samura trabaja en la misma dirección, evitando las formas redondeadas y las líneas moduladas del manga tradicional y apuntando más bien a un estilo que encuentra parentescos lejanos en los rayados sobreabundantes de Eddie Campbell en el From Hell y mucho más cercanos en el ya mencionado Urosawa; un dibujo que en algunos momentos puede parecer un grabado de hace cien años, a la japonesa.
Por cierto, suponemos que debe formar parte de la idiosincrasia nipona y de su reconocido gusto por la paradoja y la broma macabra, pero, una vez más, nos hemos quedado con cara de tontos cuando, después de asistir al festival de mezquindades desatadas y angustia contenida de Los carruajes Bradherley, el bueno de Hiroaki se nos descuelga en el epílogo con un: "Hace unos tres años me enganché a la serie de libros de Ana de las Tejas Verdes y le anuncié a mi jefe editorial: 'quiero hacer una historia del estilo de Ana de las Tejas Verdes' y así fue como empecé este manga". Leer para creer. Todo nuestro discurso pulverizado de un plumazo surrealista.
Quien no resista su inquietud morbosa y no pueda esperar un minuto más sin conocer el oscuro secreto de la famila Bradherley, puede echar un vistazo aquí... pero sólo por curiosidad, ¿eh?

sábado, marzo 28, 2009

Más grafitis: pasmados ante el muro blu

Lo mejor de este invento es, repetimos, la interacción. Que no acabábamos de colgar nuestro post-manifiesto con sus grafitis granadinos estampando muros y se nos dirige amablemente en los comments el amigo haddock para informarnos de otro grafitero la mar de resultón y "granaíno" también, para más señas: el niño de las pinturas.

Merece la pena pas(e)arse por su página y pinchar en los cajones de madera de esa estantería hasta llegar a sus obras en muros, escaleras, miradores y edificios de Granada y otras latitudes. Todo un catálogo de arte urbano regido por algunos de esos factores que insinuábamos el otro día; léanse inteligencia, talento, actitud y estudio del medio.Pero es que, sólo un poco después, nos escribe por una vía menos pública nuestro buen amigo Gaspar para ponernos en conocimiento de otro grafitero, foráneo éste: don (no merece otro tratamiento, como verán en breve ustedes) BLU. Una celebridad, a tenor del ingente número de entradas, posts y halagos que se le dedican en la red y aledaños, pero un artista desconocido para nosotros. Un Banksy italiano universal, que dirían, y nosotros como un gato de yeso que observa el circo desde fuera, ciegos e ignorantes.

Entramos en su brillante página web y notamos que se nos empiezan a dislocar las meninges, o así lo sentimos, si tal cosa no fuera posible. Apabulla el BLU con su exaltación del art brut, la experimentación mimetizadora sobre el medio y una técnica artística que ya la quisieran para sí algunos de los inquilinos de los museos cuyas paredes ilustra. En su colección de "muros" encontramos juegos sarcásticos tridimensionales, crítica social referencial, interactuación con el "lienzo" por medio de recursos prestados y retóricos frisos descomunales en su mensaje y concepción. No hay página, fotografía o collage pictórico que deje indiferente; no observamos en los trabajos de BLU una sola esquina, cúpula con membranas ilustradas, estructura urbana, entrada a propiedades privadas o estancia en edificios públicos que no renazca transformada en obra de arte estimable o superlativa. Ya lo insinuábamos en el título mismo del post, anonadados estamos. Más cuando descubrimos varios de sus trabajos en nuestros muros hispánicos, en ciudades que nos gusta visitar y a cuyos muros nos apena no haber prestado mayor atención. En su sketchbook seguimos descubriendo más arte gráfico (sobre papel, en este caso) apoyado en el mensaje y el diseño elaborado, con un gusto definitivo por el desguace anatómico, que ya veíamos en sus grafitis, y un mucho de humor sarcástico forense (en la línea de las últimas ilustraciones de ese otro fenómeno que responde al nombre de Shintaro Kago, y que empieza a rozar la genialidad en su peculiar concepción del humor sádico). También nos recuerda, por supuesto, a esos autores del colectivo Fort Thunder de los que tanto hemos hablado en estas páginas. La misma (similar) organicidad en sus monstruos-persona-personaje, el mismo interés por la mutación polimórfica, por los laberintos interiores y exteriores o por la simetría multiplicadora. Viejos conocidos en una nueva y motivante versión.Miren que llevamos hablado, pues bueno, después de tanta loa y alabanza, aún no hemos mentado la obra que más nos ha llegado a impresionar del impresionante BLU. Y no vamos a hacerlo, véanlo ustedes por sí mismos. Incluimos por vez primera un vídeo en esta bitacorita, creemos que la ocasión lo merece. Siéntense, relájense y saquen tiempo de donde no lo tengan, pero no se pierdan lo que sigue: MUTO.

lunes, marzo 23, 2009

Hablando de grafitis hablados

Parece haber un debate eterno en torno a los grafitis. ¿Cuándo debemos hablar de grafitis y cuándo estamos simplemente ante egos vandálicos con efectos secundarios en paredes ajenas? Una pregunta con tantas respuestas, seguramente, como "opinadores". Entre ellos nos encontramos.
Ya saben ustedes del origen italiano del término, así como de su referencia plural. Por eso, cuando buscamos su acepción equivalente española en el DRAE, nos topamos con la siguiente referencia:
grafiti.
1. m. grafito (‖ letrero o dibujo).
Nos vamos a la segunda acepción de "grafito" y encontramos lo que sigue:
grafito 2.
(Del
it. graffito).
1. m. Escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos.
2. m. Letrero o dibujo circunstanciales, generalmente agresivos y de protesta, trazados sobre una pared u otra superficie resistente.
Así, desde la denotación pura, casi todo es grafiti, casi todo lo que se pinte o dibuje sobre un muro. Cuánto más si el mensaje denota rabia, agresividad o protesta. Sucede que, como tantas otras veces, los diccionarios de las academias viajan a rebufo del contexto social que intentan enmarcar con sus definiciones. Porque, ¿puede concebirse hoy en día una definición de "grafiti" que escamotee alguna referencia a su condición de vehículo artístico popular, vanguardista en muchos casos y plenamente contemporáneo en prácticamente todos? Obviamente, cuando nos aventuramos a reivindicar la valía cultural del grafitero, lo hacemos con algunas matizaciones en mente. Manifiesto personal.
1) Rechazamos el grafiti puramente nominativo, la cutre-firma sin contenido malpintada a la carrera, la rúbrica de la nada, el nombre ostentado que parece esconder incapacidades, complejos o eyaculaciones de ego adolescente. Eso no es grafiti, más allá de la simple definición. Vandalismo firmado que, en ocasiones, desnuda doblemente su cutrerío al suplantar e invadir incluso verdaderas obras de arte murales.
2) Rechazamos los grafitis que equivocan su habitat-superficie-espacio, sin que éste tenga necesariamente que ver con conceptos tan herméticos como los de público-privado, individual-colectivo... El grafitero que cuida de su talento sabe que hay lugares que no funcionan como lienzo: no lo hacen, por ejemplo, los muros de una catedral o un palacio barroco (por encima de fes o confesiones) o las paredes de edificios históricos o los escaparates de un comercio, que harán del grafiti un pasaje gráfico mucho más efímero de lo que su propia condición urbana determina... Curiosamente, cada vez que encontramos pintadas en tales espacios, suelen estas limitarse, de nuevo, al antes mentado ejercicio autógrafo-pajillero. Hasta el más airado de los vindicadores es consciente de que un lema iracundo soltado en el lugar equivocado juega en contra de lo reivindicado.
3) Creemos en el grafiti como técnica de intervención urbana, como manifestación lúdica que promueve la interacción social e invita a la reflexión. Creemos en el grafiti que protesta, motiva, empuja, subraya, matiza, desafía o critica desde la inteligencia, no desde el escupitajo visual primitivo. Una sola frase ingeniosa llena un muro.
4) Creemos en el grafiti como vehículo artístico estéticamente valioso, generoso en su falta de pretensiones autoriales, pero devoto en la manifestación de su técnica; incluido ese grafiti que, nacido en la calle, juega con la iconografía y crea su propia caligrafía retorcida, "dibujando" nombres propios, apodos, palabras o figuras a mayor gloria de su clandestinidad artística.
Nos encantan grafitis como esos tan sugerentes y espectaculares que descubrimos en Granada hace bien poco y que varios colegas (alguno de ellos grafitero himself) nos empujaron a retratar en previsión de este post que ahora finalizamos. Arte del bueno y una certeza interdiscursiva: en Granada las paredes hablan con bocadillos. Gracias, artistas.

martes, marzo 17, 2009

Alan Moore, un gótico en la corte de las viñetas

Pues no, no vamos a hablar de Watchmen (al menos únicamente). Confesamos que la películanos ha gustado bastante: por adulta en sus planteamientos y soluciones, porque Snyder aborda en serio y con respeto el cómic de Alan Moore, porque evita caer en los cliches de género (superheroico) que se han instalado en las adaptaciones cinematográficas de cómics y porque la película mantiene el más esencial de los rasgos constituyentes de la obra que adapta: su espíritu posmoderno y rupturista (en un momento, éste, en el que la posmodernidad empieza a parecer una virtud pretérita, todo sea dicho). Pero no, no vamos a hablar de Watchmen, la película, porque una vez más (y van..) Jordi Costa dijo de ella casi todo lo que había que decir hace dos semanas en su brillante reseña para El País, "El abismo bajo la máscara".
Pensarán, quizás con razón, que hecho el renuncio, este post suena a acercamiento aprovechado. Se lo explicamos. Sacudidos por la omnipresencia de la obra de Moore en pantallas, radios y monitores, nos hemos acordado de un (ya muy) viejo artículo que escribimos acerca del guionista inglés para el suplemento cultural Tribuna de Salamanca con motivo de otra adaptación, igualmente no querida por su padre putativo, la de V de Vendetta; película que también nos gustó, pero menos. Publicamos la reseña antes de ver la película porque, como ahora, la semblanza del escritor y su obra nos parecía más interesante que las polémicas adaptativas generadas a partir de ella. Avanza el post con cierto aire anecdótico, como observan. Va la reseña.
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Hace algo menos de un año nos dedicábamos en estas páginas a sobrevolar por encima de la obra de Frank Miller, con motivo de la adaptación al cine de su cómic Sin City. A tenor de nuestros antecedentes, algún lector se temerá un acercamiento similar a la figura de Alan Moore (en un arrebato de suspicacia maledicente perfectamente comprensible), con la excusa de la adaptación a la gran pantalla de su obra V de Vendetta. Sería éste un ejercicio de oportunismo reprochable, un quite en el que, no obstante, estamos dispuestos a caer con una superheroica vergüenza torera.
Lo reconocemos, es oportunismo y, además, alevoso: primero porque en “Culturas” nunca hemos necesitado excusas cinéfilas para hablar de un buen cómic de actualidad (y V de Vendetta lo es, si nos atenemos a la fantástica reedición que Planeta publicó en 2005), y, en segundo lugar, porque la presencia de Alan Moore, constante, prolífica, alargada, debiera haber atraído nuestra atención mucho antes. En fin, excusillas a la mar, despleguemos ahora nuestras letras y condensemos las ideas, porque es mucho lo que se puede decir del “genio” de Northampton.
Alan Moore, guionista, inglés de pura espiga de cebada (su padre trabajaba en una cervecera), ha estado rodeado siempre de cierto halo de misteriosa extravagancia bañada en fuentes góticas. Vive en paradero desconocido aislado del mundanal ruido isleño, en un estado de alergia constante a todo lo que suene a intromisión crítico-periodística; cultiva una imagen personal más propia de un druida celta que de un artista serio y reconocido, y nunca ha negado cierta filiación hacia la truculencia, el ocultismo y las experiencias paranormales. Las expectativas casi nunca se resuelven a la vista de evidencias superficiales y, aunque gran parte de la obra de Moore refleja tangencialmente estas peculiaridades vitales que hemos mencionado, lo cierto es que su papel en la evolución del cómic tiene más puntos en contacto con el citado Frank Miller de lo que podría deducirse por sus veleidades góticas.
Se celebra a Moore por haber renovado, junto a otros, el género de los superhéroes; por haberlo actualizado hacia un estadio adulto. Su obra clave en este sentido fue Watchmen (1986), cuya labor gráfica recayó en los lápices sobrios, casi pétreos, del también británico Dave Gibbons. Aunque Moore insista en dejar claras sus renuencias ante la que considera una obra imperfecta (¿la eterna insatisfación del creador?), a su revisitación del universo de los superhéroes en clave desmitificadora, se sumó a la onda expansiva de El señor de la noche, de Miller, para dinamitar las bases tradicionales de un género en declive.
En Watchmen, unos hombres y mujeres “normales”, superado el ecuador de sus vidas y desengañados con la sociedad que les rodea, se ven forzados por las circunstancias a retomar sus antiguas ocupaciones, se ven obligados a vestir nuevamente sus antiguos trajes de superhéroes; causa y consecuencia de su escepticismo vital. Lógicamente, no es lo mismo sentirse superhombre desde el jovial optimismo de un joven lleno de proyectos filantrópicos, que desde el nihilismo decadente de un madurito cascarrabias. No desvelamos más, si ansían emociones fuertes, les remitimos a las fuentes originales, sin falta. 
La reflexión, ¿por qué emplear superhéroes para hablar de temas trascendentales cuando puedo hacerlo sin ellos?, ha pasado por la cabeza de más de un dibujante y guionista al servicio de Marvel o DC, sin embargo, pocos se han atrevido a poner en práctica un exorcismo laboral para luchar contra sus demonios editoriales. Alan Moore lo hizo en 1988 cuando creo su propio sello editorial, Mad Love, en un órdago decidido contra el mainstream. A partir de ese instante, Moore da rienda suelta a su creatividad artística: ese mismo año comienza a guionizar la serie From Hell. Su revisión de las andanzas charcuteras de Jack the Ripper (conocido por estos lares como Jack “El Destripador”), llevó a Moore a firmar uno de esos cómics calificados por la crítica y los lectores con el membrete de “imprescindible”. La suma del talento gráfico de Eddie Campbell (con un dibujo a medio camino entre la litografía decimonónica y la fantasmagoría manierista) y el guión perfeccionista hasta la obsesión de Moore (apoyado por una labor de investigación ingente y un interés indisimulado por el dato documental), hicieron de From Hell una obra de referencia no sólo para los amantes de la ficción comicográfica, sino para todos aquellos que creyeron ver en ella las respuestas definitivas al número uno entre los crímenes en serie sin resolver.
Lamentablemente, en 2001, las luminarias del cinematógrafo decidieron comenzar con su acoso y derribo a la obra del guionista inglés, y eligieron a los hermanos Hughes para dar el primer martillazo gracias a la cuestionable adaptación de From Hell al cine.
No existe adaptación a la vista, gracias a Dios, para Un pequeño asesinato, la obra que Moore escribió en 1990 para el gran dibujante argentino Oscar Zárate; probablemente su obra más críptica, simbólica y onírica. Una historia que apoyada en los pinceles expresionistas de Zárate, discurre entre la irrealidad onírica de una pesadillas introspectiva y el cuento biográfico de terror contemporáneo (la Inglaterra posindustrial de la segunda mitad del siglo veinte) con trasfondo moral. Ajena a estas sutilezas, una vez más, la meca del cine vio un filón en The League of Extraordinary Gentlemen, el cómic que Moore había empezado a publicar en 1999. La adaptación cinematográfica fue perpetrada por Stephen Norrington (La liga de los hombres extraordinarios, en España) en 2003. El cómic de Moore, aún siendo muy superior a su equivalente “hollywoodiense”, y pese a los muchos halagos que ha concitado, resulta en nuestra opinión una obra inferior a las hasta aquí citadas. El estólido dibujo de Kevin O’Neill y sus aires victorianos, no salvan una obra cuyo mayor mérito reside, de nuevo, en las altas dosis de mala leche y en la loable incorrección política con que Moore perfila a sus personajes; un pastiche de protagonistas literarios, mitológicos e históricos, en todo grado superiores a la misma historia y su elaboración técnica.
Sin embargo, mucho antes de dar lustre a La cosa del Pantano, reinventar a Batman (La broma asesina) y escribir Watchmen, From Hell, Un pequeño asesinato o The League of Extraordinary Gentlemen, Moore ya se había hecho un hueco a empujones entre los “autores a seguir” del noveno arte, gracias a la obra que ha impulsado estas páginas perezosas: V de Vendetta. Se trata de un trabajo mayor creado al alimón por Alan Moore y el dibujante David Lloyd en 1982. Entre ambos, conciben una “fábula política” que planteaba una hipótesis histórica de profundo calado: estamos en la Inglaterra de 1881; después de una derrota electoral no aceptada por los conservadores, estalla un conflicto nuclear que lleva a Inglaterra hacia un periodo de fascismo. En este contexto, surge la figura de V, un luchador-justiciero para unos, un terrorista para otros, que siguiendo una inspiración política claramente anclada en las teorías anarquistas, pretende cambiar el orden político a base de acciones armadas. La obra está salpicada de referencia literarias (desde Shakespeare a Ray Bradbury), intenciones ideológicas (el desprecio del tándem artístico por la política conservadora de Margaret Thatcher) y condicionantes sociopolíticos del momento en que se gestó la obra (afianzamento de la carrera de armamento nuclear, bipolarización mundial, etc.), pero en el fondo, V de Vendetta debe ser analizada como una gran tragedia socio-política de ficción, que elevó al cómic hacia esferas de reflexión artística y temática, prácticamente desconocidas. 
El soberbio trabajo gráfico de David Lloyd (esas imágenes casi en negativo, el empleo de contornos difusos invadidos por masas de colores apagados, aguados), ilustran una pesadilla repleta de referencias intertextuales, textos elaborados (autocomplacientes en ocasiones -uno de los pecadillos de Moore) y personajes complejos y ambigüos, ricos en matices. 
¿Habrán sido los Wachowski capaces de hacer justicia al trabajo de Moore y Lloyd? ¿Encontraremos a los creadores del brillante Matrix o los firmantes de sus vergonzantes secuelas? ¿Tendrá razón el señor Moore cuando afirma que la adaptación de V de Vendetta es “basura”? Vayan y vean por ustedes mismos, escuchen al único que conoce las respuestas: “…ni los jefes ni los actores saben si el espectáculo ha acabado o no, y mirando de soslayo guardan cola, pero la máscara helada sólo sonríe.”

viernes, marzo 13, 2009

La cola de Chaykin.

Les decíamos que entre las visitas ilustres del XIV Salón Internacional del Cómic de Granada se encontraba ni más ni menos que un tal Howard Chaykin. Como buenos fans nos pusimos a la (larga) cola de firmas con un ajado ejemplar de aquella edición de La Sombra de Ediciones Zinco, que sigue esperando reedición. Duramos quince minutos. Justo los que tardaba (minuto arriba, abajo) el artista Howard en cada una de sus dedicatorias ilustradas. Nos vamos haciendo viejos, debe de ser, porque nos dura la paciencia menos que una nueva edición de XIII en la puerta de la Fnac parisién.
Bueno, también ayudaba (al desánimo en la espera) el que hace pocos meses nos agenciamos una página original del susodicho tebeo (confesamos que en el primer arrebato lo intentamos con Black Kiss, pero se nos iba de presupuesto). Mucho más lustrosa y preciosista que el consabido dibujo-firma, ¿no creen? Déjennos presumir, les mostramos ésta, una de nuestras últimas adquisiciones, para que vean lo bonitas que son las enormes páginas de Chaykin al natural (lástima que en la edición de Zinco le embarraran sus deslumbrantes blancos y negros con unos colores chillones la mar de casposos).
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Por cierto, los amigos de El lector impaciente y Cómics en extinción le dedicaron varios posts al personaje recientemente; ilustrativos ambos (como lo es también el que les hemos marcado ahí
arriba).

martes, marzo 10, 2009

Tebeos entre granadas.

Este fin de semana se ha celebrado el XIV Salón Internacional del Cómic de Granada, una convención comiquera que parece ya consolidada en el panorama de los salones nacionales (entre los de la serie B, si bien es cierto).
No hemos encontrado demasiadas diferencias respecto a la edición del curso pasado, algunos pequeños desajustes organizativos aparte. Nos parece mejorable, por ejemplo, la gestión de las charlas y conferencias, tan desoladas como poco publicitadas. Tampoco muy concurridos, nos comentan, estaban los pasillos del salón durante los dos primeros días del acto; sin embargo, se agradecían los espacios amplios y limpios de la nave (algo desaprovechados, quizás) los días de mayor afluencia, como el sábado. Cerramos los peros con unas exposiciones que, hecha la excepción de "Carta a cinco esposas" de José Luis Agreda (con unos paneles llenos de color, imaginación y varios preciosos bocetos), daban toda la impresión de estar cumpliendo un trámite incómodo para alguien.
Mucho mejor pintaban los numerosos talleres populares (de máscaras, de escritura japonesa, de origami...) y demás actividades (Karaoke, ilustración...) pensadas para un público joven y entregado; una muchachada que, sobre todo el sábado, pobló los pasillos de Narutos, zombies y hadas aladas. También muy correcta la nómina de autores invitados por la organización y los stands participantes; una lista reducida pero selecta, que contaba entre sus nombres con figuras del cómic americano como el gran Howard Chaykin o Adam Kubert y grandes nombres nacionales como Gallardo, Paco Roca o Alberto Vázquez; amén de algunos nuevos jóvenes dibujantes que ya están dando o darán que hablar, como Pejac, Gaspar Naranjo, Juan Gargallo, etc.
Pero sobre todo este salón juega con una baza que ningún otro encuentro comiquero del mundo tiene la suerte de disfrutar: se celebra en Granada, una de las ciudades más bellas, sugerentes y divertidas que tenemos el gusto de conocer. Una ciudad que ofrece tantísimo al que la visita, que provoca contagios y adicciones incurables. Entre sus virtudes, la de ofrecer constantemente escenarios para el deleite visual, la fiesta y la celebración, como esas que pudimos "disfrutar" el viernes y el sábado junto a cicerones "granaínos", algunos viejos amigos y otros nuevos, con los que llegamos hablar de primera mano acerca vuelos rasantes, evangelios, arrugas, makokis y muñequitos con pies de alambre.
Les dejo con algunas instantáneas del evento:
Pejac en la presentación de Vuelo rasante, un acto extrañamente convertido en secreto.

Alberto Vázquez, un tipo con aguante, haciendo de su evangelio un sayo.

Chaykin, heroico, armado con su boli, desafiante ante las colas.

Sí, Adam Kubert, soltando telarañas y firmas.

jueves, marzo 05, 2009

Volando.

No digan que no les avisamos:
Nota de prensa de Viaje a Bizancio Ediciones y Mimuik.
Pejac, artista de Mimuik y Viaje a Bizancio Ediciones, presentará una primera tirada especial limitada de 100 ejemplares de su primer cómic Vuelo rasante en el XIV Salón Internacional del Cómic de Granada. Edita Viaje a Bizancio.
Un pájaro vuela a ras de papel. La suya es la migración de una línea proyectada desde el sueño, la esperanza, hasta el gran vacío celeste, la muerte como punto final. En el camino (vuelo aleatorio, más bien), seis intersecciones: las de las siete historias que conforman Vuelo rasante. Siete construcciones simbólicas que se levantan como edificios en esta ciudad viva de cartón piedra, habitada por niños renacidos desde el sueño, cazadores del último aliento, custodios de pinceles que producen monstruos razonablemente cuerdos, malabaristas incapaces de domesticar su codicia, niñas resucitadas, magnates del dólar arrojados al vacío y, por supuesto, pájaros; pájaros reescribiendo su propia fatalidad a cada página y sobreviviendo hasta seis vidas con el único fin de guiar al lector entre unas viñetas asombrosamente bellas y unas metáforas de transparencia trágica.
Observen como sus pies se separan del suelo, no tengan miedo, simplemente, vuelen.

Características: Portada a cuatro tintas. Interior en color. Encuadernado en rústica. Medidas (30 cm x 21 cm)
Nº Páginas:
48
Autor:
Pejac
ISBN:
978-84-936219-5-7
Fecha Edición Limitada:
06/03/2009
PVP: 10 Euros (precio primera tirada especial limitada de 100 ejemplares)
PEJAC FIRMARÁ EL SÁBADO 7, 19.OO - 2O.OO H. Y DOMINGO 8, 12.OO - 14.OO H.
XIV SALÓN INTERNACIONAL DEL CÓMIC DE GRANADA
VIAJE A BIZANCIO EDICIONES - STAND A-11
Recinto ferial de Santa Juliana. Ctra. Armilla. Granada. 5-8 de marzo de 2009

martes, marzo 03, 2009

Flor Silvestre.

Plantada, mimada y germinada, nos dicen que esta semana florece esta mata silvestre que se prevé incontrolable y fecunda. Por de pronto, en los pétalos de la primera flor pre-primaverale se adivinan juegos de azares, existencias cruzadas, destinos trágicos y páginas llenas de color. Pinchen la imagen, huelan, esperen unos días y verán:

viernes, febrero 27, 2009

Ware y sus Acme, un camino.

Tenemos la sensación de que hay un grupo de lectores de cómics que esperan (esperamos) cada entrega de The Acme Novelty Library de Chris Ware con la misma expectación con la que los espectadores franceses de los 60 esperaban cada nueva película de Truffaut o Godard o con la que los fans de los Beatles y los Rolling aguardaban los hallazgos musicales de cada disco que editaban sus bandas favoritas a partir de 1965: con la expectación del que se cree testigo de un acontecimiento.
Así lo sentimos en el caso de este americano y su impresionante (quizá no en número) biblioteca de narrativa gráfica. Lo hemos mencionado antes, no fue una casualidad que comenzaramos nuestra andadura en este blog colgando la reseña que publicamos en el Culturas del Jimmy Corrigan, probablemente el cómic más influyente de los últimos tiempos. De ware nos fascinó entonces, y nos sigue asombrando, su capacidad para renovar el lenguaje comicográfico a partir de una inteligente reformulación de sus herramientas constituyentes: desde su uso de las didascalias como nexos sintácticos, hasta la organización de la página en microviñetas o en diagramas trasvasados desde la señalética, pasando por el empleo significativo de los recursos visuales (ornamentación, tipografías, recortables) de las publicaciones periódicas del S.XIX y los comienzos del XX (la propia concepción imprevisible, primorosa y cambiable de su The Acme Novelty Library responde a esa recuperación de modelos editoriales precedentes). Pero Ware es, al mismo tiempo que un experimentador de la técnica discursiva, un narrador experto; un autor capaz de captar los niveles más profundos del alma humana, con todas sus miserias, junto a esas pequeñas ilusiones cotidianas que funcionan como chispas de ignición de la existencia. Cada trabajo de Chris Ware, cuya publicación es cuidadosamente dosificada, resulta un prodigio de sensibilidad y todo un modelo técnico de organización discursiva, descubriendo caminos que parecían vedados al cómic.
Si ya la historia biográfica del número 18 de The Acme Novelty Library, sobre una chica inválida y desvalida en lucha constante con su inadaptación, alcanzaba una altura artística deslumbrante, la hazaña se repite en el volumen 19. En el, Ware recupera algunas de sus constantes, como los metarrelatos apoyados en flashbacks o ramificaciones diegéticas secundarias, el empleo de la pausa y de las transiciones momento a momento (sic. McCloud) como recurso temporal y de progresión dramática o el empleo constante de indicios y recurrencias, como factores de dosificación narrativa. Continúa el nuevo tomo de la biblioteca con las andanzas y desventuras de la familia Brown, hijo y padre, los nuevos protagonistas estrella de Ware, una vez clausurada la era Jimmy Corrigan. En este caso es el progenitor, W. K. Brown (el padre de Rusty), la guía y el punto de vista principal de una nueva serie de episodios biográficos que continúan la historia de los personajes interrumpida en el volumen 17, pero que permite una lectura autónoma. El volumen se divide en tres historias, dependientes en realidad del relato-marco principal (la vida del señor Brown): "The seeing Eye Dogs of Mars" (una apasionante historia de ciencia-ficción, obra del propio W. K. Brown, escritor-personaje), "Youth, and Middle Age" (episodio analéptico sobre los atormentados años de infancia y la tórrida y reprimida juventud del personaje principal) y "Syzygy" (un apéndice textual, una nueva historia escrita de ciencia-ficción de W. K. Brown).
Como en todos sus volúmenes, en este número 19 encontramos infinidad de detalles memorables y pequeños hallazgos visuales, como ese sumario de tres o cuatro páginas que nos pone en antecedentes de la misión espacial ficcional, o el de la visión subjetiva del personaje W. K. Brown después de que se le rompan los cristales de sus gafas, o los imborrables encuentros sexuales entre el propio Brown y su amante, una voluble y complicada joven, un hallazgo de personaje.
Cierto es que al lector poco familiarizado en Ware y sus mundos, un volumen del Acme, así de sopetón y sin margen de adaptación, puede resultarle cuanto menos fatigoso y más de uno pensará que algunos de los recursos, juegos y experimentos del americano son brindis narrativos al sol o frivolidades decadentistas. Nada más lejos de la realidad, casi nada en el universo Ware es gratuito y, una vez aceptadas y comprendidas sus reglas, todo parece encajar como un guante (o como una caja china dentro de otra). Tan bien como encaja cada nuevo volumen, más grande o más pequeño, más o menos lujoso, con mayor o menor número de páginas, dentro de la gran biblioteca que, paso a paso, Ware está construyendo con maestría para mayor gloria de la historia del cómic.
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(Actualización: 04 - febrero - 2009, 17:00)
A través de los comentarios nos enteramos de más detalles del volumen de Ware que verá una edición "española" gracias a Mondadori. Gracias a su vez a anotaciones.

martes, febrero 24, 2009

El deseo atrapado por la cola de Picasso.

En 1944, durante la ocupación alemana, un grupo de artistas e intelectuales se reunían clandestinamente en el apartamento de los Leiris para celebrar su libertad de pensamiento, un acto de transgresión gestual que los participantes bautizaron como fiestas. En ellas, opositores reconocidos al fascismo, como Camus, Sartre, Michaux, Cocteau, Braque, Queneau o Picasso llevaban a cabo "actos" de reivindicación artística, cuya naturaleza privada no esconde, analizados desde el presente, su calidad y valor simbólico. Más todavía si nos acercamos a ellos a la luz de la abundante documentación registrada en la época, que pervive aún.
En una de aquellas fiestas Picasso presentó su "Farsa teatral surrealista en seis actos": El deseo atrapado por la cola (Le désir attrapé par la queue). La obra, escrita por Picasso en 1941, se interpretó por vez primera un 19 de marzo de 1944 en casa de Michel Leiris. Éste seleccionó el plantel de intérpretes entre sus amigos, Albert Camus fue el director. Sobre la chimenea del apartamento presenció el acontecimiento un retrato de Max Jacob, amigo de Picasso recién fallecido en el campo de concentración de Drancy. Dos meses más tarde el fotógrafo Brassaï realizaría en el estudio de Picasso dos impresionantes "fotos de familia" de la mayoría de los asistentes a aquel acto de oposisión simbólica. En poco tiempo, la Ocupación llegaría a su fin con la derrota alemana. La Segunda Guerra Mundial concluyó y las multitudes ocuparon las calles parisinas y del resto de Europa. Otro fotógrafo mítico, Robert Doisnau captó las instantáneas de júbilo y los rostros alborozados de los aliviados y exultantes habitantes del viejo continente.


Estos y muchos otros documentos son los que conforman la exposición Picasso. El deseo atrapado por la cola, que se puede ver hasta el 17 de mayo de 2009 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es una buena ocasión para ponerles rostro fotográfico a muchos de los genios de la Vanguardia europea. O para recrearse en la contemplación de primeras ediciones de las obras de Camus, Sartre, Simone de Beauvoir o nuestro admirado Raymond Queneau. El mismo lingüista y escritor (miembro del grupo experimental OuLiPo) que entre obras tan memorables, absolutamente recomendables y olvidadas en nuestro país, como El diario íntimo de Sally Mara, Zazie en el metro o Flores azules, escribió en 1947 sus mucho más célebres y anecdóticos Ejercicios de estilo. Ya saben, las 99 variaciones de un mismo relato alterando matices y "accidentes" discursivos como el punto de vista, el género o la voz narrativa. La misma obra que recientemente recibió su correspondiente homenaje comicográfico por parte de Matt Madden en sus 99 ejercicios de estilo.
También indirectamente relacionadas con el cómic nos encontramos en la exposición con los dos conocidos aguafuertes (la tirada original se compuso de unas 800 copias, éstas dos pertenecen a aquella) que componen Sueño y mentira de Franco, en las que muchos han querido ver un acercamiento del genio malagueño al noble arte de la viñeta. En realidad, nos tememos, las intenciones del pintor tenían más que ver con la satira ilustrada (mediante viñetas, eso sí) y con su deseo de ridiculizar "el glorioso alzamiento nacional", que con la narración secuencial. Nada mejor que acercarse a la exposición para observar a unos centímetros las viñetas ridiculizantes (pre-Guernica) que Picasso le dedicó al dictador, convertido en fantoche de opereta y modelo del despropósito.
Para los que prefieran el paseo visual al físico, la página web del Círculo permite una visita virtual (les recomiendo que aprovechen la intención para degustar el inmenso arte de otro de los invitados al museo, el genial fotógrafo checo Josef Sudek).

miércoles, febrero 18, 2009

La laguna, de Lilli Carré. Más cuentos en las aguas oscuras.

Llevados por el buen sabor de boca que nos dejaron sus cuentos folclóricos sobre bosques, cazadores alienados y leñadores gigantes, nos hemos acercado a La laguna de Lilli Carré, en su edición inglesa (The Lagoon); la que publicó Fantagraphics el año pasado. Se trata de un ejercicio de impaciencia, claro, porque ya saben ustedes que sólo faltan unos días para que aparezca su versión española por gracia e imprenta de La Cúpula. La laguna mantiene algunas de las constantes de Tales of Woodsman Pete, como puedan ser cierto gusto por la fantasía mítica, un apego indisimulado por el folclore y sus matizaciones cuentísticas, y esa atmósfera oscura, que parece esconder secretos ancestrales camuflados detrás de un dibujo antiguo, matizado, como xilografiado en madera. Unos rasgos que desde ya podemos considerar marcas de estilo en una autora aún joven y prometedora.
Respecto a su trabajo precedente, La laguna aporta complejidad argumental y capacidad evocativa. Una niña crece y aprende de su abuelo esas historias eternas que le atan a uno a sus raíces, gracias al medio de comunicación más sugerente y efectivo entre una nieta y su abuelo: la narración oral. Así, entre cuentos e historias, los miembros de la familia protagonista viven los misterios cotidianos y asisten como testigos a esos fenómenos mágicos que alimentan las leyendas: como el de aquel animal mítico, mezcla de hombre, pez y anfibio, que algunas noches de verano emergía en su laguna para silbar melodías encantadas, reclamos y hechizos para los vecinos que pueblan los bosques, aldeas o casas de campo circundantes (como la de nuestros protagonistas). La belleza poética de lo narrado y la evocación sugerida por lo que se elide, convierten esta historia en un cuento moderno que, no obstante, suena como una cantinela centenaria, como aquellas viejas fábulas habitadas por seres mitológicos y construidas en bosques mágicos. Además, la narración se recrea en un gusto por el detalle simbólico que en algunos ejemplo roza la genialidad: como en el caso de ese monstruo que se esconde debajo de la cama para no asustar a los durmientes o el de la semejanza que se establece entre ese mismo monstruo y su silbido encantador con aquellas sirenas que encantaro a Ulises y sus argonautas.
Sucede que, en ocasiones, el recurso a la evocación como instrumento narrativo rector, llega a lastrar una historia o al menos su desarrollo completo, a causa de las ausencias narrativa que se intentan paliar con el mensaje sugerido. Sin llegar a esos extremos, en La laguna percibimos ciertas ausencias explicativas en algunas de las ramas del relato central (el rol real de los progenitores, la relación de los protagonistas con su entorno social, etc.). No se trata de grandes lagunas (teníamos que usar la palabra) si afrontamos la lectura desde el punto de vista de un hipotético lector-receptor de literatura oral transcrita o si, simplemente, pretendemos dejarnos llevar por el sugerente lirismo de lo narrado y el acabado preciosista e sus imágenes. Pero lo cierto es que, concluida nuestra lectura, nos la sensación de que el cuento es incompleto o, al menos, de que nos gustaría seguir "oyendo" más sucesos y eventos relativos a esta historia sobre la "criatura del lago".
En cierto sentido, lo que decimos suena más a halago que a crítica. Estamos convencidos de que a Lilli Carré le queda mucho recorrido dentro de su carrera comicográfica y lo estamos también de que su trabajo luciría aún más (y ya lo hace mucho) en una obra con mayor desarrollo narrativo, un cómic en el que todo su potencial y su personal vocabulario pueda expandirse de una forma compleja y detallada. Lean La laguna y nos cuentan.

jueves, febrero 12, 2009

Mazinger embarrado.

En el post de ahí abajo hablábamos de una exposición, ya claudicada, de artista joven fichada por galería hispana. Uno de los autores que más nos gustan dentro del catálogo de esa misma galería es Alfredo Omaña, quien además de un gran artista es un tipo fantástico.
Lleva años Omaña transitando entre un personal informalismo y los fundamentos matéricos del arte povera. Este artista multidisplinar ha agitado sus cinceles, azadas y negativos, entre camas de hierba, árboles alambrados, papeles de adobe cosidos de botones y sus cajas (escaparates en bruto para zapatos, flores de cristal roto o maniquíes de hilo que lucen como objetos ordinarios embellecidos por la idea). Hace diez años Eduardo Aguirre, con motivo de una exposición del artista, ya hablaba así de su obra:
Hay en él un expresionismo muy personal. Quienes visiten esta exposición podrán comprobar las dotes de mago que tiene para dotar de vida a los objetos. O mejor, para resucitarlos, pues lo que realmente hace es arrancarlos de la muerte, de su condición de cosas rotas o miserables. No se trata tanto de ironía surrealista o de una patada al concepto oficial de arte, como de una tracendentalización. Su visión de estos zapatos, botones o tapas de lata es casi franciscana. Hermano óxido, hermano adobe, hermana montaña. Un lirismo enmascarado bajo la rudeza expresionista, bajo la aparente tosquedad de la ausencia casi total de color.
Como decimos, hace mucho que fueron escritas estas palabras. La obra de Omaña ha crecido y también sus ámbitos creativos. En los úlltimos tiempos el artista castellano parece centrado en el soporte visual en dos dimensiones, en la utilización del papel fotográfico a modo de lienzo sobre el que seguir amplificando la significación de los objeto cotidianos y los materiales humildes. Pero ni Omaña es un fotógrafo propiamente dicho, ni las fotografías del artista funcionan como tales: no recogen un resultado final, sino un proceso constructivo. La foto es lo de menos, es mero soporte, un espacio momentáneamente ocupado por la obra, un papel emulsionado poblado por gigantes de hilo, momias con nariz de payaso y robots de barro, hijos todos del arte "franciscano" de Omaña.
De hecho, si traemos a este autor a colación es por una de esas fotografías, una que nos encanta, porque emparenta conceptos y sonidos que retumban con frecuencia en este blog: arte, infancia e icono. Y quién piense que Mazinger Z (tanto el de Go Nagai como la versión castiza de José Sanchís) no es esto último, un icono, una de dos, o no tiene corazón o tiene menos de 33 años.
Esto es un Mazinger con pies de barro...

lunes, febrero 09, 2009

Breves y urgentes.

Dos anuncios de corto recorrido:

Ya hemos hablado por aquí de la joven Aleksandra Kopff anteriormente, con motivo de su participación en una exposición colectiva en la salmantina sala de Benito Esteban. Ahora repite la ilustradora en el mismo lugar, pero lo hace con una exposición individual que se halla en su sprint final (termina el día 11). Apúrense si quieren echarle un vistazo o hacerse con alguno de esos inquietantes dibujos suyos, a medio camino entre el extrañamiento de Clowes y la atracción enfermiza hacia el lado oscuro de Shintaro Kago. Lo dicho, una aventura que no deberíamos perdernos si somos fieles de Paco Alcázar, Miguel Brieva, Dave Cooper y demás hijos de las mutaciones psicopáticas:

Hoy, cambiando de tercio, nos llega información acerca de otra cita, con base comiquero-mercantil, la mar de curiosa. La Academia C10, de Carlos Díez, nos informa que el viernes 13 (lagarto, lagarto) de Febrero, Eduardo Alpuente visitará su escuela para contar los entresijos de su trabajo a todo el que quiera escucharle. Considerando que el invitado es nada menos que representante internacional de dibujantes de cómic e ilustradores, la cosa adquiere visos interesantes para todos aquellos aficionados que tengan un portfolio a mano y sueños de conquista superheroica transatlántica. Eduardo Alpuente es representante de dibujantes españoles en editoriales como Marvel, DC, Humanoides o Clair de Lune, así que se le supone un discurso interesante y un buen paquete de consejos (y "tasaciones"), para todos aquellos que se personen en la charla, con o sin carpeta. Entrada libre con número limitado de plazas. Más información en la página de la academia.

miércoles, febrero 04, 2009

Clasicoficando vínculos: acontecimientos.

Llevamos unos días dándole vueltas a nuestra barra lateral, aunque sin llegar a tocarle un vínculo, todo sea dicho. Sucede que, junto a las secciones "consolidadas" ("Blogs de autor" y "Blogs by the author") cada vez son más los links referidos a archivos y obras clásicas que aparecen en ella, mezclados sin orden ni concierto con bitácoras amigas y algunas direcciones variopintas. Por eso, hemos decidido abrir una nueva sección: "Clasicoficados" (disculpen la acronimia jocosa).
Nos hemos decidido después de observar como en las últimas semanas no dejábamos de descubrir cuevas del tesoro en diferentes webs señeras. Cómo no mencionar esos dos proyectos sobre tebeos a los que, entre otras cosas, les debemos hasta el nombre por el que nos llaman.
Hablamos, claro, de la excelente página dedicada a "George Herriman, creator of Krazy Kat", puesta en marcha por Craig Yoe; a la que llegamos gracias a los hiperactivos chicos de Entrecomics. Una verdadera delicatessen en la que, amén de noticias dedicadas al insigne gato y sus colegas animales, podemos leer tiras clásicas de la serie, ver dibujos animados protagonizados por este gato lunático y descubrir escritos, rarezas y originales dedicados o no.
En nuestros vínculos pueden encontrar el enlace a otra dirección inevitable, ya comentada en ocasiones precedentes: The Comic Strip Library, donde encontrarán originales del señor Mc Cay, tanto de su serie estrella Little Nemo in Slumberland (serie completa), como de ese otro tesoro escondido que es Dream of the Rarebit Fiend.

La otra joya de la familia es la web Topfferiana, que de un tiro homenajea a dos clásicos fundadores y nos regala y descubre las increíbles planchas de Le Petit Lucien, el antecedente directo (casi anónimo) de Little Nemo in Slumberland (que, por otro lado, también fue obra casi olvidada durante mucho, mucho tiempo). Descubrimos Topfferiana gracias al Cárcelero y sus siempre bienvenidos hallazgos.
Terminamos con una web que adoramos desde hace años y que merece ser mucho más conocida en esta tierra nuestra: hablamos de Konkykru, la enorme página del artista Andy Bleck, a la que debemos entre otros favores el habernos descubierto hace muuucho tiempo (cuando la búsqueda de los precedentes comiqueros era más complicada) ilustraciones y páginas absolutamente reveladoras. Hace unos días, nos acordábamos del bueno de Andy con motivo de un post aparecido en La Cárcel..., en el que se hablaba de los primeros bocadillos comiqueros y de como la "teoría Yellow Kid" parecía totalmente refutada.
En nuestra vieja tesis -de la que les volveremos a hablar dentro de poco- hablábamos precisamente de ese tema y aportábamos una imagen encontrada en la primera época de Konkykru. Se trata quizás del documento más concluyente, irónico y acertado a la hora de demostrar que hubo loros parlanchines y globos cantores antes de Outcault (sin gramófono mediante). La página es de 1891 (ya ven cinco años antes del "The Yellow Kid and His New Phonograph"), apareció en la publicación Boy's Own Paper. El hallazgo, como nos comunicó el propio Andy en su día, pertenece a otro estudioso de postín, Doug Wheeler, quien amablemente nos envió un escaneo en mejor resolución del loro de James A. Shepherd. El propio Wheeler es uno de los primeros estudiosos estadounidenses que criticó con dureza (Comic Art #3, Summer 2003) a aquellos que aún insistían en la paternidad norteamericana del cómic, ninguneando con ello a gente como Töpffer, Caran D'Ache, Busch, etc.
No pierdan ojo, porque esta imagen es un acontecimiento (nos tememos, inédito por estos lares):
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Por cierto, una vez metidos en estas cosas del andamiaje y la reconstrucción de vínculos, ¿sabe alguien si en la vieja versión de blogger se pueden vincular en la barra lateral etiquetas de forma selectiva (que sólo aparezcan algunos tags elegidos, nos referimos).