lunes, mayo 12, 2008

Iron Man, de cachondeo entre las bobinas.

Hace ya unos años que al Hollywood más propiamente hollywoodiense, a ese que representan los grandes estudios, se le presupone cierta sequía creativa y una sed indisimulada de guiones originales, que garanticen divisas a sus depósitos de inversión. Así, en su búsqueda indisimulada de historias fértiles, los productores y magnates del celuloide llevan tiempo con la varita de avellano desenfundanda apuntando aquí y allá a la busca de acuíferos argumentales.
En esa exploración incesante, nuestros zahoríes de la peseta (léase dollar) han enchufado su manguera a numerosos espejismos de charco artístico: remakes tan innecesarios como artificiosos de viejos buenos clásicos; segundas, terceras y quincuagésimas partes que nunca han sido buenas (Coppola mediante); revisitaciones genéricas loables e ingeniosas que, una vez transformadas en "plantilla" argumental repetida hasta la nausea, terminan por hacernos renegar de su originaria originalidad, etc. Y así, hasta que llegó a nuestras pantallas el boom de los efectos especiales digitales, la poza infinita de imágenes digitalizadas que había de saciar nuestra sed a base de vasos de irrealidad pixelada.
El hallazgo más grande después del descubrimiento del río Yukón parecía manar oro líquido virtual para todos y para siempre; el maná redivivo en versión cinemascope (ehem, o al revés). Lo inadaptable, lo imposible, al alcance de un disco duro. Entre los frutos que crecieron al frescor del vergel encontramos piezas sabrosas como casi todas las que recolectaron los magos de esa factoría de sueños y risas que atiende por Pixar: con mención especial a sus monstruos y superhéroes. Hablando de superhéroes...
Con la era digital se recupera, se reinventa, el cine de superhéroes. Todas aquellas adaptaciones pijameras de nylon y lycra, inverosímiles hasta la parodia por su ausencia total de misticismo heroico, se reciclan en forma de mitología SFX y se reciben en nuestras pantallas con las claquetas abiertas; el género pródigo que vuelve a casa, sniff. Un filón inagotable. Una vuelta de tuerca a la teoría del subgénero convertido en molde reutilizable hasta lo indecible, pero, además, una fuente de ideas igualmente inagotable con trasvase de beneficios de ida y vuelta. Entiéndase del siguiente modo: las adaptaciones cinematográficas le garantizan a las grandes editoriales comiqueras (por ahora, básicamente, Marvel y DC, pero en el futuro a muchas otras de las pequeñas, verán) una fuente de subsistencia lujosa y abundante, alimentada de vetas diversas de merchandising, publicidad directa e indirecta, etc; por su lado, Holywood descubre el camino de perfección a su sequía cerebral: un mar creativo (tirando a lago) que, con una inversión tolerable en "infraestructuras", garantiza guiones e historias ad eternum, simplemente porque muchos ya están hechos, otros son ramificaciones de aquellos, etc. (no vamos a ponernos a hablar aquí de los universos superheroicos infinitamente cruzados y tal).


No obstante, nosotros hemos venido aquí a hablar de otro libro, aquel que se inventaron los Stan Lee, Jack Kirby, Don Heck y Larry Lieber, que estaba protagonizado por un millonario, canalla, pendenciero y casquivano, llamado Tony Stark. Resulta que es el que ahora han transformado en película los señores de la Paramount junto a los de la Marvel. El resultado, Iron Man, nos ha parecido bastante divertido y mucho más digno que otros simulacros superheroicos precedentes bastante recientes.
Los altibajos en una superproducción de este tipo parecen inevitables, seguramente por las mismas restricciones que plantea el molde genérico, que venimos señalando. Como la plantilla está trazada de antemano (los momentos climáticos y anticlimáticos, el diseño de personajes estereotipados o la exigencia de subtramas internas -la historia de amor subyacente, el conflicto moral del héroe, el villano agraviado, etc.), al director no le queda otra que intentar ajustar sus piezas en las casillas correspondientes, sin perder de vista que el trazado original permanezca visible de principio a fin; innovaciones las justitas, que el producto va destinado al gran público, no a los lectores de cómic. Quizás por eso, muchas de las adaptaciones de tebeos que vemos en los últimos tiempos nos parecen redundantes y sus subrayados excesivos: porque nos están contando algo que ya hemos leído mil veces. Olvidamos que su público potencial no somos sus lectores originales, sino los consumidores de grandes producciones (a lo mejor, los mismos que "alucinaron" con Titanic). De ahí que todos y cada de los filmes superheroicos se explayen en la ilustración profusa de los antecedentes del personaje, sin dar nada por hecho (algo que, por otro lado, ha sido un común denominador en casi todas las nuevas reformulaciones de los mitos Marvel y DC a lo largo de estas últimas tres décadas; no es tan raro).
Quizás por eso también (parafraseando a Pepo Pérez), en la crítica de Iron Man de Carlos Boyero (uno de los mejores de este país) se lea eso de que el "sentido del humor está ausente en este discurso sobre el bien y el mal, con lo cual el fastidio es superior". Y es que, precisamente, lo mejor del Iron Man de Jon Favreau es su sentido del humor. ¿Hay que conocer al personaje y su mitología para entenderlo, para disfrutar del mismo? Las palabras de Boyero nos hacen dudar. Casi todas las intervenciones en pantalla de ese gran actor que es Robert Downey Jr., destilan humor e ironía. No nos referimos a la socarronería chulesco-macarra a lo Rambo que "perfuma" al héroe prototípico americano de las últimas décadas, no, aunque de esa también hay en Iron Man; hablamos de un humor más fino que enlaza directamente con la evolución comicográfica del personaje, ese chulo playboy acomplejado, con un fondo tragicómico que le lleva del patetismo a la parodia sin perder ni un ápice de su heroicidad. Nos parece que la película ha sabido recoger ese punto bastante aceptablemente. Por eso, sobre todo, nos ha parecido divertida.
Bueno, y porque aparece el Downey Junior en un papel que le viene al dedo. En uno de los primeros cómic-books de los Ultimates sus personajes fantaseaban con la divertida hipótesis interdisursiva de quién representaría a quién en una posible adaptación al cine de sus andanzas heroicas: Tony Stark lo tenía claro (bueno, Millar y Hitch, en realidad), no podía ser otro sino Johnny Depp (Hitch incluso dibujó al personaje con ese referente fisonómico presente). No por mucho, pero se equivocaron. Robert Downey Jr. es un Iron Man tan perfecto que hasta comparte pasado, traumas y reivenciones; así que cuesta tan poco creerse su lado golfo y divertido como su faceta de angel caído y redimido.
Sus intervenciones son lo que más nos interesan de la película, sus momentos en el laboratorio al cobijo de su aparataje tecnológico; sus cruces de relaciones "jefe-sirvienta", chanzas y miradas, con esa sosísima y sumisa (también paródica) Pepper Potts; sus vuelos sin motor en el interior de la armadura y la muy lograda visión subjetiva desde el casco de Iron Man.
Nos atraen mucho menos todos los aspectos de la película que huelen a fórmula, empezando por el episodio iniciático en el desierto afghano, que nos recuerda por momentos a algunos episodios de El Equipo A y a casi todos los de McGyver. Tampoco acabamos de "entrar" en los necesarios (argumentalmente) como intrascendentes (narrativamente hablando) episodios de confrontación entre Iron Man y sus sucesivos enemigos-obstáculos. Y de la historia de amor, qué decir, predecible desde el primer boceto de trailer de la película, al igual que la facilona (por obvia) exposición del conflicto moral armamentístico que sobrevuela toda la cinta... Dicho lo cual, volvemos a nuestras primeras palabras, nos lo pasamos bien, nos reímos y dimos por bien gastado el dinero: aceptamos Iron Man como cine (espectáculo).

lunes, mayo 05, 2008

Pinturitas y tebeos (Tranquilli, Goya et al)

Este fin de semana descubrimos a Adrian Tranquilli en el suplemento ABCD, con motivo del anuncio de la exposición Esculturismos. Iconos ácidos, que permanecerá en la madrileña Sala Alcalá 31, hasta el día 18 de mayo. En el mismo número, leemos un excelente artículo de Fernando Castro Flórez, dedicado a la aparente consagración de lo "freak" como fenómeno artístico-cultural-ideológico. Acertadamente, el crítico titula su repaso a la nueva cultura popular "Del «Pop» al «Freak», la estética de lo grotesco"; toda una declaración de intenciones.
En él menciona, entre otras propuestas de la modernidad "artística" y mediática, a los Orlan, Tracey Emin o, en otro orden de cosas, a tipos como ese Risto Mejide. En la página de al lado, Laura Revuelta comenta la mencionada exposición de la Sala Alcalá 31, una colectiva que "recoge las obras de una serie de artistas que van más allá del pop". El enganche entre los dos artículos parece claro. Entre los creadores que podemos ver en la muestra, comisariada por Peio H. Riaño, se halla gente tan conocida como Mateo Maté (del que no es la primera vez que hablamos), Eugenio Merino o Chus García-Fraile.

Descubrimos también al mencionado Adrian Tranquilli, un artista que encaja bien en este hueco comiquero, por su recurrencia constante al mundo superheroico en su reformulación del concepto pop. Nos recordó parcialmente a Lister, de quien también hablábamos aquí no hace tanto. Quizá sea Tranquilli más conceptual e irónico (cómico) en su acercamiento distanciado y posmoderno al universo de los héroes de Marvel y DC. Unos personajes que en manos de Tranquilli aparecen descontextualizados y reubicados en situaciones ajenas, pero claramente reconocibles; un paso más dentro de esa reformulación heróica (también posmoderna), no carente de patetismo y miseria moral, que se inventaron los verdaderos héroes del cómic en los 80 y 90, los Frank Miller, Alan Moore o Mazzucchelli.
Se corrobora, nuevamente, algo que sabemos todos: el hecho de que el cómic puede entrar en la pintura y en la escultura como referente, para transformarse simplemente en otra cosa, en arte fuera del cómic, en icono manipulado. Luego, nos acercamos a Entrecómics y vemos que el Tío Berni se ha marcado un interesante post (inversamente proporcional a lo hasta ahora señalado), dedicado a ciertas relaciones directas y homenajes cruzados entre el cómic y la pintura. Nos deleitamos con su amplia selección de imágenes y pensamos que sí, que a veces todo encaja.

miércoles, abril 30, 2008

Operación 700: el retorno (II).

Hasta a la hora de pujar en el ebay hay que tener en cuenta las fluctuaciones del mercado. Viene esto a cuento de nuestro ya indisimulado (indisimulable) vicio "ludopático" hacia las páginas originales de cómics; sobre todo las que han sido dibujadas por aquellos tipos que, por una causa u otra, despiertan nuestra admiración. Algo así como el Síndrome de Stendhal, pero en versión viñetera; llamémoslo el Síndrome de Steranko.

Sucede que, en nuestra carrera desenfrenada por pulirnos los 700 leuros ahorrados, decidimos rendirle homenaje a uno de nuestros "supehéroes" favoritos de la infancia-juventud (y senectud, nos tememos). Un tipo con cara de bruto (más que la de un gobernador de California), carente de superpoderes, mal bicho, poco escrupuloso con las cosas del comer y del querer y, básicamente, entregado a la burrería como sucedáneo de andanzas caballerescas cimmerias: hablamos de Conan, el bárbaro.

Un cómic que precisamente por su mestizaje de géneros (capa y espada, sobre todo, pero en algunos episodios también aventuras piratas, o incluso género de terror), por su fascinante galería de personajes amorales, exóticos y eróticos, o por el talento de los dibujantes que trabajaron en la serie, mantiene a día de hoy a una buena recua de seguidores. De vez en cuando hay que releer los Conan en alguna de las docenas de ediciones (sólo en español) existentes. A nosotros, de entre todos sus artistas, el que más nos gustaba era, con diferencia, John Buscema; quizás porque su Conan era el más bárbaro, asilvestrado y oscuro de todos (mirada torva la suya). El Conan meticulosamente ilustrado de Alcalá o el héroe prerrafaelita de Barry Windsor-Smith, tenían su aquel, lo reconocemos, pero nadie como Joe Buscema (muchas veces entintado por Ernie Chan) fue capaz de mostrar tan a las claras el concepto de fuerza bruta, personificado en un tipo cachas, que se avanzaba en los guiones de Roy Thomas (basados a su vez en la obra de Robert E. Howard).

Por eso, Buscema fue una de nuestras búsquedas artísticas prioritarias en nuestro acecho de originales comiqueros. A decir verdad, no fue demasiado fatigosa, la búsqueda queremos decir. Resulta que, como comentábamos al comienzo de estas líneas, entre las fluctuaciones de la oferta y la demanda, parece que no es éste un momento demasiado malo para hacerse con una plancha de Buscema a un precio asequible (dentro de los manojos de euros a que nos estamos referiendo). Después de unos días porfiando aquí y allá, nos hicimos por algo menos de 150 euritos con una página tan bonita como ésta (que hasta tiene chica y caballo); el dibujo de Buscema, la tinta de Chan:

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jueves, abril 24, 2008

Saló 2008 y subiendo.

Pues sí, ni pudimos, ni quisimos evitar la ya crónica visita a la Ciudad Condal con motivo del Salón del cómic (y algunos otros menesteres). Es un placer llegar a Barcelona, respirar sus aires marinos y disfrutar de sus noches impredecibles y algo canallas; sobre todo cuando el tiempo y las compañías acompañan. En nuestro caso fue así, de principio a fin. A fin de cuentas, compartimos espacios y cervezas con viejos amigo (alguno de ellos nuevo dibujante).
Con don Gaspar Naranjo (y alguna dama encantadora) visitamos templos nocturnos de la perversión popera y tugurios de mala vida. Así estábamos al día siguiente cuando, ya en Salón (a horas nada recatadas), nos acercamos al stand de otros amigos, los de Malavida, tan simpáticos y salados como siempre. Más tiempo le dedicamos aún a Mr. Yorkshire y su recién estrenado proyecto editorial, no sólo por la simpatía inherente y el entusiasmo contagioso de los dos editores bizantinos, sino porque fue allí (en el stand que generosamente les invitó a compartir Dibbuks) donde pudimos saludar y recibir firmitas de alguno de nuestros ídolos de la viñeta: léanse Max o Javier Olivares. Después, las laberínticas andanzas entre casetas, saludando a amigos-artistas, como Ed o Jorge García, conociendo a otros la mar de simpáticos, como Sonia Pulido o Juan Berrio, y mirando, apabullados, desde lejos, a las deidades y sus quilométricamente fatigosas colas (sí, hablamos de Manara y Moebius, y de Ibáñez, como siempre, claro). No nos olvidamos tampoco de la amable charla con el jefe de Bang Ediciones, que, insensato, se reconoció lector ocasional de este blog; saludos desde aquí.
Señoras y señores, el gran Olivares.

Él, Manara

La cola de Manara.

Virtuosos a la vista: Tripp e Yslaire.
Aún y así, nos quedamos con las ganas de conocer y saludar al carcelero y a otros muchos colegas bitacóricos que se nos aparecen por entre los comments con mayor o menor frecuencia (a los chicos de Entrecómics sólo los vimos de refilón y de lejos, tan apalominados estábamos tras la ingesta de alpiste). Habrá más citas y salones para encuentros variados. También nos dejó el nervio alterado llegar tarde a las dedicatorias de don Santiago Valenzuela (nuestro torrezno favorito), perdernos la contemplación de los Quino y Liniers en acción o no poder hacer las horas de cola que hubieran hecho falta para alabar con megáfono a ese grande que es Giardino (firmaba por la matina, pardiez).

A falta de Giardinos, buenos son sus originales.

Mucho mejor nos fue con las exposiciones organizadas para el evento, que, como no se movían, nos permitieron admirar originales de los mismos Moebius, Manara y Giardino, o los preciosos y coloridos "frescos" de Miguelanxo Prado para De Profundis. Por las mismas, nos paseamos deleitados por entre los stands monográficos dedicados al Bardín de Max y a la Tetería de Rubín; nos sorprendió el pequeño tamaño de sus planchas, que parece incrementar el mérito de su capacidad talentosa para el detalle y la expresión. También había alguna cosita de Max (y de Pere Joan, de Fito, de Guillem March o de Seguí) en el pabellón montado por el Institut d'Estudis Baleàrics bajo el título de Illes Balears. Sorprendente el montaje con los robots, attrezzos y cositas especiales varias utilizadas en El laberinto del Fauno, aunque las colas aconsejaban verlo desde fuera. Lástima que la zona dedicada a la mayoría de las exposiciones, en la nave al fondo del pabellón, tenga ese aire frío y desangelado, muy distinto al del resto del salón.
Pecata minuta, porque lo cierto es que, año tras año, la organización del Saló mejora y son más los argumentos para certificar su primacía entre los eventos comiqueros patrios. Da gusto observar que, con cada edición, el Saló aumenta sus objetivos y sus campos de influencia: muy adecuada el área dedicada a contactos profesionales entre editores y artistas; interesantes también las exposiciones retrospectivas como la dedicada al cómic y la censura o las cada vez más prominentes actividades complementarias y actos paralelos: fueron divertidos, por ejemplo, los duelos de dibujantes con las pantallas digitales.
También las editoriales y librerías son conscientes del escaparate inmejorable que supone el salón (que además garantiza una cifra creciente de ventas), por eso sorprende a medias encontar macro-stands como el de Norma o el pedazo de supercado que se montaron los de Planeta. Tampoco nos ha de extrañar la cada vez más abundante presencia de tiendas directamente dedicadas al merchandising, con mención especial para los muñequitos, maquetas y artilugios varios nacidos alrededor del universo Star Wars. Mercado y más mercado.
El día se cerró de forma similar al anterior: pillerías nocturnas con grupo numeroso de amigos, del que formaron parte alguna ilustre ilustradora y varios miembros del equipo de El Jueves; gente tan simpática y divertida como Darío Adanti y señora. En fin, ya lo ven, una fiesta llena de bocadillos y personajes de cómic. A ver si la edición de 2009 no tarda mucho.

martes, abril 22, 2008

Sobrevivir a Maggots

No acabamos de recuperarnos de la lectura de Maggots. Por eso, antes de meternos a valorar las siempre gratificantes experiencias del pasado Saló, vamos a descender una vez más a las catacumbas "chippelendianas".

Resulta que, cerrado el post anterior, no hemos podido dejar de pensar y comentar con amigos y afines algunas de las peculiaridades narrativas y visuales de este cómic peculiar. Le hemos dado vueltas, por ejemplo, a su sobre-acumulación de secuencias e imágenes, que conforman un conjunto de viñetas abigarradas, en ocasiones prácticamente idénticas, y con un muy breve recorrido temporal. Así, con este pensamiento (esta imagen) en el cerebelo, nos hemos acordado de dos nombres esenciales de la fotografía moderna, pero escasamente reconocidos fuera de su ámbito artístico: nos referimos a Eadweard Muybridge y a Jules Marey, dos de los padres principales de la cronofotografía o, lo que es lo mismo, las serialización fotográficas de personas y animales en movimiento; un hallazgo que permitió, por fin, "congelar" los momentos exactos y las posturas "imposibles" del hasta ese momento intuido vuelo de las aves o el galope de un caballo. Vean una muestra...

Pues resulta que, con un esfuerzo limitado de nuestra percepción, llegamos a la sencilla conclusión de que las páginas de Chippendale tienen una plasmación visual no muy diferente a aquellas secuencias de Muybridge. Ya lo aventuraba Tom Spurgeon cuando señalaba al respecto de Maggots que: "Chippendale's labyrinthian studies of movement and action come with a built-in quandary as anyone's first-comic-ever".

En el fondo, la experimentación de Chippendale juega con la trasgresión de la esencia del arte comicográfico: la ruptura de la elipsis. Con la eliminación parcial de eso que McCloudd llamaba "closure" (la acción que se desarrolla entre dos viñetas), Chippendale está escamoteándonos el fundamento mismo de la narración gráfica: la realidad imaginada. De ahí que sus páginas nos resulten saturadas y repetitivas; por eso (y por las muchas razones que mencionamos en el post anterior), sus historias se nos aparecen laberínticas, redundantes y fatigosas: Chippendale "no reconoce" (no quiere reconocer) la elipsis, la sugerencia, el elemento intuido. Frente a ello, nos ofrece series de movimientos secuenciados en detalle, como si estuvieramos leyendo en continuidad las instantáneas cronofotográficas de Muybridge o los fotogramas sucesivos que componen una película o cinta de animación. El resultado, ya se lo hemos enseñado.

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viernes, abril 18, 2008

Maggots, de Brian Chippendale. Abducciones varias

Pero para jugueteos formales, marcianadas experimentales y quebraderos narrativos, el Maggots de Brian Chippendale, un tebeo tan citado y mencionado que se hace querer... y odiar. Vamos a hacer las cosas bien, comencemos por ofrecer las instrucciones de lectura de este post (no bromeamos): a partir de este punto comiencen a leer el post desde el último párrafo y suban hacia arriba.

Maggots es, decíamos, un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas, viñetas y excentricidades narrativas. Si han tenido paciencia, han llegado hasta aquí y han soportado esta ¿reseña?, quizás deberían intentarlo con el trabajo de Chippendale. Les prometemos que esto no ha sido nada. (Ah, Chippendale también es músico, toca la batería, el saxo y canta en Lightning Bolt).

¿Y saben lo peor, o lo mejor, de todo? Que superado el cripticismo y la aparente ilegibilidad inicial, cuando uno ha conseguido descifrar 40 ó 50 de las trescientasypico páginas que componen Maggots, uno comienza a nadar con relativa naturalidad dentro del magma caótico-narrativo que plantea su autor. Se trata simplemente, imaginamos, de dejarse llevar por la acumulación hipnótica de imágenes, sin esperar nada que responda a nuestra lógica narrativa aprendida. Algo así como lo que busca David Lynch en esa también rarísima (y para muchos también maestra) Inland Empire. Sucede que, nosotros, nunca llegamos a entrar en el último delirio de nuestro, por otro lado, admirado Lynch. Con Maggots el hechizo funcionó (más o menos).

Lo apabullante es que no se trata de una broma paródico-verbal, como las que nos regala don Chris Ware en sus prólogos y solapas. Lo de Chippendale es literal, literalmente confuso: algunas páginas se leen en ziz-zag de arriba a abajo, para cambiar en la contrapágina en dirección ascendente (de izquierda a derecha, de abajo a arriba), pero (¿alguien se creía que la cosa sería tan fácil? ¡debiles de espíritu y paciencia!) ¿por qué no improvisar y alternar modos de lectura sin avisar al lector, ni dar más clave que los itinerarios indescifrables de unos personajes sumidos en una historia que discurre entre lo onírico, lo orgiástico y lo puramente masturbatorio? Así, algunas páginas parecen continuar en la línea de viñetas de la derecha, para de golpe y porrazo, recuperar su ritmo zig-zagueante; otras culminan (como nos avisa en la introducción) con dos líneas de viñetas sucesivas que se leen de izquierda a derecha; otras llegan al final con viñetas seccionadas que hacen imposible reconocer lo que está sucediendo y, en consecuencia, estar seguro de la dirección a seguir. ¡Una fiesta!

No obstante, no son esas las mayores dificultades a la hora de enfrentarse a este cómic... peculiar. Chippendale juega al desconcierto y no hay mejor atajo para confundir al lector de cómic habitual (y bienintencionado) que cambiarle las reglas del juego, las de lectura. Rizando el ritmo lector , al americano no se le ocurre otra cosa que juguetear con la convención; en la solapa de cubierta se nos suelta con alegría la siguiente instrucción del tipo os-vais-a-enterar-a-que-huelen-las-flores: "Down page one, up page two! back 'n forth, or sometimes its fricky like page 4 gets weird. Read bottom two lines from left. Huh, funny. Stay alert!"????

Porque Chippendale tampoco dibuja demasiado bien, ni lo pretende. Sus personajes, con Mr. Potato a la cabeza, son esbozos de personaje, garabatos cuasi-infantiles que gesticulan espasmódicos sobre el rayado negrísimo que hace de fondo en casi todas las viñetas de Maggots (suponemos que resulta el mecanismo más eficaz para tapar las letras japonesas que acabamos de mencionar). Unos personajes que, para más inri, no acaban de disinguirse con claridad entre ellos.

Maggots es un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas y viñetas. Su autor, Brian Chippendale, lo creo jugando con la idea de caos. Un lector despistado que se acerque a Maggots sufrirá varios shocks sucesivos (con síntomas parecidos a una indigestión acompañada de migrañas y desespero cultural). El primer sobresalto es visual: Maggots es caótico, febril. Chippendale lo dibujó sobre unas hojas de un folleto comercial japonés, así que sus viñetas ínfimas de tinta negra desparramada se mezclan con el alfabeto kanji. El poco texto que tiene es indescifrable (hasta con lupa), lo que sucede en sus secuencias, casi incomprensible.

martes, abril 15, 2008

Burning Building Comix, se nos quema la página.

Seguimos hablando de indagaciones formales. Uno de los últimos tebeos que nos hemos agenciado vía internáutica ha sido el segundo número de Burning Building Comix, una ocurrencia de Jeff Zwirek; autor que en el mundo de la red comiquera no es un desconocido perfecto. Es un poco más grande (en dimensiones) que un minicómic habitual, pero comparte filosofía, intención autorial (Zwirek utiliza dicha etiqueta para definirlo) y espíritu experimental. Porque lo importante de la serie Burning Building Comix (que constará de cuatro números) no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, concretamente su formato.
La historia se resume en pocas palabras: un edificio comienza a quemarse desde su planta baja y, mientras el fuego "trepa" piso a piso, sus ocupantes intentan abandonar sus hogares respectivos. Una historia básica, dibujada con estilo cricaturesco muy esquemático, que nos conduce de un inquilino a otro del edificio mostrándonos sus reacciones ante la situación recreada; el humor y la solución ingeniosa, de fondo.
La curiosidad del tebeíto reside en la organización de sus materiales. El autor lo explica gráficamente en las "Instrucciones de lectura", en su segunda página: "For full effect, start on bottom story and read all the way across to the end. Start back on upper story and read across once again", y añade "future issues will buid up creating stories to complete the building".
Vamos, que Zwirek se propone crear todo un edificio formado por minicómics, cuya lectura se guiaría por la dirección de subida del fuego (de abajo a arriba) y por la ruta de escape de los inquilinos, piso a piso, de izquierda a derecha; nos leemos un piso y subimos al siguiente (a razón de dos pisos por número).

No sabemos si les suena esta propuesta, pero a nosotros nos ha recordado inmediatamente al "modelo de bandas" que proponía Sergio García en ese interesantísimo libro de análisis teórico comicográfico que es Sinfonía gráfica. Variaciones en las unidades estructurales y narrativas del cómic y que él mismo ha llevado a la práctica en su reinterpretación del cuento de Caperucita Roja o en Los tres caminos, su trabajo a dos manos con Lewis Trondheim.
El planteamiento es sencillo y Burning Building Comix lo ilustra a la perfección: se nos ofrece una historia montada en dos o más bandas paralelas que se leen independientemente, hasta que en un momento dado se interseccionan o sus acciones de cruzan. En el caso del cómic de Zwirek, la intersección entre bandas no se constata técnicamente: el elemento de unión entre ellas es el fuego que asciende de un piso a otro y sirve como nexo entre todas ellas. Es interesante observar como la aparición de las llamas, obviamente, se va retrasando con cada minicómic a medida vamos subiendo los pisos. Inteligente. Nos encantan los experimentos comiqueros hasta con fuego, aunque luego corramos el riesgo de mearnos en la cama (de gusto, como decía la Julia Roberts, supongo).

jueves, abril 10, 2008

Un MAMUT para el niño.

En esta casa nos encanta tener invitados. Hace unos días se nos apareció por los comentarios un viejo amigo bitacórico, don Ed, quien además de artista puede presumir de uno de esos blogs que siempre sorprenden y merecen visitas a mansalva. Nos vino a comentar que, valiente él, había decidido sumar a sus méritos comiqueros el de la temeridad: se nos hace (junto a Maxi Luchini) director editorial, nada menos que de cómics infantiles. Niños y cómics, una dicotomía necesaria. ¡Qué hubiera sido de nosotros sin esos tebeos de El Capitán Trueno, o los Spirou Ardilla, o los Super Mortadelo Especial, los Marvel y Dc, los Boixcar paternos y los míticos Asterix, entre tantos otros!
La propuesta editorial de Ed y Luchini es ya bien conocida, pues ha sonado mucho en las páginas más in de la blogosfera tebeística, así que no queremos ser menos y desde aquí nos gustaría sumarnos a la ola de apoyos y buenos deseos que deben acompañar a esa nueva colección de cómics infantiles auspiciada por BANG Ediciones, que responde al nombre de MAMUT. El mismo Ed, nos daba los detalles:
Se trata de una apuesta dentro del terreno del tebeo: la de hacer comics para niños. Me refiero a "exclusivamente para ellos". Una manera de introducirlos en este mundo, promocionar y extender las ramas del cómic, acercándolo a los niños más pequeños que recién comienzan a tomar contacto con la lectura que arranca generalmente en el colegio con libros infantiles... y poco más. Buscamos con esta colección Mamut (se llama así el proyecto editorial), sumar un elemento más a ese proceso de lectura: un comic sólo para ellos.
Por eso dividimos la colección en dos: comics para niños mayores de 3 años (de 3 a 6 aprox.) con viñetas sencillas y con pequeños globos de diálogos y sin ellos. Es decir, lectura en imagenes. Un primer contacto, en el que la narrativa cuadro-a-cuadro, será la principal baza donde se apoye la "lectura". Y por otro lado, cómics dirigidos a niños mayores de 6 años (hasta nueve aprox.)
Maxi Luchini y yo dirigimos esta locura que espero dure lo suficiente y no se extinga antes de empezar! Bang ediciones nos da el apoyo necesario para lanzarnos...
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MAMUT LA NUEVA COLECCIÓN DE COMICS PARA NIÑOS dirigida por Maxi Luchini y Ed
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BANG ediciones lanza una nueva colección de cómics para niños:
MAMUT es una colección de cómics diseñada y pensada exclusivamente para los más pequeños, y estará dividida en dos: para mayores de 3 años y para mayores de 6 años (+3 y +6), dirigida para aquellos que comienzan a leer y para los que aún no saben.
A PARTIR DE 3 AÑOS: Esta colección quiere acercar el cómic a los niños que aún no saben leer y para eso creó estos pequeños libros, que cuentan pequeñas historias en viñetas. De esta manera el niño sumará a su lectura habitual de cuentos ilustrados, un nuevo lenguaje: el del cómic. Porque leer no es sólo un verbo es también imagen.
A PARTIR DE 6 AÑOS: A esta edad el niño ya tiene incorporado el lenguaje visual y está mucho más en contacto con el mundo de las palabras. Por ello la Colección Mamut ideó una serie de cómics en los que abordará historias que conectan con sus fantasías; llenas de humor, aventuras, magia, sueños… y también con su entorno: familia y amigos.
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Mi primer cómic: Quiere ser un complemento de la lectura habitual de nuestros niños; que les ayude a comprender que existen otros mundos, sin dejar de disfrutar el que los rodea.
Acompaña a tu niño en este camino hacia la lectura, que es el apasionante camino de descubrirse a sí mismo.¡Un Mamut te acompaña!
Links mamut:
Sobre los editores:

lunes, abril 07, 2008

Sobre Rilke, Cézanne, Picasso y otras historietas.

Vamos a cerrar la ronda de reflexiones acerca de El Salón, Picasso y el resto de la prole bohemio-parisina, remitiendo a unas palabras de Domingo Hernández que leímos tiempo atrás. En su obra La ironía estética. Estética romántica y arte moderno, Domingo (experto en estética del arte y buen amigo de este blog -y en el que ya hemos recibido su visita anteriormente) dedica un muy interesante capítulo a "La novela del artista contemporáneo". En él, analiza las relaciones entre la novela y el arte "moderno", dibujando el tratamiento que el arte de la post-vanguardia ha merecido entre los novelistas coetáneos y posteriores al mismo. Previamente, se detiene a modo de introducción en aquellos precedentes que vinculaban a ambos vehículos discursivos, en el salto del S.XIX al S.XX; en un momento dado del capítulo señala:
Cuando Rilke escriba sus Cartas sobre Cézanne (...) será Cézanne el ilustrado y no el ilustrador. El tema se encontrará en esa “visión justa” de la que habla Rilke, la perfecta objetividad de la mirada de Cézanne, el ver como un recién nacido precisamente para que las cosas se muestren también en el momento de su nacimiento. Ver las cosas como si fueran siempre las primeras, en una “objetividad ilimitada” (...), y conseguirlo precisamente a través del color, de las nuevas relaciones entre los objetos, de las infinitas posibilidades que ofrecen.
Pero ahora se da un paso más en la relación de Cézanne con la literatura. Ya no se trata de la incapacidad de Zola para “ilustrar” al verdadero Cézanne, ni del Cézanne “ilustrado” por Balzac. Ahora la transmutación en la manera de ver las cosas por parte del pintor afecta también al escritor: Rilke también aprende a ver, y lo hace en parte desde los cuadros de Cézanne. El viraje de Cézanne en su modo de mirar, de pintar, era también el del propio Rilke, y así lo expresa en carta a Clara Rilke del 8 de octubre de 1907, mediante esa afirmación ya citada más arriba: «Lo que yo reconocí fue el viraje que constituye esta obra, pues a lo mismo había llegado yo con mi trabajo», o, de otro modo, la “visión adecuada” de Cézanne, la búsqueda de la objetividad ilimitada, también remitían al propio Rilke. Es siempre el mismo tema, el de la visión. A partir de ahí surge la vinculación entre Cézanne, Rilke, el Frenhofer de Balzac y, ahora, un nuevo personaje, aquél que llegó a afirmar que Cézanne era su único maestro, Pablo Picasso. Y no será el único en afirmarlo. También Paul Klee escribía en su diario en 1909: «Vi ocho cuadros de Cézanne. Es para mí el maestro por excelencia, mucho más maestro que Van Gogh».
¿Les suena de algo? ¿No es eso mismo (un "viraje" afín al momento-estilo-personaje artístico recreado) lo que en una medida u otra parece perseguir Bertozzi en El Salón? Ya ven, nada está inventado, aunque, cierto es, al cómic le quedan por descubrir muchos de esos conceptos que en otros discursos parecen ya lugares comunes. Algunos, como Bertozzi, están en ello.

viernes, abril 04, 2008

Reflexiones y provocaciones postSaloneras.

Después de leer y hablar sobre El Salón, la obra de Bertozzi, nos vemos asaltados por referencias cruzadas y reflexiones a posteriori. Por ejemplo, ayer, día 3, en la edición de The New York Times inserta en El País, se hablaba de Gauguin con motivo de la adquisición por parte del J. Paul Getty Museum de Los Ángeles de una obra suya, con aires de malditismo. Se trata de Arii Matamoe [El fin real], un trabajo en el que el pintor francés muestra la cabeza cortada de un antiguo rey tahitiano, sobre una mesa florida, en el contexto de una de sus típicas y paradisiacas estampas coloniales; "la naturaleza muerta por excelencia", según Scott Schaefer, el director del museo.
En "Una obra de Gauguin destinada a provocar" (que así se titula el artículo) se comenta:
Una explicación más probable es que Gauguin, al sentirse hasta cierto punto fracasado entre los éxitos de los demás post-impresionistas, la hizo para escandalizar a los burgueses y crear interés en su exhibición, en la galería Durand-Ruel en 1893, dijo Schaefer.
Quería ser rico y famoso, y escandalizar a la gente”, dijo, “y creo que esperaba renovarse en Tahití y encontrar imágenes que el público parisino no hubiera visto antes”.
Gauguin vendió once pinturas en 1893. “Arii Matamoe” fue comprada años después por el pintor Henry Lerolle y permaneció en su familia hasta los años 30, cuando fue comprada por un coleccionista suizo.
Aunque muy publicada, “Arii Matamoe” sólo ha sido mostrada en público dos veces desde entonces, en exhibiciones en 1946 y 1998, en Suiza.
Ironías del arte: el genio post-impresionista acomplejado por el éxito ajeno, termina convertido a su vez en referencia de éxito y modelo de cambio para la generación vanguardista subsiguiente. Para más información retómese El Salón, obra que, parece, nos vam0s a resistir a abandonar.