viernes, agosto 24, 2007
Un gato en el Boletín Galego de Literatura.
martes, agosto 21, 2007
The Plain Janes, arte en el Insti.
martes, agosto 14, 2007
Malas tierras para el optimismo.
Sin embargo, es en El día de la dependencia donde este número de Malas tierras se eleva por encima de otros trabajos anteriores de Córdoba. En esta historia sobre un crítico musical descreído y en plena crisis amorosa, que se presiente fuera de la onda generacional que su ocupación laboral presupone, el autor consigue superar el terreno de la introspección (a veces anecdótica) y la descripción psicológica de personajes, para dar un paso mayúsculo hacia el dibujo generacional y el análisis social. Y lo hace con un pulso narrativo firme, con un equilibrio perfecto entre la significación textual y la iconicidad de sus imágenes (tan influidas por el realismo esquemático de Mazzucchelli). Quizás una parte de la opinión positiva tenga algo que ver con la identificación subjetiva del "plumillas" que reseña los campos de la modernidad, o con la proximidad generacional, o simplemente con la admiración compartida por los enormes Yo La Tengo, quizás, quién sabe. En todo caso, se trata de una gran historia muy bien resuelta. No me mojo mucho si afirmo que El día de la dependencia es una de las mejores historias cortas que ha leído un servidor en mucho tiempo.
viernes, agosto 10, 2007
De shopping por la Gran Bretaña.
viernes, agosto 03, 2007
Buena Malavida.
jueves, agosto 02, 2007
Operación 700: cómics originales, conclusiones y consejos.
Conclusiones a un juego de pujas y coleccionismo controlado. En primer lugar, y como habrán imaginado, debo confesar que el presupuesto inicial de los 700 euros se desbordó ligeramente en la fase final del regateo (no demasiado, en todo caso) y con el asunto de los gastos de envío. Pero vayamos al grano: si recuerdan, todo esto empezó, hace ya unos meses, con el asunto aquel del guionista vocacional que ofrecía un contrato de 2000 euros a un posible ilustrador de sus ideas. Me pareció una idea estupenda, aunque no sé donde habrá quedado la cosa; a muchos otros, les pareció un buen asunto para polemizar sobre lo utópico del proyecto, la cuantía de “la paga”, la candidez del artista-mecenas, etc.
Se me ocurrió que la idea que subyacía detrás de muchas de las críticas (“¿cuánto vale el arte comicográfico?”) era una buena excusa para contarles esta pequeña aventurilla inversora que había comenzado unos meses antes con motivo de la celebración post-doctoral. Los resultados del dispendio se los he mostrado aquí en cinco cómodas entregas, las conclusiones han de ser sencillas y cada uno tendrá las suyas. Me imagino que para muchos, gastarse 200 euros del ala en una tira de un “fulano” al que sólo conocemos unos cuantos friquis comiqueros (yo no me considero uno, que conste), roza la inconsciencia. Para otros muchos (algunos de los cuales han dejado su opinión en los comentarios – ¡gracias!), gastarse una suma estimable, parte de tus ahorros, en una tira del gran Walter Kelly, es una satisfacción, y quizás una buena inversión.
El coleccionismo puede ser un vicio caro, aunque no es la ansiedad por la acumulación viñetero-fetichista lo que ha movido mis pasos. Tampoco lo es la especulación. Pienso tener casi todas esas tiras y páginas bien a la vista, disfrutar de ellas en la medida de lo posible; unos cuelgan arte pictórico de sus paredes, servidor, piensa colgar este otro arte de las suyas (sin perder de vista que esta manifestación artística –frente al arte pictórico– no nació con una finalidad exhibicionista, ni con ansiedades contemplativas). Así, nos plantamos en el quid de la cuestión: ¿está el mercado del cómic infravalorado? Lo parece: un pujador anónimo se hace con una tira de, por ejemplo, Bud Fisher (para muchos el padre del formato), por poco más de 100 euros… Cierto es que Fisher creó en su vida muchas más tiras que los cuadros que pudo hacer cualquier pintor coetáneo y probablemente con menor esfuerzo; cierto es que el trabajo de Fisher estaba condicionado por su finalidad narrativa (dentro de una serie), por su finalidad mercantil (edición de prensa), por los factores consiguientes de su edición y las condiciones draconianas de los syndicates, cierto todo, pero también lo es que la pieza de Fisher (o la de McManus o la de Kelly) que he adquirido, es única y además de sus muchos valores socio-económicos, tiene unos logros estéticos y artísticos añadidos.
Conclusiones finales y consejos inversores:
Está claro que hay algunos autores, digamos clásicos, cuya cotización parece acorde a su influencia historiográfica (Eisner, Foster, Raymond); por supuesto, depende de la calidad y el tamaño de la pieza. En este sentido, no sorprende ver los precios que llegan a alcanzar algunas obras de clásicos entre los clásicos (hablo de McCay, claro), algunos de ellos aún vivitos y coleando (hablo de Crumb, claro).
Sea como fuere, sigue siendo más barato invertir en clásicos, menos conocidos, que en un autor mediocre de cómics de superhéroes. No sorprende observar que el campo del coleccionismo de originales se mueve en paralelo al negocio copado por los coleccionistas de cómic-books, cuyos lectores son a su vez (o eran, hasta no hace demasiado) los mayores inversores en la industria del cómic. Aún así, sigue siendo más sencillo y económico hacerse con un Gene Colan, un Buscema o un Sienkiewicz, que con un McFarlane; ver para creer.
Existen páginas de venta en las que podemos encontrar buenas opciones, sobre todo de autores jóvenes independientes y prometedores. El mercado, no obstante, se está despertando con rapidez y cada vez son más los que entran en el campo de “los cotizados nuevos talentos”. Por eso, es muy difícil encontrar cosas a buen precio (conste que estamos hablando de creación original por pocos cientos de euros) de Clowes, los canadienses de Drawn & Quarterly o clásicos del independiente como los Hernandez Bros. Precios desbordados para los que además son ilustradores habituales de publicaciones prestigiosas, como Tomine (cosa habitual en un dibujante de cómics, por otro lado). Entre los autores españoles y europeos, el mercado parece más restringido y regulado y resulta difícil encontrar “chollos”: menos puntos de venta, poco material subastado en Internet y poca oferta directa; hay excepciones muy golosas, desde luego. Un consejo al respecto, si es posible, antes de comprar o "googlear" material, intentad entrar directamente en la página del autor (muchos incluyen una sección de venta de originales, sin mediadores que encarezcan el producto).
Bueno, pues esto ha sido todo, amigos. Aquí concluye nuestra “Operación 700”, que esperamos haya sido de su interés. Hasta nuevas aventuras, seguiremos reseñando y charlando “de gratis”.
martes, julio 31, 2007
Billy Avellanas, ojos de irrealidad
Últimamente, las actualizaciones veraniegas de este blog son menos fiables que una aplicación de Windows (esté o no sometida a los rigores estivales). Disculpen. Al menos, acabo de leer el Billy Avellanas de Tony Millionaire; le tenía ganas.
Arrancar una reseña con la información promocional de la contraportada es un recurso tan fácil, que uno puede arriesgar su escasa credibilidad en caso de abuso. Permítannos, sin embargo, hacer una excepción y repetir la letra impresa en este caso:
BILLY AVELLAS es un ser artificial dispuesto a dar con la cara oculta de la luna a la vez que descubre la suya propia. Para ello se embarcará en un viaje fantástico junto a Becky, la científica más inteligente de la granja Rimperton.
En la tradición del Pedro Melenas del doctor Hoffman, el Pinocho de Collodi, el Manostijeras de Tim Burton y otros tantos clásicos inolvidables, Billy Avellanas es una novela gráfica para adultos de edad indefinida con la que el multipremiado Tony Millionaire se acredita entre los grandes narradores de nuestro tiempo.
No tanto, la verdad, pero la cosa merece unos apuntes. Hacía tiempo que esperábamos a Millionaire por estos lares (como seguimos esperando a tantos otros, claro: Harkham, Catmull, Ralph, etc.). Es cierto que la figura del norteamericano no ha dejado de crecer entre los amantes del cómic y la crítica estadounidense, desde sus orígenes más o menos independientes hasta el momento actual en que su trazo inconfundible aparece en mil y una publicaciones norteamericanas. Sus obras se cotizan a lo grande, y el bostoniano consigue crear universos personales sorprendentes y llenos de magia.
De acuerdo también con los referentes autorales y narrativos mencionados: Billy Avellanas tiene puntos de conexión claros con la cuentística tradicional y moderna. Las referencias a Pinocho o Eduardo Manostijeras son obvias; como podrían serlo incluso a Frankenstein o, por qué no, a la tradición mítico-religiosa del Gollem o la misma creación del ser humano por Dios (Adán la tierra, Eva la carne). Como hemos señalado, especialmente clara nos resulta la semejanza entre Millionaire y Tim Burton. Ambos crean mundos a medio camino entre la tradición gótica y el cuento fantástico; ambos hurgan en el terreno desconocido de la psique humana (los miedos, los sueños, el deseo…), aludiendo, simbólicamente, con sus creaciones ficcionales a sentimientos, comportamientos y otros niveles de la existencia; ambos hacen discurrir las peripecias de sus personajes por un universo ficcional alucinado, que se rige por unas coordenadas propias, tejidas con hilos de la simbología cuentística y la fantasía onírica, un universo que no adquiere más sentido que el que determinan esas reglas internas propias de fantasía desbordada que dirigen y modelan sus tramas. Aquí está también la diferencia entre Burton (o Carroll o Perry) y Millionaire.
Mientras que aquellos, de un modo u otro, anclan sus trabajos a la realidad empírica y social (Eduardo Manostijeras es la anomalía de lo social; en Alicia todo es sueño dentro de un sueño; Peter Pan es el niño eterno que vive en un mundo de fantasía infantil). Billy Avellanas es un cuento de lo irreal, marciano, de principio a fin (¿se acuerdan de Jali?). Esa es su virtud y su defecto: la irrealidad lo preside todo sin excusas, de ahí que ni la línea onírica valga como excusa para sostener su trama. Y la trama de Billy Avellanas, en ocasiones, no se sostiene (en términos de equilibrio narrativo, nos referimos), todo parece desbordado. Millionaire termina por saturarnos con su cascada de sorpresas, detrás de cada viñeta, de cada secuencia, de cada página. De modo que, cuando uno termina de leer Billy Avellanas, se queda con la sensación de haber acabado un sprint demasiado largo. Si exceptuamos el emocionante y templado final, y algún otro instante de sosiego narrativo (bellísima la escena del naufragio con Billy y Becky, llevados por las olas, alejándose en el mar), todo es una vorágine en este cómic y se corre el riesgo de que el lector acabe fatigado, claro.
miércoles, julio 25, 2007
Piero, del arte fraterno o la fraternidad dibujada.
En todo caso, pese a las muchas reticencias que despierta su obra, para un servidor cualquier trabajo de Baudoin merece la inversión y es altamente recomendable (con sus defectos y virtudes por bandera). Y Piero no lo iba a ser menos (recomendable), claro.
viernes, julio 20, 2007
Operación 700 (V)
El acabose. Desde chaval me gustó el Pogo de Walt Kelly, no porque lo entendiera (hecho improbable, dado el cripticismo de su crítica sociopolítica de la Norteamérica coetánea filtrado por la jerga incomprensible de su inglés sureño -¿cómo harán o habrán hecho sus traductores al español? Les admiraré eternamente), así que me imagino que sería por el trazo preciso y el irresistible encanto de su línea caricaturesca. Aparte de por la indiscutible afinidad autógrafa de sus autores, los “funny animals” de Walt Kelly siempre me recordaron a los muñequitos de Walt Disney, aunque por lo poco que entendía de sus palabras englobadas (Pogo o la maravilla tipográfica hecha cómic) le suponía al asunto mucha más mala leche. Ya de mayor, con más conocimientos de la lengua británica, lo he podido refrendar y he disfrutado de Walt y su zarigüeya con conocimiento de causa. Aún así, para que negarlo, todavía se me escapan dobles sentidos y algún giro de jerga estadounidense, pero, que quieren que les diga, cada vez que me acerco a los humedales de Okefenokee, disfruto como un animalillo silvestre.
Por eso, siempre estuvo entre mis primeros objetivos la adquisición de una tirita de Pogo; sucede que los precios, sin ser escandalosos, me desbordaban el presupuesto de la operación. Hasta que encontré esta tira que les muestro aquí abajo seccionada (ya les he explicado las limitaciones de mi impresora). Unos 240 euros del ala (el record inversor de la operación) muy bien empleados, juzgo yo. Lo sé, no sale Pogo, recórcholis, pero están muchos de los demás (Churchy-la-Femme, Beauregard Dog, bunny…), así que no me quiten la ilusión ¡qué carajo! Además, se ven las marcas azulitas inconfundibles del borrador de Kelly y su firma “waltdisneyana” (tan “eisneriana”, también) y la fecha de la publicación (18 de noviembre de1969) y todo ello bien dispuesto en esos 18 x 48 cms de sus tiras originales. ¡Qué contento estoy!