lunes, noviembre 28, 2011

El paréntesis, de Élodie Durand. Dramas de cabecera

El paréntesis, de Élodie Durand ha sido el premio revelación de Angoulême de este año; además, obtuvo el Premio BD 2011 de los lectores del diario Libération. De las dos cosas se nos informa en la tira promocional del libro. No nos extraña tanto reconocimiento, El paréntesis es un muy buen tebeo.

Un buen amigo nuestro nos comentaba hace poco que cada vez que le regalamos un cómic, tiene que armarse de valor antes de lanzarse a su lectura, porque casi todos cuentan unos dramas de aúpa. La verdad es que estaba en lo cierto: si reflexionamos un poco y pensamos en los cómics adultos (llámenlos de autor o novelas gráficas, o como les apetezca) que más éxito han tenido en los últimos años, también los que más nos han gustado, es verdad, lo cierto es que, en un alto porcentaje, se trata de cómics de temática trágica, dramática o melodramática; o de esos que ahora llaman "de contenido humano". Mucha muerte, enfermedad, complejo, depresión, angustia, patología y trauma infantil en primera persona. Viñetas a prueba de llanto.

A veces nos da por pensar que vamos a terminar haciendo callo, que algún día nos hartaremos y nos pondremos a leer tebeos de género y obras cómicas. Que estamos empezando a cansarnos de tanto dolor expuesto, autocompasión y flagelo emocional. Entonces, llega a nuestras manos un cómic como El paréntesis y decidimos que tampoco está mal observar los peligros de la existencia a través de ojos ajenos, que uno llega a aprender y a empatizar con el prójimo, precisamente, gracias a estos ejercicios autoconfesivos o a estos relatos de resistencia. Al final, suponemos, se trata de que la historia, cómica, trágica o tragicómica, esté bien contada y nos sorprenda, por su honestidad, por su técnica, por sus recursos narrativos o por lo que sea...

La obra de Élodie Durand que motiva esta reflexión, tiene un poco de todo lo que hemos comentado. Se trata de la historia de Judith, una joven veinteañera a la que le detectan un pequeño tumor, después de sufrir varios ataques agudos de epilepsia. En realidad, El paréntesis es la historia de la propia Durand y su enfermedad, por vía interpuesta de su personaje. Esa es la razón principal de que el cómic respire verosimilitud y de que las peripecias terribles de su protagonista se sientan como pequeños fragmentos de vida (de drama) absolutamente reales. Conocemos el final de la historia antes de leerla, Élodie nos lo hace saber con este cómic años después de su enfermedad. Sin embargo, el proceso, el recorrido de sus episodios de amnesia, sus dolores y sus miedos, resulta interesante per se como para arrastrarnos al interior de su peligrosa aventura.

Recurre la autora a esa línea clara minimalista cercana al esbozo, que tan buenos frutos está dando últimamente en la escuela francófona: Blutch, Blain, Sfar, Deslile, etc. Podríamos incluso afirmar que el suyo es un dibujo todavía más desnudo y expresionista que el de los referentes citados; alterna la sencillez de trazo, con tramas y rellenos cuidadosos y otras zonas directamente garabateadas. En su cómic, dentro de esa búsqueda de referencias directas a la enfermedad y de referentes reales a aquellos días de amnesias y recuerdos vagos, Élodie incluye los garabatos y las páginas pintarrajeadas que realizó durante su periodo de convalecencia. Están constituidas por una serie de formas imprecisas y figuras vagamente figurativas, llenas de angustia, rabia e impotencia. Son dibujos, pero podrían ser gritos. Se integran en el relato como un guante lleno de remiendos lo haría en una mano cosida de cicatrices. Los costurones del drama trasplantados a la memoria reconstruida

Dentro de ese intento por reconstruir una narración a base de rememoraciones fragmentarias y el relato ajeno de su propia enfermedad (el que construyen con sus recuerdos sus padres, su hermana y sus amigos, en realidad, quienes sufrieron su tragedia conscientemente, en primera persona, mientras ella se arrastraba hacia las sombras de la desmemoria y la enfermedad), decíamos, dentro de ese intento por crear una narración coherente, El paréntesis está repleto de soluciones imaginativas y metáforas visuales; no en la línea icónica de David B. o Marjan Satrapi, sino más bien en la dirección de intentar dotar a procesos mentales y verbales de carga visual: Durand intenta que seamos conscientes de sus momentos de incapacidad mental o de afasia a partir de mecanismos comicográficos deliberadamente simplistas o imperfectos (espacios en negro, repeticiones aleatorias, trazados geométricos, leitmotivs, deformaciones cuasi-surrealistas de los personajes, etc.). Algunas de sus páginas nos devuelven la imagen distorsionada de un espejo curvo, la realidad filtrada por un cerebro dañado, invadido por un pequeño tumor que, no obstante, lo deforma todo. Lo cierto es que el recurso funciona y consigue impregnar a su historia de emoción sincera. Y como siempre, terminamos cayendo en la trampa de la narración: nos la creemos y la sentimos como propia.

Ya ven, una vez más, nos hemos dejado arrastrar hacia los fangos de la tragedia autobiográfica, una vez más, el vigor de la historia ha pesado más que nuestra placidez anímica. A ver cómo se lo explicamos a nuestro amigo.

lunes, noviembre 21, 2011

Granadas de mano llenas de papel

Hace unos meses resonó en la blogosfera la noticia de que en el blog de Rubén Garrido se había colgado el número cero de aquella revista granadina, de corta vida y largo recuerdo, que fue La Granada de papel. Reunidos algunos de los participantes en aquel proyecto (López Cruces, Rubén Garrido) y otros tantos amigos talentosos (Chema García, Enrique Bonet), se rumoreó que a lo mejor se rescataba el resto de los números y se colgaban en la red (catalogados están gracias a Manuel Barrero y su equipo de legionarios de la lupa y el índice) y que quizás habría una exposición de materiales en el siguiente Salón de Granada. No hemos vuelto a tener más noticias del asunto, aunque no hay mejor sitio para informarse de lo que fue y de lo que está por venir que ese blog llamado Granada de papel.
Por otro lado, nosotros sí que sacamos mucho en claro de todo aquello. Resulta que con motivo del anuncio, nuestro amigo Juan Antonio, "granaíno" y comiquero antiguo, se nos soltó con un "¡Cómo me gustaban a mí aquellas Granadas de papel!", "Ah, ¿pero las tienes?", "Claro, ya te las dejaré". Dicho y hecho. Las hemos leído y disfrutado con gusto y, hay que reconocerlo, en las páginas de aquella publicación que dirigía José Tito Rojo, diseñaba el Equipo GEL y editaba la Concejalía de Juventud y Deportes del Ayuntamento de Granada, había mucho talento.
Lo hay a raudales (talento) en las páginas de Paco Quirosa y sus historias costumbristas de doble filo (alguna con Almudena Martínez en el guión), en el humorismo oscuro y la caricatura angulosa del propio Rubén Garrido ("Estudiamos juntos", "Mi contacto en la Chana"), en el humor irreverente de José Luis Prats (el mismo Ozelui de El Jueves, sí) y rezuma en cada una de las viñetas de nuestro amigo don Joaquín López Cruces; que con historias como "Vivo en el barrio más frío de Granada", "La chica de la motocicleta" (también con Almudena Martínez de guionista) o "Jardín botánico" (que creemos recordar apareció luego en sus Obras encogidas), nos hace maldecir la escasa prolijidad de su lápiz: no sabemos si habrá un dibujante más dotado en nuestro país con menor producción viñetera.
Junto a estos números de La Granada de papel, nuestro amigo nos dejó otra curiosidad de anticuario: Los tebeos de Granada; un libro-revista antológico, en el que José Tito Rojo, de nuevo, hace un recorrido documentadísimo y amplísimo a lo largo y ancho de la historia del cómic en Granada (casi cien páginas). En su parte final, la publicación recogía también un buen número de historietas a cargo de los autores más relevantes reseñados en el estudio: de nuevo, los Rubén Garrido, Paco Quirosa y José Tito, Joaquín López Cruces (con "El rubí de Abú Tálik Kalím, que luego formaría parte de su Sol Poniente -¿para cuándo una reedición?) y, sorpresa, sorpresa, Juan Flops(cuya notoriedad posterior tendría poco que ver con las viñetas).
Ya ven, causas y razones para que esos proyectos de revival que anunciaba el bueno de Rubén Garrido, sigan adelante y fructifiquen. Nos gustaría volver a tener noticias de tan talentosa generación.
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(Actualización: 24-11-2011) En los comentarios, Chema García, Enrique Bonet y Rubén Garrido enriquecen la información del post con datos y links. Rubén nos habla de la primerísima Granada de papel del 77 y además nos da pistas de cómo conseguir un ejemplar original de tal reliquia comiquera española. Goloso, goloso.

lunes, noviembre 14, 2011

Un adiós especial, de Joyce Farmer. Malditos años.

Dice Robert Crumb que Un adiós especial es uno de los mejores cómics que ha "leído en su vida, junto con Maus" y que le conmovió hasta hacerle "saltar las lágrimas". Seguro que incluso le recordó a sus primeras obras de creación y a las de sus colegas de generación, añadimos nosotros: aquellos trabajos underground de los últimos años sesenta, que no reparaban en correcciones políticas o medias tintas a la hora de aproximarse a temas difíciles, controvertidos o, directamente, desagradables. Hablamos de los cómics del propio Crumb, cargados de acidez y mala leche detrás de su ironía y humor negro, o de los comix cafres de Clay Wilson; también, desde luego, de aquellas primeras autoras underground, las Trina Robbins, Roberta Gregory o Aline Kominsky (Señora Crumb, a la postre).
De aquellas referencias, evidentemente, mamó Joyce Farmer, de hecho, ella era parte muy activa dentro del panorama underground. Participó en aquella revista fundacional que fue Wimmen's Comix y fue la fundadora, junto a Lyn Chevely, de otra revista feminista de importancia dentro del movimiento feminista, Clits & Tits. Su estilo tosco, decididamente underground, áspero e incómodo, nos recuerda a un peculiar híbrido entre Crumb, el ya mencionado Clay Wilson y la caricatura de Gregory. De la honestidad de aquellos cómics bebe también Joyce Farmer a la hora de plantearse las líneas maestras argumentales de su tremenda historia en Un adios especial.
Dicen que los grandes temas de la literatura universal (de la narrativa en definitiva) no son más de cuatro o cinco: el amor, la muerte, la búsqueda, el paso del tiempo... Sucede que el arte suele jugar a la recreación ficcional, al artificio, a la idealización estética. En pocas ocasiones se nos acerca a esos tópicos del tempus fugit y del vanitas vanitatis con la crudeza con la que nos los muestra esta obra.
Nos habla Un adiós especial de las miserias y dolores de lo inevitable: las que implican el paso del tiempo y la degradación de la carne. Nos sitúa la autora en los últimos años de las vidas de Lars y Rachel, dos octogenarios tan lúcidos mentalmente, como estropeados físicamente. Quizás sea ahí donde resida la mayor de las torturas: en la degradación consciente, en la noción de la pérdida. Los dos ancianos descubren sus achaques, sus dolencias, de forma paulatina y torturante. Del mismo modo que el niño se acerca al mundo, a las novedades de su existencia, los ancianos de Un adiós especial se aproximan, titubeantes y temerosos, hacia esa otra novedad que nos acecha al final de nuestros días, la inexistencia.
Y al mismo tiempo, observamos y compartimos un segundo drama: el de Laura, la hija de Lars y Rachel, que asiste impotente a la paulatina invalidez de sus padres, que intenta ofrecer su ayuda y que sufre en su propia piel el dolor de aquellos. El dolor y la confusión de Rachel ante las acuciantes necesidades de los que un día la protegieron a ella, no es sino el reflejo de nuestra propia posición ante la idea del fin de la autosuficiencia, el pensamiento de que algún día ya no nos será suficiente con nuestras propias fuerzas, porque seguramente careceremos de ellas.
Cada tropezón, cada enfermedad añadida de Lars y Rachel es una pequeña tragedia que se nos antoja irreversible y que nos aproxima, como lectores, hacia un sino inevitable que también nos observa a nosotros desde la distancia. Ahí nace la fuente de las emociones que despierta esta obra en todos los que a ella se acercan; el dolor que encierran sus páginas y que su dibujo quebradizo e imperfecto transmite al lector es al mismo tiempo, la razón de su éxito.
Es cierto que su línea narrativa peca de fragmentaria, que la abundancia de disdacalias temporales ("dos meses después", "pasan algunas semanas", etc.) puede parecer antigua o resultar un tanto torpe en la era Ware, pero, ay amigos, recursos son al servicio de un universal: la muerte, así con minúsculas. La muerte que nos espera y que nos duele desde las páginas de este cómic, lacerante de tan denso y explícito como es; admirable por su honestidad y su falta de atajos.

lunes, noviembre 07, 2011

Bruselas. Cómics, cervezas y Jean Van Roy.

Hace unas semanas regresamos de nuestro enésimo viaje a Bélgica. Por varias razones, nos sentimos de maravilla cada vez que desembarcamos en Charleroi. Suele decirse que los belgas son unos tipos aburridos y que su país recibe siempre al visitante con el gesto adusto. Puede que haya una parte de razón en esa visión estereotipada, pero, ¡ay amigos!, los belgas son también unos estupendos anfitriones en la creación de dos de los grandes vicios de la humanidad: las viñetas y las cervezas.
No hace falta más que pasearse por las calles de Bruselas para darse cuenta de que la línea clara desborda las viñetas para inundar las calles. Todo está contagiado de la imaginería creada por los Hergè, Pierre Jacobs, Ives Chaland y compañía: descubrimos sus personajes en los envoltorios de chocolates, en los grandes murales ilustrados que embellecen muchas fachadas de la ciudad, en las marionetas que cuelgan de sus comercios y locales e incluso en las etiquetas de botellas de cerveza.

Y es que la cerveza es otra de esas gloriosas aficiones que potencian, cultivan y explotan nuestros amigos belgas. Les contamos una anécdota breve. Estábamos paseando por las calles de ese multicultural barrio bruselense que es Anderlecht cuando, a la salida de uno de sus mercados, miramos hacia las alturas y nos topamos con esto:

Sin quererlo ni buscarlo, allí estábamos delante de la editorial Lombard, los antiguos dueños y señores de Tintín. Los hacedores de aquella revista que compartía nombre con el más famoso de los personajes del cómic europeo. Había una tiendecita oficial a pie de calle, pero la pasamos de largo.
Teníamos otros intereses a sólo unas pocas manzanas de allí. Llevábamos mucho tiempo queriendo ir a uno de los grandes templos de la cerveza belga: nada menos que a Cantillon. La cervecería-museo de los Van Roy (enlazados matrimonialmente con los Cantillon hace unas generaciones) es un verdadero santuario de las cervezas lambics, esos caldos maravillosos hechos con cebada, trigo, lúpulo viejo, frutas y, sobre todo, levaduras salvajes que favorecen una fermentación espontánea en grandes piscinas de cobre. Son pocos los cerveceros que siguen manteniendo las fórmulas arcaicas de esta cerveza; Cantillón son quizás los más celebrados de todos ellos. Cuando se habla de cervezas de frutas, solemos pensar en esos jarabes dulzones, manufacturados y muy industriales que llegan a nuestros país. Las verdaderas cervezas lambics son en realidad un líquido acidísimo, lleno de matices, a medio camino entre la sidra y el champán; una bebida delicada y sumamente compleja que requiere de largos periodos de fermentación y cuyas bodegas recuerdan en gran medida a los sistemas de solera de nuestros vinos de jerez, por ejemplo.

Tuvimos, en Cantillon, la suerte de probar auténticas joyas fermentadas, como sus Lou Pepe o Lou Gueuze, sus Grand Cru o esa maravilla que cada año es un nuevo mundo que se llama Zwanze. Pero sobre todas las cosas, tuvimos la gran suerte de conocer a un maestro como Jean Van Roy, de charlar con él largo y tendido y de aprender de su sabiduría inmensa. Tan bien fueron las cosas, que conseguimos convencerle para que se dejara entrevistar en el programa gastronómico Sal Gorda, de SER Soria, en la serie de programas que le estamos dedicando últimamente al mundo de la cerveza (invitados por nuestro maestro de ceremonias, el gran Chema Díez).
Nos gustó tanto la experiencia, fue tan instructiva la entrevista, que se la dejamos aquí abajo en forma de podcast. Si quieren ustedes escuchar el resto de programas dedicados a los tipos de cerveza (alta fermentación, baja, trigo, etc), pueden hacerlo en el Facebook de Sal Gorda SER Soria. Porque ya saben, no sólo de cómics vive el hombre, ni siquiera en Bruselas.


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(Actualización: 07-11-2011): El señor Díaz Canales nos ilustra en los comentarios acerca del tintinesco edificio: resulta que aunque Lombard y Dargaud ya no guardan relación con Tintín (cuyos derechos de explotación pertenecen a Casterman) el letrero pervive cual toro de Osborne, a mayor gloria del cómic belga y su mitología. A lo mejor deberíamos haber entrado a la tienda después de todo, glub. Más detalles en los comentarios.

lunes, octubre 31, 2011

Cinco mil kilómetros por segundo, de Manuele Fior. De lo que pudo haber sido.

De entre todos los crossovers y what ifs que a uno se le ocurren, seguramente no haya ninguno tan importante en el plano personal como aquellos que afectan a nuestro pasado sentimental: ¿Qué hubiera sido de nuestra vida si no nos hubiera abandonado aquella chica? ¿si nos hubiéramos decidido a ir algo más lejos con aquella otra? ¿o, simplemente, si hubiéramos reunido el valor de agarrarle la mano aquel día? Suena a ejercicio de autoflagelo, pero también a reto de madurez: la asunción de las responsabilidades que se derivan de nuestros actos (que extrañas suenan estas palabra en estos tiempos que corren), el reconocimiento de las causas y los efectos que toda decisión conlleva. Después de todo, como decía con insistencia machacona uno de los personajes de Perdidos, "siempre hay una elección"; en gran medida somos los artífices de nuestro itinerario biográfico.
De todo eso habla Cinco mil kilómetros por segundo y tan bien lo hace, que se llevó el premio al mejor cómic del año en Angoulême 2011. Es un cómic excelente de veras.
Manuele Fior viene a sumarse al grupo de virtuosos de la acuarela que se han instalado en el cómic contemporáneo, con Gipi al frente. Abrimos las páginas de su obra y nos salpican los amarillos soleados y los verdes brillantes de sus primeras páginas; sus dibujos parecen carecer de líneas, son puro brochazo, tonalidad expresionista, esbozo luminoso. Sin embargo, a medida avanzamos en la lectura de Cinco mil kilómetros por segundo, se nos revela el talentoso trazo de su autor, se nos encienden las líneas y aparece el detalle exquisito que encierran los dibujos de Fior (son asombrosos sus paisajes del fiordo noruego o las escenas del hormigueo humano en Egipcio). Todo quedaría en fuegos de artificio si debajo de tamaña exhibición visual no creciera un relato tan intenso, lírico y profundamente humano como el que conforma las páginas de este trabajo.
Piero, un adolescente italiano, conoce a Lucía, la nueva inquilina de su edificio, y se enamora de ella. Partimos de una premisa así de simple para asistir a la representación de la vida, dos vidas, en realidad, la de cada uno de los personajes (el autor inspira su trama en Cinco centímetros por segundo, la película animada de Makoto Shinkai). A partir del primer capítulo, la narración se bifurca, revivimos ese juego de itinerarios biográficos y elecciones que mencionábamos al principio de estas líneas. El relato fluye entonces como dos afluentes paralelos que se separan en el espacio para volver a converger en esporádicos episodios temporales. Asistimos a la construcción de las biografías y al nacimiento de afinidades y diferencias entre Piero y Lucía, a la aparición de personajes secundarios y otros capitales en la vida de nuestros protagonistas (igual que nos sucede a las personas continuamente). Fior maneja las elipsis con sabiduría, nos ahorra el tránsito penoso, el hastío irrelevante, el relleno existencial; tampoco queremos decir que Cinco mil kilómetros por segundo esté construido a base de instantes mágicos o idelizaciones efectistas, no, cada uno de sus cinco episodios supone un ejercicio de normalidad absoluta dentro de la existencia de sus personajes. Pero Manuele Fior demuestra un gran talento a la hora de elegir el momento preciso, su mirada es tan hábil como para detectar los pliegues existenciales que provocan los cambios de dirección en una biografía.
No hemos podido evitar encontrar semejanzas entre la obra de Manuele Fior y los trabajos de ese otro nuevo geniecillo del cómic europeo que es Bastien Vives. Ambos comparten una sensibilidad parecida a la hora de explorar en recovecos de la soledad humana, en la nostalgia que provocan el paso del tiempo y la separación, en el arraigo de las personas a geografías y lugares concretos y, en definitiva, en el esfuerzo que le dedicamos todos a encontrar nuestro espacio en el mundo.

lunes, octubre 24, 2011

Logicomix en Culturamas.

Regresamos a Culturamas de la mano de Christos H. Papadimitriou, Apostolos Doxiadis y su muy heterodoxo Logicomix, un cómic que pretende nada menos que orientarnos entre los nombres y sucesos que determinaron el nacimiento de la lógica matemática contemporánea. A partir de la biografía de Bertrand Russell, Logicomix nos ofrece un ejercicio narrativo ambicioso y un itinerario histórico-científico alrededor de las obsesiones y la locura de los genios que en el S.XX cambiaron las corrientes del pensamiento matemático. Casi nada.
Se lo contamos aquí con el detalle que merece.

lunes, octubre 17, 2011

Penny Century, de Jaime Hernandez. ¡A mí, mujeres!

Hay que reconocer que en las lista de "damnificados" después del advenimiento de la novela gráfica, dos de los que mejor parados han salido han sido los Hernandez Bros. No porque no estuvieran ya haciendo lo que hacen antes de la etiqueta de marras (a favor de la cual nos pronunciamos), sino porque con el nuevo formato su obra alcanza una dimensión adecuada y la magnitud que le corresponde.
Tenemos la sensación de que no es la primera vez que lo comentamos. Cuando los episodios del Palomar, de Beto, o las aventuras de Maggie, Hopey y el resto de Locas aparecían de forma dispersa y episódica en la ya mítica Love & Rockets (allá por los 80), el lector ocasional corría el más que probable riesgo de ahogarse en el maremagnum de personajes, aventuras fragmentarias y esbozos narrativos que conformaban el peculiar universo de los Hernandez; así sucedía, por ejemplo, con el españolito medio que únicamente recibía su dosis de Love & Rockets en los episodios ocasionales que publicaba El Víbora.
La llegada del volumen único, de la edición organizada de los episodios, de la novela gráfica en definitiva, nos ha permitido clarificar el horizonte. Las aventuras de Luba y otras Locas siguen existiendo como relatos abiertos y crecientes, como ríos comicográficos surcados por mil afluentes narrativos, pero el hecho de poder leer algunos de sus capítulos de un tirón nos ha permitido constatar definitivamente que estamos ante obras maestras, ante dos de los grandes trabajos comicográficos del S.XX (ya del S.XXI).
Penny Century (a la que ya homenajeamos musicalmente, vía Remate) ilustra a las claras las intenciones de su autor. Pareciera que el realismo mágico social que enmarca las peripecias de sus féminas no fuera a llegar nunca a un final definido. Si el personaje de Luba y el marco de Palomar (ese pueblo de mitológicas miserias) proveen a la narración de Beto Hernandez de unos límites narrativos definidos, de unos, digamos, puntos de anclaje alrededor de los cuales construir el friso del nuevo Macondo viñetero, la obra de su hermano Jaime no encuentra más nexo que el de sus muchas mujeres, el concepto de "mujer" entendido como punto de partida y llegada. Penny Century es un cómic irregular, aleatorio, fragmentario, disperso, caleidoscópico, movedizo... brillante. Las muchas historias que lo componen, sus diferentes episodios, parecen vivir de forma independiente e inconexa. El lector novel se creerá perdido en un charco de relatos breves. Nada más lejos de la realidad, Penny Century es, simplemente, nada menos, una página más para completar y entender la ingente biografía de sus muchos personajes: la de esa magnética y cascarrabias lesbiana que es Hopey, la de la encantadora Maggie, tan indecisa y resuelta a un tiempo, la de Penny Century, loca, irresistible, hipersexuada (como casi todas las protagonistas de la serie, como lo está nuestra realidad contemporánea).
Las historias que componen el trabajo de Jaime Hernandez invitan a la paranoia lectora: cambios radicales y constantes en el punto de vista, flashbacks y anacronías a bocajarro, paréntesis narrativos, metarrelatos, bromas estilísticas, introducción fantasma de personajes, etc. Sin embargo, a poco que uno esté familiarizado con su obra, o incluso después de unas cuantas decenas de páginas dentro de un mismo libro, el lector se da cuenta de que, debajo de la historia y de las aventuras sólo aparentemente triviales de sus personajes, existe una intrahistoria, una estructura profunda que cohesiona todos y cada uno de los episodios creados por Jaime Hernandez hasta la fecha. Es como si el autor tuviera todas las piezas del puzzle en su cabeza y se las fuera revelando al lector con cuentagotas. Penny Century supone un nuevo y brillante capítulo de esa misma historia, una pieza más (muchas en realidad) del puzzle.
Por todo ello, no pueden sorprendernos esos habituales comentarios de lectores enojados y decepcionados que, después de cada lista con lo mejor del año, se acercan a comprobar las maravillas de la obra de los Hernandez y se quedan más fríos que Bobby Drake. La lectura de Palomar y Locas es acumulativa, requiere cierta continuidad para la creación de un consciente colectivo que ayude a disfrutar de las obras. En ese sentido, la novela gráfica nos ha venido de maravilla. Y sí, este año, Penny Century volverá a estar entre nuestros favoritos.

lunes, octubre 10, 2011

La mentira de Ware.

Viajando se aprende mucho y se descubren secretos insospechados. Quién nos iba a decir a nosotros, por ejemplo, que en una de nuestras recientes rutas británicas íbamos a pillar al señor Ware en un renuncio.
Tanto predicar las miserias de Jimmy, tanto alarmarnos con sus dramas de infancia no superados, con su pobre herencia genético-depresiva, con su apatía social... y resulta que el drama no lo fue tanto y que el pobre no es tan pobre, ni tan miserable. Que vive en Scarborough y los negocios no le van nada mal. ¡Que lo hemos visto con nuestros propios ojos!

lunes, octubre 03, 2011

Cómics en la radio, cómics en la biblio.

Un post de esos de "me myself and I". Resulta que acabamos de comenzar un miniespacio dedicado a los cómics en la cadena SER Soria; una microsección dedicada a los tebeos y a las novelas gráficas, a las viñetas y a sus lectores. Como se trataba de conectar el espacio con el contexto local, hemos decidido, junto a Chema Díez (toda una institución de la radiofonía castellanoleonesa), conectar las charlas a una realidad tangible de la ciudad, a su biblioteca pública. Durante unos pocos minutos, hablaremos semanalmente de aquellas novelas gráficas y cómics (mucha obra de relumbrón) que los lectores sorianos pueden encontrar en su Biblioteca. Un espacio público que cuenta además con una de las comicotecas más aliñadas y modélicas que hemos podido ver por estas tierras patrias. Un hurra para su personal desde aquí.
El primer programa fue, sobre todo, una charla entre amigos, una declaración de intenciones y un ejercicio indisimulado de adulación colectiva; que los halagos y las buenas palabras nunca están de más. Después de mucho pensarlo, hemos decidido colgar este primer podcast (no les aburriremos mucho más con el tema, no se apuren): se trata de una charla-presentación junto a Chema y a Carlos, uno de los principales encargados de aprovisionar buenos tebeos para la biblio.
Evidentemente, la intención última de estos programas es la divulgación pura y dura, la difusión comiquera y el contagio lector; "Hoy por hoy soria" se emite cada día en un horario matutino para todos los públicos (los cómics ocuparán unos pocos minutos de los martes, a eso de la una). Por las mismas, que nadie espere virtuosismos ni acercamientos académicos, que otros foros hay para tales menesteres.
Nos hacía ilusión, teníamos que contárselo.


lunes, septiembre 26, 2011

La popaganda de Ron English (y alguna novedad editorial).

Surfeando por la red, que dicen los modernos, regresamos a la casa de un viejo conocido. Les referimos a Ron English con motivo de aquella gran cinta grafitera que es Exit Through the Gift Door, de un tal Banksy. Hacía mucho también que no retomábamos el tema del arte urbano y sus derivados.

En realidad, Ron English no merece presentaciones dentro del colectivo de artistas urbanos, dentro de ese grupo selecto de creadores al margen del sistema que tan bien (y poco disimuladamente) ha sabido asimilar ese mismo sistema. No es nuevo: si el producto es resultón, el mercado fagocita hasta a los virus que lo atacan. Decíamos, Ron English, como el propio (o los propios) Banksy, Mr. Brainwash, Shepherd Fairey, etc. son ya toda una élite del arte contemporáneo. El surrealismo-pop, el collage icónico y el apropiacionismo serial no tienen secretos para el nuevo arte urbano: la mezcla del objeto de consumo y la alta cultura (una puesta de largo del arte pop de toda la vida) es una constante en la obra de, por ejemplo, Ron English. Mucho icono comiquero de por medio.

Algunos de sus últimos trabajos tienen bastante gracia: su "Homohulk" nos ha hecho sonreír, no se lo negamos; el Mickey Mouse (vía Maus, que ya es icono de la casa, también resulta resultón y saleroso (con ese aire de pesadilla disneyana) tanto en su versión bidimensional como en sus apariciones. Divertida e inquietante es también su ingeniosa manipulación del smiley, con trasfondo calavérico (un nuevo motivo recurrente en la obra del artista); tanto en su versión Charlie Brown, como en las que sólo manejan la referencia del sonriente logo amarillo.

Otros trabajos nos parecen más banales y efectistas, como sus habituales patchworks a base de viñetas y recortes comiqueros con los que estampa a G. Washington o a un Ronald McDonald alopécico. Nos quieren recordar lejanamente a la obra de aquel verdadero agitador del arte que fue Basquiat (otro creador que encontró en el cómic una fuente habitual de inspiración), pero se quedan en un jugueteo de diseño manufacturado, nos parece a nosotros. Échenle un vistazo a su página Popaganda, una visita amena y chispeante.

Precisamente porque hacía mucho que no hablábamos de grafiteros y arte urbano en el blog, no queremos acabar esta entrada sin mencionar un libro recién publicado, que tiene un aire estupendo: Los nombres esenciales del arte urbano y del graffiti español, del crítico y periodista Mario Suarez. Un recorrido por la producción nacional reciente de artistas callejeros y pintadores de muros: mucha obra de arte digna de verse y recuperarse, cuya exposición fue en muchos casos, ya se encargaron de ello los ayuntamientos, más que efímera. Además, entre mucho nombre ilustre, sale nuestro amigo Pejac. Pinta muy bien.

lunes, septiembre 19, 2011

Rayco Pulido y el arte.

No sorprenderemos a nadie si decimos que Sin título, de Rayco Pulido, es una de las sorpresas del cómic español de este año (así lo referimos aquí, de hecho). Una obra repleta de hallazgos narrativos, búsquedas experimentales y valores artísticos.
Precisamente, es de arte de lo que les venimos a hablar hoy. Resulta que, gracias al propio autor, llega a nuestros oídos la existencia de una exposición colectiva en el CAAM (Centro Atlántico de Arte Moderno), de Gran Canaria, a la que fue invitado don Rayco como única representación del mundo de las viñetas; fue en 2008. En una apuesta arriesgada, el autor decide prescindir de un espacio expositivo propio y centrar su participación en una obra creada exclusivamente para el catálogo: un cómic, como no podía ser de otro modo, pero un cómic en nada ordinario. La exposición titulada, 8.1 Distorsiones. Documentos. Naderías y relatos, contó con una nómina de artistas más que destacable, que se puede rastrear en el blog que se creó para la ocasión.
A nosotros, claro, nos interesa sobre todo la participación de Rayco Pulido en la misma. Le pedimos que nos enviara su colaboración para poder hacerla pública, para que su trabajo no permaneciera escondido por los siglos de los siglos en las páginas de un catálogo a cuya lectura sólo tuvieron acceso unos cuantos privilegiados. Amablemente, Rayco nos envió una edición remontada en un scroll vertical de sus páginas. Realmente, merece la pena revisar el resultado final: se trata de una breve reflexión comicográfica (un subjetivísimo ensayo) acerca de la relación entre el cómic y el arte, centrada en torno al episodio sincrónico de la exposición en sí y de la participación que el artista tuvo en la misma. Una mini-historia, cargada de ironía, acerca de las dudas de un dibujante de cómics que es invitado a participar en un evento artístico de esos que se suelen catalogar dentro de la alta cultura; indirectamente, por tanto, se trata de una reflexión acerca del lugar que el cómic tiene (y busca) en el panorama artístico contemporáneo. No es, por tanto, aleatorio que la reflexión gráfica de Rayco Pulido se mueva en la mismas coordenadas teórico-expositivas que los meta-ensayos comicográficos de Scott McCloud, por ejemplo; ni que sus elecciones estilísticas nos recuerden a experimentos visuales tan osados como los que emprendió recientemente David Mazzucchelli en su Asterios Polyp.
Entre las muchas ideas que plantea el "texto", nos ha divertido especialmente un "Decálogo para no cometer los errores de siempre" dedicado a autores de cómics y futuros aspirantes; una enumeración preceptiva llena de acidez que, de algún modo, emparenta este trabajo con el doble proceso de creación y crítica, que tan bien funciona en Sin título. Dice este decálogo:

1. Utiliza poco texto.

2. No seas explicativo (el lector debe sentirse inteligente).

3. Sé poético (revisar San Juan de la Cruz).

4. Se irónico, no humorístico.

5. Se vago, impreciso (rico en interpretaciones).

6. Evita coloquialismos, esto es primera división.

7. Contén la línea, no varíes demasiado el registro.

8. Evita ser moralizante, ahórrate los juicios.

9. No seas narcisista, no trates con compasión indulgente a quienes no saben apreciar tu "brillantez", pues no existe.

10. Deja el final abierto.

Como, nos tememos, estamos hablando ya más de la cuenta, les remitimos a que constaten lo dicho ustedes mismos revisando y deteniéndose en los detalles de este trabajo, prácticamente inédito:

Gracias mil a Rayco, por su amabilidad y por su interesante ensayo en viñetas.

lunes, septiembre 12, 2011

Mister Wonderful, de Daniel Clowes. Fenómenos parasociales.

Continúa creciendo  la galería de alienados sociales de don Daniel Clowes, en este caso gracias a Mister Wonderful último cómic publicado. Leímos parte de la obra en su edición digital para el New York Times Magazine; pero, como se avisa en la información editorial, aquello sólo era el anticipo del material que ahora vemos compilado en formato de novela gráfica: un tomo apaisado de pastas duras, algo más largo que la edición de Ice Haven, pero tan cuidado como aquella. Suponemos que su publicación inminente entrará dentro de los planes editoriales de Random House Mondadori España.
Al grano. Si Wilson era la cara más antipática de los sociópatas made in Clowes, Marshall, o Mister Wonderful, resulta ser el prototipo estrella de sus personajes acomplejados, pusilánimes y ciclotímicos: un pringadillo en toda regla, que diría alguno. En este sentido, algún amante de la categorización social se atrevería a aventurar que Mister Wonderful no es sino el reverso de Wilson. En realidad, nos parece a nosotros, los dos personajes juegan en la misma liga: la que conforman los personajes alienados de Clowes, su tribu de anomalías sociales, de criaturas modeladas en carne de frenopático.
Seguimos comparando. Mientras que en Wilson Clowes describía a su personaje mediante una relato expresionista basado en brochazos narrativos, episodios dispersos sólo parcialmente articulados por la misma odiosa naturaleza del protagonista y las continuas variaciones estilísticas (continuando la línea experimental de Ice Haven), Mister Wonderful responde a un modelo narrativo ortodoxo: el del relato lineal. Como suele hacer, Clowes sitúa la acción in media res, Marshall espera en un café la llegada de su cita a ciegas. A partir de ese instante asistimos a la exhibición de sus paranoias e inseguridades. Como lectores, soportamos las dudas de Marshall con la paciencia resignada de quien asiste a la previsible crónica de un fracaso anunciado (aunque tendrán ustedes que leer la obra para constatar que hay de cierto en dicha previsión). La ostentación de incompetencia está abocada al desastre. Lo comprobamos todos los días en nuestra oficina, en la escuela, ante ciertas actuaciones de la autoridad, cuando esperamos delante de algún mostrador… La existencia siempre termina desenmascarando a los desertores de responsabilidades y a los incompetentes emocionales; Mister Wonderful es uno de ellos.
Clowes es un maestro de su fórmula: su creación de personajes y perfiles psicológicos complejos sitúa su obra entre lo más brillante del arte contemporáneo (vean que no hemos dicho únicamente “cómic”). Personalmente, a nosotros nos funcionan mejor sus relatos menos manieristas, su obra menos formalista; la fuerza de su relato es tal que, nos parece, no requiere de un exceso de adornos experimentales o retóricas digresivas. Pero no nos malinterpreten, sin llegar a los extremos de Wilson o Ice Haven, Mister Wonderful está lleno de búsquedas e indagaciones narrativas: como esas pequeñas secuencias incisas que, mediante un cambio estilístico (hacia un esquematismo infantil), introducen en el relato principal los deseos o las suposiciones anticipatorias del protagonista; como los escasos e inteligentes flashbacks que se integran naturalmente en el relato con una intención completiva no exenta de carga paródica (abunda el tono cínico en este cómic, ya desde su mismo título); o, finalmente, como esas dudas internas del personaje que Clowes convierte en una lucha entre la voz narrativa homodiegética de las didascalias y la conciencia de Marshall transmutada en personaje y representada (a modo de Pepito Grillo) por medio de un incordioso enanito cargado de malos consejos.
Mister Wonderful podría ser un capítulo más de aquella excepcional Caricatura, Marshall podría ser el tío raro de David, el personaje de David Boring, o incluso el padre separado de cualquiera de las niñas de Ghost World. Es hijo de Clowes y la suya es una historia que entra como un guante de seda forjado en papel y tinta dentro de la narrativa más tradicional del norteamericano. Otro trabajo que sirve para aumentar la leyenda bibliográfica de un narrador único con un estilo visual que ya se siente icónico.

lunes, septiembre 05, 2011

Cuadernos Gran Jefe, de Truchafrita. Slice colombiano, cómic en Colombia.

Ahora que se acaba el verano, qué lejos y utópicos resuenan los planes que nos propusimos en el mes de julio; como siempre sucede, por otro lado. Y mira que esta vez empezamos el verano conciezudos, con las buenas sensaciones de aquel congreso y el regalito que teníamos a vuelta de correo esperándonos en casa.
Resulta que nuestro amigo Truchafrita se las apañó para que llegaran a nuestras manos todos sus tesoros fanzineros y comiqueros. Una colección de sus Cuadernos Gran Jefe y de esas irreverentes gacetillas-panfleto-noticieras de una página que son los Robot. Grandes alegrías transatláticas.
Casi a la vez, como en una suerte de señal místico-comiquera, leímos a través de los chicos de Entrecómics, este artículo de El País Colombia titulado "El boom de la historieta en Colombia" y, claro, de nuevo el bueno de Truchafrita andaba por ahí (con fotografía incluida dedicada a su Cuadernos Gran Jefe #8). Se refería el escrito a la edición reciente en Colombia de cuatro novelas gráficas reseñables y se hacía el escribiente la pregunta que da título al artículo:
No me detendré en un recuento histórico del cómic en nuestro país (los interesados pueden consultar las fechas capitales de este desarrollo en el Museo Virtual de la Historieta Colombiana: quiero más bien intentar responder a la pregunta: ¿a qué se debe el boom mediático de los últimos días en torno a las viñetas colombianas? Lo primero que habría que decir es que, en parte, esto tiene que ver con cuatro novelas gráficas de alta calidad escritas y dibujadas por autores nacionales publicadas en los últimos seis meses: ‘Bastonazos de ciego’, de Andrezzinho; ‘Parque del poblado’, de Joni b; y las dos versiones de ‘Virus tropical’ (en edición completa para Argentina y tercera entrega para Colombia) de ‘Power Paola’.
Para responder a su interrogante, Enrique Lozano repasaba la difícil situación editorial colombiana, en la que los cómics alcanzan unos precios inasequibles debido a injerencias políticas y una falta de sensibilidad cultural absoluta:
Los honorables congresistas que sancionaron la Ley 98 de diciembre de 1993, mejor conocida como la Ley del Libro, decidieron que la carga impositiva de los cómics debería estar al mismo nivel de la de la industria pornográfica o la de los juegos de azar. Esto significa que la historieta, desde la óptica legal, es vista exclusivamente como una fuente de entretenimiento personal y cuyo aporte a la cultura y la sociedad es inexistente.
A continuación, el autor analiza la situación entre delicada y esperanzada del cómic en Colombia y menciona a varios de los autores que luchan denodadamente por cambiar esta situación. Entre ellos, lo hemos señalad0, Álvaro Vélez, Truchafrita, “el fanzinero más juicioso de este país”.
Habíamos oído hablar de él hace ya bastante tiempo, gracias a un amigo viajero con buen gusto y mejor criterio; conocíamos y visitábamos su blog, leíamos sus cómics online y nos lo habíamos cruzado en varias ocasiones digitales a partir de otras páginas blogosféricas. Le teníamos ganas a sus Cuadernos, por eso los recibimos como un regalo apetecido.
En estos días en los que la autobiografía se ha convertido en fenómeno genérico (una marca esencial de la autorreferencialidad postmoderna), en estos años de Jeffrey Browns, canadienses de la Quarterly y epígonos de Crumb, sorprende la poca atención que le hemos prestado y los pocos rastros que nos llegan de nuestros hermanos de lengua de la otra Ámerica, la que nos es más próxima y más fraternal por tradición, historia y cultura. ¿Qué cómics se están haciendo ahora mismo en Argentina, en Chile, en Centroamérica, en Colombia...?
Truchafrita despeja parcialmente esa incógnita desde sus cuadernos en primera persona, unas viñetas llenas de honestidad que, filtradas por la subjetividad de una mirada culta e inquieta, desvelan la trastienda agitada de un país que intenta reponerse de viejos traumas y afronta nuevos retos. Y, al lado de Truchafrita y sus Cuadernos Gran Jefe, casi casi desde el principio, la Editorial Robot, con sus heterodoxas gacetillas (recientemente compiladas en El Libro de Robot), que nos hablan de cómics, cultura y realidad.
Pero no son los Cuaderno Gran Jefe crónicas políticas, ni siquiera históricas, no nos malinterpreten. Son "slice of life colombiano" en estado puro. En aquellos primeros ejemplares fanzineros (minicómics en blanco y negro, autoeditados con pulcritud), hablaba Álvaro de su permanente relación de amor con la música, de la llegada del televisor a su niñez, de su padre... Al hacernos partícipes de sus pequeñas anécdotas y reflexiones cotidianas, de sus confidencias, en definitiva, nos parece estar escuchando a un amigo que nos habla desde lejos, desde otro continente, con el que compartimos gustos y puntos de vista (la afinidad cronológica predispone a otro tipo de afinidades, suponemos), con el que resulta fácil charlar de la vida, en definitiva.
Luego, a partir de los números 4 y 5, llegarían los cambios editoriales, el aumento de tamaño, las portadas en color, la implicación de la alcaldía... De fondo, siempre un mismo concepto, la reflexión autobiográfica sincera, irónica y autocrítica, la conversación con el lector desde el aquí (que es Medellín) y el yo (que no el ahora). Truchafrita nos habla de su pasado: de sus días de escuela, descubrimos en los números 5 y 7 cómo se iba al colegio en el Medellín de los ochenta (y resulta que aquella realidad no era tan diferente de la nuestra); nos habla de sus noches de fiesta en la agitada Colombia de los noventa, en el número 6, y ahí sí que nos alegramos, con escalofrío de alivio, de no haber visto pistolas, de no haber oído "balaseras" o haber sentido que la vida a nuestro alrededor parecía algo tan volatil. En los últimos volúmenes aparece también la figura del conejo Chimpandolfo, broma, alterego y excusa autorial para adentrarse coloquialmente en temas más trascendentes y espinosos, como las drogas, el paso del tiempo o la sexualidad. Un nuevo amigo para la plática del Cuaderno.
Todo desde un dibujo caricaturesco muy personal, estilizado y anguloso, basado en un cartoon sintético (casi troquelado) que, pese a sus pocos registros faciales y físicos, se revela muy descriptivo, expresivo y dinámico. El estilo de Truchafrita nos recuerda a nosotros a la indagación gráfica que están llevando a cabo algunos autores jóvenes en nuestro país, como Esteban Hernández, por ejemplo.
En fin, ya lo decíamos al principio, se nos planteaba el verano ambicioso y abarcador, pero como siempre nos ha faltado energía para tanto plan. Menos mal que al menos hemos disfrutado de buenas lecturas; entre otros, gracias a Truchafrita y sus muy recomendables Cuadernos Gran Jefe.

jueves, agosto 25, 2011

The Accidental Salad, de Joe Decie. Una vuelta de tuerca sarcástica.

Cuando un inglés señala que algo es “hilarious” (que es la monda), normalmente se refiere, en realidad, a una cualidad del humor más cercana al sarcasmo inteligente y a la agudeza ingeniosa que a la carcajada. Formas de ver la vida y de mirar al mundo, sin duda.
Por ejemplo, hilararious es The Accidental Salad, de Joe Decie, otro de los tebeos que nos hemos traído de nuestra reciente visita a las islas. Es un cómic fantástico, añadimos nosotros. Muy en la línea del humor contemporáneo, basado en el absurdo y en la mirada cínica, mucho más que en la parodia gruesa o el astracán grosero que nos mataba de risa en otros tiempos. El tebeo de Decie es una colección de escenas breves (sketches), presuntamente autobiográficas, aparentemente cotidianas, que nos pasean por los recovecos vitales de un treintañero, artista, dibujante de cómics y padre de un hijo. No es un ejemplo más de slice of life independiente, aunque la recomendación de la contraportada esté firmada por Jeffrey Brown; el cómic de Decie es mucho menos autocompasivo, más cínico y ligero que la obra de Brown. La mirada del autor se posa en las pequeñas incongruencias de nuestra existencia, en esos dejà vues colectivos que en Matrix llamaban “fallos del sistema”, en la revisión del detalle que por habitual pasa desapercibido. Todo ello, narrado desde un yo autoparódico y lleno de ingenio, en el que muchos nos vemos reflejados sin demasiada dificultad:

Haraganeando: Todo el mundo sabe que paso demasiado tiempo enredando delante del ordenador, con la mente en blanco, la mirada perdida, dejándome llevar por su brillo. / Por eso, me prescribieron una temporadita en el campo, sin ordenador ni televisión. / Me pasé toda la semana mirando al fuego delante de la chimenea, enredando, con la mente en blanco, la mirada perdida, dejándome llevar por su brillo.
En cuanto abrimos las páginas de la ensalada de anécdotas accidentales que es el volumen de Decie y nos topamos con sus elegantes acuarelas, realistas y esquemáticas a un tiempo, pensamos en Gipi. Para más inri, el formato elegido por la colección “Chalk Marks” (la línea que Blank Slate ha creado para apostar por jóvenes artistas británicos) nos recuerda sobremanera a los cuadernillos de Sins Entido, en cuya edición pudimos leer el Apuntes para una historia de guerra de Gipi.
El estilo de Decie es, no obstante, mucho más directo y narrativo que el del italiano; al prescindir de intenciones evocadoras, su trazo resulta mucho más elemental y esquemático. En ese sentido, parecería mucho más sensato comparar The Accidental Salad con la obra de Ben Katchor o José Carlos Fernandes, con los que Joe Deci comparte, además, el gusto por el absurdo y la parodia social.
Hemos disfrutado sinceramente las ocurrencias vitales de Joe Decie y su habilidad para plasmarlas sobre el papel, jugando con mecanismos comicográficos y experimentando con su narración. Nos hemos quedado con ganas de seguir indagando en sus “Fun Facts” o en los “Parenting Tips” que salpican su producción. Él nos remite a su página de Internet y sus cómics online, nosotros le tomamos la palabra y les invitamos a ustedes a sumarse a la visita.
Una apuesta editorial ganadora la de Chalk Marks, sin duda.

lunes, agosto 22, 2011

fish + chocolate, de Kate Brown. Torturada maternidad.

A punto de regresar, por enésima vez en este curso, de un periplo por las Islas Británicas. Mucho English Breakfast, tragos de Cask Ales y paseos por arquitecturas normandas. Algunos cómics, también. Los mejores los encontramos en Page 45, la estupenda tienda que descubrimos en Nottingham con centenares de cómics independientes y joyas editoriales varias. Por exigencias de guión (aerolínea lowcost mediante), hemos tenido que limitar nuestro acopio comiquero a la mínima expresión, pero aún y así nos hemos traído alguna viñeta merecedora de atención.

Nos ha sorprendido, por ejemplo, fish + chocolate, de Kate Brown, por su simbolismo trágico y por esa explicitud que ya se avisa en la portada. Detrás de un apartado gráfico a medio camino entre un estilo manga estilizado (big eyes al frente) y el realismo manierista y manufacturado de la línea Vertigo, fish + chocolate esconde un espíritu experimental y grandes dosis de simbolismo.

Se trata de una colección de tres historias cortas (The Piper Man, The Cherry Tree y Matryoshka) conectadas entre sí por el concepto de la maternidad. Desconocemos el trasfondo biográfico que pueda haber llevado a Kate Brown a acercarse a las relaciones madre-hijo con tales dosis de crudeza y desgarro, pero no hay duda de que fish + chocolate es un trabajo que encierra una sensibilidad profundamente femenina en sus páginas: subjetividad y evocación simbólica. Sangre, desnudez, desafecto, abandono, dolor..., son elementos y sentimientos que se plasman en las páginas del cómic tejiendo un manto de incertidumbres y desasosiego, bastante críptico por momentos.

Detrás de la apariencia comercial de sus imágenes (y sus truculencias argumentales), fish + chocolate esconde, no obstante, fórmulas narrativas poco habituales: predominan en sus composiciones de página, las que Scott McCloud denominaba transiciones de viñeta aspecto a aspecto (esas en las que la narración se detiene para crear efectos contemplativos a través de la exposición sucesiva de objetos, el uso de planos cerrados o las acumulación de viñetas de detalle). Debido a ello, el cómic de Kate Brown avanza a paso lento, y crea atmósferas densas y desasosegantes, cuando no truculentas; unos efectos lastrados, en ocasiones, por el exceso de adornos y algunas elecciones caprichosas en los formatos de viñeta.

Una curiosidad, este fish + chocolate, con algunos momentos verdaderamente excelentes, como los que protagoniza esa madre desesperada hasta la paranoia de Matryoshka. ¿Lo veremos por aquí? Nos informaremos en su blog.

lunes, agosto 15, 2011

La rabia y unos superhéroes vandalizados.

Europa, poco a poco, empieza a perder su vieja compustura y la eterna impostura que se esconde detras de su máscara de civilización. Cuando no es el vandalismo de unos hooligans ingleses rabiosos y descontrolados, se trata de la juventud francesa de los arrabales que no espera nada de nadie o de la ejemplar y muy civilizada protesta ciudadana española (dando ejemplo, por una vez). No queremos meter todos estos "levantamientos" en un mismo saco (seria injusto, por ejemplo, para la causa que se levantó y continua alzada en nuestro país, enfrentarla a todo lo que estamos viendo estos dias en la televisión), pero encontramos un elemento común a todos ellos: la rabia; sea esta controlada, muda, violenta, explícita, organizada o anárquica, observamos hastío y saciedad detras de la impotencia.
Los ciudadanos empiezan a sentirse cansados de quienes les gobiernan en la sombra. Reconocida la gran mentira que ha resultado ser esta crisis que esta devorando al mundo, descubierto el andamiaje que sujeta la gran falacia de la especulación, de las ganancias bancarias, del entreguismo politico y de un planeta hipotecado, sólo nos queda reírnos con amargura de nuestra propia inocencia, pisotear nuestra buena fe y rebelarnos. Pudimos hacerlo cuando se nos engañó con guerras ancladas en la mentira, guerras mercadeadas por un puñado de políticos codiciosos mientras capoteaban en charcos de petróleo. No lo hicimos.
Ahora, mientras asistimos impotentes al espectáculo grotesco de la especulación, al derrumbe de unos mercados de monopoli que obligan a los estados a cercenar derechos sociales y a estrujar el panal, mientras los zánganos se ríen en sus poltronas, ahora, parece que la colmena esta a punto de reventar. Los políticos asisten estupefactos al estallido de realidad de una realidad que desconocen. Algunos, incluso, los mismos neoliberales que nos han metido en este fango, se postulan para sacarnos de él (a costa de nuestra salud, de nuevo, suponemos). Probablemente lleguen tarde. Probablemente esta vez no les creamos. A ellos ni a sus pornográficos consejos de administracion de las cajas de ahorros, ni a sus diputaciones engolfadas en el nepotismo, ni a sus amigos banqueros o empresarios millonarios que en un mismo consejo de administración anuncian de forma obscena, mientras babean petrodolares, benefici0s millonarios y despidos masivos de trabajadores. Ya no les creemos, tampoco podemos sentir pena por ellos, porque estamos en sus manos, pero sí podemos acariciar su decadencia putrefacta (como ya están haciendo en Islandia).
Nos habeis engañado, nos estáis engañando, cada vez que anunciáis repartos de beneficios entre vuestros accionistas os deseamos nuestra misma suerte, la peor de las suertes. Cada vez que nos aumentáis el diferencial de la deuda con otros reinos mejor provistos, nos ciscamos en vuestras colecciones de aes, bes y ces, en vuestros mases y menos, en vuestras obscenas calificaciones aleatorias que no supieron avisarnos de que el barco se hundía. Cada vez que os negáis a viajar en primera, a renunciar a vuestros derechos de pernada vitalacia, a vuestros sueldos dobles, triples y cuadruples, sospechamos que detrás de vuestras pashminas, modelo-amigos-de-los-trabajadores, se esconden dos colmillos afilados.
Y a pesar de todo, no os deseamos más mal que el mismo que nos infrinjáis a nosotros. No creemos en revoluciones cruentas, no asentimos ante los machetes descerebrados de los hooligans britanicos. No, sólo esperamos que la red global os envuelva y consiga apagar vuestra codicia.
Hasta entonces, no aceptamos mas vandalismo que el que se esconde detrás de, por ejemplo, la ironía y el humor resignados. Entre todos los actos de levantamiento a los que hemos asistido últimamente, nuestro favorito es éste (¡grandes estos búlgaros!):
Over the weekend, the citizens of Sofia, Bulgaria awoke to find a public monument to Red Army defaced by an unknown interventionist. The statues of Soviet soldiers who “liberated” Bulgaria in 1944 were painted as Superman, Ronald McDonald, Santa Claus and other pop culture icons of capitalist Americana. Below it, a graffiti caption read: “In step with the times!”
Today, the Bulgarian Minister of Culture condemned the act as “vandalism,” concluding that “We (Bulgarians) are the only ones led by some kind of destructive force when it comes to monuments of socialism.” Maybe, maybe not. Czech artist prankster-extraordinaire David Černý had pulled a similar stunt years ago when he
painted a Soviet tank pink.