miércoles, junio 11, 2008
Porcellino, no pasa nada.
jueves, junio 05, 2008
Operación 700: el retorno (III)
Seguimos embarcados en el relato de nuestras andanzas pujadoras a la busca de originales comiqueros, a un precio pactado: los 700 euros de marras. Como venimos repitiendo, en la trastienda del mercadeo capitalista, una idea: constatar el precio de mercado del arte comicográfico de artistas consolidados, eso que algunos llaman cotización. De paso, el gustazo de tener unos cuantos originales que, algún día, decorarán los muros de la casa nuestra.
Con Cooper y Buscema llevábamos la friolera de 250 eurazos expoliados de nuestra caja de ahorros. Nos quedaban 350 para seguir experimentando.
Prólogo: Allá por la segunda mitad de los 80 empezamos a descubrir que las relaciones entre el cómic y la pintura estaban comenzando a estrecharse más allá de los cruces y vínculos esenciales que habían aportado gente como Sterrett o Herriman. Así, a casi todos nos dio algo así como un soplo sensorial cuando descubrimos a tipos como Dave McKean, Bill Sienkiewicz o Kent Williams. Individuos que metían al cómic en la inexpugnable vereda de un expresionismo figurativo, barroco, espectacular, desbordado de técnicas, collages y trazos retorcidos; unos autores que "ilustraban" guiones igualmente poliédricos, por momento modernistas, y bastante experimentales: los de los Frank Miller, Grant Morrison o Neil Gaiman. Todo ello envuelto en los lazos de la reformulación genérica.
Cierto es que antes que a ellos, en Europa y Sudamérica, habíamos visto ya a gente como Toppi, Battaglia o Breccia, que, como aquellos, hacían de la experimentación formal, la técnica mixta y el collage, su campo de batalla. Sin embargo, lo que nos ofrecían estos nuevos pintores de viñetas estadounidense era precisamente eso, una interpretación del cómic claramente pictórica: arte elitista para un lector acostumbrado al discurso popular, superhéroes al óleo. En España, años más tarde, descubrimos una variante genial con aire historicista, que plantaba sus raíces en el mismo momento que ocuparon los americanos: hablamos del genial Castells, ese pedazo de artista que con su tercera entrega (Expiación) para la saga sobre Lope de Aguirre (escrita por el también grande Hernández Cava), se atrevió a desafiar las leyes de mercado, las convenciones lectoras y los usos editoriales. No lo adivinamos hasta 1998, cuando ganó el premio del Saló, con 6 años de retraso.
Conclusión: Por todo eso, cuando nos vimos en situación de pujar por una de las planchas originales del Blood, de Kent Williams, lo hicimos, pero con poca fe; más aún cuando sabíamos del prestigio artístico de su autor en círculos puramente pictóricos. No ganamos, claro. Al menos la primera vez que pujamos. Para nuestra sorpresa, al poco, en uno de los regateos nos salimos con la nuestra y nos llevamos esta plancha de tamaño considerable (30x44 cms) por algo menos de 140 euritos; que hasta los textos de los globos venían en el pack (en papel vegetal traslúcido aparte).
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Operación 700: el retorno (II).domingo, junio 01, 2008
Mainstream readers arremolinados
A estas alturas estamos aún leyendo el número de febrero del The Comics Journal (que en ese momento, por cierto, abandonó su habitual formato de revista hacia un elegante diseño estilo-libro). En él, junto a las habituales secciones de reseñas, mini-reseñas, estudios y columnas, aparece la lista anual de "lo mejor" del curso anterior. Los señores del Journal, que casi nunca pecan de frugalidad informativa, se sueltan una retahíla de más de 150 cómics ordenados alfabéticamente, elegidos por los (muchos) colaboradores habituales de la revista. El número, además, incluye numerosas entrevistas con algunos de los nombres destacados en el panorama comiquero norteamericano del año pasado (varios de los cuales coinciden con nombres igualmente sonados en nuestro país en los últimos tiempos): Rutu Modan, Paul Karasik (como editor-descubridor del I Shall Destroy All the Civilized Planets, de Fletcher Hanks), Brian Talbot, Nick Bertozzi, Peter Kuper o Cathy Malkasian. La oferta se completa con las selecciones de favoritos anuales comentadas por parte de algunos autores, críticos o editores igualmente destacados en 2007, gente como Tony Millionaire, Renée French, Dan Nadel, Paul Gravett, Greg Stump o Tim O'Neil. Muy recomendable todo.
Nos vamos a quedar, precisamente, con la selección del último mencionado ("Tim O'Neil's Best"). Este escritor y colaborador de la revista elige entre sus comics favoritos del año cosas como el The Complete Terry And The Pirates vol. 1 de Caniff, el King-Cat Classix de John Porcellino, el I Shall Destroy All the Civilized Planets: The comics of Fletcher Hanks o ... Maggots de Brian Chippendale. Precisamente, por lo que se pueden imaginar ustedes, nos ha llamado especialmente la atención lo que dice cuando comenta el Maggots:
Chippendale is one of the most fearless cartoonists working in the English language world right now. His work may be fairly inaccessible to the general reader -frankly, I imagine most of the Fort Thunder stuff would be impenetrable to the kind of mainstrean readers who flock to Maus and Fun Home- but I can think of no one else producing work anywhere near this important and compelling on such a consistent basis. There's only so much I can say in the space of a brief blurb that doesn't sound like excess puffery, but in my humble opinion this is still the most exciting happening in the world of cartooning, anywhere.
Maggots, de Brian Chippendale. Abducciones varias.
Sobrevivir a Maggots.
miércoles, mayo 28, 2008
The Ticking, de Renée French. Detalles de otro mundo.
jueves, mayo 22, 2008
Gory Stories Quarterly, underground paródico.
En MAD abundaban las parodias, la revista se basaba en ellas en muchos sentidos. Son conocidísimas las imitaciones bufas que Wally Wood llevaba a cabo de Eisner (más tarde, llegó incluso a hacerse cargo oficialmente de su personaje The Spirit) o del Pogo de Walter Kelly (sic. imagen superior). Este espíritu socarrón es el que heredaron y del que se retroalimentaron muchos de aquellos primeros comix underground, como por ejemplo Gory Stories Quarterly: supuestamente un cómic de terror, en la práctica una burla al descubierto de los cómics de terror de los 50 y, sobre todo, de aquellas otras historias que el mismo Gaines había engendrado en la EC con sus relatos de criptas, mazmorras y tanatorios.
Aunque en Gory Stories Quarterly también encontramos alguna parodia de otros géneros (siempre con lo macabro de fondo), como los cartoons de animales sabios al estilo Disney. Así, los animalitos que aparecen en "A funny-bunny story. Ronald's Surprise Birthday" (a cargo de Dave Clark y John Pound), nos recuerdan sospechosamente a los habitantes del Okefenokee de Walter Kelly. Eso sí, con un final acorde al género parodiado: mala baba a raudales, como para desguazarle a uno la infancia. Aquí se los dejamos...
viernes, mayo 16, 2008
Jamilti, collage hebreo.
...la autora muestra la ligereza respetuosa del observador-narrador que confía en el juicio y la responsabilidad de su audiencia a la hora de extraer conclusiones a partir de unas imágenes cuidadosamente elegidas; unos brochazos de horror planteados con la frialdad de la rutina asumida (...), pero suficientemente esclarecedores como para descifrar las claves de la pesadilla que desvela a un territorio en estado de convulsión constante...
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lunes, mayo 12, 2008
Iron Man, de cachondeo entre las bobinas.
lunes, mayo 05, 2008
Pinturitas y tebeos (Tranquilli, Goya et al)
miércoles, abril 30, 2008
Operación 700: el retorno (II).
Hasta a la hora de pujar en el ebay hay que tener en cuenta las fluctuaciones del mercado. Viene esto a cuento de nuestro ya indisimulado (indisimulable) vicio "ludopático" hacia las páginas originales de cómics; sobre todo las que han sido dibujadas por aquellos tipos que, por una causa u otra, despiertan nuestra admiración. Algo así como el Síndrome de Stendhal, pero en versión viñetera; llamémoslo el Síndrome de Steranko.
Sucede que, en nuestra carrera desenfrenada por pulirnos los 700 leuros ahorrados, decidimos rendirle homenaje a uno de nuestros "supehéroes" favoritos de la infancia-juventud (y senectud, nos tememos). Un tipo con cara de bruto (más que la de un gobernador de California), carente de superpoderes, mal bicho, poco escrupuloso con las cosas del comer y del querer y, básicamente, entregado a la burrería como sucedáneo de andanzas caballerescas cimmerias: hablamos de Conan, el bárbaro.
Un cómic que precisamente por su mestizaje de géneros (capa y espada, sobre todo, pero en algunos episodios también aventuras piratas, o incluso género de terror), por su fascinante galería de personajes amorales, exóticos y eróticos, o por el talento de los dibujantes que trabajaron en la serie, mantiene a día de hoy a una buena recua de seguidores. De vez en cuando hay que releer los Conan en alguna de las docenas de ediciones (sólo en español) existentes. A nosotros, de entre todos sus artistas, el que más nos gustaba era, con diferencia, John Buscema; quizás porque su Conan era el más bárbaro, asilvestrado y oscuro de todos (mirada torva la suya). El Conan meticulosamente ilustrado de Alcalá o el héroe prerrafaelita de Barry Windsor-Smith, tenían su aquel, lo reconocemos, pero nadie como Joe Buscema (muchas veces entintado por Ernie Chan) fue capaz de mostrar tan a las claras el concepto de fuerza bruta, personificado en un tipo cachas, que se avanzaba en los guiones de Roy Thomas (basados a su vez en la obra de Robert E. Howard).
Por eso, Buscema fue una de nuestras búsquedas artísticas prioritarias en nuestro acecho de originales comiqueros. A decir verdad, no fue demasiado fatigosa, la búsqueda queremos decir. Resulta que, como comentábamos al comienzo de estas líneas, entre las fluctuaciones de la oferta y la demanda, parece que no es éste un momento demasiado malo para hacerse con una plancha de Buscema a un precio asequible (dentro de los manojos de euros a que nos estamos referiendo). Después de unos días porfiando aquí y allá, nos hicimos por algo menos de 150 euritos con una página tan bonita como ésta (que hasta tiene chica y caballo); el dibujo de Buscema, la tinta de Chan:
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jueves, abril 24, 2008
Saló 2008 y subiendo.
Él, Manara
La cola de Manara.
A falta de Giardinos, buenos son sus originales.
martes, abril 22, 2008
Sobrevivir a Maggots
No acabamos de recuperarnos de la lectura de Maggots. Por eso, antes de meternos a valorar las siempre gratificantes experiencias del pasado Saló, vamos a descender una vez más a las catacumbas "chippelendianas".
Resulta que, cerrado el post anterior, no hemos podido dejar de pensar y comentar con amigos y afines algunas de las peculiaridades narrativas y visuales de este cómic peculiar. Le hemos dado vueltas, por ejemplo, a su sobre-acumulación de secuencias e imágenes, que conforman un conjunto de viñetas abigarradas, en ocasiones prácticamente idénticas, y con un muy breve recorrido temporal. Así, con este pensamiento (esta imagen) en el cerebelo, nos hemos acordado de dos nombres esenciales de la fotografía moderna, pero escasamente reconocidos fuera de su ámbito artístico: nos referimos a Eadweard Muybridge y a Jules Marey, dos de los padres principales de la cronofotografía o, lo que es lo mismo, las serialización fotográficas de personas y animales en movimiento; un hallazgo que permitió, por fin, "congelar" los momentos exactos y las posturas "imposibles" del hasta ese momento intuido vuelo de las aves o el galope de un caballo. Vean una muestra...
Pues resulta que, con un esfuerzo limitado de nuestra percepción, llegamos a la sencilla conclusión de que las páginas de Chippendale tienen una plasmación visual no muy diferente a aquellas secuencias de Muybridge. Ya lo aventuraba Tom Spurgeon cuando señalaba al respecto de Maggots que: "Chippendale's labyrinthian studies of movement and action come with a built-in quandary as anyone's first-comic-ever".
En el fondo, la experimentación de Chippendale juega con la trasgresión de la esencia del arte comicográfico: la ruptura de la elipsis. Con la eliminación parcial de eso que McCloudd llamaba "closure" (la acción que se desarrolla entre dos viñetas), Chippendale está escamoteándonos el fundamento mismo de la narración gráfica: la realidad imaginada. De ahí que sus páginas nos resulten saturadas y repetitivas; por eso (y por las muchas razones que mencionamos en el post anterior), sus historias se nos aparecen laberínticas, redundantes y fatigosas: Chippendale "no reconoce" (no quiere reconocer) la elipsis, la sugerencia, el elemento intuido. Frente a ello, nos ofrece series de movimientos secuenciados en detalle, como si estuvieramos leyendo en continuidad las instantáneas cronofotográficas de Muybridge o los fotogramas sucesivos que componen una película o cinta de animación. El resultado, ya se lo hemos enseñado.
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viernes, abril 18, 2008
Maggots, de Brian Chippendale. Abducciones varias
Pero para jugueteos formales, marcianadas experimentales y quebraderos narrativos, el Maggots de Brian Chippendale, un tebeo tan citado y mencionado que se hace querer... y odiar. Vamos a hacer las cosas bien, comencemos por ofrecer las instrucciones de lectura de este post (no bromeamos): a partir de este punto comiencen a leer el post desde el último párrafo y suban hacia arriba.
Maggots es, decíamos, un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas, viñetas y excentricidades narrativas. Si han tenido paciencia, han llegado hasta aquí y han soportado esta ¿reseña?, quizás deberían intentarlo con el trabajo de Chippendale. Les prometemos que esto no ha sido nada. (Ah, Chippendale también es músico, toca la batería, el saxo y canta en Lightning Bolt).
¿Y saben lo peor, o lo mejor, de todo? Que superado el cripticismo y la aparente ilegibilidad inicial, cuando uno ha conseguido descifrar 40 ó 50 de las trescientasypico páginas que componen Maggots, uno comienza a nadar con relativa naturalidad dentro del magma caótico-narrativo que plantea su autor. Se trata simplemente, imaginamos, de dejarse llevar por la acumulación hipnótica de imágenes, sin esperar nada que responda a nuestra lógica narrativa aprendida. Algo así como lo que busca David Lynch en esa también rarísima (y para muchos también maestra) Inland Empire. Sucede que, nosotros, nunca llegamos a entrar en el último delirio de nuestro, por otro lado, admirado Lynch. Con Maggots el hechizo funcionó (más o menos).
Lo apabullante es que no se trata de una broma paródico-verbal, como las que nos regala don Chris Ware en sus prólogos y solapas. Lo de Chippendale es literal, literalmente confuso: algunas páginas se leen en ziz-zag de arriba a abajo, para cambiar en la contrapágina en dirección ascendente (de izquierda a derecha, de abajo a arriba), pero (¿alguien se creía que la cosa sería tan fácil? ¡debiles de espíritu y paciencia!) ¿por qué no improvisar y alternar modos de lectura sin avisar al lector, ni dar más clave que los itinerarios indescifrables de unos personajes sumidos en una historia que discurre entre lo onírico, lo orgiástico y lo puramente masturbatorio? Así, algunas páginas parecen continuar en la línea de viñetas de la derecha, para de golpe y porrazo, recuperar su ritmo zig-zagueante; otras culminan (como nos avisa en la introducción) con dos líneas de viñetas sucesivas que se leen de izquierda a derecha; otras llegan al final con viñetas seccionadas que hacen imposible reconocer lo que está sucediendo y, en consecuencia, estar seguro de la dirección a seguir. ¡Una fiesta!
No obstante, no son esas las mayores dificultades a la hora de enfrentarse a este cómic... peculiar. Chippendale juega al desconcierto y no hay mejor atajo para confundir al lector de cómic habitual (y bienintencionado) que cambiarle las reglas del juego, las de lectura. Rizando el ritmo lector , al americano no se le ocurre otra cosa que juguetear con la convención; en la solapa de cubierta se nos suelta con alegría la siguiente instrucción del tipo os-vais-a-enterar-a-que-huelen-las-flores: "Down page one, up page two! back 'n forth, or sometimes its fricky like page 4 gets weird. Read bottom two lines from left. Huh, funny. Stay alert!"????
Porque Chippendale tampoco dibuja demasiado bien, ni lo pretende. Sus personajes, con Mr. Potato a la cabeza, son esbozos de personaje, garabatos cuasi-infantiles que gesticulan espasmódicos sobre el rayado negrísimo que hace de fondo en casi todas las viñetas de Maggots (suponemos que resulta el mecanismo más eficaz para tapar las letras japonesas que acabamos de mencionar). Unos personajes que, para más inri, no acaban de disinguirse con claridad entre ellos.
Maggots es un (mini) cómic de tamaño reducido, pero desbordado de páginas y viñetas. Su autor, Brian Chippendale, lo creo jugando con la idea de caos. Un lector despistado que se acerque a Maggots sufrirá varios shocks sucesivos (con síntomas parecidos a una indigestión acompañada de migrañas y desespero cultural). El primer sobresalto es visual: Maggots es caótico, febril. Chippendale lo dibujó sobre unas hojas de un folleto comercial japonés, así que sus viñetas ínfimas de tinta negra desparramada se mezclan con el alfabeto kanji. El poco texto que tiene es indescifrable (hasta con lupa), lo que sucede en sus secuencias, casi incomprensible.