lunes, marzo 19, 2007

Fiebre amarilla (III): Corea de Ponent Mon.

Primero Japón, después Corea; los dos, territorios inhóspitos o, cuanto menos, igualmente lejanos ante nuestros ojos occidentalizados. Así que, en principio, de nuevo una propuesta la mar de interesante aunque sólo fuera en términos antropológicos. En principio y en final, todo sea dicho, porque la propuesta de Ponent, Corea vista por 12 autores recoge todo un catálogo de sorpresas visuales y extrañezas culturales; más, si cabe, que las que ya abundaban por el tomo nipón y es que, si Japón es el lejano oriente, nuestro desconocimiento (el mío, al menos) de la cultura coreana, sitúa a este país en el extrarradio de la lejanía. Ya lo insinúa Nicolas Finet en su introducción a la obra, que titula "La otra orilla del mundo":
¿Ir a Corea? Pero que idea más rara... Y es que, si bien la tentación de Japón o de la China -por quedarnos en la vecindad- son, más o menos, unos clásicos del imaginario europeo, sigue siendo completamente diferente para el vecino coreano. Durante mucho tiempo, incluso para la minoría de occidentales que se interesan un poco por el mundo, Corea no ha sido mucho más que un nombre en el mapa.
No le falta razón al amigo Finet y tampoco se la quitan las historias recogidas en este libro. Algunas de ellas nos obligan (nos invitan) a la relectura y a la reestructuración de nuestras coordenadas lectoras para una simple comprensión básica de sus contenidos. Otro mundo, otra mentalidad y, por supuesto, otra forma de entender y codificar el discurso artístico. Así que, aunque sólo fuera como experiencia lectora, este Corea... ya merecería el arranque de voluntades y buenas intenciones. Pero es que, además, esta compilación de historias cortas reúne algunos trabajos verdaderamente estimables por su recorrido experimental, por sus valores narrativos o por el simple goce estético que plantean; eso sí, debo confesar que los autores incluidos (por lo que respecta al bando coreano, sobre todo) antes de la lectura a un servidor le sonaban a chino.
Por lo que respecta a la edición, Corea vista por 12 autores no dista demasiado de su hermano gemelo japonés. Conserva la equidad en el reparto entre autorías autóctonas y huéspedes francófonos; mantiene las breves y útiles mini-biografías al comienzo de cada capítulo y aporta una introducción clarificadora respecto a las intenciones de la obra en cuestión. Frente a aquella, ahora se prescinde de lo mapitas en la primera página de cada historia, por lo cual perdemos la referencia geográfica (innecesaria en este caso, pues da la sensación de que tampoco ha sido un criterio rector en la distribución y el reparto de las historias), en favor de la caricatura del autor protagonista (cada una de ellas realizada por alguno de los invitados al proyecto), que nos da la bienvenida bajo el título de cada manhwa. Ah, ¿no lo habíamos dicho? Pues sí, a los "mangas" coreanos se les llama así y, pásmense, son materia y objeto de estudio específico (práctico y teórico) en varias universidades del país. Vamos con ello:
De Choi Kyu-sok nos cuenta la introducción que nació en Changwon (lo sé, como oír llover) en 1977 y que "llama la atención muy temprano gracias a la originalidad gráfica y narrativa de sus relatos breves". Totalmente de acuerdo en todo, lo de Changwon irrebatible y lo de la originalidad un tanto de lo mismo. Además, La paloma falsa es uno de esos relatos breves que llaman la atención, efectivamente. Planteada en clave de reivindicación social, la historia juega con la ambigüedad de una voz narrativa heterodiegética (externa al relato) que termina por confluir con el punto de vista subjetivo de un protagonista-narrador-autor en busca de materiales para su historia (un cómic que se le ha encargado). Un juego, por lo tanto, de autoconsciencia ficcional en el que el relato se construye a sí mismo. Dicha autoconsciencia se ve acentuada por la ruptura de la ilusión que plantea Choi Kyu-sok cuando a mitad de su historia "animaliza" a algunos de sus personajes anónimos (de una forma semejante a como sucede en Blacksad), en un claro subrayado circunstancial de intención simbólica que contrasta con el realismo gráfico de sus academicistas lápices y carboncillos (preciosos los fondos). Catel recurre a una técnica narrativa similar y (como ya sucedía en varias de las historias de Japón visto por 18 autores) recurre a la metaficción como método de construcción de su relato. La autora se desplaza a Seúl con otros dos autores, invitada por la embajada para un proyecto colectivo de creación comicográfica. Nada nuevo, hasta aquí, como ven. Catel nos cuenta como en un primer momento decidió hacer protagonista del viaje a su personaje más conocido, Lucie (la historia se titula Dul Lucie) y plantear la historia como un capítulo más de sus andanzas. De hecho, Lucie aparecerá y desaparecerá del relato en varias ocasiones, interactuando con la Catel-personaje. De nuevo, una metahistorieta, una historia que se construye según avanzan las viñetas y en la que la autora revela los mecanismos internos de la narración por el simple hecho de hacerlos explícitos en sus comentarios y didascalias. La técnica marcadamente caricaturesca de la dibujante francesa añade las habituales notas de humor y autoironía, muy adecuadas en una narración que busca la solidaridad del lector mediante la autocrítica paródica.
Lo de Lee Doo-ho y El árbol de Solgeo es otra historia: un manhwa que recrea y actualiza una leyenda tradicional coreana (la del pintor Solgeo que dibujó en la pared de un templo un pino tan perfecto, que los pájaros intentaban posarse en él). El tema como pueden imaginar enlaza de modo un tanto convencional con la filosofía taoísta y la comunión con la naturaleza. La labor gráfica de Doo-ho, sin embargo, impresiona: páginas formadas por tres, cuatro o cinco macro-viñetas, en las que abundan las angulaciones extremas (que no gratuitas) y planos muy cercanos de los personajes. En cuanto al estilo, predominio de un realismo elegante y sobrio, con unas líneas muy moduladas y unas reminiscencias claras hacia los mangas de tradición histórica (se me viene a la cabeza el Ikkyu de Hisashi Sakaguchi, por poner un ejemplo).
Vanyda es francesa pero su trazo también nos recuerda al de mangakas ilustres y, además, no nos pilla por sorpresa. A Vanyda la conocemos por La casa de enfrente, que publicó Ponent Mon en nuestro país. La historia, ¡Ah Pilsung Korea!, habla de la vuelta a los orígenes (dos hermanos franceses de ascendencia coreana), de las barreras idiomático-culturales (uno no es coreano por el hecho de sentirse coreano, si nunca ha vivido en Corea; ¿obvio, verdad?) y de la casualidad. Una historia amable con final feliz, que mejora cuando se centra en el efecto que las revelaciones culturales tienen sobre los personajes, en vez de en el plano anecdótico de las mismas; ya saben, la búsqueda de cierta enjundia psicológica y todo eso.
Llegados a este punto, alguno de ustedes me afeará, con razón, la escasez de esos argumentos marcianos y promesas experimentales que anunciaba al comienzo de estas líneas. No se preocupen, la Cenicienta de Park Heung-yong vale por tres. El coreano, una de las supuestas estrellas del volumen, se nos destapa con una historia construida poéticamente alrededor de una onomatopeya: "Kkang"; como lo oyen. Lo curioso es que el desarrollo del relato dista aparentemente de cualquier modelo de organización poética tradicional. Se trata más bien de un cuento narrativo organizado linealmente que, en un momento dado (la excusa de una zapatilla extraviada), se desborda por la proa del surrealismo onírico de uno de sus personajes; en ese momento nos damos cuenta plenamente de la naturaleza lírica del conjunto. El desarrollo gráfico de Cenicienta es tan heterodoxo como el contenido que ayuda a conformar: en un ejemplo extremo de "efecto máscara" (sic. McCloud), Heung-yong combina la caricatura esquemática de los personajes con unos fondos tremendamente realistas elaborados con una técnica pictórica radicalmente opuesta a la de los primeros. El efecto resultante es el de las "trasparencias" de las antiguas películas de aventuras en las que el personaje aparecía claramente sobrepuesto sobre una pantalla (azul) en la que se proyectaba el paraje exótico en el que querían hacernos imaginar que estaba (con muy poco éxito la mayor parte de las veces). Da toda la sensación de que el dibujante coreano ha empleado el color en su versión original, lástima que la edición en blanco y negro de la obra (con "esos infinitos grises") no nos permita comprobarlo.
Mañana más.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Un magnífico análisis de Corea, estoy deseando comprar tambien japon. Para mi destacan las historias de los coreanos por encima de los franceses, por su especial tempo y sensibilidad en las historias, aunque aprecio un salto generacional entre los autores. Me gustan sobretodo las hisotorias de los autores de mas edad que han apreciado en su propia biografía el cambio extraordinario ocurrido en Corea o Japon en 50 años, los autores jovenes pertenecen a la tecnología y tienen unas influencias mas globales y quizas menos originales. Enhorabuena por tu blog, que contiene lo que entiendo debe ser un blog de comics, comentarios hechos sin prisa.

Little Nemo's Kat dijo...

Gracias por tus palabras, Miguel, intentaremos seguir complaciendo a los buenos lectores como tú ;)
Voy a mojarme, entre Japón y Corea, me quedo con el segundo, aunque sólo sea por las buenas dosis de sorpresa que garantiza. Por lo que respecta a las historias concretas de Corea, comparto tu opinión absolutamente: apuesto por los relatos de los autores autóctonos más veteranos (auque excepciones hailas, como la pequeña maravilla de Tanquerelle).
Tienen las historias de Lee Hee-jae o Lee Doo-ho una cadencia lenta, casi contemplativa, pero compleja por lo que respecta a sus reflexiones temáticas y trasfondo cultural, que me recuerda a las películas de Ozu o Mizoguchi. Aquellas en las que uno terminaba asimilando como propios sentimientos y conocimientos tan distantes en lo cultural, que valían por 10 libros de historia.