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jueves, agosto 10, 2017

Los minicómics de Julia Gfrörer: Flesh and Bone, Palm Ash y Dark Age

Empujados por la muy buena impresión que nos causó su Laid Waste, nos hemos hecho con algunos de los minicómics autoeditados por Julia Gfrörer y distribuidos a través de su propia página (en el pedido añadimos además una de sus postalitas personalizadas con dibujo original). Una pequeña inversión llena de alicientes.
De Gfrörer nos gusta mucho su estilo fluido y delicado, el bosquejo de una línea clara realista entramada por un rayado profuso y nervioso. Un dibujo que encaja a la perfección con la cruda temática de sus cómics: acercamientos sincréticos a momentos seleccionados de la historia, instantes cuasi-costumbristas aislados de su contexto, que demuestran la crueldad de la existencia y la brutalidad del ser humano para con sus congéneres más débiles. Como sucede con su obra publicada editorialmente, también encontramos algo de todo ello en los fanzines autoeditados de la dibujante estadounidense que hemos adquirido: Flesh and BonePalm Ash Dark Age.
Flesh and Bone (2010) es un cuento gótico en el que el Romanticismo y su idea atormentada del amor se entrecruza con la encarnación satánica del mal: pálidas novias románticas que mueren en la flor de la vida, akelarres de brujas en torno al gran Chivo, maquiavélicas reformulaciones de la cuentística popular..., cohabitan en Flesh and Bone en lo que es una reflexión acerca de la perversión y el amor, de la mentira ilusoria y el sentido espiritual de trascendencia. Un cómic explícito y áspero en su crueldad y sexualidad, pero intenso y estimulante como un trago de limón.
Palm Ash (2014) sitúa su acción en el contexto de los primeros cristianos sacrificados en Roma en los sangrientos espectáculos populares celebrados en coliseos y plazas. Alterna el cómic retazos de la vida en esclavitud con escenas de la clase patricia, con sus decisiones caprichosas y volubles sobre las vidas ajenas. Palm Ash es un tebeo breve, pero impactante, un trabajo en el que la crueldad extrema depredatoria del ser humano pisotea cualquier atisbo de tolerancia y humanidad.
Dark Age (2016), por otro lado, se centra en el miedo y en la fragilidad de la existencia; en nuestra perentoria incapacidad para afrontar los retos extremos que nos plantea el medio. Arranca la historia en una sociedad primitiva de cazadores-recolectores, en aquellos orígenes de la civilización en los que el hombre estaba aprendiendo a vivir en sociedad aún expuesto a los designios de la naturaleza. En ese entorno, dos jóvenes amantes, inquietos, ansiosos de novedad y aventura, deciden adentrarse en el interior de una cueva con afanes exploratorios. Y ya se sabe, la osadía es madre de la imprudencia.
Invitan los relatos cortos de Julia Frörer a una pronta recopilación. Pero, sobre todo, le dejan a uno con  ganas de seguir profundizando en la obra de una autora diferente y perturbadora, una exploradora de los miedos y crueldades humanas con la rara capacidad de agitar nuestras conciencias. Queremos más.

viernes, febrero 03, 2017

Laid Waste, de Julia Gfrörer. Santificados sean los vivos

Una rata le muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Laid Waste, el insólito cómic de Julia Gfrörer. Una autora que no deja de recibir críticas elogiosas con cada nuevo cómic que publica: Flesh and Bone (2010), Too Dark (2011), Black Is the Color (2013) o este Laid Waste (2016) que nos ocupa.
La norteamericana pertenece a una generación de jóvenes autores (Anders Nilsen, Sammy Arkham, Francesco Cattani) que han optado por una sutil línea clara, frágil, suelta y quebradiza, deliberadamente imperfecta, para abordar la endeble naturaleza humana y sus pasiones íntimas. Un psicologismo que indaga en el presente, en ocasiones mirando al pasado, como sucede con Laid Waste.
Nos remite el estilo de Gfrörer a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado nos hacen pensar en un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus trabajos, en los que la fantasía, los místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad y un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes.
La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Laid Waste la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Sus páginas nos muestran un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido. En nuestro viaje de pesadilla por la decadencia del poblado emponzoñado, seremos testigos de las ceremonias de la enfermedad y la muerte más mísera, del correteo repulsivo de las ratas carroñeras y pasearemos entre las tenebrosas hogueras prendidas sobre cadáveres apilados. 
En este contexto, sitúa Gfrörer a su protagonistá Agnès: una joven superviviente rodeada de miseria y angustia que observa desconcertada como el mundo se desmorona a su alrededor, mientras ella parece indemne a la muerte y a la degradación que le rodea. En ese punto, Laid Waste introduce el elemento metafísico para jugar con una idea de santidad y espiritualidad. Recurre para ello a secuencias que aportan valores simbólicos (las ratas comiéndose el pan, los perros peleando entre sí, los hombres enterrando y quemando a sus muertos...) a una trama principal fragmentaria y discontinua, que se asienta en el recurso a la elipsis. La narración de Gfrörer se estructura como un collage en el que se alternan las escenas costumbristas del poblado diezmado por la peste, junto a los episodios que siguen el recorrido de la protagonista.
Pese a su reducida extensión, Laid Waste no es un tebeo sencillo, ni afable. Invita a la relectura y a la reflexión; y, en algunos momentos, deja bastante mal cuerpo. Con tanto relato histórico barnizado y maquillado como encontramos últimamente a nuestro alrededor, se agradece que Julia Gfrörer nos ahorre los eufemismos.

miércoles, septiembre 21, 2016

Una entre muchas, de Una. Voces silenciadas

Hay libros que le revuelven a uno por dentro. Se nos agarran de las tripas y nos tienen varios días retorciéndonos de estupor y vergüenza por ser tan complacientes en nuestra forma de mirar al Otro. Una entre muchas, de Una, entra dentro de esa categoría. Como lo hizo en su día Luchadoras, de Peggy Adam.
Tenemos la sensación de que este cómic atípico nunca se hubiera publicado hace 10 ó 20 años. En esta era de la comunicación global y de la exhibición obscena de la privacidad, hay temas que aún escuecen y se silencian. Hace sólo unos pocos lustros esos mismos silencios apestaban, además, a complicidad.
La batalla contra la violencia machista apenas se ha empezado a librar: la conciencia popular sobre el tema está, por vez primera, asomando por encima de abusos enquistados y convenciones perversas. De otros asuntos turbios, no tenemos apenas noticias. ¿Por qué nadie parece hablar de los niños desaparecidos cada día en tantas partes del mundo? ¿Por  qué cada vez que se desarticula una red de pederastia, la investigación parece embarrancarse en la orilla y nunca se llega a las instancias superiores? Volvemos a Luchadoras de Peggy Adam, por ejemplo, y nos preguntamos si sus  estremecedoras asunciones acerca de los secuestros y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con la connivencia de ciertas clases dirigentes mexicanas (asunciones confirmadas por multitud de otras fuente), no deberían resonar una y otra vez con estruendo en noticieros, reportajes y programas de investigación. Es imposible no preguntarse a quién interesan tantos silencios.
Una entre muchas aporta luz sobre uno de esos casos de infamia colectiva: el del Destripador de Yorkshire, que entre 1972 y 1981 asesinó a trece mujeres e intentó matar a otras siete sin conseguirlo. La autora desafía la incredulidad del lector en un desglose continuado de despropósitos: la negligencia policial reforzada por patrones misóginos, las manipulaciones sensacionalistas de los medios de comunicación ingleses y la connivencia machista de una sociedad que tenía muy claras sus conservadoras prioridades morales como para que la realidad viniera a cuestionárselas.
Hablamos de la misma sociedad enferma, no lo olvidemos, que durante décadas se dedicó a aplaudir las ocurrencias y el desparpajo televisivo de un pederasta y violador en serie, sin que nadie se atreviera a denunciar lo obvio, por miedo a que la burbuja dorada del éxito catódico explotara y salpicara a unos u otros. El Destripador de Yorkshire también estuvo en el foco de atención policial en multitud de ocasiones, sin que llegaran a detenerle: los investigadores lo interrogaron numerosas veces, había descripciones detalladas de su modus operandi por parte de víctimas que habían sobrevivido a sus ataques, existía incluso un preciso retrato-robot del autor y, sin embargo, su detención costó más de diez asesinatos en diez años. ¿Por qué? Porque los testimonios y las declaraciones fueron realizados por mujeres, a quienes ni se prestó atención ni se otorgó la credibilidad necesaria. Eran tiempos en los que a un asesino de mujeres se le dedicaban cantos guerreros en un campo de fútbol, mientras que a sus víctimas se las “maquillaba” de prostitutas para que el asunto diera menos miedo y éstas se parecieran lo menos posible a la novia o la hermana de uno. Así de clarito habla este cómic.
Sólo con estos ingredientes la historia ya resultaría desarmante, pero si añadimos que la narración está expuesta desde el punto de vista traumático de una mujer víctima de abusos infantiles y varias violaciones, la lectura de Una entre muchas se convierte poco menos que en necesaria. Aunque fuera tan sólo porque da voz a quienes durante siglos han estado silenciados, porque busca rescatar a las víctimas de la vergüenza, del oprobio y de ese injusto sentimiento de culpa hacia el que les empuja una sociedad cómplice y cobarde instalada en un perenne escenario de perfección televisiva y corrección política, sólo por ello, insistimos, ya habría que leer y recomendar este cómic. Su autora se erige en voz autorizada del dolor sofocado y, al mismo tiempo, se diluye en el título de la obra entre tantas otras que nunca se han atrevido a hablar o han sido acalladas, como lo fue ella durante tanto tiempo:
En 2010, una niña de Rochdale dijo que algunas personas contactaron con servicios sociales acerca de su situación -su escuela, sus padres-, pero a sus padres les dijeron que era una prostituta y que como tenía casi 16 años, no se podía hacer nada.
Su situación -sufría abusos y era explotada por grupos de hombres mucho mayores- fue descrita por las autoridades que podrían haberla protegido como "una elección de estilo vida". 
Nos referíamos el otro día a la expresión del dolor subjetivo a través de viñetas simbólicas, a propósito de La ternura de las piedras, de Marion Fayolle. Destacábamos que pocas veces habíamos contemplado un trasvase poético hacia el lenguaje comicográfico de esa naturaleza y con tanta variedad de recursos figurativos. Una entre muchas también recurre al simbolismo gráfico para trasladar su mensaje, pero sus intenciones y estilo son totalmente diferentes. Donde el cómic de Fayolle empleaba una metáfora lírica con intención catártica, el de Una se inclina por la asociación (a veces casi surrealista) de imágenes simbólicas profundamente subjetivas y tan oscuras como pueda serlo la plasmación visual del subconsciente. El estilo elegido por este cómic es deliberadamente simple, no así la organización de sus materiales: su dibujo responde a un minimalismo esquemático (cercano a la ilustración) apoyado por un selectivo uso simbólico del color (el rojo sangre, esencialmente); la secuenciación, muy libre, juega con las combinaciones espaciales de texto e imagen y recurre en algunos momentos a las soluciones del libro ilustrado y el collage (en sus páginas se mezclan noticias, cartas, anuncios, fotografías...); así mismo, Una entre muchas abunda en la repetición de motivos icónicos que terminan funcionando como leit motifs y argamasa para el relato central.
Y pese a ello, pese a ese cripticismo y la subjetividad de alguna de sus imágenes y textos, cualquier lector puede navegar entre los símbolos, las metáforas visuales y la narración fragmentada de un relato cuyas páginas nos estallan en la cara llenándonos de vergüenza y pudor culpable por no haber sabido mirar antes en algunas direcciones; o por decidir que ciertas ambivalencias le hacen a uno la vida más fácil.

jueves, junio 09, 2016

Teatrorum, de José Luis Serzo. Lo irreal maravilloso


Desde el 19 de febrero y hasta el 19 de junio, el Domus Artium de Salamanca (DA2) presenta en sus salas un amplio recorrido por la obra de José Luis Serzo, bajo el título Teatrorum Descubrimo al autor y a su alter ego Blinky Rotred, el Hombre Cometa, en un Arte Santander hace ya varios años. Desde entonces, hemos seguido su obra con el interés y la maravillada curiosidad del niño al que le cuentan un cuento en el que no se atisba el final.
En la obra del artista albaceteño hay mucho de cuento fantastico/mítico/romántico... y trágico. Sin embargo, paradójicamente, en ella también hay un fuerte componente real filtrado por la visión alegórica del autor. Los cuadros, esculturas e instalaciones de Serzo reciben al espectador como una puerta abierta a un universo de fantasía, cargado de detalles y absolutamente coherente en su mitología alucinada. Nos recuerda en alguna instancia a los mundos en miniatura de Santiago Valenzuela y esa enorme saga histórico-filosófico-ficcional que se plasma en Las aventuras del Capitán Torrezno.
Como aquel, Serzo construye un mundo a imagen y semejanza de sus obsesiones, sueños y referencias personales y artísticas; una escenografía en la que da rienda suelta a episodios independientes, pero complementarios, protagonizados por un personajillo pelirrojo con espíritu de inventor aventurero y vocación áerea, llamado Blinky Rotred, sosías, alter ego y metáfora del propio Serzo. En cada una de sus aventuras (convertidas en series pictóricas o escultóricas), aquel se ve rodeado de personajes tan fantásticos como él, que no son en realidad sino los amigos, familiares y algunos de los personajes históricos y artistas que forman parte del panteón de referencias de su autor.
Cada sala o espacio de la exposición recoge una de estas "series" y funciona como relato independiente dentro de ese marco más amplio de las aventuras de Blinky Rotred. Los mismos títulos de cada trabajo, descriptivos y cargados de intenciones narrativas, explican de algún modo las intenciones fabulísticas que presiden todo la producción de José Luis Serzo: Todas y cada una de las historias de vuelo (2009), La historia más bella jamás contada (2010), Familia Gómez de los Señores del Bosque (2011), Visiones de Blinky para un Teatrorum Marino (2011) o Ensayos para una gran obra II. Dos declaraciones de amor para un entreacto (2014).

Nos remiten los encabezamientos a la literatura renacentista y barroca o a los grandes ciclos épicos (el Artúrico, el de los Nibelungos...). Hay bastante de tradición mítico-literaria y de cuentística en la obra de Serzo (Alicia en el País de las Maravillas, El Mago de Oz), pero también referentes pictóricos y artísticos muy obvios: desde Gustav Courbet, que protagoniza una de las colecciones y varias de las piezas presentes en la exposición (Un sueño hecho realidad, 2016), hasta el Bosco, Brueghel, Goya o Dalí; no falta el componente surrealista y las referencias freudianas de este último, filtradas, eso sí, por los nuevos códigos interpretativos que plantea el lenguaje de Serzo. Son constantes, por ejemplo, los motivos recurrentes y los leit motifs (el telón, la corona, el tractor, la balsa, los insectos, el escenario, los andamios...) que funcionan como hilo cohesivo entre las diferentes piezas y épocas del artista.
La impronta hiperrealista de cuadros y esculturas filtra el elemento mágico de cada uno de ellos, hasta redirigirlo hacia una interpretación teatralizada de la realidad: el espectador es consciente de que los gnomos, las hadas, los gigantes y los fenómenos de circo que habitan en el mundo de Blinky son, en ralidad y una vez despejados de la metáfora, seres reales que viven al otro lado del espejo, en la dimensión paralela de José Luis Serzo. La misma lectura nos permitiría descifrar sus escenografías de naufragios, bosques, circos y teatros de guiñoles. No es extraño que la exposición tome su nombre de Teatrorum (2016), una instalación creada para esta muestra y una pieza de síntesis en la que convergen todas las demás: un teatro abovedado que nos proyecta hacia la irrealidad de los sueños, la fantasía y la imaginación; y que da sentido al juego de identidades, disfraces y representaciones que fundamentan esta exposición.
En todo caso, que la realidad no nos impida descubrir la ficción maravillosa que encierra esta exposición. Si tuvieramos que jugar a los compartimentos estancos, podríamos decir que (junto a Gonzalo Rueda, Sergio Mora o Víctor Castillo) estamos ante uno de los grandes representantes en nuestro país de esa corriente que se ha dado en llamar Surrealismo Pop. Sin embargo, la riqueza conceptual, narrativa y técnica de la obra de Serzo, nos invita más bien a pensar que estamos ante un creador de historias, un fabulador ecléctico envuelto en ropajes de artista multidisciplinar.
No se pierdan Tetrorum. Maravilla.

miércoles, septiembre 23, 2015

Cómics Online: Go Get a Roomie!, de Chloé C. Divertida desvergüenza

Por causas que les explicaremos en otro momento, estamos últimamente volcados en un campo, el de los cómics online, que teníamos bastante abandonado. Así que, aprovechando el rebufo, les vamos a "regalar" una dirección web que es un cajón lleno de sorpresas y momentos de diversión a coste cero:
Hablamos de Hive Works Comics, una página de hospedaje para proyectos digitales, que promociona y ayuda a los artistas a obtener beneficios con la difusión de sus trabajos. Aunque muchos de ellos son nombres desconocidos para el lector de cómics habitual, el catálogo de artistas y la calidad media de los trabajos expuestos es ciertamente notable, con profusión de contenidos eróticos, humorísticos y fantásticos. Casi todos los cómics de Hive Works Comics responden al formato de tira o página comicográfica trasvasadas al medio digital.
Go Get a Roomie! es un buen ejemplo de sus contenidos. Chloé C. comenzó su serie en 2010 sobre una premisa ingeniosa y un divertido personaje principal: Roomie es una muchacha feliz, un poco hippy, lesbiana, desinhibida y amante de la cerveza, que ha decidido huir de compromisos, ataduras y domicilios estables. Sus días pasan entre su cervecería de cabecera, las casas de sus amigos y sus múltiples novias, a quienes "gorronea" regularmente alojamiento y con quienes comparte cama, risas y desacuerdos. Roomie es una nomada de la noche y su vida es un cúmulo de situaciones divertidas que Chloé C. desarrolla con mucho humor, buenas dosis erotismo y sana irreverencia.
http://www.gogetaroomie.com/comic/professional-sleeper
La tira se actualiza tres veces por semana y, después de cinco años, muestra una salud excelente; además, con el tiempo, su autora ha depurado su estilo gráfico, con una línea que nos recuerda cada vez más a artistas como Jeff Smith o Scott Chandler (ese trazo sensual y disneyano al mismo tiempo). De tanto en cuanto, Chloé C. alterna sus tiras habituales con composiciones de página más osadas y pequeños "extras" que ayudan a completar y dotar de matices al divertido universo de sus personajes. El éxito de Go Get a Roomie! se ha visto reflejado en un variado merchandising y en la edición en papel de los materiales online.
http://www.gogetaroomie.com/comic/scarf
Diversión, provocación y entretenimiento en estado puro. No siempre hay que buscarle trascendencia a cada viñeta que leemos, ¿verdad?

miércoles, julio 08, 2015

Aama, de Frederik Peeters (I). La evolución de un autor, para ABC Color

El pasado domingo 05 de julio comenzamos una serie de colaboraciones puntuales para el Suplemento Cultural del periódico paraguayo más leído, ABC Color, gracias a la amable invitación de su editora Montserrat Álvarez. Para este primer artículo nos decantamos por uno de nuestros autores favoritos, Frederik Peeters, con motivo de la publicación reciente del último episodio de su serie Aama; un cómic de ciencia-ficción destinado a perdurar y a convertirse en una referencia dentro del género.
Para dotarles al autor y a la obra de la importancia que merecen, decidimos dividir el texto en dos entregas: la primera de ellas dedicada a la evolución de Peeters como creador y la que se publicará en breve, centrada en el análisis particular de Aama.
Les dejamos a continuación con el texto de la primera de dichas entregas y con las planillas correspondientes del cultural: "Aama, de Frederic Peeters (I): La evolución de un autor"

EN BUSCA DE UN LENGUAJE
La consagración del suizo Frederik Peeters es instantánea con la publicación en 2001 de su multipremiada obra Píldoras azules. En ella, el dibujante y guionista desarrollaba con inteligencia un capítulo autobiográfico extremadamente delicado, la tragicomedia existencial de su vida en pareja y su disposición a afrontar la paternidad desde una posición crítica: la condición seropositiva de su compañera.
Pese a la dificultad del desafío, Peeters se acerca a un tema tan complejo, especialmente durante esos años, sin caer en el melodrama ni en la sensiblería. Muy al contrario, Píldoras azules es un trabajo surcado por el humor y una ironía que se ve reforzada por la caricatura amable del dibujo de Peeters.
Si tuviéramos que encuadrar a Frederik Peeters dentro de alguna escuela comicográfica, no podríamos obviar, desde luego, su proximidad a la línea clara francobelga; sin embargo, en la línea suelta, modulada y muy expresiva de su dibujo encontramos bastantes rasgos de otros maestros clásicos, como Hugo Pratt o Robert Crumb, y afinidades con la libertad expresiva y la fluidez de los nuevos autores del cómic independiente francés, dibujantes tan dotados como Baudoin, David B., Blutch o Sfar. En este sentido, Peeters comparte rasgos estilísticos con otros jóvenes dibujantes coetáneos que también están participando muy activamente en la consagración del cómic actual como vehículo artístico y cultural: nos referimos a nombres como los del estadounidense Craig Thompson (Blankets), el francés Christophe Blain (Isaac el pirata) o el español David Rubín (Beowulf). 
Curiosamente, el trabajo que sigue a Píldoras azules no es una nueva novela gráfica, sino una obra en apariencia más humilde y experimental, un tebeo pequeño en cuanto a formato y extensión, pero cargado de ambición técnica: en sus apenas treinta y dos páginas, Constellation (2002) jugaba de un modo que no habíamos visto muchas veces antes con el punto de vista comicográfico para relatar una misma historia desde las perspectivas diversas de tres protagonistas que, en plena guerra fría, deciden subirse a un mismo avión. Aunque ya habíamos observado ejercicios similares en la novela y en la cinematografía del siglo XX, en el cómic anterior al advenimiento de la llamada «novela gráfica» este tipo de audacias narrativas parecían limitadas a los experimentos formales del underground estadounidense o del cómic europeo y suramericano de autor de los años sesenta y setenta. 
DESAFIANDO LOS GÉNEROS 
A partir de 2009, Peeters se enfrenta a una serie de trabajos que tienen como característica común la de abordar diferentes géneros narrativos clásicos con una actitud renovadora, más que rupturista. 
Lupus (2003-2006) es la primera incursión seria de Peeters en el mundo de la ciencia ficción. Se trata de una obra voluminosa, de cuatrocientas páginas, que se publicó en cuatro entregas. Como el propio autor ha confesado en alguna ocasión, este cómic no parte de un guion estructurado al uso, sino de ideas, intuiciones, experiencias autobiográficas y tramas semi-improvisadas que, en cierta manera, desafían las convenciones de un género tan fuertemente estereotipado como es la ciencia ficción. Así, frente a cualquier ánimo universalista, Lupus se construye como un relato intimista, recorrido por pequeños hallazgos conceptuales y visuales (entre los que incluimos secuencias puramente abstractas), un texto en el que el elemento cotidiano y los pasajes reflexivos cobran una importancia máxima.

RG (2007-2008), realizado junto a Pierre Dragon (coguionista y antiguo miembro del servicio de inteligencia francés), guarda algunas semejanzas con Lupus, por cuanto adopta los esquemas del relato policiaco y los adapta a la personal visión de su autor; combinando en diferente medida el elemento realista y la experiencia de Dragon como agente secreto galo, con el elemento fantástico realzado por la plasticidad que aportan los lápices de Frederik Peeters. 
EL SURREALISMO COMO HERRAMIENTA 
En casi todos los cómics de Peeters hay un componente surrealista, que en algunos casos adquiere un rol directamente vertebrador: es el caso de trabajos como Paquidermo o Castillo de arena; y en menor medida de Koma. Se trata de un surrealismo estrechamente conectado con un sentido del humor que nace del gesto cotidiano y la conversación trivial; un humorismo anclado a la realidad incluso en los trabajos más fantasiosos de su producción. 
Koma(2003-2009) fue, antes de RG, la primera colaboración de Frederik Peeters con otro guionista, en este caso Pierre Wazem. Detrás de la fachada de un cómic infantil, se esconde de nuevo una serie que desborda las convenciones genéricas. Así, la historia original de la niña Addidas y su padre el deshollinador termina por bifurcarse en un relato frondoso, habitado por monstruos nobles, odiosos tecnócratas y espíritus perdidos en un limbo amnésico. Como sucede en buena parte de la producción de Peeters, en el epílogo de la obra el autor da rienda suelta a su parte más discursiva, recurriendo en ocasiones al elemento abstracto, surrealista y asociativo (muy importante en su obra) para concretar visualmente sus reflexiones más profundas. 
Pero si en Koma el componente surrealista tiene una función transversal o modeladora, en Paquidermo y Castillo de arena su importancia es angular. La trama de Paquidermo (2009), tal y como se nos describe en la información promocional de la editorial, nos desvela sin ambages el espíritu del cómic: «Suiza, años 50. Una mujer cuyo marido ha sufrido un accidente de automóvil se dirige al hospital en el que ha sido ingresado, pero un elefante caído sobre la calzada impide la circulación. La mujer abandona su coche y trata de llegar al hospital monte a través». Esta novela gráfica, así como la buñuelesca Castillo de arena (2010), realizada junto al cineasta Pierre Oscar Lévy, supone la concreción de una filosofía y de un modo de trabajo por parte de Peeters, basado en la improvisación y en la creación de una historia sin un guion cerrado o completamente definido (que ya anticipaba Lupus). La trama adquiere su carga simbólica y evoluciona de acuerdo a estados de ánimo, pulsiones personales y experiencias privadas que el autor termina volcando sobre la página con el acabado siempre perfeccionista y elaborado de sus dibujos.
Casi todos los rasgos que hemos visto hasta el momento (la transgresión genérica, el surrealismo, la experimentación o el empleo de la metáfora y el símbolo) terminan por converger y perfeccionarse en el trabajo más reciente del autor suizo: una obra que supone una culminación de su recorrido y que (con la publicación reciente de su cuarto y último volumen) se ha convertido ya en uno de los cómics de referencia de los últimos tiempos. Nos referimos a Aama, su nueva serie de ciencia ficción. Hablaremos de ella en la segunda entrega de este artículo.

martes, enero 13, 2015

Je suis...

No hacen falta demasiadas palabras...

...pero entre tanto ruido, hemos leído algunes reflexiones lúcidas

...y aplaudimos iniciativas valientes y necesarias:

http://www.orgulloysatisfaccion.com/charlie/

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(Actualización: 25/01/2015) 

Seguimos leyendo sobre un tema que, creemos, no se debería olvidar tan pronto. Les proponemos algunos textos más para entender y reflexionar:

domingo, agosto 17, 2014

Las copygrafías de Alfredo Santos. Pinturas que saben de cómic.

Hace unos días conocimos a Alfredo Santos, pintor. Estuvimos hablando con él de arte, de cuadros y de cómics. Y hablamos de Andrei Molotiu y su obra Abstract Comics, ese libro que en 2010 reabrió el debate acerca de la naturaleza narrativa del cómic. Hubo críticos y estudiosos entonces que vieron en los ejemplos seleccionados por Molotiu una prueba clara de que podían existir cómics no narrativos.
Nunca secundamos la moción. El elemento narrativo (en ocasiones expresado sólo de forma latente y sujeto a la coherencia global de la obra) es inherente al cómic, más allá de que éste pueda abundar en un componente lírico, surreal, onírico o parcialmente abstracto. En las tripas de cualquier artefacto comicográfico existe una base secuencial y una intención narrativa; aunque ésta no aparezca obviamente presentada ni se exprese de forma diáfana en primera instancia. La causalidad y la existencia de unos vínculos espacio-temporales condiciona la lectura de un cómic, incluso la de un cómic abstracto.
De estos asuntos y varios más hablábamos con Alfredo mientras nos paseábamos por los trabajos que con frecuencia cuelga en su página Copygrafías. Resulta que su obra encaja a la perfección entre muchos de los ejemplos que Molotiu suele utilizar para aumentar la nómina de sus "abstract comics". Cuando compramos su libro con el mismo nombre, lo abordamos con una certeza que no nos abandonó en todo el recorrido por sus páginas: lo que teníamos ante nosotros no era cómic, sino arte plástico puro y duro. ¿Cómo debemos leer en ese caso ejemplos como los que se muestran en la obra de Alfredo Santos y otros autores (Mark Gonyea, Stan Brakhage o el propio Molotiu)?
La clave está en la propia acepción del término "cómic". Lo hemos repetido aquí en numerosas ocasiones, con él nos referimos al medio y al objeto que lo contiene (al libro, comic-book, álbum...), pero también a un lenguaje artístico y cultural que cuenta con unas herramientas propias y unos mecanismos definidos. Estos instrumentos (secuenciación, viñetas, globos, didascalias, personajes, etc.) funcionan conjuntamente como instrumentos que permiten crear narraciones gráficas. No obstante, como ya demostró Roy Lichtenstein en su momento, las bellas artes se retroalimentan unas de otras (que le pregunten a Duchamp) y el apropiacionismo es uno de los rasgos esenciales del arte contemporáneo. En este sentido, las herramientas del cómic (líneas de viñeta, globos, líneas cinéticas) están presentes en la obra de multitud de artistas plásticos actuales; como muchos de los que se recogen en Abstract Comics, y como demuestra la obra de Alfredo Santos.
Los aparatos y mecanismos que habitan sus cuadros crean ritmos y secuencias que a veces nos remiten a estructuras musicales y en otros casos se parecen más a estructuras arquitectónicas polimórficas y mutantes. Hay muchas pistas y referencias en la obra del artista cántabro que demuestran su pasión por el cómic, como esas líneas y modulaciones que nos conducen directamente a la escuela Marvel o sus construcciones espaciales que tanto nos recuerdan a Moebius y sus fantásticos escenarios futuristas. En el fondo, todo puede ser materia prima y todo termina por imbricarse.
Si quieren ver a Alfredo en acción, pasense por aquí.

lunes, junio 09, 2014

Sin título, de Cameron Stewart. La madeja serial.

Esto no es una reseña, es la confirmación de una reseña. La que hicimos hace cuatro años con motivo del premio Eisner que Cameron Stewart obtuvo en 2010 gracias a su webcómic Sin título. En aquel entonces, loábamos las virtudes de un cómic que jugaba a la vuelta de tuerca y el cliffhanger continuado. Cada nueva entrega de Sin título era un thriller en miniatura en la línea de las antiguas tiras cómicas que constituían unidades narrativas independientes, pero que se debían a un todo, con rasgos de sumario y suspense en cada una de ellas. El ejercicio de Stewart funcionaba en su creación de asombro sin fin.

Cuando reseñamos Sin título, el cómic se hallaba más o menos por la mitad de su trama y planteábamos el riesgo de que se pareciera a esas historias (en Hollywood lo saben muy bien) que viven de la emoción constante y de la apertura de líneas narrativas sorpresivas a cada nuevo paso/página. Normalmente, las pélículas o las series que basan su armazón narrativo en el engaño y el desconcierto progresivo del espectador suelen caer en su propia trampa a la hora de satisfacer las expectativas creadas en ese mismo receptor.

Sin título concluyó en octubre de 2012 después de 160 entregas. Dark Horse Comics en Estados Unidos y ahora Astiberri en nuestro país lo han editado en formato libro. Son varias las reflexiones a que nos mueve su lectura.

El cómic de Cameron funciona tan bien en papel como lo hacía en formato web; mantiene su formato rectangular apaisado y su estructura regular reticulada de ocho viñetas simétricas por página. No sabemos si este hecho es una buena noticia para Cameron y Sin título o una pésima noticia para los webcómic como formato de composición y difusión. Casi ninguna de las predicciones de McCloud respecto al medio digital y su potencial narrativo parecen haberse cumplido. La red y la tecnología digital han funcionado como dinamizadores de la "industria", como factor imparable de difusión y reproducción, pero ¿hasta qué punto han cambiado las estructuras de la narración comicográfica? Los experimentos de gente como Cat Garza o Daniel Merlin cada vez parecen más precisamente eso, experimentos; y los webcómics que triunfan de verdad no parecen aspirar a otra cosa que a su publicación en papel, por lo cual uno termina por cuestionarse hasta que punto el formato web no es otra cosa que un simple formato. Esperamos equivocarnos.

No en el caso de Sin título. En su día comparábamos esta obra con algunas otras narraciones seriales, como Perdidos o los tebeos de Urasawa; cuyos valores principales tenían que ver con el grado de adicción generado en el consumidor y la emoción mantenida. El trabajo de Cameron plantea una nueva interrogante, literalmente, en cada página. Su lectura es adictiva y el modo en que engarza realidad, ficción, sueño y subconsciente funciona francamente bien, aunque le deje al espectador con una mosca detrás de la oreja prácticamente desde el arranque: ya se sabe, las áreas desconocidas de la mente y el subconsciente onírico son factores muy socorridos cuando llega el momento de restañar un espejo-guión narrativo roto en mil pedazos por mor del suspense. Sin título soluciona el brete con relativa fortuna. El lector no se siente estafado cuando concluye la lectura y, sin ser una obra completamente abierta, el relato mantiene algunas interrogantes en el aire una vez concluido, acerca del proceso creativo, la inspiración y los diferentes planos de la realidad.

Con Sin título, en el fondo, sucede lo mismo que está pasando con el fenómeno contemporáneo de las series televisivas (un aspecto que cuestiona desde raíz los fundamentos mismos de los relatos por entregas en televisión): la espera hasta el siguiente capítulo es positiva, genera expectativas y favorece el intercambio de opiniones, pero, cuando es el espectador quien tiene el poder para gestionar su propio calendario de "consumo" -y no las cadenas, productoras, o autores en el caso del cómic-, ¿no es cierto que la ingesta episódica se torna aún más intensa?, ¿cómo explicamos esos casos de aficionados que degluten una serie de cuatro temporadas en una sola semana?, ¿quién no ha caído alguna vez en la tentación de "tragarse" tres o cuatro episodios de su serie (coyunturalmente) favorita de una sentada, solazándose en esa pérdida de autocontrol cultural?, ¿no es exactamente eso lo que está sucediendo a día de hoy con las fórmulas de difusión y recepción de las series? 

Quizás sea esa la razón de que Sin título también pareciera predestinado a convertirse en una novela gráfica (más). No es nuevo, que le pregunten a Galdós.

lunes, diciembre 19, 2011

Cuadernos ucranianos, de Igort. Crónicas desde el horror.

A nuestro país, de Igort nos han llegado noticias con cuentagotas: 5, el número perfecto; Baobab; algunas historias sueltas en revistas y antologías, y poco más. Nosotros nos trajimos de un lejanísimo viaje transalpino un trabajo que firmó con Massimo Carlotto, titulado Dimmi che non vuoi morire; y debemos confesar que, años después, aún espera en la montaña de pendientes.
En un vistazo superficial, los trabajos de Igort pueden dan cierta pereza visual: su estilo es sobrio y solemne, a veces simbólico, otras casi expresionista; sus personajes parecen tallas góticas en madera y casi nunca se recrea en un dinamismo excesivo en sus secuenciaciones. Nos recuerda un poco a los dibujos de ese Andrés Rábago, Ops, El Roto. Recientemente, Sins Entido ha publicado Cuadernos ucranianos, una obra de Igort ante la que el lector no debe sentir pereza ninguna, porque se trata de un cómic sobresaliente.
Ya hemos señalado alguna vez que hay historias que por su veracidad o por la tragedia insoportable que se encierra tras su reconstrucción ficcional, resultan casi irrebatibles en el terreno emocional. Es cierto que una mala narración puede llegar a arruinar cualquier búsqueda de empatía, pero no lo es menos que toda ratificación histórica le añade a una historia un plus de credibilidad y capacidad de perturbación. Es el caso de esta obra. Desde la primera página, Igort se encarga de dejar claro que en su relato no hay más ficción que la de la reconstrucción ordenada de los hechos históricos: el artificio está en la forma, no en lo relatado. La batería de datos, nombres propios, fechas y testimonios que sostienen la crónica modelada por Cuadernos ucranianos es el resultado de la estancia del autor ("Relación de un viaje que duró casi dos años") en el escenario del "crimen", la Ucrania postsoviética, uno de tantos cadáveres geográficos que reflotaron putrefactos de las profundidades de la antigua URSS.
Hubo un tiempo en que en Occidente se observaba a la Rusia comunista con cierta indulgencia, sus líderes parecían inofensivos ancianos seniles de otro tiempo y sus figuras históricas (Lenin y, sobre todo, Stalin) no parecían más que eso, figuras históricas. A esta percepción contribuyó gente como el Pulitzer Walter Duranty, el corresponsal del New York Times en Moscú, un periodista arribista y adulador que ayudó a afianzar "un culto a la personalidad del dictador incluso en Occidente". El trabajo en los últimos lustros de historiadores y personajes de la cultura como Nikita Mijalkov (Quemado por el sol) o Martin Amis (Koba el temible), nos han ayudado a levantar el velo y a dejar a la vista la evidencia tenebrosa: Stalin se sienta al lado de Hitler o Pol-Pot en el podio de los monstruos genocidas de la historia reciente.
Igort aporta algo más de luz a dicha evidencia, revelando un drama histórico sobre el que en los anales históricos recientes se ha hablado poco o nada: el genocidio practicado sobre los kulaks (campesinos poseedores de tierras) ucranianos entre 1931 y 1934, una matanza que se dio en llamar la deskulakización.
Con el fin de conseguir incorporar a la rebelde Ucrania ("con una fuerte tradición campesina compuesta por pequeños y medianos terratenientes") al plan de colectivización bolchevique, Stalin y sus generales trazan un plan sistemático que consiga doblegar al país, "aniquile sus impulsos independentistas y destruya su identidad": se trataba de aislar a Ucrania y cortar sus medios de producción y sustento. Mediante el arresto de los cabezas de familia, la deportación sistemática de kulaks y la posterior requisación de bienes, animales, cosechas y alimentos, la región cayó en una hambruna tan brutal que hizo aumentar exponencialmente a hambruna, la violencia y provocó terribles episodios de canibalismo; la población de kulaks pasó de los 5,6 millones de 1928 a los 149.000 de 1834.
En su intento de ilustrar lo inenarrable, Igort maneja un doble registro artístico: para su enumeración de datos históricos y para la ordenación de los acontecimientos (apoyada en numerosos documentos oficiales de la época), el italiano recurre a ilustraciones de apoyo sobre textos ágiles e informativos. Pero además, entre cifras espeluznantes y espeluznantes referencias, el autor incluye varios relatos comicográficos reducidos, de naturaleza biográfica. Se trata de episodios fidedignos sobre las vidas de esos testigos que Igort se encontró en su travesía, y que tuvieron a bien desnudarse vitalmente ante sus preguntas en indagaciones.
Las vidas de los Serafina Andréyevna, Nicolái Vasílievich o María Ivánovna no intentan funcionar, ni mucho menos, como ejemplos ilustrados de una tesis o como pruebas del delito. Son simple y llanamente confesiones descarnadas, a tumba abierta, de auténticas tragedias personales; ejemplos en carne viva del derrumbe existencial que asola a este planeta que habitamos, con una frecuencia cíclica y machacona. Cuando leemos sus retratos de resistencia y lucha infructuosa, pareciera que estuviéramos presenciado algunas de aquellas vidas de santos y hagiografías iluminadas de nuestro adoctrinamiento pasado (que tanto gustaban a ese otro pequeño y miserable dictadorcillo nuestro), eso sí desprovistas del resplandor místico y la aureola santificante. Tragedias sin excusas las de estos pobres hombres y mujeres ucranianos que sobrevivieron al monstruo y a sus plagas, y se agarraron a la vida, para constatar que al final de la misma, no había nada más que una tumba hecha de barro y heces.
No nos extraña que el Igort narrador deambule por su propia obra en estado perpetuo de congoja y estupor. En ese mismo estado nos deja con su último subrayado:
Una noticia reciente: van a colocarse numerosos retratos gigantes de Stalin en las principales plazas de Moscú a partir del 1 de abril de 2010. "Que saga sonriendo," aconsejan los dirigentes del revivido partido comunista. Y esto no es, por desgracia, una inocentada.