miércoles, diciembre 27, 2006
Un paseo de cómic por el 2006 (IV): otra manita blanqueadora.
martes, diciembre 26, 2006
Un paseo de cómic por el 2006 (III): otra de cal.
Continuamos con el repaso anual y lo hacemos en rima consonante, en "on"; después de la normalización, aplaudimos otra buena nueva muy relacionada con aquella: la difusión. Efectivamente, con la posibilidad de comprar por internet (al fin algo en lo que hemos salido ganando con el euro), no sólo resulta cada vez menos complicado hacerse con esos cómics que sólo conocían los expertos (alabemos a San Amazon y San Ebay), sino que además, cada día es más sencillo acceder a información acerca del medio. Ayudan, y mucho, las editoriales (que como veremos mañana, cada vez funcionan con más diligencia) con sus listas de novedades. Esencial es también el papel de internet, con sus blogs y bitácoras, crecientes en número y en diversidad (¿en calidad? no nos pronunciaremos por lo que nos pueda tocar ;).
Parece que el círculo de amigos del cómic reunidos en torno al calor de las viñetas, se va consolidando positivamente. Quien más quien menos, tiene su listita de páginas favoritas a las que recurrir con un simple click. En este sentido, el papel difusor y englobador (permítaseme el oxímoron) de TEBELOGS! es cada día más loable e importante (desde aquí mi agradecimiento sincero y personal, pero me imagino que compartido por el colectivo de bloguers comiqueros); está por ver cual es la capacidad real que le permite a TEBELOGS! ser un blog de blogs manejable y operativo, y si aguantará el crecimiento exponencial al que se ha visto sometido este año (muy positivo, en principio). Por lo demás, aunque muchos nos hayamos sumado al juego de las bitácoras en este 2006, casi todos seguimos confiando en La cárcel y su carcelero, como bitácora maternal de referencia; al tiempo que nos dejamos caer casi a diario por muchas otras páginas clásicas, divertidas, locas o instructivas.
Como hemos dicho al arrancar el post, el tema de la difusión está emparentado directamente con muchos de los factores de normalización que señalábamos ayer (el apoyo institucional, el aprecio de la crítica y los medios impresos, etc.), y, sin duda, también ha de estarlo con algunos aspectos externos (o no tanto) al propio mercado comicográfico: porque, a ver, ¿quién no se ha tragado este año al menos una película basada en un cómic? Sin ningún ejemplo a mano tan glorioso como la gloriosa American Splendor de Springer y Pulcini, que vimos el año pasado, lo cierto es que cada vez "vemos más tebeos" en el cine (V de Vendetta, Batman Begins, etc.). Algo querrá decir y algo tendrá que ver con la popularidad creciente del discurso (al menos, debe significar que los productores confían más y más en la calidad de los guiones de cómics en detrimento de sus propios escritores).
En fin, no sé si los globos y los bocadillos no me dejan ver más allá de mis líneas cinéticas, pero juraría que cada vez se habla más y mejor de cómics, incluso en círculos que no tienen que ver con (o nunca han querido ver) los personajes enviñetados. Winds of change.
lunes, diciembre 25, 2006
Un paseo de cómic por el 2006 (II): una de cal
El palabro del año y uno de los top-ten de esta bitácora ha sido "normalización". Y es que, aunque suene increíble, parece ser que la máxima aspiración del cómic en sus (bastantes) más de 100 años de vida ha sido entrar dentro del grupo de las artes en un grado de paridad. La cosa ha tenido sus obstáculos, de ahí la ansiedad creada, claro. Por un lado estaba la cuestión del público lector: ya se sabe que lo de los dibujitos iba tradicionalmente asociado a la lectura ilustrada, que con colores los niños habían de asimilar más fluidamente (cosas de críos). Luego estaba el asunto del nacimiento a la sombra de las máquinas tipográficas y la distribución sindicada y los condicionantes de la prensa y el público lector que te lee y te tira como un producto de consumo más rápido y "popular" (en el peor de los sentidos), que un folleto publicitario. Y, claro, en la vieja Europa de los fascistillas diletantes se vio bien que el folleto se convirtiera en cómic y el cómic en folleto. Todo un batiburrillo de diretes que llevó al cómic al grado de arte menor o hermano menor de las artes, medio popular sin valor artístico, o vaya usted a saber.
Por eso, ahora (en realidad la cosa viene de hace unas décadas, los años 70 quizás; cuando hasta una lata de tomate podía estar en un museo), decía que ahora a uno se le ilumina la cara cuando descubre que rara es la semana en que no encontramos un tratamiento serio de los cómics en los medios de difusión periodística del país. O cuando resulta que cada vez más y más museos parecen interesarse por los artistas (sí, sí, como los que pintan cuadros, caballero) que hacen viñetas. Se abren los centros de investigación y divulgación, se unen los profesionales, se remueven inquietos los de dentro y los de fuera. Y mire que hasta los políticos, de repente, han decidido que hay que proteger, legislar e incentivar el 9 arte (¿o era el décimo?).
Además, resulta que lo de la normalización dichosa no sólo tiene que ver con la recepción y aceptación social del medio (aunque sí en gran medida), sino también con el hecho de la creación artística; es decir, con que en los cómics se pueda hablar de todo y con que nadie se eche las manos a la cabeza (si resulta que ya no es una cosa sólo de niños, pelillos a la mar) por que una señora o señorita se ponga a dibujar cómics (ahí están en este curso 2006 las Jessica Abel, Roberta Gregory, Hope Larson, etc.) o por que a alguien se le ocurra hablar de sexo con pelos y más pelos, sin importarle la inclinación, posición o paridad genérica. Miren que, quizás, algún día hasta seremos capaces de leer cómics de allá o de acullá con toda la normalidad del mundo, aunque hablen de señores de otros colores políticamente correctos.
Así da gusto. Este 2006 huele a cambio del bueno. A normalidad, a "nos-estamos-haciendo-modernos" pese a quien pese. Huele a que el cómic ha entrado definitivamente en la mayoría de edad y a que ya es un arte con mayúsculas. Que siga.
domingo, diciembre 24, 2006
Un paseo de cómic por el 2006 (I)
Vamos a sumarnos a la inercia buen-rollista-revisionista-fiestera de estas fechas y, amén de felicitarles las fiestas a todos los buenos amigos y lectores de esta bitacorita, les invitamos a pasearse con nosotros a lo largo de la siguiente semana por lo mejor y lo peor que nos han dejado las viñetas en este 2006. Iremos y vendremos por esas baldosas amarillas que nos guian esperanzados hacia un futuro luminoso del cómic y descenderemos por los resbaladizos escalones enmohecidos hacia las catacumbas del 2006 (se me inunda el espíritu de prosa versallesca estos días, que le voy a hacer). Lo dicho, acompañennos en el paseo; culminaremos a los pies del arco iris con los primeros pálpitos del 2007 y con la inevitable lista de nuestros cómics favoritos de este curso que ahora termina. Nos vemos por aquí. Abrazos.
jueves, diciembre 21, 2006
Más de Weing, Bugbear.
lunes, diciembre 18, 2006
Mujeres y cómics (VI): los 80, atención a la diversidad.
jueves, diciembre 14, 2006
Luz africana detrás de las viñetas.
Their work is intense the way urban Africa is intense: intensely zany, intensely warm, intensely harsh, intensely political. True, you could say the same of New York or New Delhi, or any major cosmopolis being shaped by globalism these days. Yet every place has very specific intensities. Africa does, and they are distilled in the art here.
I guess there are people who still can’t fit the idea of “art” and “comics” into the same frame. But why? If handmade, graphically inventive, conceptually imaginative images — which describes practically everything in this show — aren’t art, what is? The same images are topical, and are meant to be seen in reproduction; does that alter their status as art? Goya, Daumier and José Guadalupe Posada would of course say no.
In any event, Pop Art and all that followed it long ago wiped out the notion that comics are one-liner sight gags good only for the “funny pages.” “Masters of American Comics,” the ambitious historical survey split between the Jewish Museum in Manhattan and the Newark Museum, is truly a masterpiece show. “Africa Comics” edges into that territory, as does some of the work in a tiny show ending Dec. 17 called “Political Cartoons From Nigeria” at Southfirst, a contemporary gallery in Williamsburg, Brooklyn.
Not that entertainment is missing from the Studio Museum selection. Just the opposite: some of the material is just plain fun. We are on familiar Marvel Comics ground with the adventures of the charismatic Princess Wella, a kind of superwoman with a ceremonial staff and braids, created by Laércio George Mabota, a young artist from Mozambique.
And even a non-African can see why the schlumpy but wily character named Goorgoolou — in a series by Alphonse Mendy, who goes by the name T. T. Fons — has become a national hero, or antihero, in Senegal. With Ralph Kramden-esque panache, he lampoons social pretensions and embodies the plight of an everyman in a baffling postmodern world. Such is the character’s fame that a television show and magazine have been built around him, and he was a star of the recent international Dakar biennial, Dak’Art, where comic art, for the first time, took center stage.
Yet far more often than not, humor is a sugar-coating for disquiet. For example, a piece by the South African artist Anton Kannemeyer, who goes by the name Joe Dog, uses a charming children’s book style — the source is “Tintin au Congo” from the classic Belgian series, its racial stereotypes deliberately left intact — to depict a black-on-white racial attack that turns out to be a paranoiac neocolonialist dream.
Mr. Kannemeyer is a founder, with the artist Conrad Botes, of the graphic magazine Bitterkomix, which has tackled some of the most pressing political issues in a still volatile South Africa. And in general African politics and popular culture are inseparable. Most of the comics in the Southfirst show are direct attacks on past and present governmental corruption in Nigeria, and nearly all of them are by Ghariokwu Lemi, an artist famous for having painted 26 album covers for the Afrobeat idol and political rebel Fela Kuti.
In some comic art, political content takes an upbeat, utopian tack. More than one piece at the Studio Museum evokes scenes of ethnic violence in order to propose an alternative vision of peace and solidarity, exhorting a new generation of Africans to learn from the mistakes of their parents.
More often the tone is skeptical, even sardonic, as in the case of a sly, graphically jazzy account by Didier Viode, an artist from Benin now living in France, of the bureaucratic roadblocks encountered by Africans applying for immigration papers. Or in a depiction by the Ivorian artist Maxime Aka Gnoan Kacou, known as Mendozza y Caramba, of a noctural mugging as an elegant shadow play in black and gold against a solid blue ground.
Visually neither style is intrinsically “serious.” You can’t know at a glance what you’re getting into. By contrast, right from its opening image — of a screaming woman carrying a bloodied child, done in full-blown social-realist style — there is no mistaking the didactic content of a story of female genital mutilation by the Senegalese artist Cisse Samba Ndar.
Scene by scene it is a nightmare narrative with no clear resolution, though in other cases resolutions bring horror of their own. One comic strip, a collaboration between Fifi Mukuna and Christophe N’Galle Edimo, begins as a sentimental story of two children, a boy and a girl, fending for themselves on the city streets and dreaming of a happy future. Halfway through, the boy is caught trying to snatch a purse; not a major crime, one would think. But the people who catch him douse him with gasoline and set him alight. The girl embraces him in an effort to smother the flames, and she too burns to death.
Even by brutal Hollywood standards this is gruesome stuff. And pieces by other artists — Chrisany (Francis Taptue Fogue), from Cameroon; Kola Fayemi, from Nigeria — about imprisonment and torture are comparably fierce, flat-out broadsides against human rights violations. As such, they lie well outside the tradition of comic art as most people understand it, and closer to the alternative, activist comic-style zines like World War 3 Illustrated, produced in New York, to which artists like Art Spiegelman contribute.
The influence of Western cartoon styles throughout is obvious. No surprise: international culture is a tangled history of interbreeding. Nor is it a surprise to learn that nearly a third of the artists in the show, although born in Africa, now live elsewhere. Africa can still be a tough place to make a living from art, even popular art.
Finally it is worth noting that the show itself is a collaboration between the Studio Museum and the nonprofit Italian organization Africa e Mediterraneo, which is devoted to fostering cultural exchange between Africa and Italy. Several of the artists were prizewinners in juried shows sponsored by the organization. An assigned theme for the participants was “Human Rights.”
All that said, “Africa Comics” offers an inside view of Africa of a kind we too seldom get from museums, which, when they consider contemporary African material at all, tend to be all-purpose globalist in their thinking, drawing on a snall stock of market-approved figures. The show demands time and effort. The work is physically small and psychologically concentrated; it is as much about reading as looking; the words are often in languages other than English. (Sheets with translations are available in the gallery.) But once you get going, you want to keep going with art that can have epic depth and that always delivers the jabbing punch of news of the day.
“Africa Comics” is at the Studio Museum in Harlem, 144 West 125th Street, (212) 864-4500, studiomuseuminharlem.org, through March 18.