Antes de entregarnos a batallas espartanas con resultado incierto, quiero leerles a mis mariscales una declaración de intenciones. Se trata de una artículo que escribí para el Culturas (el ya difunto y nunca suficientemente llorado suplemento cultural del Tribuna de Salamanca). Recuerdo que con motivo del estreno de Sin City se me pidieron unas letras acerca del genio inspirador de la criatura; una especie de semblanza pre-preparatoria para lo que había de venir, la película. Ahora, el fenómeno se repite, pero como soy un tipo dado a la indolencia, en lugar de prepararme un rollo nuevo, voy a tirar de manuscrito y les entrego el antiguo. Donde se leía Sin City, lean ahora 300, y todos tan contentos. En breve nos metemos en el fregado de Zack Snayder y acólitos...
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Hoy, en un brindis al sol lleno de oportunismo indisimulado, vamos a arrogarnos el derecho a no hablar de novedades editoriales o primicias comicográficas. Muy al contrario, volveremos nuestra mirada hacia el pasado para recrearnos en la obra de uno de esos autores que la (escasa) bibliografía sobre comics califican como geniales. Nos referimos al americano Frank Miller ¿Cómo justificamos este capricho? Por supuesto, por la aparición en la gran pantalla de Sin City, adaptación cinematográfica de una de sus obras, quizás no la más conocida. Desglosemos aquellas razones que, a priori, pueden hacer que la película de Robert Rodriguez merezca la misma atención que la obra de Miller.
Argumento impepinable número uno: en esto del noveno arte no se puede presumir de fan y no conocer al señor Frank Miller, uno de esos talentos que de vez en cuando se despachan con algún hallazgo artístico de los que después citan los enciclopedistas del género. Si Batman: el regreso del señor de la noche violó las normas básica de la épica superheroica, removiendo todos los patrones establecidos, Sin City, un cómic de serie negra, negrísima, sorprendió a unos y otros por la cruel aspereza de sus argumentos y por una grafía basada en el contraste violento del blanco y negro, en ocasiones cercano al positivado fotográfico; un dibujo anguloso, difícil, cuasi-expresionista, pero muy adecuado para unas historias tan oscuras que no dejaban ver la luz.
Argumento número dos: de entre la docena de obras (número aleatorio donde los haya) que prestigian el sobre-explotado género de los superhéroes, al menos tres o cuatro son responsabilidad de los lápices de Frank Miller. Sólo o en compañía, como guionista, como dibujante o haciéndose cargo de las dos funciones, el autor americano nos ha dejado algunas de las páginas más brillantes del cómic de acción. Recorramos a vuelapluma algunas de ellas:
Frank ya había trabajado para la colección de Daredevil (ya saben, ese abogado ciego y superhéroe atormentado, del que ya hemos sufrido una de las peores adaptaciones cinematográficas hasta el momento) con unos resultados más que notables. Sin embargo, cuando en 1986 regresa a la serie de la mano del enorme y jovencísimo Mazzucchelli para guionizar Born Again, casi nadie se esperaba que los resultados finales fueran tan ajustados al título de la saga: en manos de Miller, Daredevil renació como superhéroe, pero sobre todo como personaje humano. Un hombre lleno de dudas y abrumado por sus problemas cotidianos. Un superhéroe muy poco heroico y, por consiguiente, bastante más digno de nuestra atención que la mayoría de sus compañeros en calzoncillos.
Continuó Miller dispuesto a jugar con la materia prima topicalizada que se le ofrecía y en 1986 con Elektra asesina (personaje creado por él en su primera participación en la serie de Daredevil), da otro aldabonazo al panorama de la épica del superhombre. Junto a uno de los grandes artistas de la narración gráfica, Bill Sienkiewicz, Miller desestructura la historia de una ninja asesina a sueldo, en una narración más propia de las películas de Atom Egoyam que de la linealidad de las historias a que los artistas de
En éstas, llega de golpe y porrazo Batman: el regreso del señor de la noche, para muchos su obra maestra, la historia de un Batman en la cincuentena, retirado y ajado por el paso de los años, que se ve obligado a retomar un papel protagonista que lleva años repudiando. El mismo Miller se hace cargo del dibujo, con una línea clara esquemática y un acabado un tanto informal. Sus críticas al individualismo egoísta de la sociedad actual, al sensacionalismo de los medios de comunicación y a la hipocresía de la clase política, traspasaban todos los umbrales de la corrección política admisibles en un inocente tebeo de superhéroes; en buena lógica, creó escuela.
Una escuela en la que sigue ejerciendo su magisterio con Batman: Año Uño. Si en Born Again, Miller había hecho renacer a Daredevil y en El regreso del señor de la noche, había resituado a Batman en un universo distópico, ahora se propone visitar la génesis del personaje, rehacer sus orígenes para modelar esa imagen sombría que desde entonces le acompaña. Para tal fin, nada mejor que recurrir a Mazzucchelli de nuevo; éxito garantizado (por cierto, nos congratulamos de que Planeta, después de adquirir los derechos de DC en España, que estaban en manos de Norma, decidiera comenzar su reedición de Batman con la publicación del Batman: Año Uño, nada menos que al precio de un euro; no dejarían pasar esa oportunidad, ¿verdad?)
Y así, podríamos seguir hablando de la influencia de Miller durante páginas, con Ronin, Lobezno, 300, etc. Pero sigamos argumentando a favor (o en contra) del Sin City de Robert Rodriguez, que es lo que nos ha traído hasta aquí.
Argumento número tres: el más cinematográfico de los artistas comicográficos parecía también el más reacio entre ellos a la hora de llevar su obra al cine. El bueno de Miller, maestro en el montaje de secuencias, genial en el uso de los planos, superdotado para el raccord, parece haber superado su “cinematofobia” a lo grande… y por partida doble.
La primera presencia indirecta del autor americano (de su obra) en la gran pantalla resultó todo un ejercicio de discreción: pocos se dieron cuenta de que Batman Begins era en gran parte de su metraje una adaptación del Batman: Año Uno. El protagonismo de Frank Miller está mucho más claro en Sin City, no obstante. Cuentan que Miller le puso las cosas muy complicadas a Robert Rodriguez, hasta el punto de que, a la tercera negativa, éste tuvo que invitar al reacio dibujante a su rancho tejano para que asistiera al rodaje de una secuencia piloto, antes de dar su consentimiento (que aún así se pensó muy mucho). No era la primera vez que el dibujante se negaba a que Hollywood adaptara su joya más preciada: “No quería el típico final de Hollywood en el que el poli bueno se lleva una medalla y todo el mundo termina contento”. De hecho, después de su fracaso en la meca del cine (participó como guionista en la segunda parte de Robocop), Miller tuvo que oír a Rodriguez jurar y perjurar que Sin City respetaría el cómic original plano por plano (los que han visto el filme así lo afirman); sería el Sin City de Frank Miller, no el de Robert Rodriguez. El resultado ha de ser entonces un auténtico festival de violencia, sudor y lágrimas (a lo que quizá ayude la colaboración como director invitado de Quentin Tarantino), escenificado en las calles de una ciudad sin ley, Basin City.
La película, de hecho, traduce al celuloide tres de las historias que componen la saga Sin City: por supuesto, la que da nombre a la serie, Sin City, pero también Ese cobarde bastardo y La gran masacre. Todas ellas con la literatura y el cine de serie negra como referencia, y con los conceptos del honor, la venganza y el deber alumbrando los pasos de sus personajes: el brutal Marv (Mickey Rourke), el policía obsesionado con la ley (Bruce Willis), Nancy (Jessica Alba), la bailarina de striptease o Goldie (Jaime King), la bella prostituta desencadenante del conflicto.
Conclusiones: entre la gran cantidad de adaptaciones mediocres a las que nos están sometiendo los señores de la industria cinematográfica estadounidense (y viendo despavoridos como el mapa del trasvase interdisciplinar se está acercando a la vieja Europa), probablemente Sin City nos merezca a los amantes del cómic un voto de confianza, si atendemos al esmero con que se ha manejado su realización y a la implicación directa del creador original en el producto final. Pocas veces un director ha reverenciado tanto el modelo de su adaptación como parece haberlo hecho Robert Rodriguez: “Creo que lo hemos conseguido”, ha comentado un Miller más que contento con el resultado final, “espero que esta película sea usada como ejemplo de cómo llevar un cómic a la pantalla.”
Parece además que Sin City no va a ser la última ocasión de ver la obra de Miller en la gran pantalla; más aún cuando las mismísimas editoriales (Marvel, DC) están dispuestas a meterse de lleno en la industria del cine y ésta no muestra síntomas de renunciar a la tentación de obtener buenas historias en el menor plazo posible. Así las cosas, se agradece que de vez en cuando el verdadero cómic, el que no atiende a las restricciones y exigencias del mercado, se asome a la gran pantalla. Y perdonen ustedes que nos salgamos del asunto que motivó estas líneas, pero cuando hablamos de estos temas uno no puede dejar de pensar en Harvey Pekar, Paul Giamatti y la maravillosa American Splendor de Robert Pulcini y Shari Springer Berman, para un servidor, la mejor adaptación de un cómic al cine que se ha hecho nunca.
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