lunes, mayo 30, 2011

El pequeño Christian, de Blutch. El final de la inocencia

El pequeño Christian o la crónica de cómo Christian deja de ser pequeño es, en realidad, la historia de nuestras vidas, del turbulento paso de la niñez a la aún más turbulenta adolescencia. La primera parte de esta obra se publicó hace doce años (los episodios centrados en la niñez del protagonista) y su autor tardó casi otros diez en sacar a la luz la segunda parte (la entrada en la adolescencia del pequelo Christian).

Blutch nos tenía acostumbrados en los últimos tiempos a ejercicios narrativos cargados de simbolismo, el que se encierra en los misterios de la sexualidad en el caso de La voluptuosidad, o los que esconde la historia y sus revisiones ficcionales, en Péplum. El pequeño Christian se mueve en el territorio de la crónica episódica humorística, en este sentido, mucho más cerca de las marcas narrativas de Blotch. Su trasfondo argumental, no obstante, es completamente diferente.

Dentro de su aparente libertad conceptual (evidente en su elección estética) Blutch es un guionista inteligente, lleno de profundidad y perspicacia psicológica. Una cosa no debería imponerse a la otra, en realidad. El pequeño Christian, que en teoría podría pasar por un trabajo humorístico menor, frente a la señalada densidad simbólica de sus obras precedentes, es, por el contrario, un acercamiento lucidísimo a la visión del mundo que tendría un niño preadolescente.

Blutch nos invita a navegar entre las dudas, las frustraciones y los episodios de aprendizaje que enmarcan este decisivo periodo de nuestras vidas, y lo hace desde la mirada aguda del ironista que respeta a su personaje, pero entiende la comicidad que se esconde en los dramas adolescentes. Miramos hacia atrás y nos sorprendemos de nuestra propia solemnidad, de la impostada trascendencia que tuvieron algunos episodios de nuestros 12 años. Blutch se acerca a esos capítulos, sólo anecdóticos desde la seguridad que aporta la distancia temporal, y nos los relata adoptando el punto de vista de su protagonista, el pequeño Christian. El truco reside en la selección de los instantes (algunos hilarantes, la mayoría realmente graciosos e incisivos) y en la presentación de los mismos, a través de esa visión infantil deformante.

No es la primera vez que se usa este recurso en el cómic ni mucho menos. Casi todas las aventuras de Calvin y Hobbes aparecen filtradas por la fantasía del niño que las protagoniza; es ese de hecho, el mecanismo rector de su esquema narrativo: Hobbes sólo es verosímil en tanto en cuanto existe en la imaginación de Calvin, sólo él y el lector son capaces (uno como protagonista, nosotros como espectadores) de interpretar ese plano de “realidad imaginada“.

Hace poco hemos podido leer otro cómic que guarda muchas semejanzas con El pequeño Christian, se trata de Marzi, de Sylvian Savoia y Marzena Sowa. En él, sus autoras relatan, también mediante una selección de episodios vitales, sus experiencias infantiles en un país sujeto a un régimen comunista. Como en la obra de Blutch, la inocencia infantil y su revisión irónica son los materiales argumentales de Marzi. Pero sus páginas caminan mucho más cerca del episodio costumbrista y se recurre menos en ellas al componente deformador de la fantasía.

Los capítulos de El pequeño Christian relatan episodios existenciales del niño protagonista (la escuela, la relación con las niñas, los mitos infantiles, la autoridad paterna, las vacaciones de verano), valiéndose de los propios referentes culturales y populares del personaje: el western, la publicaciones semanales Pif Gadget o La revista de Mickey, Los ángeles de Charlie, las películas de Steve McQueen, Tintín, etc. En El pequeño Christian la transición entre la realidad y los referentes ficcionales es tan fluida como lo sería en la imaginación de un niño: de hecho, todos necesitamos de unos asideros (ideológicos, culturales o vitales) que nos ayuden a entender la realidad y a sobrevivir en ella. Es comprensible que en el caso de un niño estos puntos de anclaje estén determinados por sus lecturas y sus diversiones más inmediatas. Blutch muestra una mirada sabia a la hora de elegir y plasmar unos referentes que, seguramente, fueron los suyos. Su trazo suelto (sobre todo en la segunda parte del volumen), su talento para la caricatura deformante y su habilidad gráfica a la hora de seleccionar sólo el elemento verdaderamente relevante del motivo dibujado, colaboran a reforzar la carga humorística que tan bien funciona en este cómic.

Blutch, junto a Sfar, Trondheim, Larcenet o Christophe Blain son los estandartes del nuevo cómic francés, caracterizado por el trazo suelto, el humor inteligente y la experimentación narrativa. Cada una de sus obras compensa la expectación que la precede y de su lectura uno siempre obtiene satisfacciones inmediatas y poso reflexivo. El pequeño Christian no iba a ser una excepción, pero es que, además, es muy divertido.

lunes, mayo 23, 2011

Cárcel de amor, de Sergi Puyol. Prisiones interiores.

Cárcel de amor, de Sergi Puyol, se mueve en esas coordenadas postmodernas del extrañamiento, que van camino de convertirse en fórmula de normalidad narrativa. En un excelente artículo de 2006 dedicado al metacine ("El cine en, desde y sobre el cine: metaficción, reflexividad e intertextualidad en la pantalla"), José Antonio Pérez Bowie desarrollaba algunas de las claves de este tipo de discursos:
Íntimamente relacionada con esa puesta en relieve de la materialidad de la significación está la enfatización consciente y deliberada por parte del cine de una serie de marcas definidoras de lo teatral: artificiosidad de la escenografía, interpretación desmesurada de los actores, explicitación del proceso y acto de enunciación, etc.
Los habitantes de Cárcel de amor son personajes alienados que actúan guiados por instintos irracionales e intentan sobrevivir en un entorno social asfixiante. Hablamos del mismo paisaje artístico que pueblan las creaciones de David Lynch o de Daniel Clowes. Sus protagonistas son, en muchos casos, individuos amargados, freaks con nula inteligencia emocional, habitantes del infierno interior.
“A veces me pregunto si el problema es realmente de los demás o mío. / Yo formo parte de los demás. ¡Yo mismo soy una de esas personas que me molestan! Así que, en todo caso, el problema es de todos”. Podrían ser palabras de Wilson, la creación misantrópica de Clowes, pero en realidad tales lindezas sociopáticas pertenecen a Pierre Larrard, el igualmente odioso protagonista de Cárcel de Amor. Un personaje creado a partir de su propio rencor y que hará las delicias de lectores asociales e inadaptados, aunque, como ya hemos señalado, la fórmula dista de ser nueva.
En este tipo de obras, el contexto narrativo de los personajes aparece filtrado por la mirada perversa y pervertida de sus protagonistas (otra variante es la del falso costumbrismo, en la que el autor-director opta por un punto de vista objetivo, de modo que la realidad misma se filtra por un espejo deformante y todos aquellos que la habitan aparecen ante los ojos del lector como habitantes de una sociedad enajenada -léase Twin Peaks). En Cárcel de amor y obras similares adoptamos el punto de vista enfermizo de quien se siente perseguido: ese es uno de los secretos de ese factor de extrañamiento que venimos comentando. La ciudad, el barrio, el resto del paisanaje adquieren entonces un aire de irrealidad. Como si las coordenadas de la lógica o los sentidos (el común y el sensorial) no fueran suficientes para asir la realidad. En este cómic, el dibujo de Sergi Puyol ayuda a ahondar en esa situación de anormalidad: su estilo es naif y un tanto tosco. Aunque su muy cuidado empleo del color (con abundancia de tonos pastel) nos evita la tentación de asignarle inclinaciones art brut (todo lo contrario, encontraríamos más afinidades en la línea clara para referirnos a su estilo), sí que es cierto que Sergi Puyol juega en un plano de infantilización visual y esquematización evidentes. Funciona. Está por ver, no obstante, como encajaría esa opción estilística en otro tipo de planteamientos narrativos y argumentales.
Efectivos son también la organización narrativa y el ritmo secuencial de la obra: Cárcel de amor se estructura en pequeñas viñetas regulares, con esporádicas rupturas del esquema reticular que buscan intensificaciones o rupturas narrativas concretas. Es éste un esquema eficiente a la hora de situar la historia bajo ese falso foco de normalidad en el que se mueven sus personajes, su protagonista principal especialmente. Y es que, ¿no parecía también Astete un pueblo normal? ¿Están ustedes seguros de que Natascha Kampusch, en algún momento de su cautiverio, no sintió que su existencia era, después de todo, la de una chica normal? Hay muchos tipos de cárceles y no todas tienen barrotes; en este cómic las hay de los dos tipos.
La realidad encierra secretos oscuros en la trastienda de su escenario. Todavía no podemos adivinar que otros misterios esconderá la obra de Sergi Puyol, pero lo cierto es que lo que hemos encontrado detrás de esta primera puerta nos ha parecido interesante (aunque no haya llegado a quitarnos el aliento aún).

lunes, mayo 16, 2011

Con Sacco y sus "Notas al pie de Gaza", en Culturamas.

Esta semana vamos a delegar en nosotros mismos, vía canal interpuesto: es decir, que les vamos a remitir al articulillo que acabamos de publicar en Culturamas, esa web.
Se lo hemos dedicado al que para nosotros fue, probablemente, el mejor cómic del 2010: Notas al pie de Gaza, de Joe Sacco (andamos todavía en estado de perplejidad después de que en el Salón de Cómic de Barcelona de este año ni siquiera resultara nominado). Se trata de un trabajo con una fuerte base de investigación periodística, un reportaje minucioso, denso, concienzudo y muy muy bien dibujado. Nos parece lo mejor que ha hecho el dibujante-reportero norteamericano y, sinceramente, se trata de una de las mejores crónicas bélicas sobre el estado actual del conflicto israel-palestino que hemos podido leer en estos últimos años. Y eso que en Notas al pie de Gaza, Sacco habla sobre todo del pasado: de "noviembre de 1956, la fecha en la que el ejercito israelí, guiado por el general Ariel Sharon (futuro presidente de Israel), inició la invasión de Gaza, entrando a fuego y sangre en los núcleos urbanos más importantes de la Franja, Khan Younís y Rafah."
No les vamos a contar más, que si no todo este juego de referencias cruzadas y remisiones a páginas ajenas va a dejar de tener sentido.
PS. Ups, nos acabamos de dar cuenta de que hemos escrito mal el título del cómic hasta en la cabecera de la reseña. Malditas re-revisiones.

lunes, mayo 09, 2011

Indie nacional, Superluv y Penny Century.

Estamos un buen momento de rock/pop nacional. Quitarse de en medio a las grandes discográficas, gracias a la proliferación de spacebooks, mp3s, peertopeers, megauploads y demás munición filibustera, le ha hecho a la música independiente española un favor impagable. Básicamente porque ahora podemos oírles.
Así las cosas, no extraña que Love of Lesbian colgaran el no hay billetes para sus cuatro conciertos en Madrid en menos que canta un jilguero; o que el último disco de Manel, el fantástico 10 Milles per Veure una Bona Armadura, cantado en catalán (buenísima noticia que producirá urticaria a los ultras de la caverna), haya llegado al número uno de las listas españolas; o que Nacho Vegas haya decidido, a lo Radio Head, dejar a su discográfica y autoeditarse su propio disco, La zona sucia.
Gracias a este renacer de los conciertos en salas pequeñas, al facebookeo y al boca a boca, ordenata a ordenata, podemos pegarnos el gustazo de escuchar a Tachenko, Nudo Zurdo, Standstill, El columpio asesino o a Antonia Font en nuestro bar favorito (llámese Queru, Uni o Moloko). Y gracias a eso, descubrimos día a día grupos como Remate o Mazoni y discazos como sus Superluv o Fins que la mort ens separi respectivos.
Con el muy ecléctico Superluv, Remate se ha hecho mayor. Menudo temazo es "Por lo que tiene de romántico", con esos aires calipso-pop-elegante. Y ahora es cuando vamos a hablar de cómics. Resulta que el séptimo tema del disco es un homenaje, nada menos que al gran Jaime Hernandez: "Penny Century", se llama, y suena la mar de bien, como pueden constatar ustedes en la página web de su autor.
PENNY CENTURY
Penny Century came
But she always dies out
Vanishes behind the clouds
Like a decoy bird
I'm invisible to her

PENNY CENTURY
Penny Century llegó
Pero ella siempre desaparece
Se desvanece tras las nubes
Como un señuelo
Soy invisible para ella
Luego, rebuscando en el blog de Remate, hemos descubierto que, amén de haber firmado uno de los discos españoles del año, este señor tiene muy buen gusto comiquero. Además de a Penny Century, en su blog encontramos referencias a Charles Burns o a Chris Ware, del que comenta: "Abro otra vez el ACME de Chris Ware para volver a darme cuenta de que ahí están todos los misterios de la humanidad sin resolver, los de siempre y los de nunca." Lo suscribimos palabra por palabra.
Denle una oída a este Superluv, que vale la pena.

lunes, mayo 02, 2011

Estocolmo: islas, museos, vikingos y (algunas) viñetas.

Acabado nuestro Salón, salimos contrarreloj de la Ciudad Condal, vía Gerona, para coger un vuelo a la capital de Suecia. Esta es la segunda etapa del periplo que les contábamos el otro día. Así de viajeros y vertiginosos nos mostramos a veces.
Hay países a los que te acercas con muchos alicientes a estribor, pero con no demasiadas expectativas tebeísticas. Estocolmo podría ser el caso. Claro, que también esperábamos frío y lluvia, y resultó que todas las tormentas se habían venido para España a aguarles la Semana Santa a procesionales y visitantes foráneos. Fue gracioso, llegamos a nuestro hogar sueco provisional y apareció Modesty Blaise casi en la puerta a recibirnos con un glamuroso hola.
Estocolmo es una ciudad preciosa, una de las capitales europeas más esplendorosas, como los son sus hombres y mujeres: ciudadanos civilizados, sonrientes y tan altos como guapos. La ciudad está formada por 14 islas y centenares de islotes, aunque los puntos más importantes de la ciudad se reparten entre cuatro o cinco de esas islas y la parte que ellos llaman tierra firme. Después de unos días de paseo por sus calles, cruzando puentes y recorriendo ínsulas, terminamos por familiarizarnos con nombres como Skeppsholmen (la isla de los museos, incluido el polémico Moderna Museet, diseñado por Moneo, o el National Museeum, que presentaba la también polémica exposición "Lust & Vice") o Djurgarden (una isla llena, también, de museos -como ese homenaje al fracaso náufrago que es el Vasamuseet-, parques y jardines).
Pasea uno por las callejuelas empedradas de Gamla Stan (la isla que encierra la parte antigua de la ciudad) y tiene la impresión de estar recorriéndose una villa medieval, con multitud de placitas bucólicas, cafeterías con encanto y estatuas de bronce; en ella se encuentra también la catedral y el Palacio Real. Nos topamos en Gamla Stan hasta con dos tiendas de cómics, llenas de cajas y expositores con novedades. Bastante tebeo familiar: resulta que en Suecia no son ajenos a las virtudes de los trabajos más recientes de Joe Sacco o Mazzucchelli.
Descubrimos otras dos tiendas de cómics en la isla de Sodermalm; dicen que esta es la isla bohemia de Estocolmo, el lugar a donde ir de compras o a pasear entre la modernidad juvenil de la capital. Es también la zona de marcha, donde se encuentran los locales de moda (con precios tan prohibitivos como en el resto de la ciudad, eso sí).
Constatamos también que hay ciertos cómics que aparecen en casi todos los escaparates de las librerías suecas: omnipresente es la serie humorística Bronto Berglin, de Jan & Maria Berglin, todo un éxito de ventas; el Rocky de Martin Kellerman (también publicado en nuestro país) es toda una celebridad, sus orejillas plegadas y su aire desaliñado son casi un icono de la vida sueca; también muy popular es el perfil heavymetalero-gótico de Nemi, el famoso personaje de la noruega Lise Myhre, que llegamos a encontrar incluso en versión joyera.
Para seguir ahondando en el mundo de las viñetas nórdicas, nos agenciamos los dos volúmenes de la antología de cómics suecos, From the Shadow of the Northern Lights, que publicó Top Shelf en 2008. Nuestras impresions acerca de los mismos, se las contamos en otro post un día de éstos.
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Ah, las gracias por las fotos a Paco y las gracias por el hogar a Dan.

lunes, abril 25, 2011

Reuniones, juergas y déjà vues en el Salón.

Volvemos después de un doble periplo. Su primera etapa fue la del Salón del Cómic de Barcelona. Un clásico. Tanto, que este año hemos tenido cierta sensación de déjà vu. Algunos de los pasos que venimos repitiendo año tras año en nuestras visitas al Salón van camino de convertirse en agradables ritos personales: otra vez, nos hemos reencontrado con antiguos amigos, hemos saludado a editores, autores y críticos, hemos paseado por exposiciones, asistido a sesudas reuniones matutinas y dormido bien poco, como bien merece la noche barcelonesa. 
En el Salón, disfrutamos de las enormes planchas del Tarzán de Harold Foster y Burne Hogarth, de los luminosos originales de Pellejero (¡qué belleza la que se encierra en esos ejercicios de estilo que son sus El silencio de Malka, El vals del gulag y En carne viva), de los originales de El arte de volar y de la revisión comiquera del universo zombi. De zombis, casi reales algunos de ellos, estaban inundados los pasillos del evento: maquilladores “haciendo” zombis como churros, visitantes compitiendo por la más verosímil zombificación, monólogos zombis, los mencionados originales zombis… La victoriosa sombra de Kirkman (con asombroso premio del Salón incluido, en el año en que Sacco hizo sus Notas al pie de Gaza) es alargada y va dejando rastros de celebración por el camino. Estuvo entretenida la puesta en escena: Walking Dead versus Star Wars, y a ver quién es más friqui.
Mamá, este zombi está muy vivo
Pellejero y viva la composición
Nosotros, a lo nuestro, estuvimos dando vueltas entre casetas, junto a nuestro buen amigo Gaspar Naranjo, dando abrazos y saludando a personalidades del mundillo: Ed, dotado artista-editor, nos enseñó los nuevos preciosos proyectos de Mamut para esta temporada (atención a sus fichajes italo-franceses); Gonzalo Rueda, como siempre, nos recibió con los ventanales de su stand abiertos de par en par, y pudimos disfrutar de los hallazgos que presenta el nuevo número de La Cruda (que incluye en sus páginas a la bellísima y talentosa Femke Hiemstra); estuvimos con Tony Mascaró, que nos habló de una de nuestras editoriales favoritas, Apa-Apa, y de sus planes de futuro; saludamos a Paco Camarasa, abrazamos a Altarriba, aún en plena gira triunfal con Kim post-Arte de volar y tuvimos nuestra mini-reunión de pasillo con primeras espadas de la crítica comicográfica como don Álvaro Pons (que nos reveló buenas nuevas con acento francés), los Entrecomiqueros o Santiago García (antes de erigirse en vencedor de uno de los premios del Salón, también). 
Entre los artistas "neofirmantes", destacó la expectación creada por la reaparición de Mariscal, la presencia de un peso pesado del cómic italiano como Igort o la predicación con la que aguantaron la cola los fans de Garth Ennis y Steve Dillon. Además, de postre, otro de nuestros favoritos, Edmond Baudoin, nos firmó y dedicó, con dibujito incluido, un ejemplar de Ensalada de Niza. Por lo demás, había escenas que parecían grabadas en vídeo del año anterior y proyectadas en bucle: ahí seguían Paco Roca y Miguel Gallardo, ganando premios y firmando ejemplares. Pareja al año anterior fue también la afluencia de visitantes: poca cosa el jueves (nos dijeron) y el viernes, y hordas de padres con hijos, hijos con novia, novias con amigas y familias al completo el sábado. De frenopático estadístico.
Tres eran tres, Gallardo, Roca y un francés, Baudoin
Ennis y Dillon, predicando que es gerundio
Mariscal, un Garriri más
Emociones fuertes. Doloroso, más que fuerte, fue el alzamiento matutino del sábado para asistir a una nueva reunión de la Critica con vistas a la definitiva formación gremial de la Asociación de la Crítica de Cómics. Gracias al trabajo ímprobo de José Antonio Serrano, parece ser que esta vez va a ser que sí. Votamos por ello, será un placer pertenecer a tan selecto grupo. Además, con la excusa, tuvimos la ocasión de conocer personalmente a gente del universo critiquero como Elisa McCausland, Lucía González o Roberto Bartual; nos quedamos con las ganas de saludar a Segio García (a quien tanto recurrimos para las páginas de nuestra Arquitectura...), pero al final no cuadró la cosa entre tantas idas y venidas.
Pasándolo en grande: Aja, Naranjo y Olivares
Tampoco andábamos muy frescos de reflejos, eso es verdad, después del ajetreo nocturno. Uno de los alicientes del Salón es lo bien que te lo pasas en el post-Salón. La noche del viernes pudimos constatarlo con otro de esos reencuentros que nos hacen felices: estuvimos cerveceando con nuestro amigo López Cruces y con el señor Olivares, conocimos a ese marvelita talentoso que es David Aja y cruzamos palabras con uno de los malditos sagrados del cómic patrio, el señor Santiago Sequeiros, nada menos. El sábado, finalmente, no pudimos asistir a la entrega de esos divertidos premios paralelos que han nacido este año, Los Golden Globos (con galardones al "mejor principio", al "mejor papel", al "mejor vestuario" o a las "mejores guardas"); estábamos en la fiesta de La Cruda. Lastima de ubicuidad. Eso sí, por la noche nos desquitamos con unos bailes junto a los chicos de Entrecómics, en la Sidecar, que ni Tony Manero, oigan. 
Ya ven, hay hábitos que devienen en vorágine. La segunda etapa, la del otro periplo que mencionábamos al comienzo, se la contamos en la siguiente entrada.

lunes, abril 18, 2011

Así habló Zaratustra. Filosofía a la japonesa.

Siempre hemos sido de la opinión de que el término “cómic” no es ni uno ni trino, sino dual. Lo discutíamos hace no mucho en una finca que ahora está temporalmente (esperamos) cerrada. Nos gusta la palabra “cómic” para definir todo este asunto de las viñetas, porque, mal que les pese a algunos, nos parece mucho más abierta, inclusiva y descargada de connotaciones que otras como “historieta” o “tebeo”. Además, siéndoles francos, hoy por hoy “cómic”, así con su alegre tilde coronándola, nos suena tan española como puedan hacerlo “fotografía” o “cine“.
Con “cómic” describimos una manifestación artística (“Me gusta el cómic”) y los objetos artísticos que se crean dentro de ella (“He leído un cómic de Ware”). Pero con la palabra cómic también describimos un lenguaje, una forma de construir narraciones basada en una doble articulación (más o menos) libre entre el texto y la palabra. Así, todos reconocemos las obras de Max o de Crumb como cómics, pero también Lichtenstein recurre a las herramientas del cómic, a su lenguaje al menos, en sus cuadros; aunque éstos no sean cómics, obviamente.
Todo esto viene a cuento de que, cada vez con más frecuencia, estamos viendo cómo otras artes, disciplinas no artísticas y textos varios, están recurriendo de una forma u otra al lenguaje del cómic para plasmar sus discursos respectivos. Esto sucede en diversas formas y medidas: no es lo mismo recurrir a las herramientas del cómic, que utilizar un cómic para comunicar un mensaje determinado. Que un texto narrativo y visual como el cine utilice instrumentos del cómic, aunque sea de forma esporádica o para adaptarlo, como hacen American Splendor, Hulk o Scott Pilgrim, es relativamente normal. Tampoco es extraño dentro de los discursos persuasivos, como los de la publicidad (sobre todo la publicidad gráfica), hallar rasgos del cómic: globos, líneas cinéticas y cartuchos. Más extraño es toparse con que textos explicativos, descriptivos o argumentativos han decidido recurrir a las viñetas para plasmar su discurso. Pese a todo, cada vez causan menos sorpresa los cómics didácticos, publicitarios o con aire de folleto de instrucciones. Nadie dijo nunca que el contenido de un cómic tenía que ajustarse a los géneros literarios clásicos, ¿verdad?
Ahora sí, lo que no habíamos leído nunca es un cómic filosófico. No hablamos de un cómic con ínfulas filosóficas o con profundidad de pensamiento, no, nos referimos a un cómic que adapte una obra filosófica. Y es que la filosofía y el debate argumentativo abstracto parecen los campos menos propicios del mundo a la hora de plasmarlos desde la narración gráfica.
Por eso, tiene mérito la propuesta de Herder Editorial (especializada en dicho campo, el del pensamiento y la filosofía) de editar la adaptación al manga de Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche. Si los japoneses han creado mangas para economistas (la abstracción del número), cocineros (la concreción del gusto y el olfato) o jugadores de gon, ¿por qué no podía un tratado filosófico sufrir un proceso similar de asimilación?
En realidad, la trasmutación tiene truco, y es que si hay una obra de pensamiento filosófico con cierta base y potencial narrativo, esa es la de Nietzsche. En su antirreligiosidad, el Así habló Zaratustra tiene mucho de parábola doctrinal, y ¿no se han adaptado al cómic obras de pensamiento religioso una y otra vez? (el último y mejor ejemplo, el monumental Génesis de Crumb).La adaptación en sí es “graciosa”, muy manga, muy Urasawa en el apartado gráfico. Superada la perplejidad de leer sentencias dogmáticas o frases de trascendencia teleológica en boca de personajes que parecen recién salidos de Evangelion o de Nausicaä, lo cierto es que el experimento es divertido; en sus páginas se juega al melodrama, al thriller psicológico y a la aventura exotérica a partes iguales. Funciona bien por momentos, no peor que muchos mangas estimables, en todo caso. Interesa, cuanto menos, por la curiosidad que despierta la propuesta.
La campaña de la editorial de Herder para su promoción, es también la mar de imaginativa: el lector mismo puede participar de dicha promoción, fotografiándose con un muy “nietzschiano” bigote y optar a diferentes premios si su foto resulta una de las tres seleccionadas; las instantáneas van apareciendo en el blog que los chicos de Herder han puesto en funcionamiento para tal efecto.
Nos hubiera gustado, eso sí, saber a quién se deben las páginas de este manga. Si nos quedamos con la información que se ofrece en el librito (portada y lomo incluidos), cualquiera diría que ha sido el mismo Nietzsche el que ha hecho la adaptación de su propia obra (porque del mangaka en cuestión no hay ni rastro). A lo mejor así ha sido, vayan ustedes a saber, que con esto del eterno retorno uno nunca está seguro ni de su propia identidad comicográfica.

lunes, abril 11, 2011

Arte en el mercado. La calle pinta.

Todos cuantos nos siguen saben que llevamos un tiempo dándole vueltas al asunto del arte urbano, o la cultura callejera, que lo mismo da. También se habrán dado cuenta de que no hace falta irse a Madrid, Barcelona, Londres o Berlín para encontrar intervenciones de calidad a pie de acera; hemos hablado aquí de Granada o de Santander, por ejemplo. Hoy lo haremos de Soria.
Resulta que en esa pequeña ciudad machadiana se observa en los últimos tiempos cierta ebullición cultural. La última ocurrencia que se les ha venido a la cabeza a sus representantes y artistas ha sido intervenir artísticamente la vieja plaza de abastos, antes de que se lleve a cabo su demolición. Ya ven ustedes, nunca la palabra efímero tuvo tanto sentido. Con la finalidad de dinamizar el espacio del Mercado Municipal, cuatro jóvenes artistas sorianos han intervenido sus muros o en su perímetro, han fotografiado su interior y han escrito en sus azulejos. Lo explica con lucidez en el prólogo del estupendo catálogo, Eva Lavilla:
La exposición Arte en el Mercado es el resultado de la propuesta de un grupo de artistas aprovechando la intervención que el ayuntamiento de Soria está realizando sobre un espacio tan emblemático de la ciudad como el Mercado de Abastos. Es el paréntesis, entre su desaparición física y su reconstrucción, en el que se desarrolla la actividad artística como un puente que une pasado y futuro (...) Más tarde, quizás, se desarrolle un último acto cuando el nuevo y definitivo mercado se levante sobre las ruinas del que de alguna manera ahora nos estamos despidiendo. Como si de un templo se tratase, como si aprovecháramos un espacio ya sagrado, santificado por el contacto de los hombres y mujeres, por el acto cotidiano de la comunicación, el nuevo mercado esconderá en sí mismo los restos arquelógicos de éste.
Los artistas implicados en el proyecto son Gloria Rubio Largo, Enrique Rubio Romera, Paye Vargas Soria y Javier Arribas Pérez. A nosotros, imbuidos en el asunto del grafiti y la pintura mural, nos interesa especialmente la propuesta de este último.
En su intervención, Javier Arribas decidió utilizar un muro exterior del edificio para recrear una visión efímera y mutable del mercado, un juego de representación sobre los muros de lo representado. Al dibujar en la pared el perfil de la fachada, el mural del Mercado entraba directamente en un juego autorreferencial. Pero la intención última de la obra tenía un alcance pictórico: el dibujo de la plaza y sus calles circundantes había de estar tan abierto a los habitantes de Soria como siempre lo han estado las verdaderas puertas del mercado. De este modo, el dibujo perfilado en la pared, la silueta de este edificio emblemático (que señalaba la prologuista), se convertía simplemente en el contenedor de las intenciones artísticas espontáneas de cada paseante, curioso o artista en ciernes que tuviera a bien pasar por allí. Todo el que quisiera podía participar en la obra, esa era la única premisa.
El resultado fue grabado en vídeo y editado posteriormente a alta velocidad. El espectador observa como la pared convertida en lienzo espontáneo evoluciona a través de colores y matices. Atraviesa diferentes fases y mutaciones que, curiosamente (por lo azaroso de su realización práctica), nos recuerdan a diferentes momentos de la historia de la pintura reciente: obsevamos brochazos expresionistas, coloridos matices impresionistas en las últimas fases de su realización, intervenciones textuales que bien podrían surgir de un improvisado paseante dadaísta. La impronta de las Vanguardias Clásicas está viva en la calle, de eso no hay duda. Javier Arribas controlaba el proceso sólo parcialmente:

Partiendo de un esbozo sobre un papel comienzo el mural "Con fecha de caducidad". al principio la obra sigue una pauta marcada por unas líneas blancas que realizo como guía, sin intención de restringir pero sí de encaminar de alguna manera el trabajo para evitar el caos de otras experiencias comunitarias. Estas líneas reproducen por medio de una cuadrícula el boceto que tantas pruebas ha requerido.
El propio artista continúa describiendo el proceso:
Por un momento pienso que estoy perdiendo el control de la obra, permito que el caos siga su curso esperando que se reconduzca como un río desbordado. Lógicamente esto no ocurre y mi deformación profesional hace que repinte las zonas en plena anarquía con planos de color puro. Entonces surge una reflexión para próximas obras: ¿Cuál sería el futuro del mural sin mi intervención?
Uno de los aspectos que más llama la atención del resultado final es la constatación de aquella asunción clásica que creíamos olvidada: en cada niño hay un artista en potencia. Son ellos quienes más y mejor participan en esta creación muralista. Lo hacen de forma alegre y desprejuiciada, sin más trascendencia que la del disfrute inmediato y la intervención efímera; que como venimos diciendo, era el verdadero objetivo inicial de la propuesta, de ahí su título, "Con fecha de caducidad". Para concluir su intervención, el artista fotografió finalmente algunos fragmentos de esta geografía mural aleatoria, y con ellos ha compuesto un nuevo mural-puzzle, dislocado, irregular y casi tan ajeno a su control como la obra inicial de la que se alimenta.
Los resultados de ésta y de las demás intervenciones se podrán ver en el Palacio de la Audiencia de Soria, hasta el día 23 de abril. Les dejamos con el vídeo de "Con fecha de caducidad", para que lo disfruten.

lunes, abril 04, 2011

Buendolor 2, de Nofu. Muestrario de historietas patológicas.

Esta vez el subtítulo de la entrada no lo hemos puesto nosotros, es el que reza en la portada de la nueva entrega de Buendolor, el fanzine de Nofu. La verdad es que le viene al pelo.
Hablábamos el otro día de cómics indies y se nos ocurren pocos ejercicios más indies que editar un fanzine viñetero por estos lares; cuánto más si encima la cosa es unipersonal y monográfica. Aunque, en realidad, esto último no es del todo cierto: la nómina de colaboradores en Buendolor aumenta con cada número. En este volumen dos encontramos historietas de Esteban Hernández, de Brais Rodriguez o de Marcos Prior, aparte de cinco historias del propio Nofu (Álvaro Nofuentes). Estas últimas son, sin duda, lo mejor del fanzine.
Nofu continúa evolucionando como narrador y afinando su trazo underground, desasosegante y muy expresivo, aunque en ocasiones (en algunos fondos, sobre todo) un poco rígido. En todo caso, su personal estilo se ajusta como un guante a esas historias de falsa normalidad que nos cuenta. Casi todos los personajes de las historias de Nofu esconden la realidad de sus existencias debajo de una máscara que, sólo en apariencia, se confunde con un rostro normal (como esas caretas que desnudan el simbolismo antropomórfico de los animales protagonistas de "El bosque de la mente"). En las viñetas de Nofu, la existencia trascurre al paso lento de la cotidianidad, mientras en su interior, los personajes rumian lentamente la tragedia de su descontento, de su hastío o de su falta de decisión. En ese sentido, podríamos leer el collage que compone su primera historia en este Buendolor 2 ("Alumbramiento") como un compendio de esos pensamientos y vivencias soterradas que crean un universo paralelo mucho menos atractivo que el que la pura normalidad parece anunciar. "Seamos. Estemos" nos dirige hacia los momentos perdidos y nos sugiere la imposibilidad de recuperar el pasado en los mismos términos en los que aconteció por vez primera. "Nudos" es un juguete narrativo experimental que avanza en esa misma línea de desencuentros entre personajes que un día parecieron tener algo en común. El absurdo existencial. Lo vemos de nuevo en "No consigo...", una visión dislocada en escenas sólo aparentemente inconexas.

Frente a las aportaciones más experimentales de Martín López ("Además nos gustaba..."), de Tana Simó ("Historias de escaleras") o de Maxime Jeune y Apolline Schöser ("+1+2-1-1"), quizás el relato que mejor encaje con el espíritu general del fanzine sea esa interesante visión autocrítica hacia la perenne insatisfacción en la que todos caemos alguna vez, que podemos leer en "Ya es tarde todavía", de Miguel Ángel Agulló y Tamara Jiménez.
Ya ven, todo un muestrario de palogías sociales la que recoge este pequeño fanzine, editado de forma elegante y primorosa. Y todo por cuatro euritos de nada. Ojalá su estancia en Angoulême le siga dando a Álvaro Nofuentes frutos tan jugosos. Le seguiremos la pista.

lunes, marzo 28, 2011

Hair Shirt, de Patrick McEown. Indie-cómics con perros peludos.

Algo se está cociendo en Canadá, y lo hace al ritmo de los Arcade Fire, de los New Pornographers, de los Hidden Cameras o de los Crystal Castles. Canadá huele a indie.
Cuando comenzamos a leer Hair Shirt tuvimos un pálpito, ¡a ver si esto va a ser canadiense! Se lo decimos como lo sentimos, que la cosa olía a Montreal o a Toronto por los dos costados del libro. El nombre del autor, tampoco nos sacaba de la órbita de pensamiento. Bingo, efectivamente, Patrick McEown es canadiense, un autor de mainstream que se ha pasado a la independencia con tanta fe que, como se señala en su biografía, considera que Hair Shirt es en realidad su primer cómic, "a pesar de su gran experiencia en el medio". También dice en la misma que para llevarlo a cabo "se inspiró en su propia historia y la de su gente", y ahí encaja todo: los personajes de este cómic son más indies que los de los tebeos de Jeffrey Brown. Una vida así de alternativa no se puede vivir más que en Canadá. Detroit, Seatle, San Francisco o Athens han pasado a la historia, la movida actual crece y se reproduce en el país del arce. Larga vida a los hijos de Neil Young.
Pero, ¿y qué es un cómic indie aparte de un tebeo protagonizado por personajes indies? Difícil, podríamos hablar de rasgos como la independencia, el riesgo, la falta de pretensiones comerciales, la sinceridad... Lo saben bien los también canadienses del Drawn & Quarterly (Seth, Matt, Chester Brown, Doucet), que cambiaron el concepto de la autobiofrafía en el cómic allá por los 90, y que ahora convivien con el rol del autor consagrado, pese a venir prácticamente de la autoedición. Les ha pasado a muchos de los autores de minicómics de aquella década. Quizás todo forma parte de un movimiento artístico global mucho más amplio que el cómic: tenemos la impresión de que lo indie se está conviertiendo en "lo pijo". Suena raro sí, pero nos da en la oreja que cualquier día se oirá a Sigur Ros y a Radio Head en los garitos de Serrano. La industria lo ha vuelto a hacer, ha absorbido lo que era alternativo para hacerlo suyo. En el cómic, la gran industria casi ni existe, así que podemos decir que lo alternativo y lo mercantil han convivido siempre mezclando sus fronteras de forma natural. Ahora, ¿no les parece indicativo la cara de figurón del arte contemporáneo que se les está poniendo (de forma merecida, añadimos) a gente otrora tan underground y marginal como Daniel Clowes o Chris Ware? De un día a otro nos los encontramos en Arco.

Nos enrollamos. Decíamos que Hairshirt es un tebeo muy indie, porque sus personajes llevan una vida que ni los antiguos bohemios franceses, muy de novela de Nick Hornby o de Douglas Coupland: todos son artistas y músicos, amigos de las performance, viven en ruinosas casas con descuidado encanto, tienen trabajos basura de subsistencia (que no consiguen anular sus profundas inquietudes intelectuales) y, casi todos, esconden traumas infantiles de los que darían para escribir un cómic, como Hair Shirt. En el fondo, no lo dudamos, es el tipo de vida que lleva (o ha llevado) Patrick McEown. Da un poco de envidia. Dentro de su monotonía indisimulada, la cosa pinta fascinante: es el tipo de existencia que, a base de películas independientes y libros malditos, ha terminado por adquirir cierto rango icónico y mitológico para los hijos de aquella fallida Generación X y derivaciones post-grunge.
Seguimos enrollándonos. En Hair Shirt hay sexo, humo y rockandroll; y muchos sentimientos retorcidos y relaciones cruzadas, decepciones, engaños y aturdimientos. Es un cómic sinuoso y arrítmico, que devanea alrededor de la psique de unos personajes torturados y confusos. John, el narrador, cuenta en primera persona una parte de su historia personal, nos habla de sus relaciones, de su reciente ruptura y de su reencuentro con Naomi, su amor de adolescencia. A través de su voz se describe la tortuosa historia de juventud de Naomi y la de su hermano Chris, antiguo amigo de John. La memoria es fragmentaria e imperfecta, por eso los recuerdos de John se exponen en el cómic de forma dispersa, como si brotaran espontáneamente a propósito de una situación, una charla o un indicio concreto. El narrador-personaje de Hair Shirt tiene un discurso lúcido y su relato se mueve sinuoso por el pasado, alternando recuerdos, traumas y momentos oníricos revestidos en pesadillas con perro incluido (de ahí el título).
Patrick McEown escribe muy bien, sus diálogos suenan vivos y agudos (en muchos momentos ingeniosos); lamentablemente, en la vida vida vulgar y ordinaria el ser humano pocas veces es capaz de verbalizar con esa claridad y brillantez los conflictos interiores: por eso, en algunos pasajes, la prosa de McEown huele a filtro artístico en detrimento de la fluidez del relato. Es cierto, además, que, en ocasiones, se crea cierta confusión entre las transiciones oníricas, los recuerdos y el momento presente, pero como observará el lector con el devenir de la historia, este aspecto narrativo puede estar justificado por esa misma fragilidad de nuestro recuerdo. En ese sentido, el contexto de la acción, podría leerse como un entorno simbólico, una figuración geográfica de la inestabilidad emocional de los personajes principales:
Esta ciudad no existe. Quiero decir, que en realidad no podemos considerarla una ciudad. No tiene núcleo, no tiene centro, sólo periferia. Apenas es un lugar, sino más bien un circuito de rutas sin destino fijo. Como una serie de sucesos fugaces unidos por el anhelo de contactar. La gente no vive aquí, sólo circula, como satélites solitarios orbitando alrededor de un planeta que nunca existió.
El apartado gráfico es igualmente delicado y volátil: se basa en una trazo fino y nervioso que recuerda a la nueva hornada de estrellas francesas, desde De Crecy a Sfar, pero que emparenta, gracias a su abundante entramado, con el underground norteamericano. McEown demuestra escuela y personalidad para la recreación fisonómica esquemática, la gestualidad y el detalle significativo. El dibujo de Hair Shirt ayuda a crear una atmósfera intensa, sofocante en algunos tramos, y con ese aire "extraterrestre" que no debe faltar en un buen relato indie...
Quién sabe, el día en que se oigan a los New Pornographers en los discotecones ibicencos, quizás este buen tebeo de McEown llegue a ser un superventas. Mientras llega ese momento, pasaremos los periodos de nostalgia soñando que estamos en una fiesta shoegazing en cualquier ático canadiense, al ritmo de The Great Lake Swimmers.