lunes, mayo 16, 2011
Con Sacco y sus "Notas al pie de Gaza", en Culturamas.
sábado, enero 06, 2024
Algunos grandes cómics de 2023
Abrimos esta lista-resumen del año apuntando (como ya han señalado algunos de los popes de la crítica comicográfica) al aluvión de grandes cómics que nos ha traído este 2023, con mención especial a las obras de producción nacional. Para nosotros también ha sido un año especial, porque, gracias a Ediciones Marmotilla, hemos conseguido dar luz, al fin, a nuestra La normalización postmoderna (1989-2021) y hemos podido disfrutar de la reedición de La arquitectura de las viñetas que con tanto esmero nos han regalado desde Grafikalismos.
Recordamos pocas temporadas con una cosecha de cómics como la de este curso; muchos de ellos están llamados a convertirse en clásicos y eso que, por el camino, nos hemos dejado bastantes lecturas. Vamos allá con nuestra selección.
Ronson (Autsaider Comics), de César Sebastián: César Sebastián nos invita a repensar sobre los efectos de la memoria en la biografía de cada uno. Lo hace mediante un narrador ficticio que, a partir de los recuerdos de su niñez, rememora el mundo extinguido de aquella España rural del franquismo; tan triste y tan gris. Una España cruel y reprimida que encuentra, entre los intersticios de la infancia, hueco para la humanidad, el afecto y la resiliencia. En un ejercicio de lucidez nostálgica (que nos recuerda a otras estupendas ficcionalizaciones existenciales que jugaban con la idea de la memoria reconstruida), Ronson establece un doble juego de narración biográfica y de contigüidad simbólica entre el monólogo existencial de su protagonista y las (muy escogidas) imágenes fragmentarias de su recuerdo (en el espacio de su niñez). En ciertos momentos el verbo y la imagen se encuentran en hallazgos felices que condensan la esencia de un cómic agudo y emocionante: “El pasado es un territorio en disputa permanente; tal vez representa menos lo que una vez fuimos que aquello en lo que nos hemos convertido. La memoria recrea y distorsiona y, por tanto, guarda una vaga similitud con la realidad que pretende preservar. Pese a ello, sigo buscando refugio en los vestigios de mi infancia más remota.”
La espera (Penguin Random House), de Keum Suk Gendry-Kim: Puede que éste sea el cómic más triste que hemos leído en 2023. Como ya demostró con el estupendo Hierba, Keum Suk Gendry-Kim es una experta a la hora de contar relatos desgarradores. Hay historias reales tan inverosímiles como la peor distopía concebible por cabeza humana; Gendry-Kim se basa en la biografía de su propia madre y en la de otros dos testimonios reales para construir una ficción que huele a verdad en cada página. La anciana Gwija, la protagonista del cómic, pudo ser una entre las miles de personas que se separaron de sus seres queridos cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, estalló el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. Muchos norcoreanos tuvieron que huir hacia el sur para salvar sus vidas durante los enfrentamientos entre las fuerzas comunistas (apoyadas por Rusia) y los proaliados (al lado de Estados Unidos). En ese exilio forzoso, muchos hombres y mujeres se separaron de sus familiares para siempre. Gwija perdió a su hijo y a su marido. La espera remite (con tono inmisericorde y con ese expresionismo airado que caracteriza a su autora) a los breves y muy escasos reencuentros periódicos que, durante estas últimas dos décadas, han venido organizando los gobiernos de las dos Coreas para reunir a familiares perdidos durante la guerra; casi todos ellos son ya octogenarios y nonagenarios y, sin excepción, intentan sobrevivir a las cicatrices incurables de una existencia lacerada por la ausencia y la imposibilidad del olvido.
Lubianka (Norma Editorial), de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell: Hernández Cava siempre ha sido un intelectual comprometido, un guionista que ha denunciado el fascismo, el terror y la violencia (la de los totalitarismos y el terrorismo, pero también la del capital). Sus cómics siempre se han posicionado al lado de la víctima y del trabajador. Lubianka entra en ese momento epifánico convertido ya en subgénero que podríamos definir como “la caída de venda”. Ese despertar ideológico que muchos pensadores de izquierdas vivieron al leer obras como Archipiélago Gulag o El cero y el infinito, después de constatar que el fracaso comunista, personificado en el reinado del terror de Stalin (con sus purgas atroces, su paranoia asesina y su maltrato caprichoso del pueblo), sólo era comparable al horror nazi. Lubianka narra una biografía ficticia: la de un escritor provinciano entregado a la causa bolchevique, que llega a la capital para convertirse en lacayo del régimen, uno de tantos torturadores que habitaron aquel edificio sombrío que da título al cómic. El trazo expresionista y violento de Pablo Auladell contribuye decisivamente en la creación de la atmósfera opresiva y claustrofóbica que, sin duda, tenían aquellas oficinas y cámaras de tortura que recorrían la Lubianka.
El cielo en la cabeza (Norma Editorial), de Antonio Altarriba, Sergio García y Lola Moral: Altarriba, García y Moral unen esfuerzos, talento y maestría, cada uno en lo suyo, para levantar una historia épica individual que, en un ejercicio fabuloso de proyección simbólica, termina reflejando la historia entera del continente africano y sus tragedias contemporáneas (muchas de ellas necrosadas ya en una dolorosa inercia asesina). De alguna manera, El cielo en la cabeza nos recuerda a aquella otra crónica trágica que el periodista Ryszard Kapuscinski construyera en Ébano, desde la realidad fragmentada de los conflictos africanos. En este caso, la mirada subjetiva del escritor aparece sustituida por el despiadado periplo biográfico del niño Nivek, un superviviente en el infierno. Su historia se levanta a partir de una ficción construida con los cuajarones que marchitan al continente: el de las minas de sangre, los niños soldado, la trata de esclavos, los fundamentalismos asesinos y las pateras-ataúd... La caricatura flexible y maleable de Sergio García (con su concepción macroestructural de la página, sus dibujos trayecto y sus mil soluciones visuales) contribuye decisivamente, junto al uso simbólico del color de Lola Moral, en la narración de ese viaje alegórico, épico y atroz, en el que Altarriba nos empuja poco a poco hacia el corazón de las tinieblas.
Patos, de Kate Beaton: A Kate Beaton la conocemos por sus muy intelectualizados e interdiscursivos gags cortos (de una tira o media página, la mayoría), en los que recorre con humor postmoderno la historia de la cultura universal. Su novela gráfica Patos se aparta radicalmente de aquellos para construir un monumental slice of life autobiográfico acerca de los años que la autora pasó en las explotaciones petrolíferas de Alberta, con la finalidad de pagar la hipoteca con la que había costeado sus estudios universitarios. Beaton recurre a un dibujo desenfadado, esquemático y caricaturesco, que apuesta por un bitono gris para recrear los escenarios industriales en los que se mueven sus protagonistas. Un estilo que, a priori, podría desentonar con el tono costumbrista del cómic, pero que funciona como contrapunto perfecto para mostrar la mirada extrañada de una joven abrumada por aquello a lo que ha decidido enfrentarse día a día: ese monstruo informe e insaciable que cubre la tierra con raíces y tentáculos de metal en las explotaciones petrolíferas y que bestializa al ser humano sacando lo peor que lleva dentro. La historia autobiográfica de Patos funciona así también como carta de denuncia ante los abusos machistas y las aberraciones sociales que ciertos escenarios laborales siguen perpetuando.
Hecha a sí misma (Aristas Martínez), de Alicia Martín Santos: Cuando la sátira se hace con gracia es algo muy serio. Y Hecha a sí misma es una novela gráfica realmente graciosa. En un apunte biográfico al final del libro, se dice que Alicia Martín Santos "estudió derecho y tiene un trabajo serio y normal como asesora jurídica en una multinacional". Si no se trata de otro guiño paródico de los que abundan en el cómic, podemos afirmar que la autora sabe de lo que se habla. Porque Hecha a sí misma se enfrenta a este presente neoliberal y corporativo que nos ha tocado vivir haciendo una disección muy cáustica del funcionamiento interno de las grandes multinacionales que dictan las reglas del mercado global. A través de su personaje principal, Cuca Báumez, esa empleada ya no tan joven, llena de sueños frustrados y anclada al presente alienante de los agravios de género y la falta de oportunidades de una macrocorporación, se nos desvelan los absurdos y los engranajes kafkianos de un sistema viciado por la codicia y esa idea imposible del crecimiento progresivo a costa de la deshumanización. Con un estilo gráfico basado en texturas de collage digital y un manejo audaz de los planos generales, Alicia Martín Santos fabrica una atinada parodia en la que (de paso y aprovechando que Cuca pasaba por allí) también se asoma con mirada aguda a muchos otros abismos contemporáneos, como los de las redes sociales, la IA o la ludificación del mundo laboral.
Mónica (Fulgencio Pimentel), de Daniel Clowes: Cada cómic de Clowes es el acontecimiento editorial del año. En la página de créditos de su nuevo cómic, Clowes desarrolla, en un apresurado (pero muy significativo) resumen diacrónico de apenas veinte viñetas, la historia completa de la creación del mundo. Mónica encierra otro sumario existencial, mucho más detallado éste, el de la vida atribulada de la mujer que da título al cómic. Su vida funciona así como resumen de un itinerario completo, como un universo privado que se rige por unas reglas propias. Las biografías ficcionales son una de las especialidades del dibujante de Chicago. Casi todas ellas están protagonizadas por outsiders y personajes marginales que habitan una realidad alucinada y paralela. El extrañamiento preside casi todas las páginas de Clowes. Su dibujo se ha depurado y ha añadido matices que han ayudado a dejar atrás la rigidez de sus primeros trabajos y aquella tendencia a repetir rostros (sobre todo los de mujeres jóvenes), que hacían complicado diferenciar personajes entre sí. Además, Clowes se ha convertido en un escritor soberbio.
Contrition (Norma Editorial), de Carlos Portela y Keko: Contrition
es un cómic estremecedor. Como pocos que hayamos leído. Un relato que
nos sacude hasta el asco y que nos dejará rumiando acerca de las
miserias humanas durante mucho tiempo. Thriller, noir e
investigación criminal en el mismo lote. El nuevo cómic de Portela y
Keko bucea en las profundidades del alma desde su mismo punto de
arranque (los delincuentes condenados por delitos sexuales) y lo hace
con buenas dosis de suspense, al ritmo de misterios ocultos y una
pesquisa criminal en la que a nadie parece interesarle descubrir la
verdad. Los autores construyen su relato de vidas cruzadas a partir de
un punto de vista alterno que, en una narración no lineal, nos lleva de
un personaje a otro al mismo tiempo que se le revelan al lector las
claves y los entresijos de una historia infectada de ponzoña y tan negra
como pueda llegar a serlo el alma humana. El dibujo de Keko nos sumerge de lleno en esta oscuridad tenebrosa que domina el
relato.
Ultrasound (Libros Walden), de Conor Stechschulte: El apellido más impronunciable del año nos regala uno de los cómics más inquietantes. Una mezcla incómoda entre Todd Solondz y David Lynch, que ya es decir. Con su realismo sucio esquemático (lo de sucio es literal en este caso, ya que Stechschulte parece renunciar a borrar o adecentar las marcas y huellas de rectificados y correcciones) y con su empleo de cinco colores diferentes, Stechshulte despliega una historia en la que nada es lo que parece, en la que cada giro de guion abre una puerta que nos conduce a un sitio todavía más incómodo que el anterior; un lugar en el que las historias de desamor se convierten en experimentos de control social. Nada es casual en Ultrasound, ni las alternancias cromáticas, ni las correcciones sobre la página y los bocadillos, ni las veladuras y capas sobredibujadas, ni los indicios y anticipaciones que se esparcen (a veces de forma casi imperceptible) por cada una de las páginas del cómic… Todo responde al orden superior de una historia basada en los equívocos, el ocultamiento y un psicologismo realmente retorcido. Así que, cuando terminamos Ultrasound, tenemos la impresión de que nunca antes habíamos leído algo parecido. ¿Hay mejor elogio que ese?
El gran vacío (Salamandra Graphic), de Lea Murawiec: ¿Quién no ha tecleado alguna vez su nombre en Google, sólo para descubrir que no somos únicos? Estamos seguros de que la joven dibujante francesa Léa Murawiec tiene un nombre de esos que no se repiten mucho, sin embargo, en El gran vacío plantea una original hipótesis distópica que encaja muy bien en el plano simbólico de estos tiempos de likes, selfies a mayor gloria de uno mismo y vanidad autorrepresentativa en las redes sociales. Imaginemos que todos los aspectos de nuestra vida y nuestra salud dependieran exclusivamente de nuestro nombre y su aparición (“presencia”) en un ciberespacio fractal y multiplicador que termina por confundirse con la existencia misma. El día en el que el espacio público y el espacio privado se confundan con el espacio virtual. La idea no es del todo nueva (recordemos, por ejemplo, aquel inquietante “Nosedive” de la tercera temporada de Black Mirror). Murawiec, sin embargo, desarrolla su propuesta con un apabullante despliegue visual y un original estilo gráfico en el que la expresividad cinética del manga se mezcla con la señalética y con un tratamiento formalista y abigarrado de los espacios arquitectónicos que (hasta en el uso del color) nos recuerda a una versión tridimensional del neoplasticismo de Mondrian y De Stijl. La ciudad en la que vive Mane Naher, la protagonista del cómic, parece ser el único sitio del mundo realmente habitable; fuera de sus márgenes alienantes, sus rascacielos y el espacio (público y privado) invadido por la publicidad nominal (los miles de nombres de sus habitantes que se reproducen sin cesar en muros, carteles, pósteres y pantallas, para constatar su existencia, su “presencia”), no hay nada: sólo ese gran vacío que da título al cómic. Mane Naher, además, ha tenido la mala suerte que de su nombre es el mismo que el de la cantante de moda; hecho que la relega a la insignificancia, a la ausencia de una “presencia” que garantice incluso sus constantes vitales.
El museo (Norma Editorial), de Jorge Carrión y Sagar: ¿Cómo se describe, se abarca o se penetra en los misterios de un museo o de cualquier otra colección? Con imágenes, por supuesto. Pero también con palabras que permitan escrutar en los misterios de la mirada, que permitan desmondar lo superficial para hallar subtextos y lecturas ocultas. Eso es lo que hicieron Carrión y Sagar cuando el Museo Nacional d'Art de Catalunya les ofreció la posibilidad de acercarse a sus salas y sus obras para crear un libro-catálogo-ensayo en torno a su colección. Luego, Norma Editorial decidió publicarlo dentro de su catálogo. Sin embargo, El museo no es un cómic (no sólo es un cómic), es un objeto postmoderno (no tan diferente, en el fondo, de Todos los museos son novelas de ciencia ficción, aquel otro libro que Carrión publicó en 2022 narrativizando otro museo, el Centro José Guerrero, de Granada). Apoyándose en disciplinas como las teorías de la recepción, de la percepción, la estética, la semiótica o la pragmática, Carrión construye una reflexión sobre la mirada en forma de microensayos interconectados, que adquieren entidad gráfica gracias a la fascinante traducción visual de Sagar (en la que abundan recursos y técnicas estilísticas). De este modo, El museo avanza de lo particular (quizás el mayor lastre de la obra recaiga precisamente en su exhaustivo localismo y la sincronicidad de la propuesta) a lo general, dejando por el camino un ramillete de reflexiones de esas que agitan la inteligencia e invitan a mirar de una forma diferente.
El enigma Pertierra (Astiberri), de Fernando Marías y Javier Olivares: ¿Es El enigma Pertierra un cómic siquiera? ¿O se trata más bien de un objeto postmoderno (el segundo en esta lista ya)? En su prólogo el propio Fernando Marías nos arroja algo de luz sobre la cuestión (o no): “En noviembre de 2009 la editorial SM encargó al novelista Fernando Marías la escritura de una novela que habría de ser la primera del género «transmedia» escrita en idioma español para jóvenes. Con el término «transmedia» se denominaba un género, incipiente entonces, que reuniera, además de letra impresa, opciones como páginas web, conexiones YouTube, etc.”. El enigma Pertierra nace, entonces, como objeto interdisciplinar vertebrado por la novela El silencio se mueve (2010), del propio Fernando Marías; la historia de un ilustrador casi olvidado (Joaquín Pertierra) que en los años 70, tras muchos años de ilustrar portadas de libro, trabajos de prensa, carteles y cubiertas de discos, decidió dibujar un cómic para contar su historia. En este punto, aparece la figura de Javier Olivares. Tras la muerte de Fernando Marías (en febrero de 2022), Astiberri ha reunido en un único volumen todo el material intermedial creado por Javier Olivares: las ilustraciones con las que alimentó el blog Pertierra, sus bocetos y el cómic que creó para la novela de Marías; material al que se suman unas páginas de cómic inéditas, que Marías dejó escritas acerca de un improbable encuentro entre Pertierra y el cineasta Jean-Pierre Melville. Dentro de este divertido juego de identidades cruzadas y engaños metaficcionales destaca el talento de Olivares para dar forma a un universo gráfico fascinante en el que el lector se deja “embaucar” con el placer de un cómplice satisfecho.
Krazy Kat. Páginas dominicales (La Cúpula), de George Herriman: Vamos a desdecirnos en un puñado de líneas. La publicación por parte de La Cúpula de los sundays de Herriman es el acontecimiento editorial del año. Hay que tener mucha osadía para lanzarse a traducir a Herriman; a cualquier idioma. Hacerlo así de bien es, además, un hito. No vamos a descubrir a Herriman aquí y ahora (échenle un ojo al nombre de este blog). Su influencia en el mundo del cómic es y ha sido enorme: junto a algunos otros pioneros, como McCay, Feininger o Sterrett, el autor de Krazy Kat fue de los pocos que, con sus dibujos secuenciados, intentaron caminar en paralelo a los artistas de las vanguardias pictóricas; de los pocos que intentaron salirse de esa zona de confort trituradora de cualquier originalidad que delimitaban las exigencias (lúdicas) de un público popular de lectores y las restricciones (draconianas) de una industria que aborrecía las innovaciones. En ningún lugar se adivina mejor la audacia de Herriman que en sus planchas dominicales, cargadas de ideas (y experimentación), de guiños humorísticos (slapstick) y de audaces ejercicios metaficcionales que, hasta ese momento, no parecían compatibles con el lenguaje de las viñetas. Lo demás, la peripecia argumental, el triángulo amoroso que forman sus tres protagonistas y los escenarios metamórficos que caracterizaban a la serie, ya es historia.
domingo, agosto 17, 2014
Las copygrafías de Alfredo Santos. Pinturas que saben de cómic.
lunes, diciembre 20, 2010
Brevesféricos.
miércoles, julio 08, 2015
Aama, de Frederik Peeters (I). La evolución de un autor, para ABC Color
jueves, junio 09, 2016
Teatrorum, de José Luis Serzo. Lo irreal maravilloso
Desde el 19 de febrero y hasta el 19 de junio, el Domus Artium de Salamanca (DA2) presenta en sus salas un amplio recorrido por la obra de José Luis Serzo, bajo el título Teatrorum Descubrimo al autor y a su alter ego Blinky Rotred, el Hombre Cometa, en un Arte Santander hace ya varios años. Desde entonces, hemos seguido su obra con el interés y la maravillada curiosidad del niño al que le cuentan un cuento en el que no se atisba el final.
En la obra del artista albaceteño hay mucho de cuento fantastico/mítico/romántico... y trágico. Sin embargo, paradójicamente, en ella también hay un fuerte componente real filtrado por la visión alegórica del autor. Los cuadros, esculturas e instalaciones de Serzo reciben al espectador como una puerta abierta a un universo de fantasía, cargado de detalles y absolutamente coherente en su mitología alucinada. Nos recuerda en alguna instancia a los mundos en miniatura de Santiago Valenzuela y esa enorme saga histórico-filosófico-ficcional que se plasma en Las aventuras del Capitán Torrezno.
Como aquel, Serzo construye un mundo a imagen y semejanza de sus obsesiones, sueños y referencias personales y artísticas; una escenografía en la que da rienda suelta a episodios independientes, pero complementarios, protagonizados por un personajillo pelirrojo con espíritu de inventor aventurero y vocación áerea, llamado Blinky Rotred, sosías, alter ego y metáfora del propio Serzo. En cada una de sus aventuras (convertidas en series pictóricas o escultóricas), aquel se ve rodeado de personajes tan fantásticos como él, que no son en realidad sino los amigos, familiares y algunos de los personajes históricos y artistas que forman parte del panteón de referencias de su autor.
Nos remiten los encabezamientos a la literatura renacentista y barroca o a los grandes ciclos épicos (el Artúrico, el de los Nibelungos...). Hay bastante de tradición mítico-literaria y de cuentística en la obra de Serzo (Alicia en el País de las Maravillas, El Mago de Oz), pero también referentes pictóricos y artísticos muy obvios: desde Gustav Courbet, que protagoniza una de las colecciones y varias de las piezas presentes en la exposición (Un sueño hecho realidad, 2016), hasta el Bosco, Brueghel, Goya o Dalí; no falta el componente surrealista y las referencias freudianas de este último, filtradas, eso sí, por los nuevos códigos interpretativos que plantea el lenguaje de Serzo. Son constantes, por ejemplo, los motivos recurrentes y los leit motifs (el telón, la corona, el tractor, la balsa, los insectos, el escenario, los andamios...) que funcionan como hilo cohesivo entre las diferentes piezas y épocas del artista.
No se pierdan Tetrorum. Maravilla.
lunes, febrero 28, 2011
Exit Through The Gift Shop, de Banksy. Bromas, documentales y tiendas de regalos.
Vamos a intentar reconducir nuestros dos posts anteriores en un tercero de síntesis: la tercera vía. Deséennos esta vez algo más de suerte que la que tuvieron otros.
En los últimos años no sólo los cómics se han puesto de moda entre las tribus fashionistas, también lo han hecho el aloe vera, la música indie, el sushi japonés, las rotondas y... los documentales.
De hecho, los documentales ya no son lo que eran. Queremos decir que ya no son sólo lo que solían ser, sino muchas otras cosas. Dice la RAE (que también está más limpia y esplendorosa que nunca), que un "documental" es:
1. adj. Que se funda en documentos, o se refiere a ellos.
2. adj. Dicho de una película cinematográfica o de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad. U. t. c. s. m.
La primera es una de esas definiciones feas y sosas que abundan en nuestra biblia de la palabra. La segunda se nos hace más propicia para nuestros fines posteadores del día. En wikipedia, que es la nueva RAE pangeática de los nuevos buenos tiempos, bajo la entrada "documental" se esconden tesoros de los Lumière, experimentos de Vertov y los esquimales de Flaherty.
Como decíamos, en estos días extraños de industrias en hundimiento y bancarrota de sectores culturales (que dicen por ahí), se pueden ver acontecimientos tan singulares como una cola de individuos esperando para pagar por ver un documental... en un cine. Es curioso: en la era de la divinización de la imagen trivial y de la falacia convertida en noticia, resulta que el ciudadano está ansioso por presenciar un poco de genuina realidad y espera hasta para pagar por ello. La sala de cine convertida en celda de aislamiento y tanque de oxígeno, así en una sola estancia.
El interés ante la película "fundada o referida en el documento" ha provocado, lógicamente, dos fenómenos paralelos: uno de proliferación y otro de búsqueda. El género documental se ha convertido en un territorio artístico per se; lleno de experimentación, posibilidades y ramificaciones.
Dejando a un lado la larga lista de subcategorías wikipédicas, tenemos que hablar, por ejemplo, del "falso documental": ese que se rueda desde las técnicas y recursos propios del documental, pero que no disimula su falta de verdad o que la cobija detrás de la ironía y la ruptura de la ilusión. Orson Welles y Woody Allen son pauta y referencia, con sus Fraude (1973) y Zelig (1983), más falsos los dos que un discurso de Franco (y mucho más lúcidos e inteligentes también). Más recientemente, también han aparecido buenos ejemplos de la falsedad, como esa película que debería ser de visionado obligatorio entre alumnos, profesores y padres de alumnos en nuestros institutos, Entre los muros (2008), de Laurent Cantet, sólo parcialmente falsa, pero muy verosímil; el falso biopic sobre Joaquin Phoenix que es I'm Still Here (2010), de Casey Affleck o las pelis de Borat (aunque no estamos seguros de si éstas son en realidad documentales o versiones fílmicas hipertrofiadas de la cámara indiscreta, al más puro estilo Summers).
En 2005, Werner Herzog rizó el rizo con su Grizzly Man y se sacó de la manga un documental verdadero que parece falso. Un nuevo género lleno de posibilidades, la vuelta de la tortilla con forma de oso gigante. Hablaban de ello hace tiempo en el Rockdelux, pero no fue en esta crítica, seguro.
Luego están los documentales que hablan de la realidad, pero lo hacen desde una intención narrativa. Aquellos que detrás del relato de acontecimientos, la aportación de datos o los testimonios de los protagonistas, encierran una intención estilística narrativo-simbólica; que se descubre, como siempre, en las eleciones autoriales: en el montaje, en la búsqueda de momentos climáticos, en las referencias cruzadas, etc. Hemos visto en las últimas décadas historias y cuentos preciosos con una apariencia documental: como la luminosa y casi mística El sol del membrillo (1992), de Erice; el ejemplo de dedicación y amor a la pedagogía que es Hoy empieza todo (1999), de Bertrand Tavernier; el grito agónico que se escucha a lo lejos en el El cielo gira (2005), de Mercedes Álvarez; o ese canto a la vida y a la utopía que es el Man on Wire (2008), de James Marsh. Y el Crumb de Zwigoff que les comentábamos el otro día, por supuesto.
Muy populares son también los llamados "documentales de denuncia", juguetes autopromocionales, en ocasiones, discursos cargados de demagógia, en otras, pero, casi siempre, bofetadas sonoras en toda la cara de ese capitalismo bienpensante neoliberal que nos ha conducido hacia un armagedón del que, ahora dicen, sólo nos pueden sacar ellos. Hablamos y pensamos en trabajos como Una verdad incómoda (2005), de Davis Guggenheim; Super Size Me (2004), de Morgan Spurlock o, desde luego, en Michael Moore y sus combativas Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11.
Algunas otras cintas golpean en la conciencia del espectador con menos ruido, pero haciendo mucha más sangre. Nos acordamos ahora de S-21: La máquina de matar, del camboyano Rithy Panh, o de cómo la memoria histórica y el perdón posterior no son incompatibles, pese a lo que muchos preconizan.
Pero aquí habíamos venido a hablar de arte y de grafitis, si recuerdan bien. Sucede que hace unos días hemos tenido la suerte de ver Exit Through The Gift Shop, el documental de Banksy, y que quieren ustedes que les digamos, no podemos dejar de darle vueltas. Lo comentaba el otro día un amigo de esta casa en los comentarios, es una de esas obras que "motiva largas conversaciones en la barra del bar". Por de pronto, porque resulta difícil discernir si lo que hemos visto es un falso documental, un documental verdadero que parece falso, un ejercicio de denuncia social o una incursión clandestina de algún comando revolucionario neomaoísta en el mundo del arte. Para todo eso da y para bastante más.
Como señala el propio Banksy al comienzo de la cinta, Exit Through the Gift Shop comienza con unas intenciones, pero evoluciona de manera muy diferente. Es un trabajo sobre el arte urbano, sí, pero también es una obra al servicio de un personaje único, Thierry Guetta, el francés emigrado a Los Ángeles que se dedicó durante años a grabar con una cámara portatil todo cuanto le rodeaba y que, por puro azar (el encuentro con un primo suyo, el grafitero francés Invader), terminó convertido en el cronista del arte urbano de las últimas décadas. El documental nos cuenta sus andanzas, cámara al hombro, al lado de gente como Monsieur André, Shepherd Fairey, Ron English, Zevs o el propio Banksy, hasta que, finalmente, termina convertido él mismo en artista superventas de la vanguardia neo-pop-urbana contemporánea, bajo el nombre de Mr. Brainwash. Como lo oyen. El cuento de hadas del arte contemporáneo pasado a fotogramas (o chips digitales, que lo mismo da).
El propio Guetta desmenuza su camino hacia el éxito de forma detallada y exhaustiva: su determinación propia de un iluminado que se siente destinado a cotas más altas, su relación ambigua y parasitaria con el mundo del grafiti y sus creadores, su tardía fe inquebrantable en el arte urbano, su apuesta definitiva por la gloria con la exitosa exposición "Life Is Beautiful"...
En el fondo, como sospechan, todo huele a gran broma, a artificio inteligente trufado de sospechas y muchas preguntas. No dudamos de la existencia de Thierry Guetta ni de la de sus miles y miles de horas grabadas con material intrascendente y ocasionales hallazgos documentales. Tampoco de que el resultado de su aparición en el documental pueda tener que ver con ciertas dosis de azar y algo de fe irracional en su propio talento, pero hasta ahí llegamos: sólo nos creemos la mitad de esta gran película. El brillante objeto artístico que es Exit Through the Gift Shop consigue esquivar con éxito los puntos más turbios del proceso de glorificación de Guetta (sus nunca claros tejemanejes financieros, su intempestiva intromisión dentro de la clandestinidad grafitera o, especialmente, la misteriosa aparición de su obra casi de la nada) y nos sumerge en un mar de suposiciones: ¿Es Banksy el autor último de las obras de Guetta o, lo que es lo mismo, es Guetta un sosías del propio Banksy? ¿Existe Banksy realmente o está su leyenda forjada a partir de un esfuerzo colectivo estudiado al milímetro? ¿Es Banksy (un tipo capaz de añadir a sus talentos el de la dirección de una gran película como ésta) el gran genio del arte contemporáneo o es simplemente un prestidigitador del icono y del golpe de efecto? ¿Son el arte postmoderno y sus ramificaciones urbanas un símbolo esteticista de la oquedad contemporánea y de la falta de contenidos de sus objetos artísticos?
Dudas razonables, todas ellas, que ya han hecho correr ríos de tinta. Vean ustedes la película y nos dicen que piensan. Y si lo de escribir en blogs ajenos no les motiva demasiado, se nos lanzan a la calle y lo plasman en un muro, que, ya lo saben, el éxito espera a la vuelta de la esquina.
martes, enero 13, 2015
Je suis...
No hacen falta demasiadas palabras...
...pero entre tanto ruido, hemos leído algunes reflexiones lúcidas
"¿Están los peores realmente llenos de intensidad apasionada?", de Slavoj Zizek.
"Respetando a los caníbales: Europa es cómplice del fundamentalismo islámico", de Ilya U. Topper.
"¿Todos somos Charlie Hebdo?", de Javier Pérez de Albéniz.
...y aplaudimos iniciativas valientes y necesarias:
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(Actualización: 25/01/2015)
Seguimos leyendo sobre un tema que, creemos, no se debería olvidar tan pronto. Les proponemos algunos textos más para entender y reflexionar:
"PERO.", de Gerardo Viches.
"El debate se terminó", de Pepo Pérez.
- "Filántropos y fascistas", de Zineb El Rhazoui (colaboradora de Charlie Hebdo desde 2010).