Lo que anuncia el título no es del todo cierto. Evidentemente cuando nos hemos embarcado este veranito en una giraventura por las tierras de la vieja Indochina, lo que menos esperábamos encontrar eran cómics y allegados (que tampoco hemos buscado con demasiada intensidad, para qué engañarles).
En vez de papel, mucho cine: como unos Indiana Jones cualesquiera, nos hemos maravillado con las piedras milenarias de los Templos de Angkor, con sus secretos, selvas y milagrosos grabados budistas; dejamos de respirar unos segundos cuando nos adentrábamos entre los atolones de la Bahía de Ha Long y algunas caras vecinas se iluminaron como el rostro luminoso de la Deneuve en Indochina; regateamos a las calles y comerciamos con los artesanos de ese Hoi An que parece recién salido de El amante (Jane March sudaba tanto como siempre); abrimos los ojos como dos cuencos de arroz, mientras surcamos y esperamos una emboscada que nunca llega en el Mekong, no vimos a Kurtz. Eso sí, lo que parece claro es que por esas tierras mágicas de Vietnam y Camboya no hemos visto demasiada afición al mundo de la viñetas; apenas algunos detalles.
Nos sorprendió, por ejemplo, encontrarnos un Hanoi (encantador, bullicioso, gastronómico, decadente) "empapelado" de cuadritos rojos de madera lacada dedicados a esos célebres Tintin au Vietnam y Tintin au Saigon que nunca existieron (¿serán capaces los meticulosos vampiros de Moulinsart de denunciar a un país entero?). No pudimos resistirnos a la tentación de comprar uno.
Poco después, en una alegre e irónica coincidencia, descubrimos nuestro primer cómic vietnamita en el Templo de la Literatura (catedral del saber antiguo). Se trata de Tý Quây, de Dào Hông Hái. Por supuesto, no entendemos ni palabra, pero como nos hacía gracia su encrestado personaje y su irresistible rusticidad naif (y como valía menos de un euro) nos lo compramos. Ya en estas tierras ibéricas nos hemos enterado de que el amigo Dào Hái es un artista vietnamita de cierto prestigio y de que Kim Dong (la casa que edita Tý Quây) dista de ser una empresita familiar. En su importante catálogo para niños encontramos muchos otros cómics y tebeos de renombre, del mundo manga casi todos, como Doraemon, de Fujiko o Detective Conan, de Aoyama.
Luego, en la mucho más industrializada y vertiginosa Ciudad Ho Chi Minh (antiguo y moderno Saigón), nos sorprendió sobremanera toparnos con un bar-cafetería, cuyo nombre no recordamos, decorado con imágenes de cómics de... Vuillemin, nada menos.
Nuestros últimos tropiezos comiqueros los celebramos en Hoi An, a donde llegamos en plena festividad de la luna llena, con farolillos, canoas y conciertos por doquier. Entre los numerosos mercadillos y quioscos, nos topamos con uno que vendía nada menos que dibujos originales hechos en un inconfudible estilo shojo manga; algunos muy estimables, aunque mucho menos que los muy bonitos grabados de paisajes vietnamitas tradicionales que se encontraban en las tiendas de arte de la ciudad, adornadas por esos estilizados caligramas que son un arte en sí mismos.
Ya ven, ni cuando más lejos nos escapamos conseguimos despistar al espíritu benefactor de la viñeta que, parece, llevamos enganchado a los zapatos. Reflexionaremos sobre ello, mientras nos recreamos con las imágenes aún nítidas en la memoria de ese paraíso en la tierra que acabamos de abandonar.