viernes, marzo 23, 2007

Fiebre amarilla (IV): Corea de Ponent Mon.

En los comentarios del post anterior, un visitante amigo señalaba, a propósito de este Corea visto por 12 autores, su preferencia por la historias "de los coreanos por encima de los franceses, por su especial tempo y sensibilidad en las historias, aunque aprecio un salto generacional entre los autores" y añadía "me gustan sobre todo las historias de los autores de mas edad que han apreciado en su propia biografía el cambio extraordinario ocurrido en Corea o Japón en 50 años, los autores jóvenes pertenecen a la tecnología y tienen unas influencias mas globales y quizás menos originales." Me gusta esta valoración porque la comparto en gran medida. Hoy veremos cuánto y por qué. Sigamos ahora donde lo dejamos en el post anterior.
Después de la descarga a prueba de raciocinios serenos, de Park Heung-yon, el francés Mathieu Sapin recupera un tema conocido (lo vimos en ¡Ah Pilsung Korea!): el del europeo de ascendencia coreana que va a su país-madre para encontrarse a sí mismo. Beondegi desarrolla ésta peripecia desde el humor y la caricatura extrema; Michèle Park, la susodicha, llega a Corea para escapar de su vida trivial y sus estudios constrictores. Se encuentra allí con la horma de su zapato personificada en un extraño personajillo, obsesivo y caradura, que será motivo y causa de casi todas las desventuras surrealistas que animan esta historia; divertida y un poco loca, nada más.
Como loca es El conejo, del joven dibujante coreano Byun Ki-hyun. Un relato protagonizado, como anticipa su título, por un conejo, una coneja, vaya. El estilo de Byun, una caricatura bastante sobria, con ínfulas realistas y un inconfundible aire manga, forma parte esencial de los entresijos que movilizan El conejo. La historia se sale de lo ordinario en varios sentidos: por una lado, está la coneja que aparece por sorpresa en casa de la protagonista en busca de asilo; una coneja que convive y se comporta como un humano excepto por pequeños detalles ("tenía por costumbre dejar por cualquier parte sus cacas con forma de cápsulas"). Está además el incuestionable tono alegórico de la historia, con referencias constantes a la leyenda coreana que habla de unos conejos que maceran pastelitos de masa arroz en la luna (¿?); y, por si faltara algo, el énfasis de la historia en esos extrañísimos oficios y entretenimientos orientales que, en este lado del mundo, interpretamos dentro del área de las perversiones psico-sexuales (¿cómo definirían a esos hombres de negocios y padres de bien que "alquilan" a jovencitas con trajecito escolar para que les acompañen al karaoke? Reduplico el ¿¿??). Puestos a pensar sobre todo ello, resulta que existe ya un término que define este modo de creación artística: realismo mágico, creo que lo llaman...
Igort acepta el órdago y apuesta por una historia también atípica, Cartas de Corea. Nunca he seguido demasiado a este italiano de larga y exitosa carrera, quizás porque cuando me he topado con alguna de sus historias, tampoco han despertado en mí mayor interés. Probablemente por eso, afronté esta Cartas de Corea con poco entusiasmo (bueno, es un decir, en realidad tampoco hay que hacer ejercicios de motivación para enfrentarse a una historieta de 10 páginas). Lo cierto es que el relato en primera persona (esa autorreferencialidad, de nuevo), la fragmentación del mismo en diferentes capitulitos sin aparente conexión (al principio así lo parece) y el estilo de Igort (sobrio y un tanto frío, como el de un Davodeau pasado por el filtro) tampoco me invitaban, me parecía, a una reconsideración de posturas. Sin embargo, la experiencia lectora o espectadora me han enseñado a no establecer juicios de valor severos antes de acabar una obra: muchas veces, sólo la visión de conjunto permite alcanzar el significado último que un artista ha querido imprimir en su trabajo. En el caso de Cartas a Corea, de la fragmentación surge una historia plenamente significativa en su mensaje solidario y en su fondo, profundamente poético. Un gran relato, adulto y lleno de sentido, dentro de esta recopilación.
Deberé replantear mis convicciones y hacerme con la obra del italiano.
Terminamos la sesión de hoy (permítanme que en esta ocasión dilate las sesiones hasta la trilogía, todos lo agradeceremos) con Lee Hee-jae y El pino, sin duda una de los capítulos a los que se refería nuestro visitante. La historia está marcada por un costumbrismo indisimulado (al que ayuda el dibujo de Lee Hee-jae, sutil y preciosista -¿se puede dibujar mejor un pino?-, más cerca de la tradición del grabado oriental que del cartoon), que intenta iluminar un episodio decisivo dentro de los hábitos sociales de cualquier comunidad, con independencia de su geografía o cronología: un funeral. Evidentemente, el maestro Lee Hee-jae singulariza los actos del protocolo social en una familia concreta (para así lograr la empatía del lector y dar peso a la carga emotiva de su relato). El pino que da título a la narración es un árbol real (lo es dentro de la historia), al que se sentía emotivamente unido el patriarca fallecido; al mismo tiempo funciona como un símbolo múltiple: del paso del tiempo, del apego a la tierra en la que uno ha crecido y del respeto a las convicciones personales.

Me recuerda El pino a una película que vi hace unos años, con un tema prácticamente idéntico: El funeral (Ososhiki), de Juzo Itami. Un filme directamente emparentada con la tradición clásica del cine japonés y con maestros como Ozu o Mizoguchi, creadores de películas "en las que uno terminaba asimilando como propios sentimientos y conocimientos tan distantes en lo cultural, que valían por 10 libros de historia". Y así recurriendo a unas palabras de los mismos comments que abrieron este post, cierro esta sesión coreana, por hoy.

2 comentarios :

Pepo Pérez dijo...

Little Nemo, ¿cómo puedo escribirte un mail? O escríbeme tú, please. Tienes contacto en mi web,

www.pepoperez.com

Anónimo dijo...

Enhorabuen de nuevo por tu comentario, me ha hecho realmente ilución verme reflejado en tu comentario porque en Santander apenas conozco gente que comparta mis gustos en esto de las historietas. Tenía que haber matizado mi comentario, porque efectivamente la historia del italino esta muy bien y entre otras cosas, es la única que refleja la Corea absurda y dividida que recuerda a tiempos pasados que por desgracia estan muy presentes. Respecto al conejo saltarín ese, me llegue a plantear si es que yo no entendía nada o que simplemente no había nada que entender. Un saludo Miguel