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lunes, junio 09, 2014

Sin título, de Cameron Stewart. La madeja serial.

Esto no es una reseña, es la confirmación de una reseña. La que hicimos hace cuatro años con motivo del premio Eisner que Cameron Stewart obtuvo en 2010 gracias a su webcómic Sin título. En aquel entonces, loábamos las virtudes de un cómic que jugaba a la vuelta de tuerca y el cliffhanger continuado. Cada nueva entrega de Sin título era un thriller en miniatura en la línea de las antiguas tiras cómicas que constituían unidades narrativas independientes, pero que se debían a un todo, con rasgos de sumario y suspense en cada una de ellas. El ejercicio de Stewart funcionaba en su creación de asombro sin fin.

Cuando reseñamos Sin título, el cómic se hallaba más o menos por la mitad de su trama y planteábamos el riesgo de que se pareciera a esas historias (en Hollywood lo saben muy bien) que viven de la emoción constante y de la apertura de líneas narrativas sorpresivas a cada nuevo paso/página. Normalmente, las pélículas o las series que basan su armazón narrativo en el engaño y el desconcierto progresivo del espectador suelen caer en su propia trampa a la hora de satisfacer las expectativas creadas en ese mismo receptor.

Sin título concluyó en octubre de 2012 después de 160 entregas. Dark Horse Comics en Estados Unidos y ahora Astiberri en nuestro país lo han editado en formato libro. Son varias las reflexiones a que nos mueve su lectura.

El cómic de Cameron funciona tan bien en papel como lo hacía en formato web; mantiene su formato rectangular apaisado y su estructura regular reticulada de ocho viñetas simétricas por página. No sabemos si este hecho es una buena noticia para Cameron y Sin título o una pésima noticia para los webcómic como formato de composición y difusión. Casi ninguna de las predicciones de McCloud respecto al medio digital y su potencial narrativo parecen haberse cumplido. La red y la tecnología digital han funcionado como dinamizadores de la "industria", como factor imparable de difusión y reproducción, pero ¿hasta qué punto han cambiado las estructuras de la narración comicográfica? Los experimentos de gente como Cat Garza o Daniel Merlin cada vez parecen más precisamente eso, experimentos; y los webcómics que triunfan de verdad no parecen aspirar a otra cosa que a su publicación en papel, por lo cual uno termina por cuestionarse hasta que punto el formato web no es otra cosa que un simple formato. Esperamos equivocarnos.

No en el caso de Sin título. En su día comparábamos esta obra con algunas otras narraciones seriales, como Perdidos o los tebeos de Urasawa; cuyos valores principales tenían que ver con el grado de adicción generado en el consumidor y la emoción mantenida. El trabajo de Cameron plantea una nueva interrogante, literalmente, en cada página. Su lectura es adictiva y el modo en que engarza realidad, ficción, sueño y subconsciente funciona francamente bien, aunque le deje al espectador con una mosca detrás de la oreja prácticamente desde el arranque: ya se sabe, las áreas desconocidas de la mente y el subconsciente onírico son factores muy socorridos cuando llega el momento de restañar un espejo-guión narrativo roto en mil pedazos por mor del suspense. Sin título soluciona el brete con relativa fortuna. El lector no se siente estafado cuando concluye la lectura y, sin ser una obra completamente abierta, el relato mantiene algunas interrogantes en el aire una vez concluido, acerca del proceso creativo, la inspiración y los diferentes planos de la realidad.

Con Sin título, en el fondo, sucede lo mismo que está pasando con el fenómeno contemporáneo de las series televisivas (un aspecto que cuestiona desde raíz los fundamentos mismos de los relatos por entregas en televisión): la espera hasta el siguiente capítulo es positiva, genera expectativas y favorece el intercambio de opiniones, pero, cuando es el espectador quien tiene el poder para gestionar su propio calendario de "consumo" -y no las cadenas, productoras, o autores en el caso del cómic-, ¿no es cierto que la ingesta episódica se torna aún más intensa?, ¿cómo explicamos esos casos de aficionados que degluten una serie de cuatro temporadas en una sola semana?, ¿quién no ha caído alguna vez en la tentación de "tragarse" tres o cuatro episodios de su serie (coyunturalmente) favorita de una sentada, solazándose en esa pérdida de autocontrol cultural?, ¿no es exactamente eso lo que está sucediendo a día de hoy con las fórmulas de difusión y recepción de las series? 

Quizás sea esa la razón de que Sin título también pareciera predestinado a convertirse en una novela gráfica (más). No es nuevo, que le pregunten a Galdós.

lunes, diciembre 19, 2011

Cuadernos ucranianos, de Igort. Crónicas desde el horror.

A nuestro país, de Igort nos han llegado noticias con cuentagotas: 5, el número perfecto; Baobab; algunas historias sueltas en revistas y antologías, y poco más. Nosotros nos trajimos de un lejanísimo viaje transalpino un trabajo que firmó con Massimo Carlotto, titulado Dimmi che non vuoi morire; y debemos confesar que, años después, aún espera en la montaña de pendientes.
En un vistazo superficial, los trabajos de Igort pueden dan cierta pereza visual: su estilo es sobrio y solemne, a veces simbólico, otras casi expresionista; sus personajes parecen tallas góticas en madera y casi nunca se recrea en un dinamismo excesivo en sus secuenciaciones. Nos recuerda un poco a los dibujos de ese Andrés Rábago, Ops, El Roto. Recientemente, Sins Entido ha publicado Cuadernos ucranianos, una obra de Igort ante la que el lector no debe sentir pereza ninguna, porque se trata de un cómic sobresaliente.
Ya hemos señalado alguna vez que hay historias que por su veracidad o por la tragedia insoportable que se encierra tras su reconstrucción ficcional, resultan casi irrebatibles en el terreno emocional. Es cierto que una mala narración puede llegar a arruinar cualquier búsqueda de empatía, pero no lo es menos que toda ratificación histórica le añade a una historia un plus de credibilidad y capacidad de perturbación. Es el caso de esta obra. Desde la primera página, Igort se encarga de dejar claro que en su relato no hay más ficción que la de la reconstrucción ordenada de los hechos históricos: el artificio está en la forma, no en lo relatado. La batería de datos, nombres propios, fechas y testimonios que sostienen la crónica modelada por Cuadernos ucranianos es el resultado de la estancia del autor ("Relación de un viaje que duró casi dos años") en el escenario del "crimen", la Ucrania postsoviética, uno de tantos cadáveres geográficos que reflotaron putrefactos de las profundidades de la antigua URSS.
Hubo un tiempo en que en Occidente se observaba a la Rusia comunista con cierta indulgencia, sus líderes parecían inofensivos ancianos seniles de otro tiempo y sus figuras históricas (Lenin y, sobre todo, Stalin) no parecían más que eso, figuras históricas. A esta percepción contribuyó gente como el Pulitzer Walter Duranty, el corresponsal del New York Times en Moscú, un periodista arribista y adulador que ayudó a afianzar "un culto a la personalidad del dictador incluso en Occidente". El trabajo en los últimos lustros de historiadores y personajes de la cultura como Nikita Mijalkov (Quemado por el sol) o Martin Amis (Koba el temible), nos han ayudado a levantar el velo y a dejar a la vista la evidencia tenebrosa: Stalin se sienta al lado de Hitler o Pol-Pot en el podio de los monstruos genocidas de la historia reciente.
Igort aporta algo más de luz a dicha evidencia, revelando un drama histórico sobre el que en los anales históricos recientes se ha hablado poco o nada: el genocidio practicado sobre los kulaks (campesinos poseedores de tierras) ucranianos entre 1931 y 1934, una matanza que se dio en llamar la deskulakización.
Con el fin de conseguir incorporar a la rebelde Ucrania ("con una fuerte tradición campesina compuesta por pequeños y medianos terratenientes") al plan de colectivización bolchevique, Stalin y sus generales trazan un plan sistemático que consiga doblegar al país, "aniquile sus impulsos independentistas y destruya su identidad": se trataba de aislar a Ucrania y cortar sus medios de producción y sustento. Mediante el arresto de los cabezas de familia, la deportación sistemática de kulaks y la posterior requisación de bienes, animales, cosechas y alimentos, la región cayó en una hambruna tan brutal que hizo aumentar exponencialmente a hambruna, la violencia y provocó terribles episodios de canibalismo; la población de kulaks pasó de los 5,6 millones de 1928 a los 149.000 de 1834.
En su intento de ilustrar lo inenarrable, Igort maneja un doble registro artístico: para su enumeración de datos históricos y para la ordenación de los acontecimientos (apoyada en numerosos documentos oficiales de la época), el italiano recurre a ilustraciones de apoyo sobre textos ágiles e informativos. Pero además, entre cifras espeluznantes y espeluznantes referencias, el autor incluye varios relatos comicográficos reducidos, de naturaleza biográfica. Se trata de episodios fidedignos sobre las vidas de esos testigos que Igort se encontró en su travesía, y que tuvieron a bien desnudarse vitalmente ante sus preguntas en indagaciones.
Las vidas de los Serafina Andréyevna, Nicolái Vasílievich o María Ivánovna no intentan funcionar, ni mucho menos, como ejemplos ilustrados de una tesis o como pruebas del delito. Son simple y llanamente confesiones descarnadas, a tumba abierta, de auténticas tragedias personales; ejemplos en carne viva del derrumbe existencial que asola a este planeta que habitamos, con una frecuencia cíclica y machacona. Cuando leemos sus retratos de resistencia y lucha infructuosa, pareciera que estuviéramos presenciado algunas de aquellas vidas de santos y hagiografías iluminadas de nuestro adoctrinamiento pasado (que tanto gustaban a ese otro pequeño y miserable dictadorcillo nuestro), eso sí desprovistas del resplandor místico y la aureola santificante. Tragedias sin excusas las de estos pobres hombres y mujeres ucranianos que sobrevivieron al monstruo y a sus plagas, y se agarraron a la vida, para constatar que al final de la misma, no había nada más que una tumba hecha de barro y heces.
No nos extraña que el Igort narrador deambule por su propia obra en estado perpetuo de congoja y estupor. En ese mismo estado nos deja con su último subrayado:
Una noticia reciente: van a colocarse numerosos retratos gigantes de Stalin en las principales plazas de Moscú a partir del 1 de abril de 2010. "Que saga sonriendo," aconsejan los dirigentes del revivido partido comunista. Y esto no es, por desgracia, una inocentada.

lunes, mayo 16, 2011

Con Sacco y sus "Notas al pie de Gaza", en Culturamas.

Esta semana vamos a delegar en nosotros mismos, vía canal interpuesto: es decir, que les vamos a remitir al articulillo que acabamos de publicar en Culturamas, esa web.
Se lo hemos dedicado al que para nosotros fue, probablemente, el mejor cómic del 2010: Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco (andamos todavía en estado de perplejidad después de que en el Salón de Cómic de Barcelona de este año ni siquiera resultara nominado). Se trata de un trabajo con una fuerte base de investigación periodística, un reportaje minucioso, denso, concienzudo y muy muy bien dibujado. Nos parece lo mejor que ha hecho el dibujante-reportero norteamericano y, sinceramente, se trata de una de las mejores crónicas bélicas sobre el estado actual del conflicto israel-palestino que hemos podido leer en estos últimos años. Y eso que en Notas al pie de Gaza, Sacco habla sobre todo del pasado: de "noviembre de 1956, la fecha en la que el ejercito israelí, guiado por el general Ariel Sharon (futuro presidente de Israel), inició la invasión de Gaza, entrando a fuego y sangre en los núcleos urbanos más importantes de la Franja, Khan Younís y Rafah."
No les vamos a contar más, que si no todo este juego de referencias cruzadas y remisiones a páginas ajenas va a dejar de tener sentido.
PS. Ups, nos acabamos de dar cuenta de que hemos escrito mal el título del cómic hasta en la cabecera de la reseña. Malditas re-revisiones.

lunes, marzo 21, 2011

Operación muerte, de Shigeru Mizuki. ¿Era necesario llegar a ese punto?

- ¿Para qué ha servido la operación muerte? ¿Para qué van a servir nuestras muertes?
- Basta ya, cállate. Por mucho que gritemos ahora, nada va a cambiar. Aceptemos esto como nuestro destino.
Cuando Japón asume su derrota en la Segunda Guerra Mundial, después de los traumáticos sucesos en Hiroshima y Nagasaki, el Emperador Hirohito compadece ante los medios radiofónicos para anunciar la derrota con un discurso ante su pueblo. Ese 15 de agosto de 1945, por primera vez en sus vidas los japoneses escuchan la voz de su máximo dirigente. Supone el fin de una era: la retrasmisión radiofónica, el sonido de la voz imperial, supone a su vez la asunción de que su emperador es un ser humano, un mortal más, en vez de una deidad. Centenares de altos mandos del ejército japonés ponen fin a sus días mediante la ceremonia suicida del sepukki. La realidad se vuelve tan intolerable para ellos que sólo la muerte supone una salida honrosa a una vida militar fanatizada basada en unos códigos de honor tan dudosos como la naturaleza divina de su máximo dirigente.
Sólo desde la fe ciega y el fanatismo se entienden algunos de los actos bélicos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Acciones como el suicidio por honor, los asaltos kamikazes o la operación muerte, sólo se conciben desde una fe irracional, desde una creencia pseudo-religiosa en una superioridad moral y racial. Los soldados japoneses no se rendían después de la derrota, se inmolaban o se suicidaban.
Recientemente hemos tenido la ocasión de sufrir con una de las películas más duras que ha parido la historia del cine: Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan; un film en el que la vida parece un accidente testimonial. En esta cinta se narra la ocupación de la ciudad china de Nanking, uno de los episodios más vergonzosos de la vergonzosa Segunda Gran Guerra. El relato de las atrocidades llevadas a cabo por las tropas japonesas durante la ocupación es de tal dureza que el espectador no sale indemne de la experiencia. Estremece pensar que, en la naturaleza humana, existe espacio para la barbarie en esos términos; estremece imaginar hasta qué punto podríamos cada uno de nosotros comportarnos de manera similar en situaciones de similar enajenación.
Operación muerte, de Shigeru Mizuki, aborda otro episodio atroz, el de la defensa del puesto de Baien (en la Isla de Nueva Bretaña, en el Pacífico). No descubrimos nada si decimos que el final de dicha operación se anticipa en el título y se anuncia desde las primeras didascalias del relato. Shigeru Mizuki participó en el episodio militar.
Cambia el punto de vista respecto a Ciudad de vida y muerte, claro: éste es un cómic contado por un japonés, un soldado-testigo que devino en dibujante de cómics, y el enfoque es, por tanto, mucho más subjetivo. Curiosamente, el “malo” sigue siendo el mismo, el fanatizado ejército japonés, cegado por sus valores feudales de la gloria y el honor (recordemos que Japón subsistió como régimen feudal hasta finales del S. XIX).
Por otro lado, Operación muerte es un trabajo mucho más “ligero” que Ciudad de vida y muerte. Lo es por la fuerte carga de humor que trasmite Mizuki en algunas de las escenas relatadas: al plantearse, en muchos momentos, la visión de la guerra como un absurdo (el punto de vista básico del doctor del campamento, por ejemplo), el autor decide eludir una visión excesivamente dramática, en pos del relato de anécdotas cotidianas. De este modo, el lector asiste a situaciones del día a día y a conversaciones aparentemente banales entre los soldados, que, en realidad, trasmiten fuertes sentimientos de humanidad y consiguen crear una inmediata empatía entre el lector y los personajes.
El empleo del estilo de dibujo habitual en Mizuki (la mezcla de fondos hiperrealista, en la línea de los grabadores paisajistas tradicionales japoneses, con personajes muy caricaturescos y sintéticos) colabora a acentuar ese aire paródico del relato. No obstante, detrás de las apariencias, detrás de cada uno de esos episodios (ordenados cronológicamente, pese a su ocasional apariencia aleatoria) que conforman este gran cuadro bélico, se presagia un drama con mayúsculas: el de la deshumanización. Como señala el propio Mizuki en su epílogo: “En la jerarquía militar estaban primero los oficiales, luego los suboficiales, después los caballos y, finalmente, los soldados. Estos últimos no eran considerados como personas, sino como seres inferiores a los equinos.”
El empleo del mencionado “enmascaramiento” adquiere en esta obra en concreto un simbolismo muy significativo: es como si los seres humanos que pueblan las páginas de Operación muerte fueran personajes de cómic que habitan (o habitaron) un mundo muy real: con sus paisajes naturales exuberantes y sus tenebrosos campos de batalla; las vidas humanas, la de los caricaturescos personajes de Mizuki, no valen más (o menos) que un trazo de tinta sobre la página. Por eso, las breves escenas en las que el autor recurre al trazo realista para la recreación de figuras humanas tienen una carga significativa especialmente trágica.
Un gran cómic, este Operación muerte. Esta claro que para Shigeru Mizuki su vida es un filón narrativo. Y lo está también que para el lector hispanoparlantes la publicación de sus trabajos en el 2010 ha sido una bendición. Ya era hora de que llegáramos a este punto… editorial.
Hoy, un Japón muy diferente está viviendo uno de los episodios más trágicos de su historia reciente y sus habitantes están demostrando una entereza y una dignidad tales que desde el resto del orbe no podemos sino asistir asombrados a la exhibición de civilización de ese rincón del mundo. Sirva esta pequeña reseña como homenaje y muestra de afecto a uno de los pueblos más admirables de nuestro planeta.

lunes, febrero 28, 2011

Exit Through The Gift Shop, de Banksy. Bromas, documentales y tiendas de regalos.

Vamos a intentar reconducir nuestros dos posts anteriores en un tercero de síntesis: la tercera vía. Deséennos esta vez algo más de suerte que la que tuvieron otros.

En los últimos años no sólo los cómics se han puesto de moda entre las tribus fashionistas, también lo han hecho el aloe vera, la música indie, el sushi japonés, las rotondas y... los documentales.

De hecho, los documentales ya no son lo que eran. Queremos decir que ya no son sólo lo que solían ser, sino muchas otras cosas. Dice la RAE (que también está más limpia y esplendorosa que nunca), que un "documental" es:

1. adj. Que se funda en documentos, o se refiere a ellos.
2. adj. Dicho de una película cinematográfica o de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad. U. t. c. s. m.

La primera es una de esas definiciones feas y sosas que abundan en nuestra biblia de la palabra. La segunda se nos hace más propicia para nuestros fines posteadores del día. En wikipedia, que es la nueva RAE pangeática de los nuevos buenos tiempos, bajo la entrada "documental" se esconden tesoros de los Lumière, experimentos de Vertov y los esquimales de Flaherty.

Como decíamos, en estos días extraños de industrias en hundimiento y bancarrota de sectores culturales (que dicen por ahí), se pueden ver acontecimientos tan singulares como una cola de individuos esperando para pagar por ver un documental... en un cine. Es curioso: en la era de la divinización de la imagen trivial y de la falacia convertida en noticia, resulta que el ciudadano está ansioso por presenciar un poco de genuina realidad y espera hasta para pagar por ello. La sala de cine convertida en celda de aislamiento y tanque de oxígeno, así en una sola estancia.

El interés ante la película "fundada o referida en el documento" ha provocado, lógicamente, dos fenómenos paralelos: uno de proliferación y otro de búsqueda. El género documental se ha convertido en un territorio artístico per se; lleno de experimentación, posibilidades y ramificaciones.

Dejando a un lado la larga lista de subcategorías wikipédicas, tenemos que hablar, por ejemplo, del "falso documental": ese que se rueda desde las técnicas y recursos propios del documental, pero que no disimula su falta de verdad o que la cobija detrás de la ironía y la ruptura de la ilusión. Orson Welles y Woody Allen son pauta y referencia, con sus Fraude (1973) y Zelig (1983), más falsos los dos que un discurso de Franco (y mucho más lúcidos e inteligentes también). Más recientemente, también han aparecido buenos ejemplos de la falsedad, como esa película que debería ser de visionado obligatorio entre alumnos, profesores y padres de alumnos en nuestros institutos, Entre los muros (2008), de Laurent Cantet, sólo parcialmente falsa, pero muy verosímil; el falso biopic sobre Joaquin Phoenix que es I'm Still Here (2010), de Casey Affleck o las pelis de Borat (aunque no estamos seguros de si éstas son en realidad documentales o versiones fílmicas hipertrofiadas de la cámara indiscreta, al más puro estilo Summers).

En 2005, Werner Herzog rizó el rizo con su Grizzly Man y se sacó de la manga un documental verdadero que parece falso. Un nuevo género lleno de posibilidades, la vuelta de la tortilla con forma de oso gigante. Hablaban de ello hace tiempo en el Rockdelux, pero no fue en esta crítica, seguro.

Luego están los documentales que hablan de la realidad, pero lo hacen desde una intención narrativa. Aquellos que detrás del relato de acontecimientos, la aportación de datos o los testimonios de los protagonistas, encierran una intención estilística narrativo-simbólica; que se descubre, como siempre, en las eleciones autoriales: en el montaje, en la búsqueda de momentos climáticos, en las referencias cruzadas, etc. Hemos visto en las últimas décadas historias y cuentos preciosos con una apariencia documental: como la luminosa y casi mística El sol del membrillo (1992), de Erice; el ejemplo de dedicación y amor a la pedagogía que es Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier; el grito agónico que se escucha a lo lejos en el El cielo gira (2005), de Mercedes Álvarez; o ese canto a la vida y a la utopía que es el Man on Wire (2008), de James Marsh. Y el Crumb de Zwigoff que les comentábamos el otro día, por supuesto.

Muy populares son también los llamados "documentales de denuncia", juguetes autopromocionales, en ocasiones, discursos cargados de demagógia, en otras, pero, casi siempre, bofetadas sonoras en toda la cara de ese capitalismo bienpensante neoliberal que nos ha conducido hacia un armagedón del que, ahora dicen, sólo nos pueden sacar ellos. Hablamos y pensamos en trabajos como Una verdad incómoda (2005), de Davis Guggenheim; Super Size Me (2004), de Morgan Spurlock o, desde luego, en Michael Moore y sus combativas Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11.

Algunas otras cintas golpean en la conciencia del espectador con menos ruido, pero haciendo mucha más sangre. Nos acordamos ahora de S-21: La máquina de matar, del camboyano Rithy Panh, o de cómo la memoria histórica y el perdón posterior no son incompatibles, pese a lo que muchos preconizan.

Pero aquí habíamos venido a hablar de arte y de grafitis, si recuerdan bien. Sucede que hace unos días hemos tenido la suerte de ver Exit Through The Gift Shop, el documental de Banksy, y que quieren ustedes que les digamos, no podemos dejar de darle vueltas. Lo comentaba el otro día un amigo de esta casa en los comentarios, es una de esas obras que "motiva largas conversaciones en la barra del bar". Por de pronto, porque resulta difícil discernir si lo que hemos visto es un falso documental, un documental verdadero que parece falso, un ejercicio de denuncia social o una incursión clandestina de algún comando revolucionario neomaoísta en el mundo del arte. Para todo eso da y para bastante más.

Como señala el propio Banksy al comienzo de la cinta, Exit Through the Gift Shop comienza con unas intenciones, pero evoluciona de manera muy diferente. Es un trabajo sobre el arte urbano, sí, pero también es una obra al servicio de un personaje único, Thierry Guetta, el francés emigrado a Los Ángeles que se dedicó durante años a grabar con una cámara portatil todo cuanto le rodeaba y que, por puro azar (el encuentro con un primo suyo, el grafitero francés Invader), terminó convertido en el cronista del arte urbano de las últimas décadas. El documental nos cuenta sus andanzas, cámara al hombro, al lado de gente como Monsieur André, Shepherd Fairey, Ron English, Zevs o el propio Banksy, hasta que, finalmente, termina convertido él mismo en artista superventas de la vanguardia neo-pop-urbana contemporánea, bajo el nombre de Mr. Brainwash. Como lo oyen. El cuento de hadas del arte contemporáneo pasado a fotogramas (o chips digitales, que lo mismo da).

El propio Guetta desmenuza su camino hacia el éxito de forma detallada y exhaustiva: su determinación propia de un iluminado que se siente destinado a cotas más altas, su relación ambigua y parasitaria con el mundo del grafiti y sus creadores, su tardía fe inquebrantable en el arte urbano, su apuesta definitiva por la gloria con la exitosa exposición "Life Is Beautiful"...

En el fondo, como sospechan, todo huele a gran broma, a artificio inteligente trufado de sospechas y muchas preguntas. No dudamos de la existencia de Thierry Guetta ni de la de sus miles y miles de horas grabadas con material intrascendente y ocasionales hallazgos documentales. Tampoco de que el resultado de su aparición en el documental pueda tener que ver con ciertas dosis de azar y algo de fe irracional en su propio talento, pero hasta ahí llegamos: sólo nos creemos la mitad de esta gran película. El brillante objeto artístico que es Exit Through the Gift Shop consigue esquivar con éxito los puntos más turbios del proceso de glorificación de Guetta (sus nunca claros tejemanejes financieros, su intempestiva intromisión dentro de la clandestinidad grafitera o, especialmente, la misteriosa aparición de su obra casi de la nada) y nos sumerge en un mar de suposiciones: ¿Es Banksy el autor último de las obras de Guetta o, lo que es lo mismo, es Guetta un sosías del propio Banksy? ¿Existe Banksy realmente o está su leyenda forjada a partir de un esfuerzo colectivo estudiado al milímetro? ¿Es Banksy (un tipo capaz de añadir a sus talentos el de la dirección de una gran película como ésta) el gran genio del arte contemporáneo o es simplemente un prestidigitador del icono y del golpe de efecto? ¿Son el arte postmoderno y sus ramificaciones urbanas un símbolo esteticista de la oquedad contemporánea y de la falta de contenidos de sus objetos artísticos?

Dudas razonables, todas ellas, que ya han hecho correr ríos de tinta. Vean ustedes la película y nos dicen que piensan. Y si lo de escribir en blogs ajenos no les motiva demasiado, se nos lanzan a la calle y lo plasman en un muro, que, ya lo saben, el éxito espera a la vuelta de la esquina.

sábado, enero 22, 2011

NonNonBa, de Shigeru Mizuki. Niños y fantasmas.


Lo decíamos el otro día, una de las razones por las que el año 2010 permanecerá en nuestra memoria comiquera es el descubrimiento definitivo de Shigeru Mizuki en nuestro país. Después de años leyendo y escuchando hablar de sus virtudes, al fin nos ha llegado la oportunidad de constatar la evidencia. A finales del 2009 se publicó Hitler. La novela gráfica, pero es que el curso pasado hemos tenido la suerte de poder disfrutar de él por partida triple con su Operación muerte, con el primer volumen de su serie GeGeGe no Kitaro y con la estupenda NonNonBa.

Esta última recibió el gran premio del jurado en el salón de Angoulême de 2007. No nos extraña en absoluto: NonNonBa es un prodigio narrativo y visual.

El estilo gráfico de Mizuki es inconfundible, con su mezcla de personajes caricaturescos (con un aire muy cartoon) y unos fondos realistas y muy minuciosos en el detalle, que remiten a la tradición del paisajismo japonés (esa combinación gráfica que Scott McCloud definió como enmascaramiento). El efecto es hipnótico.

En este caso, no obstante, el talento visual de la obra está al servicio de una historia llena de secretos y hallazgos narrativos. Shigeru parte de episodios parcialmente autobiográficos de su infancia, para adentrarse en las profundidades de la espiritualidad filosófico-religiosa de las creencias japonesas. Guiados por el personaje de la vieja NonNonBa, que da título al cómic, descubriremos el mundo de los fantasmas y espíritus que pueblan el panteón sintoísta nipón. Un universo en el que el culto a los ancestros y el respeto, casi reverencial, por la naturaleza se convierten en protagonistas capitales de la historia.

Pero si hay un tema que sobrevuela todas y cada una de las páginas del cómic de Shigeru Mizuki, ese es el de la muerte; enfrentada con una visión muy diferente a la de nuestra cultura: un acercamiento resignado, exento del espíritu trágico judeocristiano, la muerte como tránsito hacia otra realidad. El niño Shigeru descubre la dureza de la existencia y crece en las páginas del cómic con cada tropezón vital. Con la ayuda de la vieja NonNonBa y sus historias de fantasmas y yôkais japoneses, el protagonista del cómic aprende a avanzar por la vida, y a asumir como inseparables las pequeñas tragedias y los gozos que la alimentan. El lector recorre junto a él ese itinerario, al mismo tiempo que se le revelan, como en un gran fresco de la vida rural, las costumbres y tradiciones del pueblo japonés a principios del S.XX.

Pidámosle un último deseo a los espíritus japoneses: que el romance editorial español con Shigeru Mizuki dure muchos años más.

sábado, enero 08, 2011

2010: los mejores (y IV)

A nosotros los Reyes Magos nos han traído a nuestro visitante 250.000. Sabemos que, después de tanto tiempo, tampoco es demasiado, pero, qué quieren, cada una de sus visitas nos parece un regalo y se lo decimos con toda la sinceridad del mundo. Gracias por estar ahí.
Como contrapartida, les ofrecemos nuestra lista de lo mejor del año. A falta de leer El invierno del dibujante, Blacksad 4, el último de Valenzuela y bastantes otros, este curso 2010 nuestros favoritos (10+1), sin orden de preferencia, han sido:
Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco (Random House Mondadori): el nuevo reportaje bélico de Sacco es toda una epopeya gráfica, su mejor obra hasta el momento y uno de los mejores cómics de los últimos años. El norteamericano se embarcó en una tarea de investigación ciclópea sobre el terreno, la franja de Gaza, para intentar desentrañar los secretos del atentado contra los derechos humanos que allí tuvo lugar durante el mes de noviembre de 1956. El estilo gráfico de Joe Sacco alcanza unos asombrosos niveles de virtuosismo y su capacidad como narrador-cronista nos ofrece una novela gráfica llena de lecturas, capas de significado y metarrelatos que descubren la imperfecta naturaleza humana, las mentiras de la Historia y el buen hacer periodístico.
Amistad estrecha, de Bastien Vives (Diábolo Ediciones): El gusto del cloro fue uno de los mejores tebeos de un año de obras maestras, el 2009. Ahora, con Amistad estrecha, el jovencísimo Vives se reafirma como un maestro en el relato de la sensibilidad y las emociones huidizas. La historia de amistad entre la bella Francesca y el enigmático Bruno toca fibras que se sienten tan reales como las de nuestros propios fracasos de juventud. Amistad estrecha no esquiva riesgos, apuesta por la experimentación a partir de un relato lleno de anisocronías y rupturas temporales, dibujado de una forma delicada y muy fluida. Una historia de celos, desengaños, envidias y frustraciones, con las emociones a flor de piel.
Los niños Kin-der, de Lyonel Feininger (Libros de Papel): si el término novedad responde a esas obras que nunca antes se habían publicado, la edición de Manuel Caldas de Los niños Kin-der es sin duda una de las novedades editoriales de este año en nuestro país; tanto más por el formato gigante utilizado y por la excelsa restauración que se ha hecho de los colores originales. Las grandes planchas de Feininger son un pequeño trozo de la historia del cómic: nos sitúan de hecho, en un momento seminal (1906) en el que el cómic intentó seguir el ritmo de la Vanguardia y posicionarse en la carrera del arte con mayúsculas. Fue una lucha infructuosa, pero en ella aparecieron los trabajos de maestros como McCay o el propio Feininger. Ahora, hemos tenido la ocasión de disfrutar de la excelencia gráfica de este antiguo artista de vanguardia y profesor de la Bauhaus, cuyo trabajo en Los Niños Kin-der bebe del Expresionismo alemán, del Cubismo y hasta del Futurismo. Vanguardia serializada, y ahora en español, nada menos.
Hervir un oso, de Jonathan Millán y Miguel Noguera (Belleza Infinita): si el humor funciona como el reverso mordaz de la realidad, hay que reconocer que Hervir un oso es un tebeo profundamente contemporáneo. Es un cómic lleno de humor, pero que no cuenta un sólo chiste. La obra de Millán y Noguera habita, de hecho, una realidad alejada del humor tradicional, que es la de Faemino y Cansado o Muchachada Nui, es un tebeo que entenderán bien los espectadores de Perdidos o Héroes y la generación del Facebook. ¿Por qué? Porque su modernidad reside en ofrecer una mirada inteligente al mundo que vivimos aquí y ahora, porque su evidente surrealismo descansa en los recovecos que encierra nuestra realidad más inmediata: las cosas son de una manera, pero podrían serlo de otra totalmente diferente sólo con que alguna cosa cambiara. Hervir un oso lleva esta hipótesis a su extremo más hilarante y nos obliga a cambiar la forma de ver el mundo. Quizás esa señora mayor que está sentada en el pasillo del metro no sea la indigente que piensan ustedes, a lo mejor tan sólo estaba cansada y decidió sentarse, ¿por qué no?
Asterios Polyp, de David Mazzucchelli (Sins Entido): pues a nosotros el Asterios Polyp de don David sí que nos ha gustado. Es cierto que no es un cómic redondo y que, en ciertos momentos, nada en cierta retórica hueca; también admitimos que en él, Mazzucchelli da la impresión de haber querido demostrar que es el más listo de la clase. Seguro, pero es de justicia reconocer que en Asterios Polyp hay más ideas y talento gráfico que en el noventa y nueve por ciento de los cómics actuales. Sus páginas son, de hecho, todo un catálogo de soluciones narrativas puramente comicográficas y el espíritu de experimentación que las inspira abre nuevas puertas artísticas en el medio (aunque no estamos seguros de que todas conduzcan a algún lado). Las aventuras del fracasado que da título a la obra son simplemente la excusa que ha necesitado David Mazzucchelli para construir su juguete estilístico y demostrar que anda sobrado de talento.
Dios en persona, de Marc-Antoine Mathieu (Sins Entido): otro cómic inteligente el de Mathieu y, como tal, exigente. El francés juega en el territorio de las hipótesis y desarrolla la suya bajo la forma de un ensayo comicográfico, lleno de referencias intelectuales y asunciones de orden filosófico. Dios ha bajado a la Tierra, de nuevo, hecho persona, Mathieu analiza las consecuencias del sacrosanto acontecimiento desde el pragmatismo más absoluto, con una buena dosis de cinismo crítico y no poca objetividad. Para ello, plantea su trabajo como un ensayo argumentativo organizado alrededor de un juicio: en él, se juzga al juez divino, se juzga a Dios. Por el escenario discurren testigos, intelectuales, personas de a pie, demandantes y defensores. Una gran broma que Dios en persona se toma muy en serio. Audaz, mordaz y, por momentos, brillante la novela gráfica de Mathieu.
Pluto, de Naoki Urasawa (Planeta DeAgostini): Urasawa, como Hitchcock o Conan Doyle en su día, tiene la llave del suspense. Lo demuestra en cada una de sus series, lo hizo en 21st Century Boys y en Monster, y lo hace ahora con Pluto. Pero frente a aquellas series, quizás demasiada largas, demasiado retorcidas y siempre a remolque de una resolución que terminaba decepcionando al lector, Pluto resulta una obra mucho más cerrada y, lógicamente, mucho más redonda. No faltan las vueltas de tuerca y las sorpresas en sus páginas, pero en la nueva serie de Urasawa encontramos más emoción sincera en la descripción de personajes y un camino narrativo más firme. Esta historia de robots con corazón, basada en un episodio del Astro Boy del maestro Tezuka, es todo un tour de force del suspense narrativo y la emoción pura. Espectáculo manga. El viejo gusto hollywoodense por la calidad ahora habita en Japón.
Wilson, de Daniel Clowes (Random House Mondadori): no es el mejor Clowes, pero sigue siendo Clowes. Wilson nos trae al personaje más odioso, cínico y mezquino del 2010, un sociópata con carnet. Como ya había hecho en Ice Haven, Clowes vuelve a tirar de talento gráfico para recrear los diferentes episodios en la vida del señor Wison cambiando constantemente el estilo de su dibujo. Cada página, un capítulo de mezquindad, cada plancha una colección de razones para que deploremos los muchos defectos de este nuevo desheredado que Clowes ha sumado a su ya amplio catálogo de perdedores. No nos sorprende, ya sabemos que pocos dibujantes de cómics son tan capaces de dotar de vida a sus criaturas como Daniel Clowes. Wilson es su último hijo y le ha salido un verdadero cabronazo.
NonNonBa y Operación muerte, de Shigeru Mizuki (Astiberri): dos en uno para Mizuki. El descubrimiento de este clásico del manga ha resultado toda una epifanía. Después de ver a sus niños cabezones con flequillo convertidos en todo un clásico iconográfico del manga japonés, nos hemos relamido con el talento gráfico y narrativo de Mizuki. Su uso magistral del "enmascaramiento" (fondos realistas - personajes fuertemente caricaturescos), su recreación de pasajes autobiográficos filtrados por una suerte de realismo mágico-nipón y su recurrencia constante a la tradición japonesa como fuente de inspiración son la base de NonNonBa (como lo son de su otra obra publicada este año en nuestro país, Kitaro). La historia de la vieja NonNonBa, con sus historias de fantasmas y espíritus tradicionales, y la de su influencia sobre el niño Mizuki, que descubrirá junto a ella las pequeñas tragedias de la vida, como la muerte o el amor perdido. En Operación muerte, por su lado, Mizuki se sumerge en un episodio de los sucesos históricos que condujeron a Japón a la derrota en la Segunda Guerra Mundial; lo hace sin tapujos, ni las vendas del agravio, con la crudeza del excombatiente decepcionado y horrorizado por la deshumanización reinante en su propio bando, pero lo hace también con el humor inteligente y sutil que caracteriza su producción. NonNonBa y Operación muerte, dos debes.
Lint (Acme Novelty Library 20), de Chris Ware (Drawn & Quarterly): hacemos trampa, lo sabemos, pero lo hacemos a propósito. Este tebeo no se ha publicado en español ni en nuestro país, también lo sabemos, pero es lo mejor que hemos leído en años y queremos contagiárselo a ustedes. Ware va camino de crear época. Su trabajo en Lint es un ejercicio que pone en cuestión muchas de las convenciones del medio y que explota hasta el límite las posibilidades combinativas entre la imagen y la palabra, sin que ninguno de los dos lenguajes tenga sentido alguno sin su interrelación con el otro: ¿no se trataba de eso, en realidad? ¿de la doble articulación? Ware dedica su talento a construir una vida completa, la de Jordan Wellington Lint, desde su nacimiento hasta su muerte. La experiencia del lector es la de estar asistiendo a un proceso de creación biológica y neuronal al mismo tiempo que artística, Ware se implica en el proceso de traslación de emociones y percepciones sobre el papel, con la dificultad que ello conlleva. Asistimos a la complejidad de la existencia, con mayúsculas, con su carga de decepciones y sus momentos efímeros de triunfo. Ware es un maestro y Lint es su última obra maestra, sin duda.
Eso es todo, aunque podría haber alguno más en la lista, como los zombies de Kirkman, el Rebétiko de Prudhomme o los juegos autoconfesionales de Sáez; les dejamos que la completen ustedes. Ah, y no, no incluimos a Sim y su Cerebus, porque lo tenemos a medias y, se lo confesamos, se nos está haciendo un poco bola.
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2010: Crisis, what crisis? (I)
2010: tendencias y recorridos (II)
2010: cómics, cómics, cómics, más cómics por favor (III)

sábado, enero 01, 2011

2010: cómics, cómics, cómics, más cómics por favor (III).

Nombres y más nombres. Éste, otro año más, ha resultado ser un periodo editorial prolífico, con grandes obras y numerosos eventos lectores. Repasémoslos por encima.
El cómic europeo sigue en estado de agitación bajo la influencia del nuevo cómic franco-belga, basado en una línea clara suelta y espontánea (¿podríamos llamarla la "nueva línea clara"), cercana a un falso esbozo, que esconde a artistas gráficamente superlativos. Edmund Baudoin fue el pionero, Sfar o Gipi sus mejores discípulos. Del primero, este año se ha publicado Ensalada de Niza (Astiberri). Joann Sfar, por su parte, es uno de los tipos más prolíficos del cómic actual, este año hemos visto por aquí sus Los viejos tiempos. El rey no besa y El señor Cocodrilo está muerto de hambre (ambos en Ponent Mon). Adscribimos a esa tendencia a algunos de los mejores cómics del curso, como En mis ojos o el fantástico Amistad estrecha, de ese nuevo gran talento que es Bastien Vives (Diábolo Ediciones). No nos olvidamos de Rabaté y su emocionante e inteligente La tienda de las ilusiones (Norma). El otro día, por diferentes razones, también hablábamos de otro gran tebeo, el Rebétiko de David Prudhomme (Sins Entido). Entraría aquí, desde luego, Blutch, del que se ha editado Velocidad moderna (La Cúpula). Y no hay que olvidar a Étienne Davodeau con su Lulú, mujer desnuda 2 (La Cúpula).
De EEUU, junto a "rompepistas" como el Planetary 2, de Warren Ellis y John Cassaday (Norma), el Kick-Ass, de Mark Millar y John Romita Jr (Panini) o Los muertos vivientes de Robert Kirkman, Tony Moore y Charlie Adlar, nos llega mucha "independencia" harto conocida, con el rey Clowes (Wilson -La Cúpula) a la cabeza: Escenas Imborrables y Los gatos son raros, de Jeffrey Brown (La Cúpula); Johnny Ryan para niños, de Johnny Ryan (BLUR); Inadaptadas, de Cecil Castelluci y Jim Rugg (SM); Dungeons Quest, de Joe Daly (La Cúpula); Skibber Bee-Bye, del inédito en nuestro país Ron Regé Jr. (Apa Apa); Other lives, de Peter Bagge (La Cúpula); ese precioso Los cuentos de Pete el leñador, de Lilli Carré (Apa Apa) o la vuelta de Beto con Nuevas historias del viejo Palomar (La Cúpula).
Norteamericanos, pero no tan alternativos ya, son el cada vez más grande Joe Sacco, con su mayúsculo (en todos los sentidos) Notas al pie de Gaza (Random House Mondadori); la vuelta de Cathy Malkasian con Templanza. El poder del miedo (La Cúpula); el Alicia en Sunderland, de Bryan Talbot (Random House Mondadori); una obra de la que ya hemos hablado aquí, Cerebus. Alta sociedad, de Dave Sim (Ponent Mon); Día de mercado, de James Sturm (Astiberri); el postmoderno Heavy Liquid, de Paul Pope (Planeta DeAgostini) o El destino del artista, de Eddie Campbell (Astiberri).
Japón, siempre, nos depara la retahíla de clásicos mangakas que no fallan en nuestras carteleras, junto a autores que van camino de serlo. Entre éstos, destaca Yuichi Yokoyama, Viaje (Apa Apa). Entre aquellos, por supuesto, Jiro Taniguchi, solo (Un zoo en invierno y Sky Hawk -Ponent Mon), y acompañado (Mi año, con Jean-David Morvan -Ponent Mon- y El gourmet solitario, junto a Masayuki Kusumi -Astiberri). Pero también Historias de la máscara, de Hideshi Hino (La Cúpula) y Pluto, de Naoki Urasawa. Orientales, que no japoneses, son los volúmenes de Una vida en China, de Li Kunwu y P Ôtié (Astiberri).
En nuestro país, detrás de la polvareda Roca (El invierno del dibujante -Astiberri) y el Blacksad vol. 4 (Norma), encontramos mucha cosa interesante. Como la esperadísima vuelta del Capitán Torrezno de Valenzuela en Plaza elíptica (Edicions de Ponent), por ejemplo; o el brillante ejercicio autorreflexivo de Juanjo Sáez en su Yo, otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez (Random House Mondadori); esa rareza biográfica que fue Miguel, 15 años en la calle, de Miguel Fuster (Glénat); el extraño cruce animal de Duelo de caracoles, de Sonia Pulido y Pere Joan (Sins Entido); la vuelta de Calatayud, con Los 12 trabajos de Hércules (Edicions de Ponent); La herencia del Coronel, de Carlos Trillo y Lucas Varela (Dibbuks); Dentro de nada, de Juan Berrio (Astiberri); otro Roca, internacionalizado junto a Sergeï Dounovetz, en El ángel de la retirada (Bang!); Sará Servito, de Felipe Hernandez Cava y Laura (Edicions de Ponent); el cinematográfico Chico y Rita, de Javier Mariscal y Fernando Trueba (Sins Entido); Sexo, amor y pistachos, de un clásico, Ramón Boldú (Astiberri); Los Patricios, de Juan Díaz Canales y Gabo (Dibbuks); la vuelta del premiado Esteban Hernández con Pintor (Sins Entido); Todo el polvo del camino, de Wander Antunes y Jaime Martín (Norma Editorial) o el muy censurado Total OverFuck, de Miguel Ángel Martín (Reino de Cordelia).
También muchos cómics de autores prometedores por estos lares, como La marea de San Pedro, de Tomeu Pinya (Astiberri); Tú me has matado, de David Sánchez (Astiberri); el trabajo virtuoso de Cristina Vela en Medusas y Ballenas (Viaje a Bizancio Ediciones); La canción de los gusanos, de Álex Romero y López Rubiño (Norma Editorial); el sexual y, promete, polémico Justine y Juliette, de Raúlo Cáceres (Viaje a Bizancio Ediciones); o esa vuelta de tuerca al humor contemporáneo que implica el radical Hervir un oso, de Jonathan Millán y Miguel Noguera (Belleza Infinita).
Nos dejamos a muchos en el tintero: El sueñero, de Enrique Breccia (001 Ediciones); Los desesperados, de Mezzo y Pirus (Glénat); Castillo de arena, de Pierre Oscar Lévy y Frederik Peeters (Astiberri); Smart Monkey, de Winshluss (La Cúpula); El carro de hierro, de Jason (Astiberri); Cuatro ojos, de Sascha Hommer (Sins Entido); El caso Pasolini. Crónica de un asesinato, de Gianluca Maconi (Gallo Nero); Paul se muda, de Michel Rabagliati (Astiberri); el Asterios Polyp, de David Mazzucchelli (Sins Entido) o el inmenso Dios en persona, de Marc-Antoine Mathieu (Sins Entido).
Ediciones de clásicos, todas las que quieran y más, pero ninguna tan sonada y esperada como la que el enorme Manuel Caldas se sacó de la chistera con Los Niños Kin-der, Lyonel Feininger (Libros de Papel); nuestro editor portugués favorito luego volvería a la carga con Dot & Dash, de Cliff Sterrett. Eso sí, también revivimos las aventuras de Julieta Jones, de Stan Drake (Panini) o de nuestra Zarpa de acero, de Ken Bulmer y Jesús Blasco (Planeta DeAgostini); o los clásicos de terror de la DC con House of Mystery, de Alex Toth (Planeta DeAgostini).
Para nuestra sorpresa (no crean que tanta, en realidad) y para refrendar la buena salud del medio, sigue proliferando con éxito la obra teórica alrededor del cómic: Tebeos Mutilados, de Vicent Sanchis (Ediciones B); Tragados por el abismo. La historieta de aventuras en España, de Pedro Porcel (Edicions de Ponent); La novela gráfica, de Santiago García (Astiberri); editado allende nuestras fronteras, el Diálogos intertextuales 4: discursos (audio)visuales para un receptor infantil y juvenil, varios autores (Peter Lang); 100 años de Bruguera. De El Gato Negro a Ediciones B, de Antoni Guiral (Ediciones B) o Colección Viñetas #5: Steranko Superstar, de Ángel de la Calle (Dolmen).
Más sorprendente es aún que la crisis de la revista se despache con la continuidad saludable de publicaciones clásicas (Rantifuso, 2VB, Adobo, Cretino) y la aparición de nuevas revistas de análisis (CHT, LaRAÑA), divulgación (Revista FanDigital) y con propuestas fanzineras heterogéneas, como Fanzine Colibrí, Fanzine Condón o Fanzine Licor del Mono. Nosotros, este curso, hemos metido ahí nuestro humilde y artesano Fanzine REVÉS.
Ahora, si hay que destacar dos nombres, sólo dos, en este 2010, nos van a dejar hacer nuestra apuesta por un autor patrio y un nipón igual de clasico que aquel. El autor que nos ha llegado desde el Lejano Oriente para robarnos la atención y el corazón no es otro que Shigeru Mizuki. Si lo de tres en uno sigue vigente, la terna que forman Kitaro, NonNonBa, Operación muerte (Astiberri), es de las que limpian y dan esplendor a un año comiquero. Por lo que respecta a nuestra casa, el personaje comiquero español del año es, no podía ser otro, el gran Manuel Vázquez; cuyo aniversario ha dado hasta para una película, amén de estudios varios (By Vázquez. 80 años del nacimiento de un mito, de Antoni Guiral -Ediciones B) y todas las reediciones del mundo: Lo peor de Vázquez (Glénat) o Los cuentos de Tío Vázquez (Ediciones B).
En la última entrega, les soltamos el listón.
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2010: Crisis, what crisis? (I)
2010: tendencias y recorridos (II)
2010: los mejores (y IV)