martes, junio 26, 2007

Blutch, las curvas del sueño.

Blutch es un niño travieso en busca de espectadores incautos que observen sus piruetas narrativas, sus juegos infantiles de papel, sus sueños proyectados. La voluptuosidad es uno de esos sueños (uno de los de niño grande) y funciona con las coordenadas alteradas de cualquier otro: las de la lógica-ilógica y el camino aleatorio por el mapa de lo conocido.
De pocos cómics se ha hablado más en los últimos tiempos que de éste de Blutch. Quizás, precisamente, porque casi todos nos reconocemos de un modo u otro (en alguno de sus momentos) en su extrañeza aparatosa de sueño azaroso. Detrás del absurdo, de la aparente exhibición narrativa impresionista de La voluptuosidad, existen pautas de comportamiento, anhelos y frustraciones perfectamente diseccionable. No se trata tanto de analizar una trama, con sus supuestas directrices diegéticas (personajes-escenario-acciones), sino de abordar las pasiones que en ella se simbolizan y desde ella se generan. Sería tan sencillo liquidar el efecto desconcertante de La voluptuosidad en un altar de adoración al surrealismo, que no nos vamos a tomar la molestia, siquiera. Hay que ser más ambicioso, penetrar con obstinación en el cripticismo simbólico de sus imágenes, en su agresiva sensualidad.
Aceptada la armazón onírica del relato como guía narrativa, no resulta tan impertinente recorrer las páginas de Blutch y rastrear, a través de ellas, en los bajos fondos de la corteza humana. Según leía La voluptuosidad, me acordaba de esa última obra casi maestra de Kubrick, que fue Eyes Wide Shut (a la que le sobraba algún subrayado o sobre-insistencia, para haber entrado en el olimpo de las obras póstumas). Me acordaba de Eyes Wide Shut, decía, porque, como en aquella, en La voluptuosidad se abordan las proyecciones poliédricas del deseo: los rayos torcidos de ese fractal que es el instinto sexual. El ser humano esconde, y pretende no reconocer, aquello que más anhela: la carne. Nadie en su sano juicio rompería su estatus social, ni las normas de la sociedad que lo ha "adoptado", en aras de una sinceridad no demandada. Ni siquiera un dibujante tan heterodoxo como Blutch.
Por eso, hasta La voluptuosidad se escuda en el artificio impresionista de su esqueleto narrativo (la historia de un sueño o la historia como sueño o las historias que se enlazan, como en un sueño), para hacernos probar la seta venenosa del deseo animal sin que nos intoxiquemos; una coartada. Ni el lector más desinhibido hubiera aceptado de otra manera ver reflejados sus infiernos interiores (o, en todo caso, no los hubiera admitido como propios): y es que, las bajas pasiones (hasta la ofensa) o el bestialismo simbólico necesitan esconderse detrás de una máscara (y hay muchas en La voluptuosidad) o bajo un saco cualquiera.

jueves, junio 21, 2007

Operación 700 (III)

Ya teníamos a una de las jóvenes promesas y a uno de los clásicos contemporáneos, claramente, estábamos obligados a intentarlo con algún histórico. Como el presupuesto tampoco daba para grandes derroches, había que afinar el dardo pujador e intentar tirar de criterio y conciencia de clase (humilde, ehem).

Comienza la búsqueda ("the quest") y ¡anda! ¡qué es eso! Sí, esto me lo puedo permitir sin descabalar el presupuesto, ni futuros intentos de ampliación coleccionista (esto es, sin agotar el presupuesto setecientoseuril). Pujamos y... ¡nuestro!

Dirán ustedes, "¿y esto qué es?". Pues, damas y caballeros, nada menos que una tira original de 1928 de Mutt & Jeff, la creación de Bud Fisher, ¿aún no? Pues sepan que, entre otras muchas virtudes, a este caballero se le atribuye la creación del formato de la tira cómica, en 1907. Claro, la paternidad se discute hoy en día desde bastantes frentes, pero, lo cierto es que el amigo Bud fue, si no el primero, sí, uno de los primeros; y, en todo caso, uno de los padres indiscutibles del cómic tal y como lo conocemos hoy día. Dicho lo cual, tener la posibilidad de adquirir uno de sus originales por algo más de 200 eurillos, al menda le supo a "boccato di cardinale".

Perdonen ustedes el tamaño cuasi-inapreciable de la imagen, pero es que el escaneo resulta complicado cuando se maneja una pieza de las dimensiones de la que nos ocupa, ¿sabían que el señor Fisher hacía sus tiras de Mutt & Jeff, nada menos que a una escala de (así a ojo, que no la tengo delante) unos 30 x 75 cms; imposible que quepa en mi pequeña y casera scanjet.

Lo dicho, feliz como una perdiz, seguí con el propósito de hacer de esta una pequeña aventura privada llena de sorpresas. El siguiente encuentro no lo fue menos (sorprendente).

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martes, junio 19, 2007

Tutankamón, el nuevo héroe.

Paréntesis en la operación. Este mes, la revista Descubrir el arte cumple 100 números. Para celebrarlo, elabora un canon de esos que tanto nos gustan: en este caso, el de "Los cien artistas vivos más influyentes". Por el mismo precio (3,60 euros), incluye dos suplementos: el número 10 de los siempre interesantes Cuadernos del IVAM y una separata especial con otro nuevo canon, la super-lista, nada menos que el top 100 del arte de todos los tiempos. Humilde propósito, voto a bríos.
La iniciativa tiene interés más allá de lo anecdótico, gracias sobre todo a la lista de eminencias que participan en la elaboración de la retahíla, pero, sobre todo, por el hecho de que cada obra viene glosada por las palabras de un artista que encuentra en ella alguna motivación especial, cauce de inspiración o energía sinérgica. Así, Barceló deja al descubierto su (por otro lado evidente) debilidad por las pinturas de Altamira; Oriol Bohigas se quita el sombrero ante el Coliseo y Chema Madoz encuentra la llave en La persistencia de la memoria, de Dalí. La lista es enorme: Bernardí Roig, Miquel Navarro, Luis Feito, Ouka Leele, José Manuel Broto, Rafael Canogar, Agustín Ibarrola... y entre ellos, algunos viejos conocidos, de esos cuya aparición no sorprende en esta casa: Nazario, Ceesepe, Rodrigo o Ana Juan.
Pero entre todas, la "glosa" que más me ha llamado la atención es la que le dedica el escultor Mateo Maté a la Máscara de Tutankamón. Lean y vean por qué:
El personaje de Tutankamón entró en mi vida en una época en la que el mundo de los superhéroes, buenos o malos, convivió durante algún tiempo con la educación católica. La concepción cristiana no consiguió imponerse a la mágica interpretación panteísta de la naturaleza de las ilustraciones por fascículos. Batman, Los X-Men, Superman eran semidioses que dominaban las fuerzas de la naturaleza. El nuevo héroe, Tutankamón, se convirtió rápidamente en amo y señor de todo el submundo de la muerte. Toda la iconografía funeraria egipcia parecía diseñada por alguno de los maestros dibujantes de cómics. Los encriptados jeroglíficos parecen pensados para ser reproducidos en los tebeos. Y si ocupó este puesto en mi imaginación, seguramente fue porque la reproducción de las facciones de su rostro, sobre todo sus ojos, era de las más naturalistas de todos los objetos del arte egipcio. Como un cyborg de oro, Tutankamón domina el mundo de los muertos, a los que convierte en sus huestes. Ninguna película, ni ningún cómic que yo conozca, ha explotado todavía las posibilidades que nos ofrece la iconografía funeraria egipcia. Espero que Tutankamón resurja de su tumba en el cine con todo su fasto. En miles de años, su mito no ha perdido brillo.
Interesante y muy personal relato de experiencia, ¿verdad? Eso sí, si no lo conoce, creo que a don Mateo le gustaría Bilal ;)

sábado, junio 16, 2007

Operación 700 (II)

Abierta la veda, llegó el momento de empezar la caza mayor. Entre las posibles presas futuras, por supuesto, los admirados, los disfrutados y los más influyentes. Descartados dos o tres intocables de esos que se cotizan ya a precios inmanejables, nos quedaba, sin embargo, todo un muestrario de talentosos.

Miramos, por ejemplo, cosas de un tal Bill Sienkiewicz (casi nada); uno de esos autores que, al ser descubiertos, le hacen a uno cuestionarse casi todo lo que creía saber sobre el noble arte del dibujo tebeístico. Un tipo que, junto a su apellido impronunciable, exhibe un catálogo de virtudes visuales tal, que da pena penita pena que no se prodigue más. ¿Se acuerdan de Elektra: Asesina o de Stray Toasters? Pues eso, que buscando, buscando, llegué hasta esta planchita que tienen ahí abajo: "DR ZERO, Issue # 3 - Page 7, 7 Panel Art Created By Comic Great Bill Sienkiewicz". Bueno, la cosa tiene algo de truco; en realidad, parece que los lápices de la página corrieron a cargo de Dennis Cowan y Sienkiewicz fue el que la pasó a tinta. En todo caso, la plancha huele a Bill en cada una de sus cuatro esquinas, ¿no creen? Valía la pena el intento.

Dicho y hecho, comenzamos la puja y... ¡bingo! La primera en la frente: para nuestra sorpresa, por menos de 10.000 de las antiguas pesetillas, esta espectacular y enorme página original (50 x 33 cms) era nuestra. La cosa empezaba bien. Mejor habría de seguir, suponíamos.

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martes, junio 12, 2007

Pablo Auladell, el príncipe está triste...

En el 2005 Edicions de Ponent publicó La Torre Blanca de Pablo Auladell (dibujante, ilustrador y músico), entre parabienes y halagos varios de sus lectores y críticos. Ahora, dos años después, la obra ha cobrado nueva actualidad con motivo de la reciente exposición que le dedicó el Saló de Barcelona de este curso. En un ejercicio de oportunismo con precedentes, devuelvo ahora la mirada sobre esa obra grande que es La Torre Blanca

- Déjame decirte algo que arroje una luz sobre esa búsqueda tan lírica que estás llevando a cabo por los territorios de tu adolescencia.
Primero: deberías saber que los recuerdos engañan. Aquello no fue tan magnífico. Pasaste tardes enteras escondido en las escaleras de la Torre Blanca porque te avergonzaba que nadie contara contigo para nada. ¡Cuando ibas con ellos eras un pegote una casualidad!
Segundo: ¿quieres saber qué ha sido de la ninfa, tu gran obsesión, tu fascinación más sangrante? Yo te lo diré: ¡Es una mujer normal! ¿Y absolutamente engullida por la mediocridad! Así sucede siempre. Ya se cayó todo el polvillo mágico de sus alas. ¿Alguna vez te has parado a pensar qué hubieras hecho con ella si le llegas a gustar? ¡Si no tenía conversación y era más bien tonta del culo!
Y tercero: ¿En serio has follado ya?
Algo está definitivamente cambiando en el panorama del cómic. La Torre Blanca es un cómic adulto y un cómic para adultos: sí, quiero decir eso, que un niño difícilmente podría disfrutarlo y un adolescente lo comprendería sólo a medias. Sin embargo, no se parece en nada a "aquellos cómics adultos", los que nos vendían en los 70 y 80 como anomalías de mercado: aquí no sale ni una teta de aquellas (bueno sí, una) que nos recalentaban las meninges. El estado (el estadio) adulto de La Torre Blanca se huele en otros detalles y se adivina en otras intenciones: en la nostalgia profunda de su protagonista-narrador; en las imágenes idealizadas de su pasado colorido, que contrastan con la aspera angulosidad del presente (su presente); en el dolor por los momentos perdidos y la experiencia malganada...
¿Cómo puede sufrir alguien que no conoce el dolor? Cierto que el dolor de la adolescencia es profundo, intenso, desgarrado, pero está fabricado en cristal soplado. Duelen más los años, la asunción de que aquel dolor de juventud (que nos parecía infinito y agónico) no volverá, porque ya no vivimos la vida como lo hacíamos, como un drama-aventura bizantina. No quiero ponerme tremendo, claro, porque el trabajo de Auladell regala muchos instantes de belleza ensoñadora, y porque de nada sirve recrearse en el óxido que nos afecta o ha de afectar a todos. Pero si algo me gusta de La Torre Blanca, es su capacidad para recoger ese instante fugaz de desesperación existencial, ese pinchazo que a todos nos escuece cada cierto tiempo.
Las soluciones narrativas y visuales del autor se revelan muy efectivas, en todo caso: la mezcla de evocaciones infantiles (recreadas desde la fragilidad del recuerdo idealizado), subrayadas por la amable calidez de los colores pastel, contrasta con las frías tramas grises y las líneas cortadas sobre el vacío de la viñeta. Las mil aventuras de la infancia (cuántas cosas viven los niños, y todas a la vez), se enfrentan a los paseos solitarios del protagonista, que rumia sus viejos recuerdos al tiempo que construye una realidad presente, monótona y, en muchos casos, de espaldas a sí misma.
Como señalaba nuestro artista del abecedario, hace poco, es La Torre Blanca una de esas historias en las que apenas pasa nada, al menos en la superficie, pero en las que se dice mucho y se tocan muchas teclas. Una obra adulta, para adultos agarrados por su pasado. Ya lo decían Les Luthiers, "suéltame pasado"; o no, mejor no me dejes, que da gusto sufrir de buenos recuerdos.
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Interesante maxi-entrevista de los chicos de Zona Negativa (a los que les hemos tomado prestadas las imágenes) a Pablo Auladell, en dos entregas: una y dos.

jueves, junio 07, 2007

Operación 700 (I)

Me está divirtiendo tanto la polémica generada en torno al "guionista y los 10.000 euros", que me he animado a desvelar algunos trapos limpios personales que guardaba celosamente en mi cajón de secretos comicográficos. Tiene que ver mi salida del armario viñetero sobre todo con la cuestión monetaria y los enconados debates acerca de la cotización real de la viñeta en el mercado.

Hacen falta algunas aclaraciones previas: a) No me considero fetichista-coleccionista (al menos, no demasiado); b) No soy un rico heredero; c) Lo que aquí contaré es un episodio esporádico que, seguramente, no tendrá continuidad futura. Dicho lo cual, comienza el relato episódico del entuerto que algunos querrán desfazer y que motivó la aventura minina entitulada "Operación 700".

Como ya he comentado aquí, en más ocasiones de las que aconseja el sentido del pudor, hace no demasiado concluí uno de esos proyectos personales de largo alcance y aún más larga gestación. Hecho lo cual, decidí autohomenajearme con algún caprichito (o caprichazo) a cargo de los siempre sufridos ahorros que uno atesora bajo el jergón. Siempre me ha gustado el arte moderno, pero un buen día me percaté de forma decisiva e irrefutable de un hecho impepinable: con mi edad, ingresos y ahorrillos, nunca podré permitirme entrar en una subasta por un Rothko (bueno, entrar sí, pero sólo a mirar). Constatado lo cual, decidí rebuscar algún capricho deseado y anhelado entre mis otras aficiones potencialmente más asequibles. Claro, si están ustedes aquí leyendo, pueden imaginarse hacia donde dirigí mis pasos.

He aquí la idea peregrina: intentaría hacerme vía-subasta-ebay, con alguna página, tira o trabajo original de algún dibujante de cómics de los de relumbrón o, simplemente, de alguno de los que admiro (por una u otra causa). De este modo, podría (nuevo recuento): a) darme el gustazo de tener y poder disfrutar de "arte original" en alguna de las paredes de la casa que algún día, espero, tendré (ya he dicho en alguna ocasión que, para el menda, el cómic es una manifestación artística con obras y artistas tan meritorios como cualquier otra -quizás en menor número, debido al tardío despertar); b) comportarme como un fan enloquecido, aunque sólo sea por una vez en la vida; c) constatar hasta que punto el cómic esta sobre o infravalorado en el mercado del arte actual. Presupuesto: 700 euros (una pasta, lo sé, pero como dice el ínclito, mis ahorros son míos y me los gasto como quiero). Considerando que nuestro guionista misterioso (el de los 10.000 euros) pagará unos 160 leuros del ala por página, al autor novel (de calidad, eso sí) que resulte elegido..., la cosa tampoco parecía que fuera a dar para mucho hablando de autores consagrados y estrellas del cómic, la verdad. Por otro lado, yo me conformaba con tiritas de prensa o similares; tampoco necesitaba grandes páginas a color o desplegables a la témpera china.

Por hacer la entrada al "experimento" más sencilla y fluida, me agencié una tirita de un autor joven norteamericano, que me gusta mucho, y que me salió la mar de económica. Por cortesía de Drew Weing me hice con ésta:

Ah, se me olvidaba, comprar en dólares siempre renta en estos tiempos de la superfuerza euroica.

lunes, junio 04, 2007

Manu Larcenet. Celebridades desubicadas.

Hace un tiempo, le dediqué una de las micro-reseñas de FHM a Manu Larcenet y a ese juego de personalidades históricas descontextualizadas que se trae entre manos; nunca salió a la luz (no recuerdo qué otra apareció en su lugar). Me he acordado de ella porque acabo de terminar la lectura de La leyenda de Robín de los Bosques, que ha editado Norma hace poquito, y me ha parecido una buena excusa para matar tres pájaros de un post. Lo que decía aquella reseña era algo así como...
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¿Se imaginan al genio desorejado de Van Gogh en medio de las escaramuzas “trincheriles” de la Primera Guerra Mundial? ¿Y a Freud abriendo mentes y conciencias nada menos que en el Lejano Oeste? No me pongáis esas caras que la hipótesis no es tan descabellada. O al menos no lo es para Manu Larcenet, el celebrado dibujante francés que ganó el premio al mejor álbum del año 2004 en Angoulême por su obra Los combates cotidianos. Norma fue la responsable de la edición en el 2005 de La línea de fuego (el episodio de Van Gogh con dudas existenciales en el frente) y lo es de la recién publicada Vida de perros (con un suigéneris Freud encabalgado).
En ambas, Larcenet plantea una variante más que ingeniosa de los “What if…” superheroicos norteamericanos: a saber, se sitúa a un personaje (normalmente un superhéroe) fuera de su contexto histórico/espacial y… a probar suerte. La abstracción comicográfica del francés resulta, sin embargo, mucho más descacharrante y prometedora que la de sus adláteres transatlánticos, por lo extravagante del experimento, lógicamente. Además, la caricatura nerviosa y colorista de Larcenet se adapta mejor a una propuesta argumental, que, seamos sinceros, no deja de tener mucho de parodia; un juego, éste de las hipótesis imposibles, al que sin duda visten mejor los trazos desenfadados, casi minimalistas, de Larcenet, que los adustos ropajes épicos de los equipos gráficos de Marvel o DC. Y es que, ¿no les parece a ustedes que un Freud rodeado de perros parlanchines, sentando en el diván a vaqueros de mala reputación, promete más diversión que un retro-Batman o un Superman cualesquiera, por muchos músculos que luzcan?
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Esta última entrega sobre el ladrón honrado de los Bosques de Sherwood (perdón, de la Casa de Campo) es, sin duda, la más canalla, asalvajada y políticamente incorrecta de las tres (le salió su lado más Vuillemin). A alguno podría hasta escocerle el humor cazurro y muy negro de Larcenet y sus personajes: un Robin senil (aquejado del "mal de maese Alzheimer"), la versión gay del Pequeño Juan, enamorado de su amigo arquero o la del Tarzán zoófilo invitado a la fiesta... entre tantas otras paranoias surrealístico-desmadradas, claro.
Cierto es que, como ha señalado alguna voz acreditada en los últimos tiempos, la obra adolece de cierta irregularidad y que su organización en capítulos-gag crea cierta dispersión en la exposición del contenido. Igualmente cierto es que, a base de repetirse, algunos gags y bromas terminan por perder su efecto cómico, pero, que quieren que les diga, considerando que en el fondo La leyenda de... no es sino una de esas bromas que de vez en cuando nos gasta el talentoso de Larcenet, tampoco creo que ninguno vaya a rasgarse las vestiduras por estas imperfecciones narrativas. Es más, como dice algún amigo mío, el álbum te garantiza "unas buenas risas", esporádicas quizás, sin una continuidad garantizada a lo largo de todas sus páginas, puede, pero suficientes para animarnos la vida durante un rato. Un cachondo, este Larcenet.

jueves, mayo 31, 2007

Uno.

Un año, ni más, ni menos. Hace exactamente 364 días, dimos por inaugurado este pantano de palabras e imágenes, bautizamos a este gato, que ha resultado ser muy poco arisco. Me permitirán entonces que rompa la inercia y me permita una pequeña celebración en la forma de este post "autorreferencial".

Ya saben que no somos muy dados a festejos internos o fuegos de artificio a mayor gloria de..., pero, que carallo, hoy vamos a tirar el bocadillo por la ventana (la viñeta) y vamos a brindar por este espacio que nos han prestado para que podamos hablar de una de las cosas que más nos gustan (que no la única): de cómics, o tebeos, o historietas, o fumetti, o como le quieran ustedes llamar a este artefacto de arte secuencial, que decía aquel llorado maestro que nos guió entre los gutters y la página-viñeta.

Y es que en un año ha dado tiempo a vivir muchas cosas. 123 entradas y unas modestas 40.000 visitas después (no le hagan caso al contador, que llegó tarde a la fiesta), hemos hablado y disfrutado de grandes tebeos de fuera y de dentro, hemos compartido experiencias, participado en inofensivas e intructivas polémicas, emprendido viajes exóticos a tierras dominadas por magos con chistera y descubierto pequeños secretos, con visitas sorpresa incluidas. Gracias a este juguete con teclas y pantalla, también hemos tenido el gusto de conocer a algunos de los protagonistas del tinglado, virtual o presencialmente (o de ambos modos); y como no mencionar a esos otros amigos, los colegas de sudores digitales y visitas compartidas, con los que uno a cruzado comments y posts, bromas y recomendaciones: fieles seguidoras inaugurales, señoritas deslenguadas, prolíficos reporteros dicharacheros, entusiastas editores inexistentes, amables archivistas, selenitas de papel, juglares eclécticos, dibucriticos alfabéticos , carceleros con megáfono multiplicador de visitas y otros muchos, se han pasado por aquí y nos han ayudado a llegar al siguiente post.

Este juguete que, en parte, nació como tablón de anuncios para colgar colaboraciones ajenas con chinchetas, ha visto como dichas colaboraciones tocaban a su fin. Por contra, gracias al impulso vitamínico de nuestros dos posts semanales (¿ya notaron la inercia?), servidor consiguió, al fin, concretar efectivamente uno de esos proyectos que algunos llaman de toda una vida... Cales areniscas y arenas calizas, que más da y quién da más, si, después de todo, hemos hecho lo que hemos querido y cuando hemos querido: leer cómics de los de toda la vida (o no) e intentar convencer a nuestros "amigos" para que nos ayuden a pasar las páginas.

Un viaje en el que seguimos. Gracias a todos los que están al otro lado.

martes, mayo 29, 2007

Polemizando: una hoguera para de Crécy, el Louvre y la modernidad.

Últimamente, don Domingo Hernández se empeña en ahorrarme esfuerzos blogueros (eso es un amigo) y me regala los posts ya hechos. Después de sus palabras doctas acerca de los museos y el arte oportunista (o el oportunismo del arte) y la revelación Zizek, me dirige ahora unas letras con motivo de nuestro post anterior sobre de Crécy y su Periodo glaciar. Como buen conocedor de los asuntos de la la modernidad, las vanguardias pictóricas y la posmodernidad, acerca el ascua a su chimenea de conocimiento. Les acerco un poco a su hoguera para que se les alumbre el cerebelo; eso sí, como el asunto se presenta candente y polémico, les aconsejo que, en caso de disparidad de criterios, no dejen que se les calienten las meninges:
Hola, compañero,
Muy bien, de acuerdo: magnífica tu reseña de Periodo glaciar, y maravilloso el propio Periodo glaciar. Pero, me pregunto: si, en el fondo, y tanto por la historia que cuentan las "obras" (hemos sobrevivido a bla bla bla) como por su final (nos unimos, huimos y seguimos viviendo...), todo remite a una especie de "eternidad del gran arte", ¿por qué lo hace con obras clásicas, es decir, por qué con el Louvre? Por supuesto, sólo hay que mirar los créditos del cómic para dar una explicación fácil: está coeditado por el propio museo. Pero, al margen de esto, ¿no podría haberse hecho con el arte contemporáneo? ¿o lo que se insinúa es que la "eternidad del arte" sólo remite al del pasado? O, de otro modo, toda la conversación entre los aventureros cuando ven por primera vez las obras (que si imágenes, que si lenguaje,etc.), ¿habría funcionado con un arte no narrativo?
Más preguntas: ¿porqué la única aparición de arte del XX es la referencia a Malevitch? Recuerda: esa Gioconda, ya cansada, que se convierte en un lienzo blanco... Qué curioso: pasado que se parece a un futuro... Muy interesante, claro, pero lo habitual es al revés, es decir, futuros que se parecen a pasados. Todo esto nos lleva al tema que comentábamos el otro día: repito, maravillosa tu reseña, estupendo el cómic, pero, ¿por qué diablos cuando el arte aparece hoy en un medio que no es el suyo, sea cómic, novela, cine o lo que sea, únicamente lo hace o para remitir a cosas clásicas y decir que eran fenomenales -ejemplo: Periodo glaciar-, o para arremeter contra el contemporáneo -el Warhole de Bilal, el propio Art school confidential, sobre todo en la película, etc.-? Bueno, todo eso me digo...
(me hubiera gustado mandarte esto como un comentario a tu post, pero ya que está aquí...)
Pues eso, ya que está aquí, aquí se quedá y aquí les espetamos todas estas dudas e interrogantes, a ver si alguno de ustedes ofrece alguna respuesta juiciosa a las inquisiciones de nuestro invitado.
PS. Comentario malicioso: me gusta que nuestros hermanos estudiosos de las "artes mayores" se empiecen a preocupar por la imagen que el cómic ofrece de las mismas... No se me sonrían, me temo que en este caso la preocupación tiene su explicación en el interés ecléctico y humanista de Domingo; una excepción, por ahora. Desde aquí, le doy las gracias por su instructivo interés.

jueves, mayo 24, 2007

Nicolas de Crécy, esbozos minerales y la línea dura de la imaginación.

Leo, tarde y no sé si bien (con este autor es difícil tener certezas más allá de su calidad indudable), Periodo glaciar, la obra de Nicolas de Crécy que editó Ponent Mon el año pasado. Lo cierto es que, para el neófito o el lector no avisado, los trabajos de de Crécy pueden resultar rocosos, cuando no escarpados.
Tomemos como prueba mineral éste Periodo glaciar. Arranca el cómic bajo la apariencia de una distopía futurista, extravagante, sorprendente, pero medianamente ubicada en unas coordenadas argumentales que el autor plantea como guía de su relato. Es decir, que, aun siendo extraña, la historia de Periodo glaciar presenta en su primera parte una lógica narrativa determinada a su vez por la lógica propia de la historia: un grupo variopinto (formado por expertos científicos, una rica heredera y varios cerdos-perro rastreadores de restos pretéritos) emprende una expedición arqueológica en busca de restos arquitectónicos, que expliquen la vida en la tierra y las causas de esa tercera glaciación en la que se encuentran (¿?).
Por supuesto, como ocurre también en muchos otros trabajos de de Crécy, sus planteamientos, sus historias, admiten una lectura simbólica (incluso alegórica), que añadiría nuevas capas de significado y una mayor riqueza al análisis de sus cómics. Sucede, no obstante, que en los trabajos del autor francés (y este Periodo glaciar no ha de ser una excepción) el recurso poético y la utilización simbólica suele, en cierto momento de sus relatos, imponerse a la lógica argumental (digamos, a la lógica de la historia o a una historia lógica). Lo lírico se destaca sobre lo narrativo. En este punto, las historias de de Crécy, su lectura, se convierten en un ejercicio de fe; y en este punto es donde el lector debe decidir si se deja llevar por la alucinación expansiva del cómic desbocado (hacia lo subjetivo, lo surreal) o si reniega de la obra, sea ésta Periodo glaciar, Prosopopus o cualquier otra. Superada la barrera lírico-simbólica, el lector avispado extraerá sus propias conclusiones e intentará interpretar la red de intenciones que se esconde detrás de la maraña simbólica urdida por de Crécy.
La dimensión de la propuesta, la naturaleza de los juegos artísticos de de Crecy, debe abarcarse desde de las claves estéticas de la posmodernidad (ya nos hemos referido a ello en alguna ocasión). El catálogo de recursos, usos y opciones elegidos por el francés, que apoyan esta conjetura, es variado; encontramos en su obra: autorreferencialidad, reflexividad crítica, interdiscursividad (esas obras de arte-personajes del Louvre), etc.
Su dibujo, sin ir más lejos, trasgrede cualquier academicismo u ortodoxia clásica, incluso dentro de la historia del cómic, pero, al mismo tiempo, el arte de de Crecy se alimenta de multitud de referentes conocidos: desde Hugo Pratt a Moebius, pasando por aquellos primeros autores de cómics europeos del S. XIX, que venían del campo de la ilustración. De hecho, tienen las figuras de de Crecy mucho de aquellos primeros personajes de Töpffer o Wilhelm Busch: el trazo cuasi-esbozado, la línea imperfecta, la sugerencia del gesto pictórico sólo insinuado por la plumilla... Sin embargo, en de Crecy, la línea nerviosa funciona, por acumulación, en la dirección contraria: hacia el detallismo indefinido. El esbozo subrayado, el trazo abierto y tembloroso superpuesto una y mil veces, crea una suerte de frágil ilustración orgánica de lo impreciso; un dibujo más lírico que descriptivo, un boceto de lo simbólico.
Y, así, regresamos a donde estábamos hace unas líneas, a la convicción de que de Crecy es uno de esos minerales en bruto extrañamente perfectos, una autor con muchas caras y aún más aristas. Pero claro, no todo el mundo está dispuesto a cortarse...