miércoles, septiembre 23, 2015
Cómics Online: Go Get a Roomie!, de Chloé C. Divertida desvergüenza
sábado, enero 06, 2018
Los cómics de 2017 en Little Nemo's Kat
La levedad (Impedimenta), de Catherine Meurisse: Catherine Meurisse era dibujante de Charlie Hebdo en la fecha del atentado terrorista contra la revista que acabó con la vida de doce personas. La levedad es un cómic de superación y exorcismo, una confesión analgésica cargada de pena, desconcierto y un poco de esperanza. En La levedad, Meurisse hace un relato de la angustia de quien permanece mientras todos se van (salvó su vida porque ese día fatídico llegó tarde a la redacción), un perfil psicológico, sentido, desgarrado y muy personal, de la angustiosa ingravidez en la que flotó como un fantasma durante los meses siguientes al atentado. La levedad es un cómic de retazos organizados en breves secuencias de linealidad emocional, más que cronológica. Su relato en viñetas está cargado de metáforas visuales y un humor trágico. Quizás no existan muchas más formas de sobrevivir al sinsentido.
Oscuridades programadas (Salamandra Graphic), de Sarah Glidden: En el año 2010, la dibujante Sarah Glidden se unió al colectivo de periodistas independientes Seattle Globalist en una expedición a Siria e Iraq, con la intención de realizar diversos reportajes periodísticos sobre la situación postbélica en Oriente Próximo (acababa de concluir la Segunda Guerra de Iraq). El resultado de aquel viaje es Oscuridades programadas, una voluminosa novela gráfica que corrobora el auge actual del cómicperiodismo. Oscuridades programadas avanza en la línea metaficcional que la novela gráfica ha adoptado en las últimas décadas, pero también es un doble ejercicio autorreferencial: en primera instancia, sobre el acto de ser periodista y, finalmente, sobre la realidad del autor de cómics. De este modo, el trabajo de Glidden no se limita a ser un cómic que funciona como reportaje periodístico, sino que disecciona las dos profesiones desde dentro, la del periodista y la del dibujante, con la honestidad y veracidad de quien ha vivido aquello que narra y ha sido testigo de los dramas que sacuden el Globo.
Hernán Esteve (Libros de Autoengaño), de Esteban Hernández: Hernán Esteve es un trabajo de una honestidad brutal. Lo es por su empleo del género autoconfesional sin excusas y porque desde la primera página le agarra a uno y le zarandea hasta el final con un sopapo en la cara en forma de beso. En su nuevo cómic, Esteban da un paso más allá, para quedarse en pelota picada delante del lector. Sin más parapeto que un alterego que apenas esconde nada y que, por si quedara alguna duda, termina por romper cualquier espejismo de ilusión en la brillante secuencia final de la conversación entre el autor y el personaje, entre Esteban y Hernán, entre el otro que soy yo y su proyección dibujada sobre la página.
Estamos todas bien (Salamandra Graphics), de Ana Penyas: El primer trabajo de Ana Penyas tiene forma de homenaje reivindicativo. Es un cómic dedicado a sus abuelas Maruja y Herminia y, a través de ellas, a todas nuestras abuelas: mujeres diferentes que criaron a sus hijos en circunstancias y problemáticas muy diversas, pero que compartieron en su mayoría el ninguneo de una sociedad en la que a ellas se les dejaba poco margen de acción y palabra. Durante el franquismo y los años posteriores a la muerte del dictador, el machismo campaba a sus anchas y regía las normas de comportamiento en nuestro país. En ese tiempo, ser mujer, madre, ama de casa y esposa era un trabajo silencioso a tiempo completo, ni era fácil ni estaba reconocido. Aquellas mujeres sacaron adelante a nuestras familias y por eso Penyas las ha hecho protagonistas de una historia que avanza con pequeños gestos cotidianos y frugales miradas al pasado. Pero lo que más nos gusta de Estamos todas bien es su realización gráfica, una técnica mixta de lápices, fotografías, ceras, pinturillas y recortes, para componer un collage en el que el hule de la mesa camilla, el papel de la pared y el estampado de la falda plisada de la abuela son más auténticos que los de verdad. Mucho respeto, mucho cariño.
Poncho fue (La Cúpula), de Sole Otero: Hasta en la pareja más feliz late un infierno escondido. Sole Otero nos relata una historia de amor envenenado y pasión tóxica que respira verdad biográfica en cada viñeta. El título hace referencia a uno de esos juegos de convivencia (un “la llevas”) que alimentan las rutinas de las relaciones nacientes. Uno de esos pequeños ritos que sujetan el amor a las rutinas cotidianas. El dibujo de la autora, caricaturesco, sencillo, casi infantil, parece apoyar esa inercia de positivismo romántico que envuelve al enamoramiento incipiente. Sin embargo, a medida avanzan las páginas de Poncho fue, los miedos, las inseguridades y las obsesiones se apoderan de su historia, de sus personajes e incluso del dibujo de su autora, que cada vez se torna más simbólico, con sus metáforas visuales y su uso disruptivo (casi pesadillesco) de colores saturados y páginas conceptuales. En este punto, el cómic se convierte en un ejercicio de supervivencia: el de su protagonista, la joven ilustradora que desde las profundidades de su autoestima intenta zafarse de una relación destructiva, absorbente y tentacular.
Una hermana (Diábolo Ediciones), de Bastien Vivès: Vivès cada vez necesita menos para expresar más. La línea de su dibujo ha alcanzado un grado de depuración, modulada y esquemática, que con apenas unos trazos expresa gestos, emociones y sentimientos como el mejor de los maestros. No es ya que no necesite dibujar bocas y ojos, o cerrar movimientos gestuales, sino que incluso en su composición de escenas y paisajes se observa una concisión y habilidad tales, que su dibujo expresionista adquiere cualidades cuasi poéticas. Desde este lirismo natural, el francés aborda una historia de iniciación adolescente, un itinerario explícito y maravillosamente impúdico de búsqueda del amor y descubrimiento de la sexualidad. La sensibilidad de Una hermana lo desvía de cualquier ánimo provocativo y reubica su interés en la sencillez de los miedos, la curiosidad y la intensidad con la que los niños viven el tránsito hacia la adolescencia antes de desembocar en las asperezas de la vida adulta. Es difícil no reconocerse en algún instante de las páginas de Una hermana, pero Vivès (un autor aún muy joven, recordemos) nos ayuda a entender las particularidades existenciales de estas nuevas generaciones tecnológicas e hiperconectadas, que tan distantes se nos aparecen a muchos adultos.
Bride Stories (Norma Editorial), de Kaoru Mori: Uno de los mangas más delicados, preciosistas y estimulantes que hemos leído últimamente. Kaoru Mori es una mangaka que construye viñetas como quien teje una alfombra, sin prisa, con atención exquisita a los detalles y con una paciencia infinita. Para contextualizar sus historias (porque los nueve volúmenes de la serie se bifurcan en diferentes hilos argumentales) ha elegido un tiempo y una geografía pretéritas: la de las tribus seminomádicas que a finales del siglo XIX habitaban las estepas del Asia Central. En una de esas sociedades tribales se concierta la boda entre la bella Amir Halgal y el aún adolescente Karluk Eihon. A partir de ese escenario, tan ajeno a la saturación digital y las urgencias vitales contemporáneas, Karuo Mori construye un tapiz costumbrista enriquecido por el deslumbrante lujo de detalles con el que recrea las arquitecturas y el diseño de interiores, los ropajes y adornos de sus protagonistas, las armas, vajillas y demás útiles diarios, etc. Un viaje al pasado con el habitual ingrediente amoroso que no puede faltar en un buen manga de romance histórico.
Cortázar (Nórdica), de Marchamalo y Torices: No es Cortázar un autor sencillo. Marchamalo y Torices deciden que tampoco la reconstrucción de su biografía debería serlo. Por eso, en lugar de optar por un relato lineal de acontecimientos, deciden embarcarse en el ensamblaje de un rompecabezas fragmentario y disperso construido a partir de episodios anecdóticos e instantes representativos descontextualizados; un puzle compuesto por entrevistas, citas literarias, recortes periodísticos o documentos fotográficos. En su ánimo de subrayar esa mirada cortaziana, Torices opta por expandir el aire experimental y evocador del texto de Marchanalo a la misma construcción gráfica de la obra. Para ello, huye de cualquier tipo de convencionalismo estructural. Las líneas de viñeta se desdibujan, las secuencias asumen soluciones inesperadas y el dibujo mismo entra en un proceso de mutación simbólica o se deshilacha y aligera como el recuerdo de un recuerdo; como el vestigio de aquella historia que nos contara la Maga y de la que sólo nos ha llegado la esencia.
El perdón y la furia (Museo Nacional del Prado), de Altarriba y Keko: En su serie reciente de reflexiones acerca del arte y la violencia (recordemos el cómic Yo, asesino, realizado por los mismos autores), Altarriba construye un “thriller académico” alrededor de la figura de un profesor universitario, Osvaldo González Sanmartín, patológicamente obsesionado con la figura de José de Ribera (el cómic fue publicado por el Museo del Prado con motivo de su exposición monográfica alrededor de la figura de José de Ribera, el Españoleto). La línea expresionista de Keko, su magistral empleo del claroscuro y su talento gráfico a la hora de componer escorzos imposibles y recrear espacios lóbregos, son esenciales a la hora de construir una historia presidida por esa dialéctica entre muerte e inmortalidad que nunca ha dejado de estar presente en la historia del arte. Aunque en algún momento pueda resultar un tanto artificioso, El perdón y la furia es un relato erudito e inteligente, un ejercicio atípico y sorprendente de género que mantiene el interés del lector desde la primera viñeta.
El arte de Charlie Chan Hock Chye. Una historia de Singapur (Dibbuks), de Sonny Liew: El cómic de Sonny Liew es la biografía simulada del dibujante de cómics Charlie Chan Hock Chye, tan falso él como su obra. El mérito de este trabajo reside en que, a través de ese ficticio periplo vital, su autor recorre la historia sociopolítica reciente de Singapur y, en paralelo, la historia misma del cómic; con algunos de sus grandes autores, escuelas e hitos más relevantes. A medida que se despliega la biografía del protagonista, el lector asiste a la evolución estética de Charlie Chan como dibujante de cómics: a su búsqueda de un camino propio. En el recorrido de aprendizaje (empujado por diferentes fases de imitación, plagio, inspiración y homenaje) se cruzan los cómics de Winsor McCay, Walter Kelly y Carl Barks; la escuela de Tezuka, Tatsumi y Taniguchi; o la admiración por los cómics de Harvey Kurtzman, Jack Kirby y Frank Miller. El itinerario de Charlie Chan se convierte así en un museo-collage postmoderno de estilos, guiños y citas a la historia del cómic. Un collage en el que también se mezclan las fotografías, ilustraciones, cuadros, pósters, noticias de periódico que ayudan a reconstruir una vida que en realidad nunca fue tal. Uno de los grandes cómics de los últimos años.
Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: Con este integral se redondea en España la publicación de uno de los recorridos experimentales más extravagantes, rupturistas e inspiradores de la última década. Ya incluimos las primeras entregas del cómic de Schrauwen en listados precedentes, pero sería injusto no volver a reincidir en un capricho tan loco y vanguardista como el que plantea el (aún joven) dibujante belga. La poco fidedigna reconstrucción biográfica del periplo africano que su abuelo Arsène Schrauwen viviera en los tiempos coloniales del Congo Belga, le sirve a su nieto Olivier para experimentar con el estilo gráfico y la forma narrativa en direcciones que el cómic apenas había frecuentado; pero que (en gran medida gracias a este cómic) cada vez veremos más veces repetidas en trabajos futuros. Schrauwen ubica su relato en un territorio indefinido entre el género de aventuras, la experiencia onírica surrealista y el viaje interior. El resultado es una obra profundamente postmoderna y metanarrativa en la que las herramientas del medio se emplean para desvelar el andamiaje ficcional que las sustenta: el artificio narrativo expuesto a la vista de todos en toda su aparatosa convencionalidad. Un cómic como hay pocos.
Black Hammer (Astiberri), de Dean Ormston y Jeff Lemire: Revisión nostálgica e intergenérica de Watchmen (pero también de las Golden y Silver Ages del cómic clásico). Black Hammer es mucho más gótica, mucho más ciberpunk y mucho más retrofuturista que aquella obra maestra, pero igualmente crepuscular y revisionista. El género superheroico parecía obsoleto a finales de los 80, pero en las últimas décadas ha recobrado algo de vida gracias a su proyección en la gran pantalla y al cuestionamiento constante de sus propias coordenadas constitutivas. La serie de Ormston y Lemire (uno de los chicos de moda del cómic actual) actualiza nociones como las del multiverso o los supergrupos, con un acercamiento introspectivo y muy psicologista a las motivaciones de unos personajes exiliados en tierra de nadie, que han dejado de ser superhéroes invencibles para convertirse en unos tipos molientes y corrientes que no se soportan ni a ellos mismos. Desde este punto de vista, el cómic despliega la fantasía heroica y raciones de superpoder a muy pequeñas dosis y, como hiciera la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons hace ya muchos años, nos enfrenta a unos personajes más humanos y verosímiles que la mayoría de los estereotipados superhéroes habituales.
Un millón de años (Astiberri), de David Sánchez: Lo fácil sería decir que David Sánchez es el Charles Burns, o incluso el Daniel Clowes, español. La línea clara de su dibujo y sus atmósferas desasosegantes nos recuerdan a ellos, sí, pero limitarnos a tal aseveración significaría no reconocerle del todo al madrileño su merecido lugar de privilegio dentro del cómic español reciente. Estamos ante uno de los autores contemporáneos más originales y brillantes: uno de esos dibujantes capaces de enterrar clichés y descubrir itinerarios narrativos sorprendentes en cada nueva página. Su obra se ha movido siempre en el territorio del extrañamiento y lo inesperado, pero pocas veces ha sido tan nihilista, distópica y desesperanzada como en Un millón de años. Ese escenario postapocalíptico y salvaje en el que sobreviven sus protagonistas crea el contexto perfecto para un relato de terror, sin embargo, la inercia impredecible (y no siempre comprensible) de sus actos nos habla de oscuras revelaciones teleológicas y de mensajes simbólicos alienígenas, de civilizaciones desconocidas y de tiempos peores. Si se trata de una metáfora, lo cierto es que da miedito de veras.
Sabor a coco (La Cúpula), de Renaud Dillies: Sabor a coco es el homenaje de Renaud Dillies al mundo mágico y surreal de George Herriman. Sus personajes Jiri y Polka recorren un desierto que ya no es el de Coconino County, pero que, como aquel, abarca las posibilidades expresivas y estéticas del cómic en su búsqueda de nuevas poéticas narrativas que no dejan de mirar al pasado. Como también sucedía en Krazy Kat, las planchas de Sabor a coco conforman macrounidades narrativas con vida propia. Componen un espectáculo visual postmoderno a medio camino entre el códice ilustrado y el cartel circense: una sucesión de estructuras impredecibles, marcos de viñeta polimórficos y una colección de filigranas, frisos, adornos y perifollos que suspenden el ilusionismo de la historia y nos invitan a dejarnos llevar por la belleza visual de la apuesta estilística, por el jugueteo retórico de la línea y la creación de espacios mágicos sobre la página.
Y sí, nosotros también nos encontramos entre el grupo de lectores deslumbrado por esa maravilla rupturista que es My Favorite Thing Is Monsters, de Emil Ferris. Además, podemos anunciarlo ya, estará en nuestra lista del año que viene, porque se ha anunciado su edición en español para 2018. (Y, parece ser, habrá película dirigida por Sam Mendes).
miércoles, septiembre 21, 2016
Una entre muchas, de Una. Voces silenciadas
Una entre muchas aporta luz sobre uno de esos casos de infamia colectiva: el del Destripador de Yorkshire, que entre 1972 y 1981 asesinó a trece mujeres e intentó matar a otras siete sin conseguirlo. La autora desafía la incredulidad del lector en un desglose continuado de despropósitos: la negligencia policial reforzada por patrones misóginos, las manipulaciones sensacionalistas de los medios de comunicación ingleses y la connivencia machista de una sociedad que tenía muy claras sus conservadoras prioridades morales como para que la realidad viniera a cuestionárselas.
miércoles, abril 25, 2018
Recomendaciones para "el día del cómic", en Culturamas
Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books) de Emil Ferris: El cómic de Ferris fue el gran triunfador del curso pasado en Estados Unidos y se esperaba su publicación en nuestro país como todo un acontecimiento. La autora ha facturado una obra inclasificable en la que el bolígrafo, los lápices de colores y el rotulador recrean sobre hojas pautadas de cuaderno un cuento grotesco habitado por niñas que quieren ser monstruos, jóvenes pandilleros, madres sobreprotectoras, mujeres asesinadas y un vecindario espeluznante lleno de secretos. Detrás de todo ello, se despliega un monumental ejercicio simbólico acerca del crecimiento personal y la supervivencia, un relato turbador y heterodoxo que combina su ritmo hipnótico con un talento gráfico desatado. Lo que más me gusta son los monstruos es un cómic que no puede dejar indiferente a nadie.
sábado, enero 22, 2011
NonNonBa, de Shigeru Mizuki. Niños y fantasmas.
Lo decíamos el otro día, una de las razones por las que el año 2010 permanecerá en nuestra memoria comiquera es el descubrimiento definitivo de Shigeru Mizuki en nuestro país. Después de años leyendo y escuchando hablar de sus virtudes, al fin nos ha llegado la oportunidad de constatar la evidencia. A finales del 2009 se publicó Hitler. La novela gráfica, pero es que el curso pasado hemos tenido la suerte de poder disfrutar de él por partida triple con su Operación muerte, con el primer volumen de su serie GeGeGe no Kitaro y con la estupenda NonNonBa.
Esta última recibió el gran premio del jurado en el salón de Angoulême de 2007. No nos extraña en absoluto: NonNonBa es un prodigio narrativo y visual.
El estilo gráfico de Mizuki es inconfundible, con su mezcla de personajes caricaturescos (con un aire muy cartoon) y unos fondos realistas y muy minuciosos en el detalle, que remiten a la tradición del paisajismo japonés (esa combinación gráfica que Scott McCloud definió como enmascaramiento). El efecto es hipnótico.
En este caso, no obstante, el talento visual de la obra está al servicio de una historia llena de secretos y hallazgos narrativos. Shigeru parte de episodios parcialmente autobiográficos de su infancia, para adentrarse en las profundidades de la espiritualidad filosófico-religiosa de las creencias japonesas. Guiados por el personaje de la vieja NonNonBa, que da título al cómic, descubriremos el mundo de los fantasmas y espíritus que pueblan el panteón sintoísta nipón. Un universo en el que el culto a los ancestros y el respeto, casi reverencial, por la naturaleza se convierten en protagonistas capitales de la historia.
Pero si hay un tema que sobrevuela todas y cada una de las páginas del cómic de Shigeru Mizuki, ese es el de la muerte; enfrentada con una visión muy diferente a la de nuestra cultura: un acercamiento resignado, exento del espíritu trágico judeocristiano, la muerte como tránsito hacia otra realidad. El niño Shigeru descubre la dureza de la existencia y crece en las páginas del cómic con cada tropezón vital. Con la ayuda de la vieja NonNonBa y sus historias de fantasmas y yôkais japoneses, el protagonista del cómic aprende a avanzar por la vida, y a asumir como inseparables las pequeñas tragedias y los gozos que la alimentan. El lector recorre junto a él ese itinerario, al mismo tiempo que se le revelan, como en un gran fresco de la vida rural, las costumbres y tradiciones del pueblo japonés a principios del S.XX.
Pidámosle un último deseo a los espíritus japoneses: que el romance editorial español con Shigeru Mizuki dure muchos años más.
sábado, junio 05, 2021
A Single Match, de Oji Suzuki. Melodías extrañadas
En un momento u otro habíamos tenido la oportunidad de leer páginas de casi todos ellos excepto de Oji Suzuki. Parte de su obra está publicada en francés (Le kimono rouge; Vaste le ciel; Bleu transparent) y en italiano (La casa delle stelle), pero el libro que ha llegado a nuestras manos es A Single Match (edición inglesa de Le kimono rouge), la colección de historias cortas que los canadienses de D&Q publicaron en 2010.
Los relatos de Suzuki no esgrimen la autobiografía de forma tan obvia como pueda hacerlo Shin'ichi Abe en su idiosincrática interpretación del watakushi manga (‘manga del yo’), ni hacen tanto hincapié en el lirismo como Seiichi Hayashi, que basa su narrativa en la evocación simbólica de las imágenes y en el cripticismo de unas referencias socio-culturales difíciles de descifrar para un lector occidental. Y, sin embargo, tanto estilística como conceptualmente, la narrativa de Suzuki encuentra numerosos puntos de confluencia con los de sus amigos y compañeros de generación.
En las historias de A Single Match encontramos esas huellas del relato biográfico que define a los mangakas watakushi; por ejemplo, en la obsesión de Suzuki por la infancia entendida como bifurcación y por el modo en el que cada uno construye su propia existencia a base de descartes y decisiones sin vuelta atrás. El relato que titula el volumen, "A Single Match" (pero también "Fruit of the Sea" o "City of Dreams") dibuja un recorrido circular entre el presente y el pasado, y está poblados de alusiones simbólicas a la inocencia perdida, a los instantes decisivos que determinaron la huida hacia un futuro, seguramente, menos feliz de lo que el niño inconsciente podía adivinar. La narración elíptica y simbólica de Suzuki oscurece el significado de unos diálogos y secuencias cuya musicalidad se ve con frecuencia subrayada por recitados y letanía extradiegéticas (canciones, poemas, ruido medial), que actúan como banda sonora connotativa con una intención más evocativa que narrativa.
Suzuki es, si cabe, más oscuro y tenebroso que Abe, Hayashi o Tsurita. Sus historias están sobrevoladas por una idea de fatalidad que conecta a la existencia con la muerte y los espíritus que la habitan (transfigurados muchas veces en forma de recuerdos, de presagios o sueños en otras), pero también con los deseos incumplidos o la imposibilidad de aprehender la realidad. Lo vemos en el sobrecogedor "Tale of Remembrance", que, como se anuncia en su título, se acerca a la muerte de la hermana desde el plano dolorido de la memoria y la evocación onírica, fantasmal, del ser querido; o en "Crystal Thoughts", en la que el niño proyecta fallidamente sobre un objeto, un aparato de radio, un deseo de trascendencia que le explique la realidad compleja que le rodea; incomprensión que se repite en "Mountain Town", en la que los universos del niño y el adulto recorren vías divergentes que los separan dolorosamente.
El dibujo de Suzuki coincide con el de Abe en su apuesta por un expresionismo feísta que juega con el claroscuro a partir de la imperfección de las tramas y un trazo despreocupado. No obstante, su estilo es, si cabe, todavía más oscuro y evasivo que el de aquel. En muchas ocasiones, sus personajes no son otra cosa que sombras o siluetas perfiladas sobre el fondo oscuro de la noche o el polvo de los caminos. El niño de "Color of Rain" se despierta sobresaltado en medio de sus pesadillas, pero sólo vemos su silueta rodeada por la oscuridad y los presagios de la noche; la figura solitaria del protagonista de "Fruit of the Sea" se recorta sobre un mar encrespado mientras observa la luz lejana de un faro.
En marzo de este año, Gallo Nero ha publicado Tokyo Goodbye, una selección que incluye algunos de los relatos que Suzuki dibujó en los años 70 y que ofrece al lector español la oportunidad de bucear en la narrativa extrañada y simbólica de uno de los autores más singulares y exigentes del cómic japonés. Una nueva ventana abierta a ese otro manga que representaron los autores de Garo.